Diálogos de novela

De «El poder y la gloria», de Graham Greene, cerca del final; el teniente acaba de apresar al cura (México, durante la persecución religiosa) y poco antes de su ejecución, dialogan un rato.

—Aborrezco sus razonamientos —dijo el teniente—. No quiero razonamientos. Si usted ve a alguien que sufre, razona y razona. Dice… tal vez el dolor sea conveniente, tal vez algún día tenga su recompensa. Yo, en cambio, dejo hablar al corazón.
—En la punta de un fusil.
—Sí. En la punta de un fusil.
—Oh, bueno, tal vez usted cuando tenga mi edad llegue a saber que el corazón es una bestia poco digna de confianza…
Es una novela bastante famosa, no estoy seguro de que sea buena, ni siquiera estoy seguro de que me guste. La leí joven (menos de 15 años, creo). Me quedaron grabadas partes de ese diálogo, sobre todo esas líneas. Aun sin entender del todo, sin estar seguro de quién tiene razón y quien no (en general y en particular), me quedaron grabadas, como una melodía; y quizás (lo pienso ahora), fue eso (junto con el cruce entre Iván y Alioscha en Los Hermanos Karamazov) lo que me empujó a buscar una especie de sabiduría … por la fácil y dudosa vía libresca-novelesca. No es una queja, en todo caso, ni reclamo por promesa incumplida (no estoy seguro de que haya existido una promesa; ni de que haya sido incumplida).
Me llama la atención, de todas maneras, que en los dos casos la voz cantante del diálogo, el que se impone… sea la del que se rebela contra el cristianismo. Signo de atracción por el abogado del diablo, supongo (mientras sólo sea por el abogado…).
Y puesto que las dos en el fondo tratan de la misma aporía (cómo es que Dios parece permitir el mal, por qué «no hace nada», y qué respuesta nos toca a nosotros), sirva esta entrada autobiográfica a modo de preludio a algunas anotaciones que vendrán sobre ese tema.

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