Artículo 1:
¿Se opone la molicie a la perseverancia?
lat
Objeciones por las que parece que la molicie no se opone a la
perseverancia.
1. Porque sobre aquellas palabras de 1 Cor 6,9-10: Ni los
adúlteros, ni los muelles, ni los sodomitas, dice la Glosa: Los muelles, o sea, los blandos, esto
es, los débiles con melindres de mujeres. Pero esto se opone a la
castidad. Luego la molicie no es vicio opuesto a la
perseverancia.
2. El Filósofo dice, en VII Ethic.,
que la delicadeza es una espede de molicie. Pero el ser
delicado pertenece, al parecer, al vicio de intemperancia. Luego la
molicie no se opone a la perseverancia, sino, más bien, a la
templanza.
3. El Filósofo dice en ese mismo lugar que el jugador es muelle. Ahora bien: el entregarse sin moderación
al juego se opone a la eutrapelia, virtud cuyo objeto es moderar los placeres del juego, como leemos en IV Ethic.. Luego la molicie no se opone a la perseverancia.
Contra esto: está el que el Filósofo afirma en VII Ethic. que a la molicie se opone la
perseverancia.
Respondo: Que, como ya explicamos (
q.137 a.1.2), el mérito de la perseverancia consiste en no apartarse del
bien a pesar de la prolongada tolerancia de situaciones difíciles y
trabajosas. Lo directamente opuesto a esto es, según parece, el que
uno se aparte con facilidad del bien por dificultades que no puede
soportar. Esto constituye la esencia de la molicie, ya que muelle o
blando se llama a lo que cede fácilmente al tacto.
Mas no se tiene a una cosa por muelle por el hecho de que ceda a lo
que empuja con fuerza, pues aun las paredes ceden a los golpes del
ariete. Por tanto, a nadie se le considera muelle si cede y sucumbe a
impulsos muy fuertes. Es por lo que dice el Filósofo, en VII Ethic., que si uno es vencido por delectaciones
o tristezas desmesuradas no es digno de admiración, pero sí de que se
le perdone, siempre que en la resistencia no se haya quedado
corto.
Por otra parte, es evidente que ejerce mayor presión sobre uno el
miedo a los peligros que el atractivo de los placeres. Es por lo que
dice Tulio, en I De Offic., que no es
normal que quien no sucumbe al miedo sucumba al atractivo del placer,
ni que el que se mantuvo invicto en la lucha que suponen los trabajos
se deje dominar por el deleite. El placer en sí ejerce mayor
influjo, en lo que a atraer hacia el bien se refiere, que el que
ejerce la tristeza derivada de la carencia del mismo para echarse
atrás, y la causa de esto no es otra sino el que la carencia de placer
no es más que puro defecto. De ahí que, según el Filósofo, con toda propiedad se llama muelle al que deja de hacer el bien por las molestias causadas por el hecho de obrar sin sentir placer, pues retrocede, por así decirlo, por motivos de poca importancia.
A las objeciones:
1. La molicie de que hablamos
procede de una doble causa. En primer lugar, de la costumbre, pues
cuando alguien se acostumbra a los placeres es bastante difícil que
soporte el verse privado de ellos. En segundo lugar, de la disposición
natural: porque los hay que son bastante poco constantes a causa de su
frágil complexión. Cabe comparar, a este propósito, las mujeres con
los hombres, como dice el Filósofo en VII Ethic.. Por eso, a los que reaccionan como mujeres se les llama muelles, ya
que, por así decirlo, se hacen semejantes a ellas.
2. Al placer corporal se
opone el trabajo: por eso los trabajos corporales impiden tanto el
placer. Y que llamamos delicados a los que no son capaces de soportar
trabajos ni cosa alguna que disminuya el placer. Por eso se nos dice
en Dt 28,56: La mujer tierna y delicada, que no podía caminar ni
apoyar la planta del pie sobre la tierra por su excesiva molicie.
La delicadeza es, pues, una especie de molicie. Eso sí, la molicie se
refiere propiamente a la falta de placer; la delicadeza, en cambio, a
las causas que lo impiden, por ejemplo, el trabajo y cosas
semejantes.
