LSDLT-2: Las derrotas de los buenos

Cuenta Castellani en Los papeles de Benjamín Benavides una anécdota, pequeña pero significativa, y seguramente biográfica. Era él un joven maestro de Historia —alumnado católico, es de suponer— y estaba enseñando la lucha de La Vendée contra los revolucionarios franceses…

Me exaltaba y hacía elocuencia con la sublimidad de esa revuelta de honrados campesinos que defendían su hogar, su fe y su rey, con la imagen del Corazón de Cristo sobre el pecho y en sus banderas….
Fue una guera católica más pura que las Cruzadas, más necesaria que la empresa de Simón de Montfort, contra la sedición regicida y atea. Y fueron derrotados y aplastados como chinches por el genio militar de un teniente de artillería inmensamente ambicioso, un corso petizo y regordete llamado Buonaparte; el cual les aplicó tranquilamente la guerra de exterminioy los engañó como a chicos con un tratado maquiavélico…

En la clase reinaba un silencio profundo, el corazón de los jóvenes sangraba, yo me sentía elocuente… por primera vez en la vida.

De repente un cadete levantó la mano… y preguntó con esa terrible y directa ingenuidad de los niños: «¿Por qué fueron tan desdichados, si defendían la causa de Dios?»

 

Yo balbuceé que Dios no ha prometido a los suyos el triunfo en esta vida; que recordasen la Armada Invencible. Pero el muchacho respondió con ira: «Tampoco les ha prometido la derrota. Y actualmente la causa católica es siemprederrotada…»

Negué resueltamente ese adverbio siempre; pero salí preocupado y meditabundo…

Y poco más adelante describe…

… una idea insistente y amarga que surgía en mí de la consideración de la historia moderna; a saber, que si la Iglesia Católica era verdadera, el mundo moderno andaba muy mal. Me desazonaba en particular el ver que la Antiglesia organizada triunfaba aparentemente en la vida política universal, como si ya fuese el tiempo en que le será dado poder para hacer guerra a los santos y vencerlos. (Ap 13.7) Triunfo militar de la Revolución francesa, aplastamiento de la Vendeé y del carlismo, la brecha de Porta Pía, la «paz» masónica de Versalles, el triunfo de la Revolución Rusa, el predominio de las naciones protestantes y avance del socialismo y la apostasía en las naciones católicas…

En la (media) biografía de Castellani, su autor, tras citar estos textos, acota que se «puede agregarle leña al fuego»… y lo hace de muy buena gana. Como en gran parte del libro (voluminoso y -para mí- apasionante) el hombre no puede evitar mentar a cada paso a multitud de personajes públicos y escritores de su biblioteca, cada uno con su respectiva aprobación o condena «de cajón», y espetarnos sus juicios sobre cada cuestión debatible que se cruza en el camino -o que no se cruza. Una incontinencia que puede resultar tan entretenida como fastidiosa. En cualquier caso, aunque esas divagaciones a veces dicen poco del biografiado, dicen bastante del biógrafo y, lo que es más valioso, de la tribu. Como que quiso pintar el mundo, pero pintó su aldea.

… Pero siempre se puede agregarle leña al fuego. Pensemos que dentro de dos años sucedería el desgraciado episodio de la condena de la «Acción Francesa«1. Por no hablar de lo ocurrido en los últimos ciencuenta años dentro de la Iglesia Católica: la restauración de los estudios tomistas aplastada por la maraña de ideas evolucionistas, hegelianas, telardiana o lo que fuere; la profundización de los estudios litúrgicos y el cuidadoso empeño que se puso en mejorar el culto, aplanado luego por la marea posconciliar con su horripilante estética desacralizadora. Y luego, lo ocurrido con el Concilio Vaticano II: más allá de la letra de sus documentos, no fue más que un enorme triunfo de la estupidez, la ramplonería, y la modernidad, ahora sí, instalada donde no debe estar. Y la derrota consiguiente de los estudios serios, el culto en espíritu y verdad (sobre todo esto último que no se ve ni por las tapas. Ni se veía antes del todo tampoco, digamos la verdad).

