Artículo 1:
¿Solamente Dios es causa de la gracia?
lat
Objeciones por las que no parece que la gracia sea causada únicamente
por Dios.
1. Según se dice en Jn 1,17, la gracia y la verdad fueron dadas
por Jesucristo. Pero con el nombre de Jesucristo no se designa
únicamente la naturaleza divina, sino también la naturaleza creada
asumida por aquélla. Luego alguna criatura puede ser causa de la
gracia.
2. La diferencia que se señala entre los sacramentos de la antigua
ley y los de la nueva es que éstos causan la gracia, mientras que
aquellos solamente la significan. Mas los sacramentos de la nueva ley
son elementos visibles. Luego no sólo Dios es causa de la
gracia.
3. Dionisio dice en su obra De cael. hier. que
los ángeles superiores purifican, iluminan y perfeccionan a los
ángeles inferiores y también a los hombres. Pero la criatura racional
no puede ser purificada, iluminada y perfeccionada sino por la gracia.
Luego no sólo Dios es causa de la gracia.
Contra esto: está lo que se dice en Sal 83,12: Es el Señor quien os
dará la gracia y la gloria.
Respondo: Ningún agente puede obrar más allá de
los límites de su especie, porque la causa es siempre superior al
efecto. Ahora bien, el don de la gracia sobrepasa todas las facultades
de la naturaleza creada, porque es una participación de la naturaleza
divina, y ésta pertenece a un orden superior al de toda otra
naturaleza. Por tanto, es imposible que una criatura cause la gracia.
Sólo Dios puede deificar, comunicando un consorcio con la naturaleza
divina mediante cierta participación de semejanza, al igual que sólo
el fuego puede quemar.
A las objeciones:
1. Según la expresión de San Juan
Damasceno en el libro III de su obra, la humanidad de
Cristo es como un órgano de su divinidad. Ahora bien, cuando el
instrumento realiza la acción del agente principal, no lo hace por su
propia virtud, sino por la de éste. Luego la humanidad de Cristo no
causa la gracia por su propia virtud, sino por la de la divinidad que
le está unida y que otorga a las acciones de la humanidad de Cristo su
poder salvifíco.
2. Así como en la persona de
Cristo la humanidad causa nuestra salud por la gracia merced a la
acción divina que opera como agente principal, así también los
sacramentos de la nueva ley, derivados de Cristo, son por sí mismos
causa instrumental de la gracia, pero la causa principal es la virtud
del Espíritu Santo, que obra en ellos, según aquello de Jn 3,15: Quien no renace del agua y del Espíritu Santo,
etc.
3. El ángel purifica, ilumina y
perfecciona a otro ángel y al hombre por medio de ciertas
instrucciones, pero no comunicándoles la justificación de la gracia.
Por eso Dionisio dice también en el capítulo VII del De div.
nom. que purificación, iluminación y
perfeccionamiento no son más que una comunicación de la ciencia
divina.
Artículo 2:
¿Se requiere por parte del hombre una preparación o disposición para
la gracia?
lat
Objeciones por las que no parece que se requiera preparación o
disposición alguna para la gracia por parte del hombre.
1. Según dice el Apóstol en Rom 4,4, al que trabaja no se le
computa el salario como gracia, sino como deuda. Pero prepararse
mediante una acción del libre albedrío requiere cierto trabajo
personal. Luego no habría lugar a la gracia.
2. El que se mantiene en el pecado no se prepara para la gracia. Mas
la gracia se dio a veces a quien se mantenía en su pecado, como en el
caso de San Pablo, que recibió la gracia mientras respiraba
amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, según se dice
en Act 9,1. Luego no se requiere ninguna preparación para la gracia
por parte del hombre.
3. Un agente de poder infinito no necesita disposiciones previas en
la materia de su acción, puesto que ni siquiera necesita materia, como
se ve en el caso de la creación, a la que, por cierto, se compara la
infusión de la gracia cuando en Gál 6,15 se le llama «nueva criatura».
Ahora bien, como ya dijimos (
a.1), la gracia la causa únicamente Dios,
que posee un poder infinito. Luego no se requiere preparación alguna
por parte del hombre para recibir la gracia.
