Gente anti-ecológica

Caigo en un post de Casciari, festejado por algunos amigos; y su lectura no me deja un buen regusto. A ver si puedo explicar(me) por qué.

Se trata de pegarle a los ecologistas, en el sentido más sentimental de la palabra. Los que se exhiben —con más ardor que inteligencia— su indignación ante el sufrimiento y la muerte de los animales… o mejor dicho de ciertos animales. Porque (y en esto se concentra la ironía) hay animales más favorecidos que otros por los enternecimientos ecologistas…

… defienden al animal grandote (la ballena, el elefante, el gorila), defienden al amistoso (el perro, el gato siamés, el potrillo), al animal que es bello (el tigre de bengala, el oso polar) y sobre todo luchan por la defensa del animal blanco y negro (el pingüino, la orca, el oso panda). Los ecologistas están enamorados de los animales blancos y negros. Si los osos panda fueran verdes con pintitas amarillas les tendrían asco, los pisarían en la ruta. Pero en cambio viajan kilómetros para sacarle las manchas de petróleo a un pingüino, no sea cosa que les cambie el color.

Hay otros animales a los que no les dan tanta importancia: su muerte no les preocupa. Su sufrimiento, muchísimo menos. No sienten sensibilidad por los animales sin huesos (la mosca, la medusa, el bicho bolita), tampoco por los que son ricos después del fuego (la ternera, el chancho, el pollo), y mucho menos por los que no gritan cuando se están muriendo o los están matando (el pez, la cucaracha, la culebra).

Cuanto más culto el hombre, más sensible. Y cuanto más sensible, más estúpido y obcecado. En los últimos años, la población de hombres y mujeres preocupados por los derechos de los animales ha crecido bastante. Se conocen como gente ecológica. Son los que le tiran pintura roja a las señoras que van por la calle con abrigos de piel; y los que aplauden. Son los que protestan con su propia desnudez en los San Fermines, o en las corridas de toros; y los que lo festejan. Son los que viajan en avión a Oceanía para detener la caza del canguro, y quienes auspician estos viajes (el avión, durante el vuelo, pasa por encima de África, pero va tan alto que los negritos muertos de hambre no se ven)…
Y así. El argumento no es nuevo (recuerdo haber leído hace muuuchos años otro texto por el estilo, preguntando por qué tanta ternura ecologista hacia el delfín y tan poca hacia el tiburón). Y seguramente está bien expresado, y probablemente el post en sí apunte más allá de estas constataciones. Pero por ahora me interesa cuestionar eso, nomás: la satisfacción que estas ironías producen a muchos (entre otros, muchos católicos derechosos; y otros sedicentes políticamente incorrectos – si es vale todavía usar esta expresión). La gente anti-ecológica, digamos; los que aplauden y festejan estos dardos.

Y no es que a mí me caigan muy simpáticos tales ecologistas. Pero, en esto como en otras cuestiones, me preocupan más los errores y pecados que tengo cerca (en mí y en los que tengo cerca).

Para no hacer esto demasiado largo, sólo apunto por ahora: a desarrollar otro día.

Constatar una contradicción es un arma de doble filo: puede tanto servir para alejar al adversario de su error como para arrebatarle la porción de verdad que contiene. – Feo, hacer de una causa una bandera (a atacar si es del enemigo, a defender si es propia); cf. calentamiento global, aborto. – Sentimentalismo vs. racionalismo (en el peor sentido de cada palabra), falsa disyuntiva. El «y» católico: no desdeñar nada (ni las festividades paganas, ni las laicas; ni la ecología). El racionalismo (y nominalismo) disolvente, a medida de cabezas modernas: negación del sentido provisional, del plano simbólico; suficiencia, impaciencia «liberal» («gorila!») frente las imperfecciones, ambigüedades y antinomias aparentes. Pero muchas veces «son los imbéciles los que tienen razón» (S. Weil). Y peligro de no sentir el viento, que sopla donde quiere.

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