Carta a Verónica

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A modo de intermezzo (y no me hablen de «suspenso»… si todos saben el final), adjuntemos dos cositas: primero, una carta de León Bloy a Ana María, de las varias que fueron publicadas -póstumamente- bajo el título de «Cartas a Verónica», con prólogo de Maritain. Son notables (conmovedoras, abyectas, ridículas o sublimes, al gusto de cada cual) por la ternura, la sencillez y la insignificancia… cualidades que pueden resultar inpensadas en el libelista feroz, suntuoso y grandilocuente que era Bloy.
Esta es de los primeros tiempos, antes del retiro de él en La Trapa, y de la conversión de ella. El «sacrificio» -que ella estima imposible- es, claro, el de vivir en castidad.
Mi querida niña: te suplico que tengas valor. Me ha causado gran aflicción esta mañana el verte llorar. Si bastase sufrir para que tú fueses dichosa y prudente, me ofrecería de buena gana al sufrimiento por amor tuyo. ¿Crees acaso que yo soy feliz y que el sacrificio que te pido no me cuesta a mí tanto como a ti?
¡Ah! pobre querida mía, si tú supieses lo que sufro, tendrías gran piedad de mí. Llorarías de compasión por tu pobre amigo que quiere salvarte y que para ello está dispuesto a imponerse todos los sacrificios. ¿Por qué, pues, no has de ser valerosa? ¿Por qué no has de tomar una enérgica resolución? Me decías esta mañana que considerabas la cosa imposible. Pero, pobre niña querida, la cosa no es de ninguna manera imposible, sino solamente difícil. Con coraje, llegarás a conseguirlo. Si te descorazonas, pobrecita, ¿qué te ocurrirá?
¿Acaso tendrás valor, ahora, para volver sobre tus pasos, y comenzar nuevamente tu antigua vida? Si así lo hicieras me desesperarías. Puesto que dices que me amas, haz lo que te digo, por mi amor. Te lo suplico en nombre de lo más sagrado. Piensa en la buena Virgen que te quiere y te llama, como se llama a una pobre oveja extraviada; piensa también en tu madre que se alegra en este momento de tus buenas resoluciones. ¿Acaso es tan difícil lo que debes hacer? No se te prohibe que vuelvas a verme. Nos veremos con frecuencia, todos los días, si sientes necesidad de ello. Ten confianza en mí y ten también por mí un poco de piedad, puesto que soy tan desgraciado y tanta necesidad tengo de ser socorrido y consolado. Todo lo que se exige de nosotros es que no nos veamos en tu casa.
Obedezcamos, de buena gana, aun cuando esto pueda sernos costoso. La Santísima Virgen nos recompensará.
Te aseguro, querida mía, que esta Madre no te abandonará y te concederá paz y valor, si se los pides de todo corazón. Esta noche, al salir de la oficina, iré a Nuestra Señora de las Victorias y le pediré que te ayude. Le ofreceré por ti las lágrimas, el corazón, la felicidad y hasta la vida, si quiere tomarla. Me espera en el mundo un hermoso porvenir. Hago con gusto sacrificio de él para que tú te salves, para que no vuelvas a caer en el mal del que he tratado de sacarte. Si Dios me llama a la vida del claustro, iré gozoso con la esperanza de sostenerte desde lejos con mis oraciones. Lloro mientras te escribo, mi pequeña querida. ¿Qué quieres que haga yo, qué quieres que me ocurra si no me ayudas? Vamos, pues, te lo suplico, toma valor una vez más en la plegaria, pide y te será concedido más de lo que crees, y por añadidura, la alegría.
Hasta mañana, querida mía. Si llueve no te esperaré sentado en un banco, sino bajo una puerta cochera del bulevar St-Germain, de ocho y media a nueve. Te veré cuando pases por allí.
Tu desdichado amigo, León Bloy.
Segundo: otra carta de Bloy, a su amigo Ernest Hello. Anotemos que el anuncio de las grandes cosas a producirse esos días vino provocado, en buena medida, por la ansiedad de Bloy y Hello. Pero también porque un confesor, probablemente harto de las pretensiones proféticas de Ana María, le ordenó pedir a Jesús «un signo visible y evidente» de la verdad de sus visiones. Un clásico en estos asuntos, puede decirse (recuérdese el caso de Guadalupe, por poner un ejemplo). En la carta, escrita el miércoles santo de 1880, cerca del climax del asunto, Bloy alude a este pedido. Y Hello, ansioso como el que más, estuvo de acuerdo: había que pedir un signo.
La carta además es una pintura impresionante de las cosas que decía Verónica, del clima espiritual frenético (pueden usar un adjetivo menos benévolo, si prefieren) en que vivían. También son visibles los temas que marcarán la obra de Bloy (muchos motivos de «La salvación por los judíos», sobre todo), lo que muestra que sus afirmaciones sobre todo lo que debía intelectualmente a la ignorante ex prostituta no eran exagerados.
… me ha comunicado ella tantas cosas ininteligibles para la generalidad que no sé como transcri­bírselas a usted. Sin embargo, voy a intentarlo. En primer lugar San José, exagerándolo. Según parece, el porvenir que espe­ramos está en manos de San José. Respecto a este particular, Ve­rónica, que es un prodigio de ignorancia y de simplicidad, me ha dado la explicación más extrañamente obscura de aquella parte de la bendición de Jacob que se refiere a José. De esto saca la consecuencia de que los nombres de Abraham, Isaac y Jacob co­rresponden a los reinos divinos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Afirma que es imposible comprender una sola palabra de la Escritura, si el nombre del Espíritu Santo no es sustituido con­tinuamente por el nombre de Israel. […] esta extraña muchacha, que continuamente está invocando a San José y me ha afirmado que las cadenas de ese pastor serán rotas este mismo año y también que este mes de marzo es el último de su esclavitud. Desde el día 19, fiesta de San José, puedo decir que, según las apariencias ordinarias, Verónica está completamente loca. Cree que estamos en presencia los más prodigiosos acontecimientos. Que Jesús crucificado desde hace tantos siglos no puede esperar más que algunos días y que Elías, su libertador, va a venir para bajarlo de la cruz y para ser el Precursor del Espíritu Santo. Dice también que esta vez será Elías quien venga en el espíritu y en la virtud de Juan.
Anteayer, domingo de Ramos, me dijo con más fuerza que nunca que ella no pensaba que había de pasar la Semana Santa sin que ocurriese algo extraordinario, o que, de no ser así, se equivocaba como jamás ninguna criatura ha podido equivocarse.
Y al fin me dijo una cosa que me produjo el efecto de bálsamo delicioso sobre una herida. Ha decidido hacer conocer todo su estado a ese sacerdote de la calle de Ulm, que antes la confesó y manifestó cierta repugnancia por esta clase de iluminaciones. Esta vez, la ha escuchado con profunda atención y le ha dado la orden formal de pedir a Nuestro Señor, en virtud de santa obedien­cia, un signo sensible y absolutamente evidente de la verdad de todo esto. He aquí donde nos encontramos. Yo la ví, ayer, martes, por la mañana. Verónica tiene siempre los mismos sentimientos; según ella estamos a punto de que se realice lo que queremos ver termi­nado y la revancha será dentro de algunos días. Si pudiera usted volver, haríamos juntos grandes cosas.

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