Es largo el inventario de «derrotas»: el racionalismo bíblico prácticamente canonizado en las facultades e institutos dedicados a estos trascendentales estudios; la desacralización sistemática que abarca la arquitectura, el arte, el culto, la homilética, la espiritualidad y todo lo que rodea a la Santa Misa; la canonización del «dernier cri» en materia moral (ayer Kuhn2, hoy Häring), en materia dogmática (Congar o Rahner, es igual) y la definitiva sepultura de la patrística, de Santo Tomás y San Agustín (de Aristóteles ni hablar, por supuesto) bajo infinidad de volúmenes, teorías y doctrinas heréticas, ramplonas o sencillamente imbéciles.

¿Derrotas? En el plano político, o morales, o religiosas, o bélicas, culturales, artísticas. Y se podría seguir con sus consecuencias en las costumbres, la masificación del pueblo, el olvido de las tradiciones locales, la tecnología estupidizante, la propaganda, el ruido, el tremendo ruido que todo lo invade, que nada respeta, que arrasa con toda reflexión, contemplación, poesía u oración…

Sí, cualquier cristiano del s. XX —si lo es dendeveras3— no puede ser sino un perito, un especialista, un maestro en derrotas. Ese es su sino fatal, su cruz, su derrotero: incluso las poquísimas victorias de la Cristiandad terminan en este siglo con un gusto amargo, amarguísimo, como es el caso de la Guerra Civil Española, la revolución cristera en México, el gobierno de Salazar en Portugal o la intentona de García Moreno en Ecuador.

¿Siempre serán vencidos los cristianos?

Este raro mundo progresivamente descristianizado por el que pasa el cristiano de nuestro tiempo, este soportar como puede los fracasos y frustraciones de cuanta aventura intenta, de toda empresa más o menos bien inspirada, termina por metérsele en el alma, en el corazón, en el centro de sus devociones…

Sebastián Randle – Castellani – p. 190

Resisto el impulso (más pereza que templanza) de acribillar el texto con notitas al pie (bueno, algunas se me escaparon), «sics» y «fisqueos» ( también lo del cura, no crean). Pero ahora no. Sí alguna salvedad. Lo traigo acá porque creo que expresa bien, en complemento a lo de Castellani, esa visión de la historia que decíamos, muy característica de la tribu. ¿Y a qué llamo la tribu? Bueno, digamos, los que comparten esa visión, a bulto… (cada vez que estampo la palabra «tradicionalista» o similar los lectores protestan – las etiquetas son para los enemigos, caramba). Es claro que cada cual tendrá sus peros, y que la tribu puede tomarse con diversos grados de amplitud, y esta caracterización no pega tanto con algunas variedades, sobre todo europeas. No importa. En este momento me importa menos la tribu que este rasgo suyo.

(Y otra salvedad: el biógrafo, y este texto en particular, no es muy típico de la tribu en varios aspectos (y de Castellani ni hablar): prosa viva y no solemne, trabajo intelectual serio, y voluntad de ser «ortodoxo» sólo en el mejor sentido de la palabra (aunque en este tema particular se me antoja ortodoxo en todos los sentidos de la palabra). No se trata, pues, del columnista de Panorama Católico o Radio Cristiandad, ni del católico que pretende militar llenando un blog con estampitas sulpicianas y copy-pastes de encíclicas y noticias de Aciprensa. Si, como algunos parecen suponer, mi intención fuera pegarles a los tradicionalistas (¡pobrecitos, ellos sufren tanto, nadie los quiere, es como pegarle a un niño!) habría traído otro material más esperpéntico… algún rotundo lefevbrista de tomo y lomo, por ejemplo… a ver, acá está el famoso monseñor Williamson. Ups, se me escapó el link. Bueno, pueden leerlo, si tienen estómago robusto; yo acabo de hacerlo, pega bastante bien con el gráfico de la entrada anterior, y como caricatura no está mal – borren mentalmente los rasgos más gruesos y tendrán algo no muy distinto. Pero no es para nada necesario.)

Continuará.


1. Lo de Castellani sería de 1924. Y, de paso, ya se sabe: cuando el Vaticano tira un palo a la derecha es un «episodio desgraciado», una confusión dolorosa causada por malentendidos o informantes malintencionados, pero hay que saber que en realidad blablablablabla. Ahora, cuando el palo va a la izquierda… Roma locuta, causa finita.

 

2. ¿Errata por Kung?

3. ¡Saltó la liebre!

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