Artículo 1:
¿Tuvieron fe, en su primer estado, el ángel y el hombre?
lat
Objeciones por las que parece que ni el ángel ni el hombre, en su
primer estado, tuvieron fe:
1. Hugo de San Víctor dice, en efecto: Como el hombre no tiene el
ojo apto para la contemplación, no puede ver a Dios y las cosas que se
hallan en él. Pero el ángel, en su primer estado,
antes de su confirmación en gracia o de su caída, tenía ojo apto para
la contemplación, ya que, como afirma San Agustín, en II Super Gen.
ad litt. veía las cosas en el Verbo. Del mismo modo
parece que el primer hombre, en el estado de inocencia, tenía el ojo
abierto para la contemplación. Dice, en efecto, Hugo de San Víctor en
sus «sententiis» que el hombre, en el primer estado, conocía a
su Creador, no con el conocimiento que se adquiere de fuera por el
oído, sino con el que es suministrado interiormente por la
inspiración; no como Dios, ausente ahora a los creyentes, es buscado
por la fe, sino como es captado de manera más manifiesta por la
presencia de la contemplación. En consecuencia, ni
el ángel ni el hombre tuvieron fe en su primer estado.
2. El conocimiento de la fe es enigmático y oscuro, según
dice el Apóstol: Ahora vemos en un espejo, confusamente (1 Cor
13,12). Esto, en cambio, no se dio ni en el ángel ni en el hombre en
el primer estado, ya que la oscuridad es castigo del pecado. De ahí
que no fue posible la fe ni en el hombre ni en el ángel en el primer
estado.
3. Además, afirma el Apóstol que la fe se adquiere por el oído
(Rom 13,17). Mas esto no era posible en el estado primero de la
condición del ángel o del hombre, ya que el oído no recibía
información de nadie. En aquel estado, pues, no se daba la fe ni en el
hombre ni en el ángel.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol: El que se acerca a Dios
ha de creer que existe (Heb 11,6). Ahora bien, el ángel y el
hombre, en su primer estado, se encontraban en condición de acercarse
a Dios. Luego necesitaban de la fe.
Respondo: Afirman algunos que en
los ángeles, antes de su confirmación en gracia y de la caída, y en el
hombre, antes del pecado, no existía la fe, debido a la contemplación
manifiesta que tenían de las realidades divinas. Siendo, pues, la
fe
garantía de lo que no se ve (Heb 11,1), y,
en palabras de San Agustín,
por la fe se cree lo que no se ve, la fe excluye solamente aquella manifestación que
hace presente y visto el objeto principal de la misma. Ahora bien,
este objeto de la fe es la Verdad primera, cuya visión nos beatifica y
suplanta a la fe. Por lo tanto, como ni el ángel, antes de la
confirmación en gracia, ni el hombre, antes del pecado, tuvieron
aquella bienaventuranza en la que se ve a Dios en su esencia, es
evidente que no tuvieron un conocimiento tan manifiesto de Dios que
excluyera la fe. Por eso, el no haber tenido fe no pudo ser por otra
razón que por desconocer en absoluto el objeto de la fe. Y si el
hombre y el ángel, como sostienen algunos, hubieran
sido creados en estado de naturaleza pura, tal vez podría sostenerse
que en el ángel no se dio la fe antes de su confirmación en gracia; ni
en el hombre antes de su pecado, ya que el conocimiento de la fe
excede el conocimiento natural de Dios no sólo en el hombre, sino
también en el ángel. Pero hemos probado ya (
q.62 a.3;
q.95 a.1) que el
hombre y el ángel fueron creados con el don de la gracia, y por eso
debemos afirmar también que esa gracia recibida y aún no confirmada
significó en ellos cierta incoación de la bienaventuranza esperada;
incoación que, según hemos dicho (
q.4 a.7), se verifica en la voluntad
por la esperanza y la caridad, y en el entendimiento por la fe. Por
eso es necesario afirmar que el ángel, antes de su confirmación en
gracia, y el hombre, antes del pecado, poseyeron la
fe.
Se debe, sin embargo, tener en cuenta que en el objeto de la fe hay
alguna cosa cuasi formal, es decir, la Verdad primera, que está por
encima de todo conocimiento natural de la criatura; y hay también algo
material, que es aquello a lo que asentimos adhiriéndonos a la Verdad
primera. Respecto al primero de estos aspectos, la fe es común a todos
los que, sin haber conseguido la bienaventuranza eterna, tienen
conocimiento de Dios adhiriéndose a la Verdad primera. Mas respecto a
las cosas propuestas materialmente para creer, unos las creen y otros
las saben con claridad, incluso en el presente estado de cosas, como
consta por lo expuesto en otro lugar (q.1 a.5). Según eso, se puede
afirmar también que el ángel, antes de la confirmación, y el hombre,
antes del pecado, conocieron con claridad ciertas verdades sobre los
misterios divinos que ahora no podemos conocer nosotros si no es
creyendo.
