El problema

—Sí, sí, uno puede criticar esto de acá y lo de más allá, y tal vez de vez en cuando acierte… pero, en el fondo ¿sabés cuál es gran mal, el verdadero problema ?

—El problema … ¿con qué?

—Con todo… con la Iglesia, con el país, con el mundo.

—A la flauta. Decíme.

—El verdadero problema son los que …

—Perdón, perdón. Antes de seguir. ¿El problema, según vos, sería un grupo de gente?

—No, no es una demarcación de personas; se trata más bien de una actitud,una disposición espiritual, que distintas gentes tendrán en distinta medida. Pero resulta más gráfico -y más cómodo- hablar de personas, más o menos imaginarias, que ilustran esta actitud en su forma extrema. ¿Está bien? ¿Puedo seguir?

—Bueno, adelante.

—Bien. El gran problema… son los que están convencidos de saber dónde está el gran problema.

—…

—Me explico.

—Mejor…

—Por ejemplo… ¿viste esos curas que…?

—¿No podrías poner otro ejemplo? No me parece mal de tanto en tanto un poquito de anticlericalismo, al contrario, pero lo tuyo ya…

—Ja…hace poco me han tildado de clerical, sin embargo.. No importa. Tenés que haber escuchado (casi todos los domingos, me temo) a tal o cual cura «anti-pre-cv-II», que en cada sermón, y sin que venga a cuento, se pone a evocar cómo eran las cosas «antes del concilio», y cómo han cambiado (por suerte, claro está). Tono cómplice, nada agresivo. «Tal vez acá las personas mayores se acuerdan cómo era antes … » y ahí nos sale con algún rasgo antiguo-preconciliar-superado; el temor de Dios (o el infierno), las normas, las exterioridades, el triunfalismo, la falta de sentido comunitario, rasgos puritanos, desprecio al cuerpo, etc…

—Bueno, alguna cuota de razón puede tener, ¿no?

—Seguro. Pero ¿por qué caer en eso? Ni a sus feligreses le sirve -ellos tienen otros problemas y otras necesidades-, ni a él mismo. ¿Por qué tiene que decirlo? Porque alguna vez (en el seminario, es de suponer) le han mostrado: «Ahí está el problema, contra eso es lo que tenemos que luchar», y él se lo ha creído. Y se ha quedado congelado -intelectualmente, espiritualmente- en esa lucha; imaginaria, en gran medida; con sus slogans y sus lugares comunes (palabras como «comunidad», o «servicio», que no se les caen de la boca) y sobre todos sus males más o menos imaginarios. Y no ve males más reales y urgentes (a su alrededor y en su interior), y por lo mismo, no ve otros bienes -y no se ocupa de cultivarlos y hacerlos crecer, como es su obligación principal. La obsesión por extirpar un tipo particular de cizaña, no sólo hace arrancar el trigo; hace perder de vista otras cizañas más urgentes -y acaso más íntimas-, y sobre todo descuidar el cultivo de la buena semilla.

—No sé, no estoy seguro de que sea un caso muy frecuente, ni tan grave…

—Es sólo un ejemplo. Puedo ponerte mil, de todos lados. El tradicionalista que ha secado su alma en la lucha contra las herejías progresistas, que imagina entender lo que «verdaderamente» el catolicismo, que se enfurece por las desprolijidades litúrgicas y que, si en su mano estuviera (y aun reconociendo que no todo el pasado es mejor) haría volver la Iglesia un siglo atrás. Sé de católicos que ven en su misa dominical una especie de prueba a su paciencia, y lo único que le piden es «corrección» (que el cura no haga pavadas, digamos); el resto (digamos: que la liturgia tenga una piedad viva y no meramente respetuosa de la rúbrica; o que la celebración tenga una dimensión horizontal, comunitaria, sensible) todo eso es un «plus», en el mejor de los casos. Sospecho que algunos de estos católicos pueden llegar a entrar al seminario, no con la idea de entregar su vida (sus apegos y sus simpatías incluidas), y así salvarla, sirviendo a Dios en su Iglesia; sino con la intención primera de recomponerla, o al menos, de engrosar las filas de «los católicos fieles» (así he oído que se consideran) dentro del clero, para ayudar a evitar que los impuros copen la Iglesia y dilapiden la liturgia, el dogma y la tradición.

—Bien, ya les pegaste a los curas de los dos costados. Todo un alarde de equilibrio. ¿Dejamos un ratito al clero en paz?

—Uf. Sabés que de éstos los curas són pocos. Igual, quedándonos en el rubro religioso, podríamos mentar a otros. Por ejemplo, ya ves el tinte que está tomando el catolicismo español actual -tipificado en la mayoría de los blogs- centrado en la oposición exasperada al PSOE y al «lobby gay» (como les encanta decir), y que coquetean con el liberalismo. O («la otra derecha») el catolicismo más tradicionalista «duro» (más argentino y mexicano que español, pareciera), orgullosamente reaccionario, con sus propios enemigos ( el comunismo y el capitalismo vistos como la misma cosa -siempre es cómodo eso-, las conspiraciones del dinero y la masonería, el dominio de los medios que lavan el cerebro de los hombres). Pero ya nos estamos yendo hacia la política…

—No sé con qué me quedo.

