Siembra y cosecha

TSO se siente algo perturbado al considerar la (aparentemente escasa) influencia que han tenido algunos escritores católicos de fuste sobre sus amigos más cercanos, en términos religiosos.

Pensar, por ejemplo, que la gran amiga de Flannery O´Connor, Betty Hester, destinataria de tantas cartas de tanta fuerza, dejó la Iglesia y murió atea.
¿No es este fracaso un punto en contra para Flannery? ¿No arroja alguna duda sobre su obra y su religiosidad?
Es fácil responder «no», pero es difícil creer con toda el alma en ese «no». El fracaso, a nuestros ojos, mancha; más que el pecado.

Yo he sentido algo parecido con otros; con Chesterton, sin ir más lejos. Al mismo tiempo que me alegraba su fuerte amistad con tantos ateos, y el aprecio que muchos escépticos le tenían y le siguen teniendo, alguna vocecita insidiosa me decía: «Sí, muy simpático y muy amable el tipo; elegancia inglesa, gracias que todos disfrutan. Sí. ¿Pero… cuáles son los frutos de conversión ? ¿No hay en eso una especie de indulgencia, un miedo a la pelea sangrienta ? Montones de páginas bien escritas, con argumentos ingeniosos y profundos… que son aplaudidos por los mismos ateos y que sin embargo no los convencen en lo más mínimo -Borges-… ¿Es realmente una virtud eso? Se supone que escribe para hacer apreciar el catolicismo; y en cambio sólo logra que lo aprecien a él, y su prosa.»

De nuevo, es fácil tirar respuestas.
Que él hizo lo que pudo. Que de hecho logró muchas conversiones. Que si no fuera por él, el catolicismo anglo-americano de hoy sería otra cosa. Que no esquivó las discusiones «sangrientas», que gastó plata y salud en defender la verdad. Pero no es fácil hacer callar a aquella vocecita… que en mi caso, además, tiene un ejemplo muy cercano: yo mismo; que leí y admiré a Chesterton sin ser cristiano, y sin convertirme.

Y sé si pueden darse respuestas mucho más convincentes.
Sólo queda atenerse a la noción (que creemos sin verla del todo, casi como la fe) de que lo que el mundo llama éxito vale bien poco, y que la eficiencia verdadera de un cristiano no la sabemos medir.
Y, finalmente, lo que decíamos no hace mucho, sobre los fracasos de San Pablo en Atenas… y sobre todo, los fracasos del mismo Jesús. No sólo con el joven rico. Después de todo, el sábado santo más de un judío estaría diciendo algo parecido a lo de arriba : «Sí, el tipo tenía arrastre, todos lo escuchaban embobados… qué bien que habla, cómo sabe. Parecía que lo iban a hacer rey. No tengan miedo, les decía. Y mirá ahora…»

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