Religión, sí. Dios, no.

Hace unos días vi en un kiosco el titular principal del «suplemento religioso» de Clarín, en el que Gianni Vattimo proclamaba: «Religión, sí; Vaticano, no»; o algo parecido. Y me hizo gracia. Me pareció algo tan cómodo, tan tonto… pensé que este es una lumbrera del pensamiento actual, pensé en Chesterton y en Ratzinger, y por un momento me sentí contento -y hasta algo orgulloso- de ser católico (a veces me pasa, no crean).
Y pensé que, si de plantearse opciones se trata, algo más honesto que mentar el cuco del Vaticano habría sido tratar el concepto de iglesia («religión, sí; ¿iglesia… ?»). Algo más honesto, digo, porque nos daría una mejor idea de la seriedad con que Vattimo usa la palabra «religión«.
Y más, pensé: por qué no hablar directamente de Dios? Acaso lo que en realidad piensa Vattimo (y con él tantos) sea : «Religión, sí; Dios, no«. Pero, claro, es más cómodo decir «no al Vaticano», que preguntarnos si deberíamos decir «no a Dios»; y si de hecho lo decimos.

Lo pensé, pero no lo dije en su momento; sobre todo porque no quería juzgar a Vattimo (aunque no se trata de Vattimo) por un titular; y porque no se me daba la gana de leer el artículo.

Bueno. Estuve leyendo estos días el segundo volumen de Ratzinger entrevistado por Peter Seewald: «Dios y el mundo«. Me gustó. Es más abarcativo de lo que esperaba, las preguntas del entrevistador, sin ser brillantes, son adecuadas: ni agresivas ni indulgentes; incómodas por momentos y algo cándidas, como deben ser. Y Ratzinger (no era Papa entonces) contesta con humildad y sentido común, como era de esperar. Se me ocurre que esto es una buena «Introducción al cristianismo», más que su libro así titulado.

¿Y qué tiene que ver esto con lo de Vattimo? Pues que, para mi sorpresa, encontré citada aquí esa fórmula; y precisamente en aquel sentido:
«Dios sí, Iglesia no» se ha convertido en un lema habitual. San Cipriano, obispo de Cartago (zoo-258), dijo a este respecto: «Fuera de la Iglesia no hay salvación», pues «quien no tiene por madre a la Iglesia no puede tener por padre a Dios». Estas palabras, ¿siguen siendo válidas hoy?

No, si las entendemos como que todos los no cristianos están condenados al infierno. Pero significa que, en cierto modo, uno necesita a la madre aunque no la conozca, la comunidad que te alumbra la fe y te entrega a Dios. San Cipriano habla de la relación entre Dios y la Iglesia en el contexto de la persecución. Alude a gentes que abandonan la Iglesia por miedo al martirio y que, sin embargo, creen seguir aferrados a Jesucristo, a Dios. A ellos les dice que quien abandona la comunidad viva, el cuerpo vivo, sale del arca de Noé para entregarse al diluvio. En este sentido muestra la inseparabilidad de la fe en Jesucristo y en la Iglesia.

Dicho de otra manera: no puedo convertir a Cristo en propiedad privada y pretender tenerlo para mí solo. De Cristo, en cierto modo, también forma parte la incomodidad de su familia. La fe se nos da incluida en ese nosotros, de otro modo no existe. Cipriano no inventó teoría alguna sobre lo que Dios haría con los que no conocieran la Iglesia. También san Pablo, que tanto insiste en la Iglesia, dice que tenemos que comportarnos bien dentro de la Iglesia, lo que Dios hará con los de fuera, lo hará Él, los juzgará Él. Así que tampoco Pablo desarrolla teoría alguna sobre cómo acabará Dios con los demás. Sin embargo, afirma que aquel que ha visto a Cristo no puede separarlo de la Iglesia, tiene que vivirlo dentro de ella.

Esta cuestión ha mantenido su palpitante actualidad a lo largo de dos mil años.

Quizá pueda añadir unas palabras: hoy la situación ha cambiado aún más. Johann Baptist Metz dijo una vez que hoy estaba en vigor la fórmula: «Dios, no; religión, sí». Se desea tener cualquier religión, esotérica o lo que sea. Pero se rechaza un Dios personal, que habla, que me conoce, que ha dicho algo concreto y se acerca a mí con una demanda concreta y que también me juzgará. Ocurre que la religión se aparta de Dios. No se quiere prescindir del todo de ella, y se aspira a experimentar de diferentes maneras esa sensación de lo distinto, esa peculiaridad de lo religioso. Pero si falta Dios, si falta el deseo de Dios, eso se convierte en última instancia en algo carente de compromiso. En ese sentido no nos hallamos tanto en una crisis religiosa –las religiones proliferan– como en una crisis de Dios.

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