eppur viva il papa

¿Qué opino del papa Francisco? ¿Cómo viví el tema? ¿Me gusta? ¿No me gusta? ¿No me resulta demasiado así, o demasiado poco asá? Aaahhh… sí, sí, that is the question. Multitudes me paran por la calle, lectores y periodistas me acosan con mails, tweets, mensajes… temo que cualquier día me llame el mismo Francisco para preguntarme. ¿Qué opino del papa?

Bueno, en realidad a nadie interesan mis opiniones, ni siquiera a mí. Y está bien. Creo que ya lo he dicho demasiadas veces: de todas las posesiones de los hombres, ese capitalito de opiniones y sentencias (aprobaciones y rechazos) sobre los personajes públicos y los grandes asuntos mundiales en los uno no pinta nada me parece el más mísero y banal, el que más energía nos roba y el que menos pesará en la balanza (¿cómo ‘qué balanza’,  hombre? la balanza).

Con eso y con todo… agua va. No exactamente mi opinión, sino en primer lugar la simple descripción (¿cómo se dice, padre? … fenomenológica, eso es) de lo que me ha inspirado y me inspira  el nuevo papa – espero que despojada (otra palabrita rumbosa) de juicios y justificaciones. Como para blanquear -como se dice- la cuestión. Aunque mi asesor de imagen se opone, dice que esto no me va sumar puntos ante los unos ni los otros.

 Bien. Hace cosa de un año, días antes de la elección, yo estaba… No, no, momento. Pará. Mejor rebobinemos un poco más. Corría 2012 o 2011 cuando yo dije, a propósito de tantos famosos que habían estado muriendo últimamente, que entre los personajes públicos por partir en un futuro cercano, había dos cuyas muertes me iban a doler en especial, porque hubiera querido que siguieran activos (claro que refiriéndome a su vida pública) por muchos años más: Benedicto XVI y Hayao Miyazaki. Y hete aquí que en 2013 los dos vienen a medio morirse. Miyazaki anunció su retiro; y Benedicto renunció al papado (confieso que lo primero que pensé cuando vi el titular catástrofe fue que habían hackeado la página). Y, a pesar de todo, estas dos casi muertes me resultaron … cómo diré … muy satisfactorias. Miyazaki con su última película (no la vi todavía, pero presiento que me va a gustar), y Ratzinger con ese acto audaz y conmocionante… Bien hecho; lamento que se vayan, pero muy bien por irse así, pensé.

Las especulaciones de este cónclave me causaron menos preocupación que la vez anterior. Es que allá por 2005 yo aún comulgaba bastante con los sentimientos del catolicismo tradi. Estos, como ud. sabe, tienden a creer que son ellos los que realmente saben qué es el catolicismo y los que realmente se preocupan por su integridad; y que la mayoría de los supuestos católicos del mundo, clero incluido, profesan un catolicismo aguado, de baja calidad («mistongo»), contaminado por los virus del mundo moderno [«sus opiniones morales y su cosmovisión está más cerca de cualquier periodista que del catecismo», y decía uno que conozco *]. Tienen por mediocres (cuando no enemigos) a la mayoría de los obispos [«es un milagro que con estos obispos tengamos este papa», decía otro que conozco **], y su miedo máximo es que al correr de los años y la marcha de la historia el magisterio de la iglesia se corrompa y termine enseñando «herejías»; en sus peores pesadillas, se ven leyendo en el diario de la mañana que el papa ha cambiado (estropeado) la doctrina sobre el divorcio, o el sacerdocio masculino, o los anticonceptivos, o los gays o la liturgia… En esto, conservadores, reaccionarios, tradis, neocons, etc no difieren: todos se darían por contentos con hacer o saber que nada cambiará en los próximos siglos. Como boxeador castigado, miran el reloj… ¿cuánto falta? ¿cuántas derrotas más tendremos que sufrir? Si pudieran viajar al futuro, y llegaran a descubrir que en el siglo XXV la iglesia católica sigue usando el mismo catecismo que hoy, y que la liturgia es básicamente la misma… sentirían un alivio enorme. Todo el resto, es secundario. Si el diablo tuviera que comprarles el alma, creo que esa promesa (congelar el futuro) sería la mayor tentación.

Se entiende, creo, que con estos sentimientos, un cónclave se ve, antes que nada, como un peligro a superar. Uno examina el prontuario de los cardenales, rebusca los ideológicamente más potables, teme que gane uno peligroso…

Yo no había examinado mucho en el 2005, y mi identificación con estos sentimientos tradis era parcial… y si es verdad que el nombramiento de Ratzinger me alegró mucho, no fue tanto por lo anterior sino porque era el único cardenal que yo conocía -y apreciaba- por mis lecturas. Pero también es verdad que cuando la prensa informó que Bergoglio había dado pelea… mi sensación fue un poco de consternación y más de incredulidad; preferí imaginar que era una expresión de deseos de algunos periodistas ignorantes. Y, de ser verdad, pensaba (estoy tratando de registrar lo más fielmente posible mis sentimientos de entonces), me era difícil entender qué le habrían visto los cardenales… la explicación más razonable es que habían comprado un buzón; como sea, zafamos, me dije.

Los años pasaron, y este cónclave me encontró algo cambiado. Ya no era que tenía una sintonía limitada con aquellos sentimientos tradi, sino que directamente los repudiaba. Ya no  creía en esa presunta superioridad (mi estimación de mi propia católica sabiduría ha bajado mientras que la del clero ha subido), y no me dediqué mucho a examinar o especular. Pocos días antes de la elección, le comentaba a un conocido que un repaso sumario de los papables no me provocaba ninguna inquietud especial (ni por derecha ni por izquierda), me remitía al juicio de los cardenales. Sobre todo, no tenía las preocupaciones conservadoras; por mí, decía, que elijan al más impredecible y renovador, al que tenga más posibilidades de remover el avispero. Así que… me sentía tranquilamente excitado -o excitadamente tranquilo.  Encima esta vez (rematé, haciéndome el gracioso) ni siquiera tenía que preocuparme de que eligieran a Bergoglio…

(continuará)

* Un servidor.

** El mismo.

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