Deshinchar a Castellani (6)

Interrumpo brevemente el registro «martillo de herejes» de Castellani (bueh, hasta ahí) porque estoy viendo que eso me llevaría a lo que me parece más importante y grave (su figura como maestro, «pensador clarividente» y «hacedor de luz») y prefiero antes sacarme de encima algunos lunares suyos que me importan menos.

¿No sería mejor soslayarlos, si te parecen menores? ¿Acaso estás interesado en rebuscar todos los pecados del cura? No. Primero, creo que son lunares secundarios frente a lo otro, pero igual son relevantes y debe ser reconocidos. Segundo, se trata de su actividad pública, no de su vida privada. Tercero, creo que no son pecados aislados, sino parte del cuadro clínico.

Algunos de estos lunares secundarios , a mi ver, son: sus plagios, su falso doctorado, su antisemitismo. Vamos a lo primero.

Resulta que, según todas las evidencias, Castellani cometió la falta de plagiar algunos escritos. Alguno argumentará que el concepto de plagio (derecho de propiedad -legal o moral- del autor intelectual) es algo… moderno: que para los medievales la obra artística no era de nadie y era de todos, las pinturas anónimas de las catedrales, etc. Defensa difícil de sostener, a no ser en broma. Sobre todo, porque el mismo Castellani denunció otros presuntos plagios; y no en plan amistoso precisamente:

… varias herejías oscuras, que los llamados reformadores plagiaron asquerosamente; y así, todo lo de Lutero y Calvino está punto por punto en Wicieff y Jan Huss… Marx transcribió a la letra el proyecto de Graco Babeuf, en su parte de acción, que la parte de teoría no la ha leído nadie hasta ahora (excepto Hilaire Belloc y Lenín) y está también plagiada casi toda de los economistas ingleses. (Jauja 18 – 1968)

Rousseau: cuyo «Contrat Social» puede darse como un plagio afortunado de Hobbes. (Jauja 1 – 1967)

… aquí en Buenos Aires, el crítico es privilegiado… puede plagiar párrafos de la Enciclopedia Espasa cambiando las palabras castellanas por palabras en francés o en jerigonza…

El cuento «El Evangelio según san Marcos», que él declara el mejor del tomo [Borges: «El informe de Brodie» – 1970], es un plagio de uno inglés de Harrison, «An alien agony», publicado por Nova Publication, y recogido en la antología More Penguin Science Fiction, Penguin Books. Puede que no sea plagio, sino simplemente una adaptación o trasposición. No tengo a mano ahora el original inglés para cotejar.

(Nueva crítica literaria – Verbo – 1972).

Lo de Lutero, Calvino, Marx y Rousseau se inscribe dentro de su registro anti-hereje desdeñoso que veníamos viendo. Ridículo.

Pero lo de Borges tiene más miga. Curiosamente, Castellani aquí tiene razón, si no me equivoco; y los críticos (bueno… Google) parecen no haberse enterado. No entiendo muy bien qué espera del cotejo con el original inglés: es obvio que la idea es la misma y el ropaje es muy diferente (nadie va a esperar que el original inglés de «Science Fiction» va a hablar de paisanos vecinos a la laguna de Gómez ¿no?). Pero lo más sugestivo es la concesión tardía: puede que no sea plagio sino adaptación. Me pregunto si el cura no estaría entonces pensando en sus propias adaptaciones…

Los presuntos plagios más notorios del cura son dos:

Primero, en cuento «El misántropo«, incluido en el libro «Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas». Es un plagio de un cuento de J. D. Beresford (con el mismo título!). (Esto lo notó Rodolfo Walsh en su linda «Antología del cuento extraño», tomo 1; lo hizo sin nombrar al pecador, y no sin gracia: «[el relato] ha recibido entre nosotros los honores del plagio. Recibe ahora el más modesto de la traducción»; sepan los de afuera que Rodolfo Walsh es un conocido escritor y activista de la izquierda argentina, desaparecido en 1977; conocía al cura de sus tiempos nacionalistas, y apreciaba sus cuentos).

El segundo… Todavía me acuerdo, hace más de una década, iba yo en el subte leyendo un librito de ensayos de Belloc en inglés y… pero, cómo… ¿yo estoy loco? ¿esto no era un cuento de Castellani?… Al terminar, no me podían quedar dudas. «El caballo con alas«, del mismo libro (agregado en la edición de 1977) es una adaptación de un relato de Belloc.

¿Plagio o recreación? Yo diría: las dos cosas. No sé muy bien por dónde pasa la línea, pero supongo que, modificaciones más o menos, si hay una fuente original y no se indica su autor, es plagio.

