Vamos a tratar a continuación del don correspondiente a la justicia,
que es el don de piedad (q.57 intr).
Sobre esta materia planteamos dos interrogantes:
Artículo 1:
¿La piedad es un don?
lat
Objeciones por las que parece que la piedad no es un
don.
1. Los dones son diferentes de las virtudes, como hemos dicho (1-2 q.68 a.1). Pero la piedad es una virtud, según quedó demostrado (q.101 a.3). Luego la piedad no es un don.
2. Los dones son más excelentes que las virtudes, sobre todo
más que las morales, conforme a lo dicho (1-2 q.68 a.8). Ahora bien:
entre las partes de la justicia es mejor la religión que la piedad.
Por tanto, a la hora de citar como don alguna parte de la justicia,
parece que debe ser la religión y no la piedad.
3. Los dones permanecen en la patria celestial, lo mismo
que sus actos, como también dijimos (ibid., a.3). Pero el acto de
piedad no puede permanecer en el cielo, según palabras de San Gregorio
en su libro I Moral.: la piedad llena con
sus obras de misericordia lo íntimo del corazón, de lo cual se
deduce que no se dará en el cielo, donde no habrá miseria. Luego la
piedad no es un don.
Contra esto: está el que en Is 11,2 se cita entre los
dones.
Respondo: Que, como quedó antes explicado (1-2 q.68; q.69 a.1), los dones del Espíritu Santo son ciertas
disposiciones habituales del alma que la hacen ser dócil a la acción
del Espíritu Santo. Ahora bien: entre otras mociones del Espíritu
Santo, hay una que nos impulsa a tener un afecto filial para con Dios,
según expresión de Rom 8,15: Habéis recibido el Espíritu de
adopción filial por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre! Y, como lo
propio de la piedad es prestar sumisión y culto al
Padre, se sigue que la piedad, por la que rendimos
sumisión y culto a Dios como Padre bajo la moción del Espíritu Santo,
es un don del Espíritu Santo.
A las objeciones:
1. Por la virtud de la piedad
rendimos honor y culto a nuestro padre carnal, mientras que por el don
de piedad lo hacemos con nuestro Padre Dios.
2. El rendir culto a Dios como
Creador, lo que hace la religión, es más excelente que prestar
sumisión a nuestro padre carnal, que es propio de la
piedad. Ahora bien: el rendir culto a Dios como Padre es todavía más
excelente que rendírselo como Creador y Señor. De ahí que la religión
es más excelente que la virtud de la piedad; pero el don de piedad es
superior a la religión.
3. Así como por la virtud de la
piedad el hombre ofrece reverencia y culto no sólo al padre carnal,
sino también a todos los que están unidos a él por lazos de sangre en
cuanto asociados al padre, así también el don de piedad no sólo
tributa honra y culto a Dios, sino también a todos los hombres, en
cuanto pertenecen a Dios. Es la razón por la que a la piedad
corresponde honrar a los santos y no contradecir a la Escritura,
se entienda o no se entienda, como nos dice San Agustín en II
De Doctr. Christ.. Por ello, también la piedad
hace obras de misericordia con los necesitados. Y aunque este acto no
se dé en el cielo, sobre todo después del día del juicio, sin embargo,
sí se dará su acto principal, que es reverenciar a Dios con afecto
filial, conforme al libro de la Sab 5,5: ¡Cómo son contados entre
los hijos de Dios! También se dará la mutua honra entre los
santos. Ahora, en cambio, hasta que llegue el día del juicio, los
santos se compadecen también de los que viven en estado de
miseria.
Artículo 2:
La segunda bienaventuranza, que dice «Bienaventurados los mansos»,
¿corresponde al don de piedad?
lat
Objeciones por las que parece que la segunda bienaventuranza, a
saber: Bienaventurados los mansos (Mt 5,3), no corresponde al
don de piedad.
1. La piedad es un don que corresponde a la justicia, a la cual
pertenece más bien la cuarta bienaventuranza, o, si se apura un poco,
la quinta, es decir: Bienaventurados los misericordiosos,
porque, según lo dicho (a.1 ad 3; q.101 a.1 ad 2; a.4 ad 3), las obras
de misericordia pertenecen a la piedad. Luego la segunda
bienaventuranza no corresponde al don de piedad.
2. El don de piedad es dirigido por el de ciencia, al cual
se adjunta en la enumeración de los dones que hace Isaías (11,2).
Ahora bien: el que dirige y el que es dirigido tienden hacia lo mismo.
Así, pues, perteneciendo al don de ciencia la tercera bienaventuranza,
que es Bienaventurados los que lloran (q.9 a.4), parece
que al don de piedad no le corresponde la segunda bienaventuranza.
3. Los frutos corresponden a las bienaventuranzas y a
los dones, como queda dicho (1-2 q.70 a.2). Pero, entre los frutos, la
bondad y la benignidad parecen convenir a la piedad más que la
mansedumbre, que se relaciona con la dulzura. Luego la segunda
bienaventuranza no corresponde al don de piedad.
Contra esto: está el que San Agustín dice en su libro De Serm. Dom.
in monte: que la piedad es propia de los mansos.
Respondo: Que al adaptar las bienaventuranzas
a los dones se puede atender a una doble conveniencia. La primera,
según la razón de orden, que fue al parecer la que siguió San Agustín.
Es por lo que atribuye la primera bienaventuranza al don último, o
sea, al don de temor; y la segunda bienaventuranza: Bienaventurados los mansos, al don de piedad, y así
sucesivamente.
La segunda conveniencia, si atendemos a la propia naturaleza del don y de la bienaventuranza. Y según esto, se deberían adaptar las bienaventuranzas a los dones según los objetos. Así, a la piedad corresponderían la cuarta y la quinta más que la segunda. No obstante, la segunda bienaventuranza tiene una cierta coincidencia con la piedad, en cuanto que por la mansedumbre se quitan los obstáculos para los actos de piedad.
A las objeciones:
1. Aparece clara con lo que
acabamos de exponer.
2. Según la razón propia de las
bienaventuranzas y de los dones, es conveniente que la misma
bienaventuranza corresponda al don de ciencia y al de piedad. Pero
según la razón de orden, se les asignan varias bienaventuranzas,
teniendo en cuenta alguna que otra conveniencia, como acabamos de
decir.
3. En los frutos la bondad y
benignidad se pueden atribuir directamente a la piedad; la
mansedumbre, en cambio, sólo de forma indirecta, en cuanto quita los
impedimentos para los actos de piedad, como también se ha dicho.