Suma teológica - Parte II-IIae - Cuestión 114
La amistad o afabilidad
Ahora vamos a tratar de la amistad, que aquí llamamos afabilidad (q.81 intr), y de los vicios opuestos (q.115), que son la adulación y el litigio.

Al hablar de la amistad o afabilidad, planteamos dos problemas:

  1. ¿Es virtud especial?
  2. ¿Es parte de la justicia?
Artículo 1: ¿La amistad es virtud especial? lat
Objeciones por las que parece que la amistad no es virtud especial.
1. Dice el Filósofo en VIII Ethic. que la amistad perfecta es la fundamentada sobre la virtud. Pero toda virtud es causa de la amistad, porque el bien es amable para todos, según dice Dionisio en IV De Div. Nom.. Luego la amistad no es virtud especial, sino que acompaña a toda virtud.
2. El Filósofo, en IV Ethic., habla de tal amigo que recibe las cosas del modo conveniente sin tener en cuenta la amistad o la enemistad. Pero el dar señales de amistad a quienes no se ama parece propio de la simulación, que es contraria a la virtud. Luego tal amistad no es virtud.
3. La virtud consiste en el justo medio, según una sabia determinación, como leemos en II Ethic.. Pero se nos dice en Eclo 7,5: El corazón de los sabios está donde hay tristeza, y el de los necios donde el placer. De ahí que es propio del virtuoso evitar por todos los medios el placer, como aparece en II Ethic.. Esta amistad, en cambio, busca de suyo el agradar y teme entristecer, conforme enseña el Filósofo en IV Ethic.. Por tanto, una amistad así no es virtud.
Contra esto: está el que los mandamientos de la ley se dan sobre los actos de las virtudes. Y leemos en Eclo 4,7: Muéstrate afable con la asamblea de los pobres. Por consiguiente, la afabilidad, que aquí llamamos amistad, es virtud especial.
Respondo: Que, según se ha explicado (q.109 a.2), como la virtud se ordena al bien, donde hay una razón especial de bien debe asimismo haber una virtud especial. Pero el bien consiste en el orden, como dijimos antes (q.109 a.2). Y es necesario que exista un orden conveniente entre el hombre y sus semejantes en la vida ordinaria, tanto en sus palabras como en sus obras; es decir, que uno se comporte con los otros del modo debido. Es preciso, pues, una virtud que observe este orden convenientemente. Y a esta virtud la llamamos amistad o afabilidad.
A las objeciones:
1. El Filósofo, en su libro Ethicorum, habla de una doble amistad. Una, que consiste principalmente en el afecto con que amamos a otra persona. Tal amistad puede acompañar a toda virtud. Lo referente a esta amistad ya se ha dicho antes (q.23 a.1; a.3 ad 1; q.25-33) al hablar de la caridad. Otra, que consiste exclusivamente en palabras o hechos externos, la cual, en verdad, no es amistad perfecta, sino cierta semejanza de ella. Esta forma de amistad es la que guarda las normas de decoro en el trato cotidiano de los hombres.
2. Entre todos los hombres reina naturalmente una cierta amistad general; en este sentido leemos en Eclo 13,19 que todo animal ama a su semejante. Y que este amor se manifiesta en signos externos de palabra o de obra que uno exhibe incluso a extraños y desconocidos. Por eso no hay en ella simulación alguna, porque no se ofrecen muestras de perfecta amistad. En efecto, no nos comportamos con la misma familiaridad con los desconocidos que con aquellos a quienes estamos unidos por lazos de especial amistad.
3. El corazón de los sabios está donde existe la tristeza, pero no porque intente entristecer al prójimo, pues dice el Apóstol en Rom 14,15: Si por tu comida tu hermano se entristece, ya no andas en caridad, sino para consolar a los tristes, conforme a las palabras del Eclo 7,38: No te alejes del que llora, llora con quien llora. En cambio, el corazón de los necios gusta de la alegría, no porque pretendan alegrar, sino para aprovecharse de la alegría ajena.