A las objeciones:
1. Aunque las palabras de Hugo de
San Víctor sean de un maestro y no tengan la fuerza de una autoridad,
se puede, no obstante, decir que la contemplación que suprime la
necesidad de la fe es la contemplación de la patria, la cual
proporciona la visión de la verdad sobrenatural en su esencia. Pero
esta contemplación no la tuvieron ni el ángel antes de la confirmación
en gracia ni el hombre antes del pecado. Su contemplación era, con
todo, más elevada que la nuestra; por ella, acercándose más a Dios,
podían conocer con manifiesta luz sobre los efectos divinos y sobre
los misterios más cosas que nosotros. Por eso no había en ellos la fe
que les hiciera buscar a Dios ausente, como lo hacemos nosotros. Dios,
en efecto, por la luz de la sabiduría, les era más presente que a
nosotros, si bien no les estaba presente como lo está a los
bienaventurados por la luz de la gloria.
2. En el primer estado del hombre
y del ángel no existía la oscuridad de la culpa y de la pena. Había,
sin embargo, en el entendimiento del hombre y del ángel cierta
oscuridad natural en cuanto que toda criatura es tinieblas comparada
con la inmensidad divina. Y esa oscuridad es suficiente para lo
esencial de la fe.
3. En el primer estado no se daba
audición exterior respecto de la palabra de otro hombre, sino respecto
de la inspiración de Dios. Era así como oían los profetas, según estas
palabras: Quiero escuchar qué dice el Señor (Sal
84,9).
Artículo 2:
¿Tienen fe los demonios?
lat
Objeciones por las que parece que los demonios no tienen
fe:
1. Dice San Agustín en
De praedest. Sanct. que
la fe
consiste en la voluntad de los que creen. Pues
bien, la voluntad con que quiere uno creer es buena, y, como ya
expusimos en la primera parte (
q.64 a.2 ad 5), en los demonios no se
da voluntad deliberada buena. Parece, pues, que en los demonios no
existe la fe.
2. La fe es don de la gracia divina, según el Apóstol: Habéis sido sanados por la gracia mediante la fe (Ef 2,8). Pero
los demonios perdieron la gracia, como afirma la Glosa sobre las palabras de Oseas: Ellos se
vuelven a otros dioses y gustan de las tartas de uvas (Os 3,1). En
consecuencia, después del pecado la fe no quedó en los
demonios.
3. Además, la infidelidad parece ser el más grave de los pecados. Así
lo enseña San Agustín comentando a San Juan (15,22): Si no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado;
pero ahora no tienen excusa de pecado. Pues bien, en ciertos
hombres se da el pecado de infidelidad. En consecuencia, si se diera
fe en los demonios, el pecado de algunos hombres sería mayor que el de
los demonios, y esto parece incongruente. En los demonios, pues, no
existe la fe.
Contra esto: está el testimonio de estas palabras: Los demonios
creen, y tiemblan (Sant 2,19).
Respondo: Hemos expuesto (
q.1 a.4;
q.2 a.1 ad 3;
a.9;
q.4 a.1 y
2) que el entendimiento del creyente asiente a la
verdad que cree, no porque vea la verdad en sí misma o la reduzca a
los primeros principios, en sí mismos evidentes, sino por imperio de
la voluntad. Pero la moción de la voluntad sobre el entendimiento para
asentir puede obedecer a dos causas. Una, por la orientación de la
voluntad hacia el bien, y en este caso el acto de creer es laudable.
Otra, porque el entendimiento es convencido a estimar que se debe
creer lo que se dice, aunque no sea evidente lo que se cree. Por
ejemplo, si un profeta anunciase en nombre del Señor un hecho futuro y
recurriera al milagro resucitando a un muerto, por ese signo tendría
el entendimiento una convicción tal que llegaría a conocer que la cosa
estaba dicha por Dios que no miente. No obstante, ese suceso futuro
predicho (por el profeta) no sería en sí mismo evidente, y por ello no
quedaría eliminada la fe. Se debe, pues, decir que se alaba la fe de
los fieles de Cristo en el primer sentido. En los demonios, en cambio,
no se da la fe en ese sentido, sino sólo en el segundo. En realidad,
ven muchas señales manifiestas de que la enseñanza de la Iglesia viene
de Dios, aunque no vean en sí mismas las verdades que enseña la
Iglesia, como, por ejemplo, que Dios es uno y trino, y otras cosas
semejantes.