3. En el juego hemos de
considerar dos cosas: una es el deleite, y en este sentido el jugador
empedernido es lo opuesto a la eutrapelia; otra es cierta flojedad o
descanso, opuestos al trabajo. Por eso, lo mismo que el ser incapaz de
soportar el trabajo es molicie, lo es también el apetito excesivo del
alivio que el juego proporciona o de cualquier otro
descanso.
Artículo 2:
¿Se opone la pertinacia a la perseverancia?
lat
Objeciones por las que parece que la pertinacia no se opone a la
perseverancia.
1. Dice San Gregorio (XXXI
Moral. ) que la
pertinacia nace de la vanagloria. Pero la vanagloria no se opone a la
perseverancia, sino más bien a la magnanimidad, como se ha dicho
(
q.132 a.2). Luego la pertinacia no se opone a la perseverancia.
2. Si se opone a la perseverancia ha de ser por exceso o por
defecto. Pero no se le opone por exceso, porque también el pertinaz
flaquea ante algunos placeres y tristezas, ya que, como dice el
Filósofo en VII Ethic., se alegran cuando
vencen y se entristecen cuando sus opiniones parecen infundadas.
Si por defecto, se identificaría con la molicie, y esto es
evidentemente falso. Luego de ningún modo la pertinacia se opone a la
perseverancia.
3. Así como el perseverante permanece en el bien contra
las tristezas, perseveran en la práctica del bien el continente y
moderado contra los deleites, el fuerte contra los temores y el manso
contra la ira. Pero se reserva el nombre de pertinaz para aquel que
persiste con exceso en una cosa. Luego la pertinacia no se opone a la
perseverancia más que a las otras virtudes.
Contra esto: está el que Tulio dice en su
Rhetorica que
la pertinacia es con respecto a la perseverancia lo que la superstición con respecto a la religión. Pero la superstición se opone a la religión, como hemos dicho (
q.92 a.1). Luego también la pertinacia a la perseverancia.
Respondo: Como escribe San Isidoro en el libro Etymol., pertinaz se llama a quien
mantiene obstinadamente su opinión, al que es, por decirlo así, tenaz
en todo. También se le llama incorregible (pervicax),
porque persevera en su propósito hasta obtener la victoria. Obedece
el apelativo a que los antiguos llamaban «vicia» (de ahí «vicax»,
«pervicax»), a lo que nosotros llamamos victoria. El Filósofo, en
VII Ethic., llama a esta clase de hombres ischirognomones, esto es, de «ideas fijas», o idiognomes,
esto es, de «opinión propia», porque perseveran en su parecer más de
lo que conviene; lo contrario del hombre flojo o muelle, que persevera
en su parecer menos de lo conveniente; los perseverantes, en cambio,
sólo en la medida que conviene. Consta, pues, que a la perseverancia
se la alaba por mantenerse en el justo medio; el pertinaz, en cambio,
es vituperado por sobrepasar el justo medio; el
muelle, por no llegar a él.
A las objeciones:
1. El aferrarse demasiado a la
propia opinión es debido a que se quiere dar a conocer, obrando así,
la propia excelencia. Por eso tiene su origen y causa en la
vanagloria. Ahora bien: como hemos dicho (
q.127 a.2 ad 1;
q.133 a.2),
en la oposición de los vicios a las virtudes lo que se tiene en cuenta
no es la causa, sino la especie propia.
2. El pertinaz peca por exceso al
persistir descontroladamente en algo contra no pocas dificultades;
pero encuentra deleite en el fin con que obra, lo mismo que el fuerte
y el perseverante. Sin embargo, por el hecho de que tal delectación es
viciosa debido al exceso con que la apetece y trata de evitar la
tristeza contraria, se asemeja al incontinente o al
muelle.
3. Las demás virtudes, aunque
persisten en la lucha contra los asaltos de las pasiones, no son
laudables, propiamente hablando, por el mismo hecho de persistir, como
lo es la perseverancia. La continencia, sin embargo, más que todo
parece ser laudable por el hecho de vencer los deleites. Por tanto, la
pertinacia se opone directamente a la perseverancia.