La dictadura del fraseologismo

Frases, expresiones, sentencias, imágenes. El exceso de uso en determinados ambientes (en concreto: ambientes católicos clericales, blogs, etc) las inutiliza, el manoseo las desactiva y corrompe. Ejemplos (todos discutibles): “nueva evangelización”, “actitud de servicio”, “corrección fraterna”, “subsidiariedad”, “sensus fidei” , “espíritu del mundo”, “nadar contra la corriente”, “defensa de la vida”; incluso (por supuesto!) algunas del evangelio (“tirar la primera piedra”, “si el mundo los odia..”). Si en un principio son reveladoras e inspiradoras, cuando se domestican sólo aportan oscuridad y confusión. Quisiera uno poder decretar una veda de uso, cuando su frecuencia de aparición excede un umbral, para así poder redescubrir su valor originario… aunque sea en la próxima generación.

No se trata aquí exactamente de los ya mentados lugares comunes – los verdaderamente comunes a la humanidad, trasversal a sectores y épocas; porque los sentimientos (altos o bajos) que estos expresan (mal o bien) son (y quieren ser) universales, todos comulgan en ellos. Aquí se trata más bien de nociones que pasan a ser, en determinados ámbitos, casi imprescindibles; como slogans o ideas-clave de enorme eficacia explicativa y persuasiva. Es “el punto”, el “nudo de la cuestión”.

¿Por qué digo que el uso abundante las inutiliza? ¿Elitismo intelectual? No, no es cuestión de elitismos (de hecho los primeros fabricantes de slogans suelen ser elites intelectuales) ni de números, en realidad. El problema es que la verdad que en un principio significan siempre será parcial, y en ese sentido, relativa; o dialéctica. Luz, revelación, descubrimiento… sí; pero también paradoja, ambigüedad, precariedad y armonía de contrarios. Verdad viva, esquiva y no domesticada. Verla provoca entusiasmo, pero no permite reposar en ella. No “cierra”. Y por esto, cuando la frase que originariamente expresó esta verdad entrevista se masifica, cuando empieza a usarse como slogan común (obviedad sin misterio, transparente de tan claro), cuando se convierte en un talismán que funciona por la sola fuerza de las palabras, es señal de que el fragmento precioso de verdad que encerraban se nos ha perdido. (Y, peor, la ilusión nos impide advertir la pérdida).

Si hay algo de mi estimado y añorado Benedicto XVI que nunca me convenció fue su machacar con la “dictadura del relativismo”. Más o menos por estos motivos. Temo que esa expresión podría agregarse a los ejemplos anteriores. Y, más, temo que es un ejemplo especialmente problemático: los que enarbolan esta frase por lo común tienden a negar, en nombre de una “verdad objetiva”… imaginaria, esto que estoy diciendo, que las verdades que importan nunca tendrán para nosotros la transparencia chata de las verdades matemáticas. Pero vaya ud. pedir delicadeza a la hora de tratar con la verdad, vaya ud a tirarle a los apologetas de infocatólica con la frase de Kierkegaard de que “la verdad es lo subjetivo” y lo llamarán hegeliano o… posmoderno.

Pero, en fin, esto no pretendía (no debería haber pretendido) ser más que un breve exordio para invitar encarecidamente a la lectura de unos textos de Abel: 123.


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