La Virgen y la Iglesia

A mí me lo hizo notar Henri de Lubac («Meditación sobre la Iglesia», último capítulo). La relación -casi la identidad- entre la Virgen y la Iglesia, sobre todo con respecto a la «economía de la salvación». Pongámoslo en términos simples. Cualquiera, aun desde afuera y desde lejos, sabe que los católicos y los protestantes tienen algunas diferencias; dicho muy a lo bestia los católicos «creen en la Virgen» y «en los curas», los protestantes no. Afinando apenas: los católicos rezan/veneran/imploran a la Virgen María, la consideran un elemento muy importante (casi obligado) en el culto; y por otro lado ven a la Iglesia («su iglesia», si quieren) no sólo como el conjunto de los creyentes (unidos tal vez por lazos más o menos místicos) sino también -y sobre todo- como una sociedad instituida por Cristo con el fin de enseñar y santificar (no meramente a título individual) : sacramentos y magisterio. El protestante, en cambio, cree que un cristiano (por decirlo como algunos lo dicen; algunos sedicentes católicos, incluso) «no necesita ir a confesarse con un cura».
A primera vista, resulta un poco arbitrario. Que haya gente que cree cosas distintas, es natural; lo que no se ve claro es la correlación. Y de afuera puede parecer que la devoción mariana es en el catolicismo una especie de bandera que le ha tocado por motivos más o menos azarosos, (esas repartijas de territorios, materiales o ideológicos) y que defiende por motivos de marketing interno o supervivencia.

¿Dónde está la correlación? Puede verse por el lado de la mediación. Exagerando, diríamos que el católico «cree en la Iglesia» (en el sentido dicho) por la misma razón de fondo que «cree en María» (en el sentido dicho): porque tiende a acoger de buen grado nociones como «mediación» o «cooperación» (en distintos niveles) mientras que el protestante tiende a rechazarlas como impurezas que atentan contra —digamos— el exclusivismo divino. Y De Lubac cita a Karl Barth (uno de los teólogos protestantes más importantes del último siglo; probablemente el más importante):
En la doctrina mariana y en el culto mariano es donde aparece manifiesta la herejía de la Iglesia católica romana, y en ella se comprenden todas las demás. La «Madre de Dios» del dogma católico romano es simplemente el principio, el prototipo y el resumen de la criatura humana que coopera a su salvación sirviéndose de la gracia que la previene, y como tal, es también el principio, el prototipo y el resumen de la Iglesia. … Y así, la Iglesia que rinde culto a María debe necesariamente comprenderse a sí misma de la manera que lo ha hecho en el Concilio Vaticano (I); es la Iglesia del hombre que, en virtud de la gracia, coopera a la gracia.
Y, dice Lubac, prescindiendo del juicio de valor, el católico puede suscribir esto. «La fe católica en la Santísima Virgen resume simbólicamente, en su caso privilegiado, la doctrina de la cooperación humana a la Redención, ofreciendo de esta suerte como la síntesis o la idea madre del dogma de la Iglesia.»

No traigo esto hoy -fiesta de la Asunción de la Virgen- en clave apologética mariana-anti-protestante, o anti-nada. Ni para jugar al teólogo o para cumplir con la fecha con una reflexión devota, edificante y satisfactoria (¡qué interesante! ¿no?). Tristes flores serían.
Me importa, ante todo, tenerlo en cuenta, si -como parece probable- ver la relación ayuda a ver los elementos relacionados Entender mejor lo que es el culto a María, y lo que es pertenecer a la Iglesia, y por qué las dos cosas van de la mano; y cuánto, y en qué sentido, uno está necesitado de cooperación. Y para que uno, puesto que ya que se considera católico en el sentido más débil del término, no pierda de vista la obligación de serlo en un sentido más fuerte.

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