El tiempo que nos lleva

A continuación de aquella nota, Simone Weil trae esta otra, especialmente impresionante para mí, creo haberla citado ya:
El tiempo nos conduce —siempre— adonde no queremos ir. Amemos al tiempo.
Hermoso. Amarlo, no a pesar de eso, sino por eso.
Seguramente (digo yo) esto hay que entenderlo en el mismo sentido en que Simone dice que hay que amar la realidad (y cerca del amor fati), y amar la resistencia que ofrecen las cosas y las circunstancias a nuestra voluntad (al contrario de las cosas imaginadas), signo palpable de que el universo existe y que pende de una voluntad más alta que la propia («la alegría y el sentimiento de la realidad son la misma cosa»).
Traspuesto el pensamiento —los dos polos del pensamiento: el siempre y la consecuencia— a otro plano (mucho más bajo, sin duda) se me ocurre: el optimismo progresista no acepta lo primero (creemos que el tiempo nos lleva donde queremos ir; y por eso amamos -en cierto sentido- al tiempo), el tradicionalismo reaccionario no acepta lo segundo (el tiempo nos lleva lejos de donde queríamos estar; por eso, odiamos -en cierto sentido- al tiempo).

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