Librescas

… miró su reloj detenidamente, con el gesto atento del hombre que hace una cosa mientras piensa en otra. Aún era joven, pero en su semblante podía observase es algo marchito y amargo que se nota en aquellos cuyas preocupaciones han consumido los primeros años de la vida. Su rostro era lleno, descolorido, con la blandura de carnes que predice para más adelante el hundimiento de las mejillas, y esas arrugas profundas que dibujan una especie de silenciosa sonrisa cuando se llega a los cuarenta años. Sus ojos, de un gris claro, se fijaban intensamente en lo que miraban. Su ancha y carnosa nariz y sus gruesos labios evidenciaban un hombre débil de voluntad, pero satisfecho de su bienestar y de sus costumbres, capaz de alguna firmeza cuando se tratara de defenderlos. […] Se irguió finalmente, golpeó el petril con el puño, con el gesto de quien pugna por sustraerse a sus propias meditaciones […] Frotábase las manos con un gesto maquinal, y marchaba con el paso preciso y rápido que traduce, a veces, el curso de un pensamiento absorbente, como si alguna de las preocupaciones del alma trascendiera al cuerpo y le comunicara su ritmo…
…y dos arrugas marcáronse en mi frente, y mis pupilas emitieron ese casi imperceptible destello gris violáceo tan característico que traduce en ocasiones la impaciencia del lector cuando el novelista hace gala de demasiadas dotes fisonómicas y perspicacia mundana.

No sé, la verdad, qué pensar. No sé si en la vida real estos tipos saben reconocer en las narices y labios la fuerza de voluntad de la gente, y leer las marcas que han dejado las precupaciones en los rostros de los hombres. Lo que sé, es que yo no; ni de cerca. No cuenten, pues, con mi complicidad, señores novelistas. Cuenten, sí, con mi fastidio. Y podrían contar con mi envidia, también, si llegaran a convencerme de que no se están mandando la parte.

El texto, para peor, proviene de las primeras páginas de la novela en cuestión (Leviathan, de Julien Green). Perseveré, de todas maneras. No sólo porque había ya leído una novela no mala de ese autor, sino porque el libro era materialmente amable: una de esas encuadernaciones antiguas, pequeña, con tapas acolchadas e índice de tela, muy cómodo para leer en una mano, como un misal de los de antes. En realidad, lo compré en buena medida por eso.
La novela remontó vuelo. Pero al final me quedé con la intriga, por un error de imprenta falta todo el cuadernillo del último capítulo (maldición!). No todo tiempo pasado fue mejor, ni toda encuadernación.
Y sí, aunque no soy ningún bibliófilo, los libros de antes, esos con las tapas duras, lomos con nervaduras y papel guarda en el interior, me llaman. Por eso, también, compré hace poco una edición vieja de Manon Lescaut.

No está mal la novela, tampoco. Y me ayuda a comprender mejor algunos tangos, cómo no.

Una libresca más: un sitio dedicado a cosas encontradas en libros.
Linda idea, aunque la página tiene algunos problemitas técnicos. Yo aporté un billete de lotería de 1928 que encontré hace poco.

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