Los otros casos que sé son mucho más dudosos, probablemente inocentes. En «El libro de las oraciones»: el soneto que empieza «Tanto penar para morirse uno/ tanto marchar para caer en cerco / tanto luchar sin resultado alguno / terco en mi error, y en mi desgracia terco.»… usa (sin aviso) dos versos de (dos sonetos de) Miguel Hernández; y el poema «Otoño» que empieza «Pobre hoja seca ¿dónde vas en vuelo…» es una adaptación (casi traducción) de este de Leopardi. Pero, me dirán, estas coincidencias (y si estas encontré yo, que casi no leo poesía, es de prever que habrá más) son traducciones o recreaciones o glosas; el autor original es sobreentendido o se omitió por descuido. Está bien.

También inocente se puede declarar este otro préstamo que le detecté (hace tiempo, cuando leía a Pieper y tenía las neuronas más frescas), una página de «De Kierkegord a Santo Tomás» (p .30, lo que sigue a «Bacon de Berulam dijo…» sobre todo) basada en  esta de Pieper (en castellano: «El descubrimiento de la Realidad»). Me dirán: no es más que el profesor que se basa en un texto de Pieper (poco antes lo ha nombrado, al autor al menos) para su clase o conferencia; no tiene nada de malo… Bueno, sí, aunque… Bueno, está bien.

Así en algunos lugares, tras varias páginas de explicaciones que suenan muy vívidas y muy suyas, se acuerda -a veces- de anotar que lo que el lector acaba de leer está sacado, más o menos literalmente, de tal libro o de sus apuntes de estudiante:

Este capítulo, «Aplicación a los estudios bíblicos», es un extracto de mis notas tomadas en las tres últimas conferencias del P. Marcel Jousse del curso pronunciado desde el 7 noviembre 1932 al 20 marzo 1933 en la «Ecole d’Anthropologie» de París…
(«El evangelio de Jesucristo» – Introducción – parte VII – nota al pie de página)

 Y «Cartas de un demonio a otro» es una obrita abortada (afortunadamente, creo), basada en el libro de C. S. Lewis; esto no iba a pretender ocultarlo. Ni hablar de plagio aquí. Sí, aunque… para qué… Bueno, está bien.

¿Algo más? Nada que yo sepa. (Bueno, para decirlo todo, hay dos relatos de «Cristo vuelve o no vuelve»: «El desquite de la mujer» y La muerte de Adán que a mí, no sé por qué, me resultan bastante sospechosos -además de que su «patetismo religioso» me huele medio mal- me cuesta creer que su estructura y motivo principal sea invención del cura. Esto es aventurado e irresponsable de mi parte, lo reconozco). Creo también recordar que en algún lado el cura protestaba contra la acusación de plagio que le habían hecho (no sé quién ni con qué fundamento) por «El enigma del fantasma en coche»; pero tal vez mi memoria me engaña.

(Actualizado: La originalidad de «El enigma del fantasma en coche» fue puesta en duda, parece, por una crítica en La Nación (5-II-1959). Lo que yo encontré es esto: una diez páginas del libro (empezando por «En la primavera de 1912 un alto y elegante joven», p. 92, continuando en «Dieciocho meses pasaron…», p 99 hasta fin de p.105) provienen de este texto de William Le Queux, quien es mencionado poco después; es una traducción prácticamente literal (comparar esas dos líneas con los comienzos de los cap. I y V). Es verdad que todo eso corresponde, en la novela, a una conferencia que un personaje lee de supuestos documentos policiales; pero la atribución se omite, y el lector puede quedar con la impresión de que, por más que el caso Bela Kiss es real, el documento es creación de Castellani, no de Le Queux).

(Actualizado 2: El remedo de poesía de Sancho («Yo vide un caballo tiple…») es una recreación de una de Lewis Carrol – y en el mismo cuento, el poema de Noé proviene de Chesterton)

La biografía de Castellani tiene la honestidad de «blanquear» el tema de los dos cuentos plagiados (junto con lo del falso doctorado que veremos en la próxima, y otros pecadillos), y apunta algunas causas y -acaso- disculpas: Castellani se creía un genio (con razón… dice Randle, el autor), y se preocupaba demasiado por cultivar esa imagen; algo de vanidad, inseguridad, ensimismamiento, soledad… Habría mucho más que decir. Habrá.

Restringiéndonos al tema de sus plagios: yo creo que al menos muestran que Castellani era (o podía ser) un buen repetidor-adaptador: los cuentos plagiados no son meras traducciones, él se aprovecha de la idea, pero la desarrolla con libertad y acaso con genio (genio literario, más que filosófico o teológico). A mí esos cuentos siempre (antes de saber del plagio, y después) me parecieron  de los más memorables de los suyos. Que el talento de Castellani se luzca más en el aspecto recreador que en el creador puede ser algo difícil de tragar entre sus fans. Yo creo que esa es la realidad. Y que esta realidad (en lo que tiene de virtud y en lo que tiene de defecto) también vale (quizás con menos evidencia, pero con más importancia) para su obra no literaria. Creo que el cura, más que (¿menos que?) un «gran maestro», tenía dotes de «buen profesor» -en el sentido humilde de esta palabra, que él usaba más bien en sentido despectivo. Y aun este encomio (que lo es) pide reparos.

 

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