—Sí, mejor vamos hacia terrenos menos turbios. Pero no dejaremos la política sin citar el ejemplo más frecuente: la posición socio-polítíca (demasiado nombre para tan poca cosa) de la inmensa mayoría, ese progresismo de una tibieza y una incosistencia deprimente: todos somos buenos y no discriminamos (a los homosexuales menos que a nadie) y buscamos un mundo mejor, y todos tienen el derecho de hacer lo que quieran, con tal de que no molesten, y viva la ecología y pobrecitos los hermanos indígenas, y que simpáticas son las religiones orientales y la pacha mama (todas las religiones son simpáticas mientras sean lejanas) y qué suerte que vivimos ahora que todos somos tan buenos, imaginense lo que serían las tinieblas de la edad media, y ahora todos podemos decir lo que queremos, y hasta elegimos a nuestro presidente, fíjense. Y aceptamos todas la religiones, (son útiles para los que no pueden pagar un analista) mientras no se quieran meter en la vida pública, claro. Ahhh… no saben lo que era todo antes. Antes, la gente (las mujeres sobre todo) eran tontos, dominados; el hombre hacía lo que los curas le decían, las mujeres hacían lo que los hombres les decían; ahora en cambio, hacemos lo que queremos, y disfrutamos de la vida. Y qué lástima que, estando todos de acuerdo (sobre todo los que escriben en los diarios y hablan por televisión) todavía el mundo no ande tan bien, pero todo llegará. Todos somos iguales, salvo los que no son como nosotros; es una lástima, pero hay enemigos. No son los comunistas, claro, sino los fascistas. Y los anticomunistas. Y los «de derecha». Los católicos .. no todos, algunos son de izquierda; pero los de derecha son de lo peor. Ah, y los militares; y la maldita policía. Y Bush. Y Menem. Y Aznar. Y EEUU. Y el Vaticano. Y el capitalismo. Y el liberalismo. Y el neo-capitalismo, y el neo-liberalismo y todas sus variantes (no sabemos muy bien sus diferencias, pero basta con saber que son malas). Y los represores, los homófobos, los xonófobos, los antisemitas, los nazis, los reaccionarios…

—Bueno, bueno, suficiente. Se entiende la idea… Pero esta variante, por extendida, debe ser más inofensiva, supongo yo… Y en todo caso, no debe ser tan común entre los que leen esto.

—Puede ser. Pero el principio es el mismo. Siempre la energía afectiva está centrada en un enemigo, apenas real. Y siempre es un espejismo, una trampa. La chica que desprecia a su abuela «obediente y casera», cree hacerlo en nombre de una vocación a una vida más plena y feliz; y su vida, es menos plena y feliz; haría mejor en tratar de vivir primero una vida más plena y feliz… para lo cual, acaso, ayudaría tratar de querer y admirar a su abuela. Lo mismo para muchacho que se enfurece contra los españoles que «exterminaron a los indios» y se enternece con el machu picchu y la pacha mama… pero después se ríe de los que van en procesión a la Virgen de Luján y se enoja con los que quieren defender el catolicismo en su faz cultural. Así también el cura progresista que lamenta la estrechez exclusivista de los tiempos preconciliares, tal vez haría bien en ser menos estrecho y más inclusivista con respecto a sus feligreses de sensibilidad tradicional. Y así. Pero no es este el punto.

—¿Y cuál es?

—Lo que decía al principio. El problema es creer saber dónde está el problema, como algo conceptualmente fijado. Eso es una trampa letal. Fijar la vista en el mal, en lugar de fijarla en el bien. Sobre todo cuando el mal así identificado nos agobia, nos angustia y nos impacienta; como un tumor a extirpar; cuando casi sentimos que «si pudiéramos eliminar eso», el mundo respiraría; no sería un paraíso, pero … sería un alivio, pensamos…

—Si no entiendo mal todo lo que decís (que por otro lado está un poco recargado, y no es muy original) hay varias objeciones obvias.
La primera, que esa advertencia parece una apología del quietismo. Para luchar contra el mal, es necesario verlo y -en cierta medida- escandalizarse. No sé si estás diciendo que ese escándalo hay que reprimirlo, que no hay que luchar contra el mal, o que esa lucha debe ser solamente interior, espiritual o qué se yo.

—Ninguna de esas cosas, aunque algo de todas ellas. Pero queden las respuestas para otro día, esto ya está muy largo.

—Anoto rápido, entonces, un par de objeciones más. Objeción histórica: muchos santos -y afines- se han dolido y han luchado contra males de ese tipo; Agustín contra el pelagianismo; Teresa se angustiaba pensando en «los luteranos»; Kierkegaard contra el hegelianismo; más: la Iglesia docente, el mismo Papa actual cuando denuncia tal o cual mal moderno.
Objeción semi-ad-hominem: si decís que el problema son los que creen saber dónde está el problema, entonces vos sos parte del problema.

—Vamos, eso último no es una objeción.


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