A las objeciones:
1. La fe de los
demonios es en cierta manera coaccionada por la evidencia de los
signos. Por lo tanto, su fe no revierte en alabanza de la voluntad de
los mismos.
2. La fe, que es don de la gracia,
inclina al hombre a creer por cierto amor al bien, aunque sea una fe
informe. Luego la fe que se da en los demonios no es don de la gracia;
más bien se ven inducidos a creer por la perspicacia natural de su
inteligencia.
3. Lo que desagrada a los demonios
es el hecho de que los signos de la fe son tan evidentes que por ellos
se vean forzados a creer. Por eso en nada amengua su malicia el hecho
de creer.
Artículo 3:
El hereje que rechaza un artículo de la fe, ¿puede tener fe informe
sobre los demás?
lat
Objeciones por las que parece que el hereje que rechaza un artículo
de fe puede tener fe informe en los demás:
1. El entendimiento natural de un hereje no es más potente que el del
católico. Pues bien, el entendimiento del católico necesita la ayuda
del don de la fe para creer cualquier artículo. Parece, pues, que
tampoco los herejes puedan creer algún artículo sin el don de la fe
informe.
2. En la fe se contienen muchos artículos, como en una
ciencia, por ejemplo, la geometría, se contienen muchas conclusiones.
Ahora bien, puede el hombre tener la ciencia geométrica respecto de
algunas conclusiones ignorando las restantes. Por lo tanto, también
puede tener fe en algunos artículos sin creer en los
demás.
3. Además, el hombre obedece a Dios creyendo lo mismo que cumpliendo
sus preceptos. Pero el hombre puede ser obediente en algunos preceptos
y no respecto de otros. En consecuencia, puede tener fe en algunos
artículos sin tenerla en los demás.
Contra esto: está el hecho de que rechazar un artículo se opone a la fe,
como el pecado mortal se opone a la caridad. Pero la caridad no
permanece en el hombre después de un solo pecado mortal. Luego tampoco
permanece la fe después de rechazar un solo artículo de la
misma.
Respondo: El hereje que rechaza un solo
artículo de fe no tiene el hábito ni de la fe formada ni de la fe
informe. Y la razón de ello está en el hecho de que la especie de
cualquier hábito depende de la razón formal del objeto, y si ésta
desaparece, desaparece también la especie del hábito. Pues bien, el
objeto formal de la fe es la Verdad primera revelada en la Sagrada
Escritura y en la enseñanza de la Iglesia. Por eso, quien no se
adhiere, como regla infalible y divina, a la enseñanza de la Iglesia,
que procede de la Verdad primera revelada en la Sagrada Escritura, no
posee el hábito de la fe, sino que retiene las cosas de la fe por otro
medio distinto. Como el que tiene en su mente una conclusión sin
conocer el medio de demostración, es evidente que no posee la ciencia
de esa conclusión, sino tan sólo opinión.
Ahora bien, es evidente que quien se adhiere a la enseñanza de la
Iglesia como regla infalible presta su asentimiento a todo cuanto
enseña la Iglesia. De lo contrario, si de las cosas que enseña la
Iglesia admite las que quiere y excluye las que no quiere, no asiente
a la enseñanza de la Iglesia como regla infalible, sino a su propia
voluntad. Así, es del todo evidente que el hereje que de manera
pertinaz rechaza un solo artículo no está preparado para seguir en su
totalidad la enseñanza de la Iglesia (estaría, en realidad, en error y
no sería hereje si no lo rechaza con pertinacia). Es, pues, evidente
que el hereje que niega un solo artículo no tiene fe respecto a los
demás, sino solamente opinión, que depende de su propia
voluntad.
A las objeciones:
1. Los demás artículos de la fe en
los que no yerra el hereje no los acepta del mismo modo que el fiel,
es decir, por adhesión a la Verdad primera, para lo cual necesita el
hombre la ayuda del hábito de la fe. El hereje los retiene por propia
voluntad y por propio juicio.
2. En las diversas conclusiones de
una ciencia existen medios diversos de demostración, y unos pueden
conocerse sin los otros. Por eso, puede conocer un hombre algunas
conclusiones de una ciencia ignorando las demás. A los artículos de la
fe, en cambio, les presta su asentimiento por un único medio, es
decir, la Verdad primera propuesta en las Escrituras, correctamente
interpretadas según la doctrina sana de la Iglesia. Por tanto, quien
se aparte de este medio está del todo privado de la
fe.
