Santos

De una carta de Leon Bloy a un sacerdote (1912).
…Sin embargo, veo en su carta una línea que no apruebo.
«Yo no tengo el alma de un santo«, dice, hablando de usted mismo. ¡Y es al autor de «Exégesis de lugares comunes» a quien le dice usted esto!
Pues bien : yo le contesto con certeza que tengo el alma de un santo; que mi casero, que es un odioso burgués, y mi panadero y mi almacenero que son tal vez horrendos canallas, todos tienen almas de santos y están llamados todos, como usted, como yo o como San Francisco o San Pablo a la Vida eterna y rescatados al mismo precio, magno precio empti estis. No existe hombre alguno que no sea un santo… virtualmente, y el pecado o los pecados, incluso los más horrendos, no son sino el accidente y en nada alteran la sustancia.

He ahí, a mi juicio, el verdadero punto de vista. Cuando voy al café a leer diarios innobles o estúpidos, miro a mi alrededor a los parroquianos, veo su alegría torpe, escucho sus imbecilidades o sus blasfemias y me digo que estoy allí entre almas inmortales que se ignoran, almas hechas para la adoración eterna de la Santísima Trinidad tan preciosas como los espíritus angélicos; y a veces lloro, no de compasión sino de amor, pensando que todas ellas, sea cual fuere su presente ceguera y cualesquiera sean los gestos aparentes de los cuerpos, irán a pesar de todo, invenciblemente, a Dios, que es su fin necesario.

¡ Ah, si se supiera cuán bello es esto! Pero usted sí lo sabe, y debería enseñármelo, si yo no lo supiera. ¡Qué pobres cristianos somos! Hemos recibido el Sacramento del Bautismo, el de la Confirmación, el del Orden en algunos casos … ¡y a pesar de todo ello carecemos de carácter!

Hay una forma engañosa de humildad, que se asemeja a la ingratitud. Nosotros hemos sido hechos santos por Nuestro Señor Jesucristo, y no nos atrevemos a creer y a decir firmemente que somos santos…

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