Aire

—… No supondrás ¿verdad? que todas tus aventuras y escapadas fueron producto del azar, y sólo para beneficio tuyo. Te considero una excelente persona, señor Bolsón, y te aprecio mucho; pero, después de todo, ¡eres sólo un pequeño individuo en un mundo enorme!

—¡Gracias al cielo! -dijo Bilbo riendo, y le pasó el pote de tabaco.

Tolkien – El hobbit

Creo que se entiende, en su contexto, cómo es que «elegir el mundo en lugar de la familia» puede ser un signo de salud y de madurez. Y que decir aquí «mi familia» es decir «yo», lo mío, mis dominios y mis problemas. Que madurar implica reconocer que yo no soy el centro del universo, que mi deseo de reunir la familia —y al precio de una ciudad destruida milagrosamente por un volcán— no tiene nada de virtuoso: es egoísta e infantil. Niños y adolescentes son normalmente egoístas, aunque en distintas maneras, acaso inocentes – pero de uno y otro egoísmo hay que desprenderse. Crecer es ver que el «yo y mis cosas» que tanto me preocupan son pequeñeces – y aceptarlo, no con resignación sino con alivio, como una verdad benéfica y liberadora. Alegría natural y espontánea de constatar que el mundo, en comparación con mi yo y lo mío, es magníficamente grande.

La primera referencia libresca que me vine a la mente es aquella respuesta (risa incluida) de Bilbo a Gandalf, que cierra el libro. Saberse un individuo pequeño en un mundo enorme es motivo de alivio y gratitud – para un hobbit sano.

También recuerdo (vaya referencia inútil…!) la reflexión que hacía aquella chica al final de «Puedo escuchar el mar«, en la reunión de ex-compañeros de secundaria, tras lamentar las enemistades absurdas y las miserias afectivas de pocos años atrás: es —decía— como cuando uno es niño, que cualquier tontería te afecta una enormidad; es porque en ese entonces tu mundo es demasiado pequeño. Y se sobreentiende la trasposición de aquellas rabietas infantiles a los conflictos humanos (tan ardientes como triviales) de la adolescencia pasada. Este deponer armas y hacer las paces con personas (y tribus, instituciones, músicas, ideas) que antaño uno odiaba o despreciaba con orgulloso énfasis, esta renuncia a ciertas obsesiones, puede parecer a algunos ojos (adolescentes) una pérdida culpable de pasión, un entibiamiento. Pero, de esto, nada; y de aquellas pasiones, mejor las menos.

Una referencia más autorizada y apta puede ser lo que dice Chesterton a propósito de ciertas formas de morbo mental, sobre la necesidad de dar aire y de ampliar los horizontes:

… la característica más siniestra [de una mente enfermiza] es esa horrible lucidez para captar el detalle; una facilidad de conectar entre sí dos cosas perdidas en su mapa confuso como un laberinto. Si uno se pone a discutir con un loco, es muy probable que lleve la peor parte; porque en muchas formas la mente del loco es más ágil y rápida, al no hallarse cargada de todo lo que lleva aparejado el buen juicio. No lo entorpecen el sentido del humor, ni la caridad, ni las mudas certidumbres que da la experiencia. El loco es más lógico por carecer de ciertos afectos sanos. La frase común que se aplica a la insania, desde este punto de vista, es errónea. El loco no es el hombre que ha perdido la razón. Loco es el hombre que ha perdido todo, menos la razón.

[…] la señal de locura más consistente e inconfundible es esta combinación de una lógica que engloba todo con un espíritu atrofiado. La teoría del lunático explica un grandísimo número de cosas, pero no explica esas cosas con grandeza. Quiero decir que si uno debe lidiar con una mente que se torna mórbida, lo indicado sería no tanto darle argumentos como darle aire, hacerle vislumbrar que hay una región más limpia y fresca, más allá de su único argumento asfixiante. Supongamos que fuera, por ejemplo, el caso del paranoico que acusara a todo el mundo de conspirar contra él. Si pudiéramos expresar el fondo de los sentimientos que nos inspira su obsesión, yo creo que le diríamos algo así:

—Bien, admito que tienes tus buenas razones, que eres sincero, y que muchas cosas encajan con lo que dices. Admito que tus explicaciones explican muchas cosas, pero ¡cuántas cosas dejan fuera! ¿No hay en el mundo otras historias aparte de la tuya? ¿De veras piensas que todos los hombres se ocupan de ti? Suponte que admitimos los detalles; quizás aquel hombre en la calle simuló no verte; tal vez aquel agente que te preguntó tu nombre en verdad ya lo sabía. Pero ¡cuánto más contento estarías si descubrieras que en realidad esa gente no tiene idea de tu existencia! ¡Cuánto más grande sería tu vida, si tú mismo ocuparas menos lugar en ella! ¡Si pudieras mirar a los otros hombres con simple curiosidad y agrado, si pudieras verlos paseando su radiante egoísmo y su viril indiferencia! En cuanto comprobaras que no se interesan en tí, comenzarían a interesarte. Así podrías evadirte de ese teatro chapucero y mezquino donde siempre se representa tu pequeño drama personal, y te encontrarías bajo un cielo más libre, en una calle llena de espléndidos desconocidos

G. K. Chesterton – Ortodoxia

Es un fragmento bastante difundido, aunque más por el primer párrafo que por el último – y este es el que más me interesa aquí, sobre todo por lo subrayado. Además, sucede que estos textos de Chesterton son muy citados en ambientes cristianos militantes, que los esgrimen exclusivamente como armas contra enemigos ideológicos, y —me parece— ni se les ocurre preguntarse si a ellos mismos, y precisamente en cuanto tales militantes cristianos, no les cabe el sayo (o el chaleco de fuerza), si la exhortación final no podría tenerlos a ellos por destinatarios privilegiados (y no me excluyo, claro – ni siquiera lo excluyo del todo a Chesterton – y ni hablemos de Castellani…).

2 comentarios sobre “Aire

  1. abeldellacosta

    Estupendo comentario, y por muy conocido que sea el fragmento de Chesterton, yo no lo conocía en absoluto, chapeaux!
    Como comentario marginal te diría que le tengo un miedo terrible e instintivo al diálogo con la locura, precisamente por su gran racionalidad, así que me llamó mucho la atención que Chesterton lo observra precisamente así.
    Muchas gracias, y feliz navidad.

  2. Francisco Marconi

    A mi me parece que para hablar de racionalidad en el mal sentido de la palabra hay que tener más cuidado. Como quise decir cuando comentaba el pecado del crank, la razón humilde es el arma correcta contra la razón parcial, es decir, la razón que reconoce sus límites y guía al resto de las facultades mentales (intuición, emocionalidad) y que efectivamente discierne cuando debe esperar y dar aire al interlocutor pero porque conoce la aporía, falacia o incompletud en su argumento. Si no lo conoce, entonces por honestidad intelectual debe callar y no desdeñar esta locura creyendo en un mundo seguro, libre de conspiraciones, a priori, por aquella virtud de la confianza. Y en relación a esto cabe preguntarse también hasta dónde uno es libre para creer algo y si se puede distinguir las creencias derivadas de la evidencia, la confianza y el dogma.

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