De buen perdedor, buenas palabras

Releo el Quijote, y vuelve a conmoverme la última derrota:

…volvieron entrambos a un mesmo punto las riendas a sus caballos; y, como era más ligero el de la Blanca Luna, llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y allí le encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza (que la levantó, al parecer, de propósito), que dio con Rocinante y con don Quijote por el suelo una peligrosa caída. Fue luego sobre él, y, poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo:

—Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío.

Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:

—Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra.

Cap 64 – Segunda Parte

Y recuerdo ahora que, si la memoria no me engaña, conocí el episodio en una «Anteojito» —extraño que una revista infantil publicara el Quijote; supongo que era una versión condensada en entregas—… Creo que me impresionó la ilustración, en blanco y negro (me gustaría reencontrarla, pero lo veo difícil), don Quijote en el suelo y el caballero de la Blanca Luna —bastante siniestro para mis ojos infantiles— blandiendo la lanza, con la visera echada; así al menos creo recordarla. No veía yo el lado cómico, supongo; no sabía que era el bachiler Sansón Carrasco disfrazado, quizás ni siquiera conocía la historia, y la locura del protagonista. Pero mi ignorancia tenía la ventaja, pienso ahora, de ver la situación por su lado trágico: con los mismos ojos de don Quijote. El cual se me aparecía como un viejo demacrado, lamentable y vencido (lo habían dibujado a cara descubierta, estoy casi seguro, en contradicción con el texto).

Eso es saber perder, caramba.

Y nos anda haciendo falta, parecería, eso de saber perder. Hidalguía, al fin de cuentas.

Con buenas palabras, en lo posible. O al menos, sin malas palabras.

En otra nebulosa memoria infantil, me veo fugando a las figuritas con un amigo. Él, que iba ganado, anunció que debía irse, pero yo no podía aceptar que las cosas pudieran quedar así, que él tuviera el derecho de llevarse mis figuritas perdidas (quiero suponer que era una de mis primeros juegos…). Creo que tuvieron que intervenir mis padres, para convencerme de que yo no tenía razón.

Hoy, por ejemplo, veo (bueno, cada vez menos) a los deportistas, en particular a los futbolistas argentinos… qué poca hidalguía a la hora de perder… Y qué triste, que esos berrinches de niño malcriado incapaz de tolerar el hecho de haber perdido (como si se fuera una injusticia para hacer temblar los cimientos del cosmos) pretendan vestirse de virtud, con palabras como «pasión», «sentimiento», «corazón». Incluso dejando de lado obvios cinismos, aun suponiendo puro «amor a la camiseta», yo no veo mucha virtud en esas lágrimas; más bien al contrario.

Y, por cierto, todo esto no me movería un pelo, si se trata sólo de nuestros futbolistas.

Perder es morir un poco. Y dicen que la verdadera filosofía se reduce a saber morir.

Saber digerir la derrota; no sólo la personal sino la colectiva; no sólo la propia sino la del prójimo -la que nos duele; y que por dolernos también es en parte nuestra.

Y en relación con esto, y volviendo al texto, volvía yo a preguntarme por la relación de Cervantes con don Quijote. Porque en muchas páginas pareciera que Cervantes no se toma muy serio a su criatura, a veces nos resulta insoportablemente cruel y burlón, ajeno a la compasión,* como si se negara a ver su lado grande y trágico (Unamuno se apoya en este hecho, para reprocharle -un poco literariamente, también- su incomprensión, como si fuera un cronista frívolo, superficial, casi infiel)… Pero en otras páginas, como esta y como la de la muerte, Cervantes es delicado y respetuoso al máximo. Yo tengo para mí que el novelista (sub-creador, al fin) debe amar a sus personajes. Ahora bien, en el caso de Cervantes y don Quijote esta tesis o analogía parecería sólo aplicable en parte: en esas partes. Pero quizás, profundizando un poco, aquella mirada humorística-burlona sea el complemento adecuado para la otra, la que sabe padecer o compadecerse, seriamente. Todos somos un poco dignos de burla, un poco cómicos, en tanto limitados. No perder de vista esa faz humorística de las criaturas, sin soltar el otro extremo —el del amor; que es cosa seria— acaso sea la manera de conservar el equilibrio, para mirar con la mirada justa la derrota (individual o colectiva; propia o próxima). Para que el dolor sea ordenado. Para que la derrota nos sea de provecho.
 

* Y no debe hacer falta decir, pero lo decimos, que podría intentarse otra analogía entre el reproche (injusto, probablemente) que se suele dirigir a Cervantes con respecto a su criatura, y el reproche (injusto, seguramente) que algunos le dirigen a Dios, por análogos motivos.

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