Contra esto: está lo que se lee en Amos 4,12: Prepárate, Israel, para
el encuentro con tu Dios. Y en 1 Re 7,3: Preparad vuestros
corazones para el Señor.
Respondo: Como ya dijimos (
q.109 a.2.3.6.9), se
puede hablar de la gracia en un doble sentido: o como un don habitual
de Dios, o como un auxilio divino que mueve el alma al bien. Así pues,
como don habitual la gracia requiere una preparación previa, porque
ninguna forma puede ser recibida sino en una materia dispuesta. Pero
como moción al bien no requiere por parte del hombre ninguna
preparación anterior al auxilio divino, sino que, a la inversa,
cualquier preparación que se pueda dar en el hombre proviene del
auxilio de Dios que mueve el alma al bien. De esta suerte, el mismo
movimiento bueno del libre albedrío por el que nos preparamos para
recibir la gracia como don habitual es, por una parte, un acto
producido por el libre albedrío bajo la moción divina, lo que permite
decir que el hombre se prepara para la gracia, según aquello de Prov
16,1:
Del hombre es preparar su ánimo. Pero, por otra parte, es
un movimiento del libre albedrío que tiene su causa principal en Dios,
y esto permite decir:
Es Dios quien prepara la voluntad del
hombre (Prov 8,35); o bien:
Es el Señor quien dirige sus
pasos (Sal 36,23).
A las objeciones:
1. Hay una preparación para la
gracia que se produce al mismo tiempo en que la gracia se infunde. Y
tal acción es ciertamente meritoria, pero no respecto de la gracia,
puesto que ya se la tiene, sino respecto de la gloria, que aún no se
posee. Y hay otra preparación imperfecta, que a veces precede al don
de la gracia santificante y que, sin embargo, procede de la moción
divina. Pero esta preparación no puede ser meritoria, puesto que el
hombre no se encuentra aún justificado por la gracia, y sin la gracia
nada podemos merecer, como veremos luego (
q.114 a.2).
2. Dado que el hombre no puede
prepararse para la gracia sin que Dios le prevenga y le mueva al bien,
poco importa que se llegue de repente o paulatinamente a la
preparación perfecta, pues según Eclo 11,23, es fácil para Dios
enriquecer de repente al pobre. Sucede, pues, a
veces que Dios mueve al hombre al bien, pero no al bien completo; y
ésta es la preparación que precede a la gracia. Pero otras veces le
mueve al bien súbitamente y en grado perfecto, de modo que de repente
el hombre recibe el don de la gracia, según aquello de Jn 6,45: Todo el que oye a mi Padre y recibe su enseñanza viene a mí. Y así
le sucedió a San Pablo, porque de pronto, mientras proseguía aún en su
pecado, su corazón fue movido en grado perfecto por Dios, de modo que
oyó, comprendió y obedeció, y así consiguió súbitamente la
gracia.
3. El agente dotado de poder
infinito no requiere una materia o unas disposiciones materiales
producidas previamente por otro agente. Sin embargo, en las cosas que
causa, de acuerdo con la naturaleza de cada una, necesariamente ha de
producir tanto la materia como las disposiciones requeridas para la
forma. Y así sucede con la infusión de la gracia en el alma, donde no
se requiere ninguna disposición de la que Dios mismo no sea
autor.
Artículo 3:
¿Se concede necesariamente la gracia a quien se prepara para
recibirla o hace todo lo que está de su parte?
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Objeciones por las que parece que la gracia se da necesariamente a
quien se prepara para ella o hace todo lo que está de su
parte.
1. A propósito de aquello de Rom 5,1: justificados por la fe,
estamos en paz, comenta la Glosa: Dios
recibe a quien se refugia en él; de lo contrario, habría en El
iniquidad. Pero como en Dios no puede haber iniquidad, es
imposible que no reciba a quien recurre a él, el cual, por tanto,
consigue necesariamente la gracia.
2. En su obra De casu diaboli dice San Anselmo
que si Dios no concedió la gracia al diablo fue porque éste no quiso
recibirla ni se preparó para ello. Ahora bien, si se remueve la causa,
desaparece el efecto. Luego si alguien quiere recibir la gracia,
necesariamente se le ha de conceder.
