Artículo 1:
La fe, ¿es infundida al hombre por Dios?
lat
Objeciones por las que parece que la fe no es infundida al hombre por
Dios:
1. Afirma San Agustín en XIV De Trin. que la
ciencia engendra en nosotros la fe, la nutre, la defiende y la
robustece. Pues bien, lo que en nosotros engendra la ciencia, más
bien parece adquirido que infuso. No parece, pues, que la fe sea en
nosotros algo infundido por Dios.
2. Lo que obtiene el hombre oyendo y viendo parece adquirido
por él. Ahora bien, el hombre llega a la fe viendo los milagros y
oyendo la enseñanza de la fe. Leemos, en efecto, en San Juan: El
padre comprobó entonces que era la misma hora en que le había dicho
Jesús: «tu hijo vive», y creyó él y toda su familia (Jn 4,53), y
en San Pablo: La fe viene por el oído (Rom 10,17). Luego la fe
la posee el hombre como algo adquirido.
3. Lo que depende de la voluntad del hombre puede ser
adquirido. Pero, según afirma San Agustín en De
praedest. Sanct., la fe estriba en la voluntad de los que creen.
Luego la fe puede ser adquirida por el hombre.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol: Habéis sido salvados por
la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don
de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe (Ef
2,8-9).
Respondo: Para que se dé la fe se requieren dos
condiciones. Primera: que se le propongan al hombre cosas para creer;
esto se requiere para creer algo de manera explícita. Segunda: el
asentimiento del que cree lo que se le propone. En cuanto a la
primera condición, es necesario que la fe venga de Dios, porque las
verdades de fe exceden la razón humana. Por eso no caen dentro de la
contemplación del hombre si Dios no las revela. A algunos les son
reveladas de manera inmediata por Dios, como sucede en el caso de los
apóstoles y profetas; a otros, en cambio, se las propone Dios mediante
los predicadores de la fe por El enviados, a tenor de las palabras del
Apóstol:
¿Cómo oirán sin que se les predique? ¿Y cómo predicarán si
no son enviados? (Rom 10,15).
En cuanto a la segunda condición, es decir, el asentimiento del
creyente a las verdades de fe, se puede considerar doble causa. Una de ellas induce exteriormente, como el milagro
presenciado o la persuasión del hombre que induce a la fe. Pero
ninguno de esos motivos es causa suficiente, pues entre quienes ven un
mismo milagro y oyen la misma predicación, unos creen y otros no. Por
eso es preciso asignar otra causa interna que desde dentro mueva al
hombre a asentir a la verdad de fe. Según los pelagianos, esa causa sería únicamente el libre albedrío, y por eso decían: el
comienzo de la fe radica en nosotros, que estamos dispuestos a asentir
a las cosas de fe; la consumación, en cambio, viene de Dios, que nos
propone lo que debemos creer. Pero esto es falso, porque, para asentir
a las verdades de fe, el hombre es elevado sobre su propia naturaleza,
y por eso es necesario que haya en él un principio sobrenatural que le
mueva desde dentro, y ese principio es Dios. Por lo tanto, la fe, para
prestar ese asentimiento, que es su acto principal, proviene de Dios,
que desde dentro mueve al hombre por la gracia.
A las objeciones:
1. Hay, ciertamente, una fe
engendrada y nutrida mediante la persuasión exterior que produce la
ciencia. Pero la causa principal y propia de la fe es la moción
interior al asentimiento.
2. La objeción arguye también por
la causa que propone exteriormente las cosas de la fe, o que persuade
a creer por la palabra o por los hechos.
3. El acto de creer depende, es
verdad, de la voluntad del creyente. Pero es necesario que por la
gracia prepare Dios la voluntad del hombre para que sea elevada a las
cosas que están sobre la naturaleza, como acabamos de
exponer.
Artículo 2:
¿Es don de Dios la fe informe?
lat
Objeciones por las que parece que la fe informe no es don de
Dios:
1. Se dice en el Deuteronomio (32,4) que las obras de Dios son
perfectas. La fe informe es algo imperfecto. En consecuencia, no
es obra de Dios.