Es, por tanto, propio del sabio el hacer la vida agradable a los que conviven con él; pero no con una alegría lasciva, que debe evitar la virtud, sino honesta, conforme al dicho del salmo 132,1: Ved qué bueno y deleitable convivir juntos los hermanos. No obstante, habrá casos en que, para evitar un mal, no tendrá inconveniente el afable en contristar a aquellos con quienes convive, según afirma el Filósofo en IV Ethic.. Es por lo que dice el Apóstol en 2 Cor 7,8: Si con la epístola os entristecí, no me pesa; y añade a continuación (v.9): Ahora me alegro, no porque os entristecisteis, sino porque os entristecisteis para penitencia. Así, pues, no debemos mostrar un rostro jovial para quedar bien con los que son proclives al pecado, no sea que parezca que condescendemos con sus vicios y de alguna forma les demos excusa para seguir pecando. Por esto mismo leemos en Eclo 7,26: ¿Tienes hijas? Vela por su honra y no les muestres un rostro demasiado jovial.

Artículo 2: ¿Esta amistad es parte de la justicia? lat
Objeciones por las que parece que esta clase de amistad no es parte de la justicia.
1. Compete a la justicia el dar a cada uno lo que le es debido. Pero esto no es lo propio de esta virtud, sino únicamente convivir afablemente con los demás. Luego esta virtud no es parte de la justicia.
2. Según el Filósofo en IV Ethic., tal virtud se ocupa de las delectaciones o tristezas que se dan en la convivencia. Ahora bien: el regular las máximas delectaciones pertenece a la templanza, como antes se ha dicho (1-2 q.60 a.5; q.161 a.3). Luego esta virtud es parte de la templanza más que de la justicia.
3. Como quedó demostrado (q.61 a.2; 1 q.65 a.2 ad 3), dar lo mismo a los que no son iguales va contra la justicia. Pero, según el Filósofo en IV Ethic., esta virtud trata por igual a los desconocidos y a los conocidos, a los familiares y a los extraños. Luego esta virtud no es parte de la justicia, sino que más bien se opone a ella.
Contra esto: está el que Macrobio cita la amistad como parte de la justicia.
Respondo: Que esta virtud es parte de la justicia en cuanto se adjunta a ella como a su virtud principal. En efecto, coincide con la justicia en que una y otra dicen relación de alteridad, pero se aparta de ella porque no existe en la amistad una plena razón de deuda, como sucede cuando uno está obligado a otro, bien sea por una deuda legal, cuyo pago exige la ley, bien por un deber que dimana de algún beneficio recibido; esta virtud dice relación sólo a un deber de honestidad que obliga más al que la posee que al otro, porque el afable debe tratar al otro del modo conveniente.
A las objeciones:
1., como antes quedó explicado (q.109 a.3 ad 1), puesto que el hombre es por naturaleza un animal social, se le exige por una cierta honestidad decir la verdad a los demás, sin la cual no sería duradera la sociedad humana. Y que así como el hombre no podría vivir en sociedad sin la verdad, tampoco sin la delectación, porque, según el Filósofo en VIII Ethic., nadie puede convivir todo un día con una persona triste o desagradable. Por tanto, el hombre está obligado por un cierto deber natural de honestidad a convivir afablemente con los demás, a no ser que por alguna causa sea necesario en ocasiones entristecer a alguno para su bien.
2. Es propio de la templanza el refrenar las delectaciones sensibles. Pero la virtud de que estamos hablando se ocupa de las delectaciones de la convivencia, las cuales proceden de la razón en cuanto que uno se comporta decorosamente con los que le rodean. Y estas delectaciones no necesitan ser refrenadas como peligrosas.
3. No hemos de entender estas palabras del Filósofo como si debiéramos hablar y tratar del mismo modo a conocidos y desconocidos, porque él mismo añade a continuación: no conviene ser afable o desagradable lo mismo con los familiares que con los desconocidos. Quiere decir que, con las debidas salvedades, debemos comportarnos con todos de la forma más conveniente.