3. El bien tiende a comunicarse, según expone Dionisio en el cap. 4
del De div. nom. Mas el bien de la gracia es
superior al bien de la naturaleza. Luego, dado que la forma natural
adviene necesariamente cuando la materia está dispuesta, parece que
con mucha más razón se concederá necesariamente la gracia a quien se
prepara a recibirla.
Contra esto: consta que el hombre es para Dios como el barro para el
alfarero, según aquello de Jer 18,6: Sois en mi mano como barro en
manos del alfarero. Ahora bien, el barro, por muy preparado que se
encuentre, no se hace necesariamente acreedor a la forma del artesano.
Luego tampoco el hombre recibe necesariamente de Dios la gracia por
más que se prepare.
Respondo: Como ya dijimos (
a.2), la preparación
del hombre para la gracia procede a la vez de Dios, que es el motor, y
del libre albedrío, que obra movido por Dios. Puede, pues, ser
considerada bajo estos dos aspectos. En cuanto procede del libre
albedrío, la preparación no entraña necesidad alguna en orden a la
consecución de la gracia, puesto que el don de la gracia sobrepasa el
alcance de cualquier preparación humana. Por el contrario, en cuanto
procede de la moción divina, alcanza necesariamente lo que Dios se
propone, no con necesidad de coacción, sino de infalibilidad, porque
los designios de Dios no pueden fallar, de acuerdo con aquello de San
Agustín en
De praedest. sanct.:
Cuantos se
salvan, por los beneficios de Dios se salvan con toda certidumbre.
Por consiguiente, si la intención de Dios al obrar sobre el corazón
del hombre es que éste consiga la gracia, la conseguirá
infaliblemente, según aquello de Jn 6,45:
Todo el que oye a mi
Padre y recibe su enseñanza viene a mí.
A las objeciones:
1. La Glosa se refiere al
hombre que acude a Dios por un acto meritorio de su libre albedrío
informado ya por la gracia, cuyo rechazo sería ciertamente contrario a la justicia que Dios mismo ha establecido. O bien,
si se refiere a un movimiento del libre albedrío anterior a la gracia,
lo entiende en cuanto obedece a la moción divina, la cual justo es que
no se produzca en vano.
2. La causa primera de la pérdida
de la gracia se encuentra en nosotros; por el contrario, la causa
primera de la comunicación de la gracia está en Dios. De aquí aquellas
palabras de Os 13,9: Tu perdición viene de ti, ¡oh Israel!; mas tu
auxilio sólo de mí procede.
3. Aun en las cosas naturales la
disposición de la materia no comporta necesariamente la aparición de
la forma, a no ser en virtud del agente mismo que causa la
disposición.
Artículo 4:
¿Es mayor la gracia en unos que en otros?
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Objeciones por las que no parece que la gracia sea mayor en unos que
en otros.
1. La gracia es causada en nosotros por obra del amor divino, como ya
dijimos (
q.110 a.1). Pero se lee en Sab 6,8:
El ha hecho al pequeño
y al grande y cuida igualmente de todos. Luego todos alcanzan su
gracia por igual.
2. Lo que pertenece al orden más alto no admite más y menos. Pero la
gracia pertenece al orden más alto, puesto que nos une al último fin.
Luego no admite más y menos ni es mayor en unos que en
otros.
3. La gracia es la vida del alma, como dijimos antes (
q.110 a.1 ad 2). Pero el vivir no admite más y menos. Luego tampoco la
gracia.
Contra esto: está lo que se lee en Ef 4,7: A cada uno se le ha dado
la gracia según la medida de la donación de Cristo. Pero lo que se
da con medida no se da por igual a todos. Luego no todos tienen la
gracia en el mismo grado.
Respondo: Como se dijo anteriormente (
q.52 a.1.2), cabe en los hábitos una doble magnitud: una por razón del fin o
del objeto, y en este sentido se dice que una virtud es más grande que
otra cuando se ordena a un bien mayor; otra, por razón del sujeto, en
cuanto éste participa del hábito en grado mayor o menor. Pues bien,
considerada en relación con su objeto, la gracia no puede ser mayor o
menor, porque la gracia, por su misma naturaleza, nos une al sumo
bien, que es Dios. En cambio, por razón del sujeto, la gracia puede
ser mayor o menor, puesto que un hombre puede ser iluminado por la luz
de la gracia más perfectamente que otro.
