El alma abandonada

Un poeta que vagaba por un cementerio tuvo la ocurrencia de golpear a la puerta de una tumba. Esa puerta se abrió de inmediato y fue su propia alma la que se le apareció, su alma que jamás había mirado, pero que pudo reconocer por ciertas máculas tremendas. Recordó entonces haberla abandonado allí, un día, para explorar inútilmente sepulcros vacíos. Viéndola tan triste, tan profundamente triste y tan bella, la tomó de la mano con ternura, y la llevó llorando a la Casa del Padre de los vivientes, cuyo camino ella sabía.
Es una dedicatoria para una amiga, que Bloy estampó en uno de libros.

Perdón por la presencia excesiva de Bloy estos días, no es lo que lo considere palabra santa ni mucho menos; la explicación ya la puse acá.

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