Vindicación de lo convencional

Cuando Hellen Keller descubrió de qué se trataba el lenguaje humano… Un momento. ¿Todo el mundo sabe de qué estoy hablando, todos conocen la historia?

Paréntesis – puesta en tema. Hoy, 3 de marzo, se cumplen 128 años desde el día que Anne Sullivan llegó a casa de los Keller, en Alabama, para tratar de sacar a Helen de su tremendo aislamento. La niña, de seis años, era ciega y sorda desde bebé (19 meses), y su vida era poco más o menos la de un animalito. En su rol de maestra (y a tientas, sin muchos precedentes), Anne Sullivan pasó semanas tratando de entablar una comunicación, pero sólo logró al principio inculcarle un poco de disciplina (los padres, comprensiblemente, la malcriaban).

En aquel entonces, el medio de comunicación que se usaba con ciegos y sordos era escribir las letras en la palma de la mano. Pero, claro, eso sólo funcionaba con gente que había perdido sus facultades de adulto. Helen aprendió, sí, a repetir algunas palabras que la maestra delehelentreaba en su mano (DOLL = muñeca, fue la primera), y hasta a hacer algunas asociaciones de esas «palabras» con cosas. Pero al modo que un perro asocia el ruido de las llaves al abrir la puerta, o como un loro aprende a hablar, sin captar en absoluto la esencia del asunto.

No era sólo que no supiera leer y escribir, era algo más elemental y profundo: no imaginaba lo que era el lenguaje, no concebía la intención de su maestra al hacerle repetir esos signos. Era además impaciente, irritable y violenta. Sin embargo, también se veía que tenía inteligencia, y hasta cierto punto sabía comunicarse: una vez le regalaron una muñeca de trapo improvisada, y al notar que no tenía ojos, se quejó con los gestos naturales, llevándose los dedos a sus ojos, y hasta buscó unos botones y reclamó con gestos que se los cosieran. Y, a pesar de todo, parece que entre esa comunicación y la verdadera comunicación humana, la que se vale del lenguaje no importa el idioma, ni la forma de expresión (oral, escrita o lo que fuera)… había un muro enorme que los padres ya desesperaban de poder franquear.

La historia fue contada muchas veces (por Castellani, entre otros), y hay varias obras de teatro y películas. “The miracle worker” de 1962 es la más conocida, creo;  hay una remake, no mala, del 2000. Ambas tienen el mérito (heredado del guión teatral) de no machacar con los logros adultos de Helen, culminan en lo que es el auténtico clímax: cuando ella, repentinamente, ante la enésima repetición de una palabra deletreada (WATER) bajo la bomba de agua… cae. La comprensión no fue gradual, fue más bien como un salto, como si alguien hubiera encendido la luz en una habitación a oscuras. ¡Cada cosa tiene un nombre! Podemos comunicarnos, usando estos nombres; ¡y esto es lo que mi maestra quiere enseñarme!… Enseguida empezó a preguntar los nombres de las cosas, y en ese solo día aprendió varias palabras. Con ello también adquirió una gran alegría y aprecio por su maestra, y se volvió docil, cariñosa, feliz. El resto fue fácil… relativamente.

En fin, el episodio es célebre, y con razón – aun descontando las inevitables estilizaciones y sentimentalismos, es emocionante y muy sugerente.  Lo que a mí me sugiere ahora (pero, ya saben, yo vengo descarriándome, cuesta abajo en mi rodada humanista) es… digamos… una pequeña vindicación de lo convencional. Precisamente en lo que la convención humana tiene de creativo e intencional.

(continuará)

4 comentarios sobre “Vindicación de lo convencional

  1. abeldellacosta

    Hay un episodio emocionante en Sinuhé el egipcio (la novela de Waltari, no el relato egipcio original) que es cuando a Sinuhé, que va a aprender a escribir a un maestro del pueblo, se le «revela» que esos dibujos que hacen tediosamente cada día con los estiletes sobre la tablilla, resulta que «dicen» algo. Es maravilloso el episodio y sobre todo el carácter súbito, que coincide con ese momento que comentas.

  2. Rodrigo Robert

    Me recuerda varias cosas…
    Adán «dando» (o descubriendo) nombre a las cosas en la prístina mañana de la creación…
    La célebre opera Turandot donde las adivinanzas y La adivinanza del nombre es la llave del amor…
    La película «Manto Negro» donde el jesuita hace mágia al hacer decir a otro lo que un tercero pensó.
    Y la inmensa cantidad de monjes que cavilaron los nombres de Dios, el nominalismo… y algunos siguen hasta hoy.

  3. Francisco Marconi

    …O esa extraña película Ghibli «Cuentos de Terramar» cuyo argumento si mal no recuerdo giraba en torno al poder que sobre las cosas se tiene al poseer sus nombres.
    Es muy hondo el misterio en la relación entre las palabras y las cosas. Pienso que no se trata simplemente de que las cosas están allí esperando un nombre, pero intuyo que tampoco hay porqué creer que el lenguaje crea la realidad. La respuesta debe estar oculta tal vez por un principio lógico de indecibilidad.

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