Hipérboles ( 2 )

Me comenta un lector, sobre la parábola del camello y el ojo de la aguja que yo puse como ejemplo de estilo hiperbólico:
«Las agujas que habla Cristo no son las de coser, sino las llamadas agujas de las típicas contrucciones árabes: espacio por dónde solo pasa una persona, un camello dificílmente lo hace, pero de hecho podría.»
Ah… sí, conocía esta exégesis arquitectónica; creo que es bastante antigua. Nunca me hizo demasiada gracia. Casi menos que al cura de Torcy de la novela de Bernanos, cuyo fragmento de monólogo copio abajo.

Sucede que esa interpretación —como otras menos antiguas— me suena como algo buscado para eliminar estridencias, para suavizar escándalos y durezas (desde la doctrina hasta el estilo literario). Y dejando aparte la aplicación de esta imagen del camello y la aguja, quedándonos solamente con el estilo, vemos que Jesús era naturalmente (y humorísticamente; un poco como los niños, tal vez) hiperbólico.
Dice Chesterton:
…Hasta el estilo literario del Cristo es peculiar, y sólo en él creo que se encuentre: con siste en el uso casi abusivo del a fortiori. En el eslabo namiento de su frase («si tal cosa es así, cuanto más lo será tal otra»), el cuanto más remeda la arqui ra de un castillo encaramado sobre otro castillo hasta tocar las nubes.
De Cristo se ha dicho siempre, y con razón, que es dulce y sumiso. Pero las cosas que Cristo ha dicho son siempre gigantescas : su estilo está lleno de camellos que pasan por el ojo de una aguja y de montañas que se precipitan en el mar.
Chesterton no será una autoridad en crítica bíblica; pero acá no hablamos de crítica sino de buen sentido. Viene bien el ejemplo que acompaña: la imagen del camello que pasa por el ojo de la aguja —en la interpretación ingenua—, pega muy bien la montaña que se zambulle en el mar.

Y no son los únicos ejemplos. Otras dos notorias desmesuras, entresacadas de las parábolas:

Una: La deuda del siervo sin misericordia.
Muchos han notado que la cifra adeudada (10.000 talentos) es, para la época, astronómica; una desmesura.

Dos: la harina que la mujer pone a fermentar. Si nos fijamos en las medidas, se trata de una pizca de levadura en 40 kilos de harina (pan para unas 150 personas). Un ama de casa desmesurada, también…

Y bueno. Por todo esto y provisionalmente, a falta de mejores argumentos, yo me quedo con la lectura ingenua.
«—Ves… cualquier imbécil, el primer llegado, no sabría permanecer insensible a la dulzura, a la ternura de la palabra, tal como nos las refieren los Santos Evangelios. Nuestro Señor lo ha querido así.
Desde luego, está bien. Sólo los débiles o los pensadores se creen obligados a hacer mover las pupilas y mostrar lo blanco de los ojos antes de haber abierto la boca. Además, la Naturaleza obra igual : ¿es que para el tierno infante que reposa en la cuna y que toma posesión del mundo con su mirada abierta la antevíspera, no es la vida toda suavidad y caricia? Y sin embargo, la vida es muy dura! Date cuenta además que si se toman las cosas por su lado bueno, no es tan engañosa como aparenta pues la muerte no pide más que mantener la promesa hecha en el alborear de los días; y la sonrisa de la muerte, por ser más grave, no es menos dulce y suave que la otra. Dicho brevemente, la palabra se hace pequeña con los pequeños. Pero cuando los Grandes – los Soberbios – creen difícil repetírselo como un simple cuento de hadas sin celebrar más que los detalles enternecedores y poéticos, me da mied;, miedo por ellos, naturalmente. Escuchas al hipócrita, al lujurioso, al avaro y al mal rico – con sus labios gruesos y sus ojos brillantes – arrullar la Sinite Parvulos [Dejad a los niños venir a mí…], y parece que se fijara en las palabras que siguen, acaso las más terribles que el oído del hombre haya escuchado : «Si no sois como uno de estos pequeñuelos, no entraréis en el reino de Dios».

Repitió el versículo como para sus adentros y siguió hablando con la cabeza escondida entre las manos.

—Lo ideal seria no predicar el Evangelio más que a los niños. Nosotros calculamos demasiado, ese es el mal. Así, no podemos hacer otra cosa que enseñar el espíritu de pobreza, pero eso, pequeño, es bastante duro. Entonces se trata de arreglarse mejor o peor. Y se comienza primeramente por dirigirse sólo a los ricos. Ricos Satanases… Son unos hombres muy poderosos, muy astutos, que tienen una diplomacia de primera clase. Cuando un diplomático debe estampar su firma bajo un tratado que le disgusta, discute cada cláusula. Una palabra cambiada por aquí, una coma desplazada por allí, todo termina por amontonarse. Pero esta vez valía la pena: se trataba de una maldición. Aunque, en fin, parece que haya maldiciones y maldiciones. Y entonces es cuando hace su aparición la otra frase : «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos… » Date cuenta de que soy el primero en hallar duro el texto y que no me opongo a las distinciones ; eso ocasionaría bastantes disgustos a la clientela de los jesuitas. Admitamos, por tanto, que Dios ha querido hablar de los ricos verdaderamente ricos, de los ricos con espíritu de riqueza. Bien. Pero cuando los diplomáticos entonces sugieren que el ojo de la aguja era una de las puertas de Jerusalén —solamente un poco más estrecha— de manera que para entrar en el reino, el rico no se exponía más que a arañarse las pantorrillas o rozarse los codos de la hermosa túnica… qué quieres, eso me fastidia. Sobre los sacos de escudos, Nuestro Señor hubiera escrito con su propia mano «Peligro de muerte», como hace la administración de obras públicas sobre los pilones de los transformadores eléctricos …»

(De «Diario de un Cura Rural», G. Bernanos)

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