3. Los diversos preceptos de la
ley pueden referirse, bien a diversos motivos próximos, y en este caso
pueden observarse los unos sin los otros, bien a un solo motivo, que
es obedecer perfectamente a Dios. Pero de éste se aparta el que
traspasa un solo precepto, según las palabras de Santiago: Quien
falta en un solo precepto se hace reo de todos (Sant
2,10).
Artículo 4:
¿Puede ser la fe mayor en uno que en otro?
lat
Objeciones por las que parece que la fe no puede ser mayor en uno que
en otro:
1. La magnitud de un hábito depende de los objetos. Pero quien tiene
la fe cree todo lo que ella enseña, ya que quien rechaza una sola
verdad de fe la pierde totalmente, como acabamos de decir (
a.3). No
parece, pues, que la fe pueda ser mayor en uno que en
otro.
2. Lo que está en la cumbre no es susceptible de más ni de
menos. Pues bien, el motivo formal de la fe está en lo sumo, ya que
exige una adhesión a la Verdad primera por encima de toda verdad. En
consecuencia, la fe no es susceptible ni de más ni de
menos.
3. Además, en el conocimiento infuso desempeña la fe la misma función
que el entendimiento de los primeros principios en el conocimiento
natural, puesto que los artículos de la fe son en realidad los
primeros principios de ese conocimiento superior, como hemos expuesto
(
q.1 a.7). Pues bien, el entendimiento de los primeros principios se
halla por igual en todos los hombres. En consecuencia, la fe se
encuentra también por igual en todos los fieles.
Contra esto: está el hecho de que donde se encuentra lo poco y lo mucho,
puede darse también lo más y lo menos. Pues bien, en la fe se da lo
grande y lo pequeño, como consta por las palabras del Señor a
Pedro: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? (Mt 14,31), y a
la mujer de que habla San Mateo: ¡Oh mujer, grande es tu fe!
(Mt 15,28). La fe, pues, puede ser mayor en uno que en
otro.
Respondo: Según hemos dicho (
1-2 q.52 a.1 y
2;
q.112 a.4), la magnitud de un hábito puede considerarse bajo dos
aspectos: el objeto y la participación del mismo en el sujeto. Al
objeto se le puede considerar también bajo un doble aspecto: o según
la razón formal, o atendiendo materialmente a las cosas propuestas
para creer. El objeto formal de la fe es único y simple, es decir, la
Verdad primera, como ya hemos expuesto (
q.1 a.1). Desde este punto de
vista, la fe no se diversifica en los creyentes, sino que es
específicamente una en todos, como hemos dicho (
q.4 a.6). Pero las
verdades materialmente propuestas para creer son muchas, y se las
puede acoger más o menos explícitamente. Bajo este aspecto puede uno
creer explícitamente más cosas que otro, en cuyo caso puede ser
también mayor la fe en el sentido de un mayor desarrollo de su objeto.
Considerando la fe según la participación en el sujeto, se ofrece la
desigualdad de dos maneras, en cuanto que, como hemos expuesto (
a.2;
q.1 a.4;
q.2 a.1 ad 3;
a.9;
q.4 a.1 y
2), el acto de fe procede del
entendimiento y de la voluntad. Se puede, por lo tanto, decir que la
fe es mayor en uno que en otro, o por parte del entendimiento, a causa
de su mayor certeza y firmeza, o por parte de la voluntad, a causa de
su mayor prontitud, entrega y confianza.
A las objeciones:
1. El que obstinadamente rechaza
una verdad de fe no posee el hábito de la fe; lo tiene, en cambio, el
que no cree de manera explícita todo, pero está dispuesto a creerlo.
Según eso, desde el punto de vista del objeto, tiene uno mayor fe que
otro en cuanto cree de manera explícita más cosas, como hemos
expuesto.
2. De esencia de la fe es preferir
la Verdad primera a todas las cosas. Pero entre quienes le dan esa
preferencia, unos se someten con mayor certeza y sumisión que otros.
De esta forma es mayor en uno que en otro.
3. El entendimiento de los
primeros principios deriva de la naturaleza humana en sí misma, que se
encuentra por igual en todos. Pero la fe deriva del don de la gracia,
que no se halla en todos por igual, como hemos probado (
1-2 q.112 a.4). No hay, pues, paridad de razones. Sin embargo, debido a la mayor
capacidad del entendimiento, unos conocen mejor que otros las
virtualidades de los primeros principios.