Esta diversidad se explica en parte por la preparación misma para la
gracia, pues quien se prepara mejor para ella la recibe de manera más
abundante. Pero ésta no puede ser la raíz última de la diversidad,
pues la preparación para la gracia sólo se atribuye al hombre porque
su libre albedrío es preparado por Dios. Por eso, la raíz última de la
diversidad hay que ponerla en Dios, que reparte diversamente los dones
de su gracia, a fin de que en esta variedad de grados la Iglesia
alcance su belleza y perfección; como también estableció los diversos
grados de los seres para que el universo fuera perfecto. De aquí que
el Apóstol, tras haber dicho en Ef 4,7 que a cada uno se le ha dado
la gracia según la medida de la donación de Cristo, y después de
enumerar diversas gracias, añada (v.12): Para la perfección
consumada de los santos en la edificación del cuerpo de
Cristo.
A las objeciones:
1. El cuidado que Dios tiene de
nosotros puede ser considerado bajo un doble aspecto. Primero, en
cuanto al acto mismo de Dios, es simple e invariable. Y así es igual
para todos, porque con un acto único y simple dispensa sus dones
grandes y pequeños. Segundo, en cuanto a los bienes que de tal cuidado
resultan para las criaturas. Y bajo este aspecto hay desigualdad,
porque para unos provee dones mayores y para otros,
menores.
2. El argumento se basa en el
primer modo de entender la magnitud de la gracia. La gracia, en
efecto, no puede ser más grande en el sentido de que nos ordene a un
bien mayor, sino sólo porque nos ordena más o menos intensamente a ese
bien, siempre el mismo, del que nosotros venimos a participar en mayor
o menor medida. Y estas diferencias de intensidad por
razón del sujeto pueden darse no sólo en la gracia, sino también en la
gloria final.
3. La vida natural pertenece a la
sustancia del hombre y no admite, por tanto, más y menos. Pero la vida
de la gracia es participada en el hombre de manera accidental, y
puede, por consiguiente, tenerla en mayor o menor grado.
Artículo 5:
¿Puede el hombre saber que se encuentra en gracia?
lat
Objeciones por las que parece que el hombre puede saber que se
encuentra en gracia.
1. La gracia está en el alma por su propia esencia. Ahora bien, según
expone San Agustín en XII Super Gen. ad litt.,
todo aquello que se encuentra en el alma por su propia esencia lo
conocemos con certeza absoluta. Luego el que posee la gracia lo puede
saber con toda certeza.
2. La gracia es un don de Dios al igual que la ciencia. Pero aquel a
quien Dios concede la ciencia sabe que la tiene, según aquello de Sab
7,17: El Señor me dio la ciencia verdadera de las cosas que
existen. Luego, por la misma razón, quien recibe de Dios la gracia
sabe que la tiene.
3. La luz es más fácil de conocer que las tinieblas, ya que, según
dice el Apóstol en Ef 5,13, todo lo que se manifiesta es luz.
Pero el pecado, que es una tiniebla espiritual, es conocido con
certeza por el que lo comete. Luego con mucha más razón se conoce la
gracia, que es una luz espiritual.
4. Hemos recibido, dice el Apóstol en 1 Cor 2,12, no el
espíritu de este mundo, sino el espíritu de Dios, para que conozcamos
los dones que Dios nos ha concedido. Pero la gracia es el
principal de estos dones de Dios. Luego el hombre que recibe la gracia
por obra del Espíritu Santo sabe por el mismo Espíritu que le ha sido
dada.
5. Según Gén 22,12 se le dice a Abraham en nombre del Señor: Ahora
conocí que temes al Señor, es decir: Te lo hice conocer.
Mas aquí se trata de un temor santo, que no se da sin la gracia. Luego
el hombre puede conocer que está en gracia.
Contra esto: está lo que se dice en Ecl. 9,1: Nadie sabe si es digno
de odio o de amor. Pero la gracia santificante hace al hombre
digno del amor divino. Luego nadie puede saber si posee la gracia
santificante.