2. De un acto se dice que es deforme porque carece de su
forma debida. Se dice asimismo de la fe que es informe porque carece
de su debida forma. Ahora bien, el acto deforme de pecado, según hemos
expuesto (
1-2 q.79 a.2), no proviene de Dios. Luego tampoco la fe
informe.
3. Lo que Dios sana queda totalmente curado, ya que leemos
en la Escritura: Se circuncida a un hombre en sábado para no
quebrantar la ley de Moisés, ¿y os irritáis contra mí porque he
curado totalmente a un hombre en sábado? (Jn 7,23). Pues bien, por
la fe sana al hombre de la infidelidad. Por lo tanto, todo el que
recibe de Dios el don de la fe, es curado al mismo tiempo de todos los
pecados. Mas esto no se produce sino por la fe formada. En
consecuencia, solamente la fe formada, no la informe, es don de
Dios.
Contra esto: está el testimonio de la Glosa, que
sobre el pasaje de 1 Cor 13,2 dice: La fe que se da sin la caridad
es un don de Dios, y esta fe sin la caridad es la fe informe.
Luego la fe informe es don de Dios.
Respondo: La deformidad es cierta privación. Se
debe, sin embargo, considerar que la privación a veces forma parte
constitutiva de la especie; otras, en cambio, no, sino que sobreviene
al ser ya constituido en su especie. Así, la
privación del equilibrio normal de los humores constituye
específicamente la enfermedad, mientras que la oscuridad no entra en
la constitución especifica de lo diáfano, sino que es algo que le
sobreviene. Así, pues, dado que al señalar la causa de una realidad
tratamos de determinar la causa de la misma en su esencia específica,
no se puede decir que lo que no es causa de la privación lo sea de la
realidad afectada por la privación, como si ésta fuera forma
específica de esa realidad. Así, no se puede decir que sea causa de la
enfermedad lo que no es causa de la destemplanza de los humores. Se
puede, empero, decir de un agente que es causa de lo diáfano, aunque
no lo sea de la oscuridad, pues ésta no es de esencia de lo diáfano.
Pues bien, la informidad de la fe no pertenece a su esencia, ya que la
fe se hace informe por defecto de una forma exterior, como hemos
expuesto (
q.4 a.4). Por eso es causa de la fe informe lo que es causa
de la fe en sí misma, que, como hemos dicho (
1 q.48 a.1 ad 2;
1-2 q.18 a.5), es Dios. En consecuencia, la fe informe es don de
Dios.
A las objeciones:
1. La fe informe, aunque no sea
absolutamente perfecta con la perfección de la virtud, lo es, sin
embargo, con cierta perfección, la suficiente para lo esencial de la
fe.
2. La deformidad de un acto es
específica al mismo tomado como acción moral, como ya hemos expuesto
(
1-2 q.23 a.2;
q.40 a.4 ad 1). En efecto, un acto es deforme por la
privación de su forma intrínseca, que consiste en la debida proporción
de sus circunstancias. Por eso no puede considerarse a Dios como causa
del acto deforme; no es causa de la deformidad, aunque lo sea del acto
en cuanto tal.
Puede afirmarse también que la deformidad no implica solamente
privación de la forma debida, sino también una disposición contraria;
de ahí que la deformidad es respecto de la acción lo que la falsedad
respecto de la fe. Por lo tanto, lo mismo que Dios no es autor del
acto deforme, tampoco lo es de una fe falsa. Dios, pues, es autor de
la fe informe como lo es de las acciones buenas en sí mismas, aunque
no estén informadas por la caridad, como sucede de ordinario en los
pecadores.
3. El que recibe de Dios la fe sin
la caridad no queda totalmente sanado de la infidelidad, ya que
permanece sin borrar la culpa de la infidelidad anterior; queda sólo
parcialmente sano, es decir, en cuanto cesa en él ese pecado. Pero
sucede con frecuencia que, con el auxilio de Dios, desista de un
pecado y siga incurriendo en otros por propia iniquidad. De esta
manera da Dios al hombre algunas veces la fe sin otorgarle, no
obstante, el don de la caridad, como concede también a otros, sin la
caridad, el don de profecía o cosa semejante.