El cielo y el mundo

«Serenidad» es el título de esta poesía de Lugones, de Las horas doradas.
El mundo reposa conforme.
Domina en el cielo rotundo
un álamo verde y enorme.

Y como ante enigma profundo
descansa la mano en la frente,
contempla el azul hondamente
la eterna belleza del mundo.
Menos culpa de las ambigüedades del idioma español que de mi cabeza lenta y tortuosa… la cuestión es que en los últimos versos llegué a confundir sujeto y objeto directo (¿es el objeto directo, Jeeves?) (*).
¿Es el mundo quien contempla el cielo o al revés? La verdad es que yo, la primera vez, leí lo contrario de lo que (supongo) es la intención obvia. Pero después de todo, la lectura alternativa, aunque menos consecuente, tambien tiene lo suyo ¿no?


* (Diego me pasa la siguiente respuesta de Jeeves )
—Ciertamente, señor, se trata del objeto directo. Si me permite una observación, recuerdo que para casos en que cabe la posibilidad de una confusión, por tratarse el sujeto y el objeto de seres impersonales, la Real Academia aconseja anteponer al objeto la preposición «a», que normalmente (como impersonal) no llevaría; especialmente si el objeto, por motivos estilísticos o métricos, se halla antepuesto al sujeto. Recuerde usted las palabras del poeta Heredia: Esta inmensa estructura / Vio a la superstición más inhumana / En ella entronizarse. Oyó los gritos / De agonizantes víctimas, en tanto / Que el sacerdote, sin piedad ni espanto,/ Les arrancaba el corazón sangriento… Donde, si usted observa, eliminando la «a» del segundo verso no quedaría en claro si es la estructura la que vio a la superstición o viceversa.
—¿Algo así como cuando decimos que el papel mata a la piedra, y la piedra a la tijera?
—Algo así, señor.
—Gracias, Jeeves.

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