Respondo: De tres maneras podemos conocer una
cosa. En primer lugar, por revelación. Y de este modo se puede saber
que se tiene la gracia. Porque Dios se lo revela a veces a algunos por
un especial privilegio, para que ya en esta vida empiecen a disfrutar
del gozo de la seguridad, para que emprendan grandes obras con más
confianza y energía y para que soporten con más valor los males de la
vida presente, de acuerdo con aquello que se le dijo a San Pablo según
2 Cor 12,9:
Te basta mi gracia.
En segundo lugar, puede conocerse una cosa por sí misma y con
certeza. Y de este modo nadie puede saber que tiene la gracia. Porque
para conocer algo con certeza hay que estar en condiciones de
verificarlo a la luz de su principio propio. Pues es así como se
obtiene un conocimiento cierto de las conclusiones demostrables
partiendo de principios indemostrables, y nadie puede saber que posee
la ciencia de una conclusión si ignora los principios de la misma.
Ahora bien, el principio de la gracia, como también su objeto, es Dios
mismo, que por su propia excelencia nos es desconocido, según aquello
de Job 36,26: Dios es tan grande que rebasa nuestra ciencia. Y
así, su presencia en nosotros, lo mismo que su ausencia, no puede ser
conocida con certeza, como lo señala también Job 9,11: Si viene a
mí no le veo; si se aleja de mí no lo advierto. De aquí que.el
hombre no puede juzgar con certeza si posee la gracia, de acuerdo con
aquello de 1 Cor 4,3: Ni aun a mí mismo me juzgo; quien me juzga es
el Señor.
En tercer lugar, una cosa puede ser conocida de manera conjetural por
medio de indicios. Y de esta suerte sí puede el
hombre conocer que posee la gracia, porque advierte que su gozo se
encuentra en Dios y menosprecia los placeres del mundo, y porque no
tiene conciencia de haber cometido pecado mortal. Y en este sentido se
puede interpretar aquello de Apoc 2,17: Al que venciere le daré del
maná escondido que nadie conoce sino el que lo recibe. Quien lo
recibe, en efecto, lo reconoce, porque experimenta una dulcedumbre de
la que nada sabe quien no lo recibe. Sin embargo, este conocimiento es
imperfecto. Por eso dice el Apóstol en 1 Cor 4,4: De nada me arguye
la conciencia, mas no por esto me creo justificado. Porque, según
se dice en Sal 18,13: ¿Quién conoce sus faltas? Limpiame, Señor, de
las que se me ocultan.
A las objeciones:
1. Lo que está por su propia
esencia en el alma es objeto de conocimiento experimental; pero sólo
en la medida en que a través de los actos se experimentan los
principios intrínsecos de los mismos, como percibimos la voluntad en
el acto de querer y la vida en las operaciones vitales.
2. El tener certeza de nuestros
conocimientos científicos pertenece a la naturaleza misma de la
ciencia; e igualmente, el tener certeza de las verdades que conocemos
por fe pertenece a la esencia misma de la fe. Y esto es así porque la
certeza pertenece a la perfección del entendimiento, en el que estos
dones se encuentran. Por eso el que posee la ciencia o la fe tiene la
seguridad de poseerlas. Pero no sucede lo mismo con la gracia y la
caridad y otros dones semejantes, que pertenecen a la perfección de
las facultades apetitivas.
3. El pecado tiene por objeto el
bien transitorio, que nos es conocido. Pero el objeto o fin de la
gracia nos es desconocido a causa de la inmensidad de su luz, según
aquello de I Tim 6,16: Habita una luz inaccesible.
4. El Apóstol habla en el texto
aducido de los dones de la gloria, que se nos dan en esperanza, y que
conocemos con toda certeza por la fe, aunque no sepamos con certeza si
poseemos la gracia que nos permite merecerlos. O bien se refiere al
conocimiento privilegiado que se tiene por una revelación, y por eso
añade (v.10): Dios nos lo reveló por el Espíritu
Santo.
5. Esas palabras dirigidas a
Abraham pueden referirse a un conocimiento experimental consiguiente a
la obra que acababa de realizar, puesto que en ella pudo experimentar
que tenía temor de Dios. O bien pueden atribuirse a una
revelación.