Viene a continuación el tema de la apostasía, sobre el cual se
formulan dos preguntas:
Artículo 1:
¿Pertenece la apostasía a la infidelidad?
lat
Objeciones por las que parece que la apostasía no pertenece a la
infidelidad:
1. No parece que pertenezca a la infidelidad lo que es principio de
todo pecado, pues se dan muchos pecados sin infidelidad. Ahora bien,
parece que la apostasía es el principio de todo pecado, a tenor de las
palabras de la Escritura: El principio de la soberbia del hombre es
apartarse de Dios (Eclo 10,14), y después
añade: Principio de todo pecado es la soberbia (v.15). La
apostasía, pues, no pertenece a la infidelidad.
2. Además, la infidelidad se da en el entendimiento. La apostasía, en
cambio, parece residir más en la obra exterior o en la palabra, e
incluso en la voluntad interior, según leemos en la Escritura:
Hombre apóstata, varón inútil, anda en boca mentirosa, guiña el
ojo, refriega los pies, habla con los dedos, tiene el corazón lleno de
maldad y siembra siempre discordias (Prov 6,12). Asimismo, si
alguien se circuncidara o adorara el sepulcro de Mahoma, sería
considerado como apóstata. Luego la apostasía no pertenece
directamente a la infidelidad.
3. La herejía, por pertenecer a la infidelidad, es una de
sus especies determinadas. Por lo tanto, si la apostasía perteneciera
a la infidelidad, sería también una especie determinada de la misma,
lo cual no parece cierto, a tenor de lo que hemos expuesto (q.10).
Luego la apostasía no pertenece a la infidelidad.
Contra esto: está el testimonio de San Juan: Muchos de sus discípulos
se retiraron (Jn 6,67), es decir, apostataron, cosa que se afirma
de quienes había dicho antes el Señor: Algunos de vosotros no
creen (v.65). La apostasía, pues, pertenece a la
infidelidad.
Respondo: La apostasía implica cierto retroceso
de Dios. Y ese retroceso se produce según los diferentes modos con que
el hombre se une a El. Efectivamente, el hombre se une a Dios,
primero, por la fe; segundo, por la debida y rendida voluntad de
obedecer sus mandamientos; tercero, por obras especiales de
supererogación, por ejemplo, las de religión, el estado clerical o las
órdenes sagradas. Ahora bien, eliminando lo que está en segundo lugar,
permanece lo que está antes, pero no a la inversa. Ocurre, pues, que
hay quien apostata de Dios dejando la religión que profesó o la orden
(sagrada) que recibió, y a ésta se la llama apostasía de la religión o
del orden sagrado. Pero sucede también que hay quien apostata de Dios
oponiéndose con la mente a los divinos mandatos. Y dándose estas dos
formas de apostasía, todavía puede el hombre permanecer unido a Dios
por la fe. Pero si abandona la fe, entonces parece que se retira o
retrocede totalmente de Dios. Por eso, la apostasía, en sentido
absoluto y principal, es la de quien abandona la fe; es la apostasía
llamada de perfidia. Según eso, la apostasía propiamente dicha
pertenece a la infidelidad.
A las objeciones:
1. Esa objeción se refiere al
segundo modo de apostasía, que implica la voluntad rebelde a los
mandatos de Dios, y se da en todo pecado mortal.
2. A la fe pertenece no sólo la
credibilidad del corazón, sino también la confesión pública de la fe
interior con palabras y obras exteriores, pues la confesión es acto de
la fe. De esta manera, algunas palabras y obras externas pertenecen a
la infidelidad en cuanto que son señales de la misma, al modo como se
dicen sanos los signos de salud. En cuanto a la autoridad citada, si
bien puede aplicarse a todo tipo de apostasía, se aplica, sin embargo,
con toda verdad, a la apostasía de la fe. Porque, en efecto, la fe
es fundamento primero de las cosas que esperamos (Heb 11,1),
y sin la fe es imposible agradar a Dios (Heb 11,6); perdida la
fe, de nada dispone el hombre que le sea útil para la salvación
eterna. Por esa razón se escribe primero hombre apóstata, hombre
inútil (Prov 6,12). Mas la fe es también vida del alma, a tenor de las
palabras del Apóstol: El justo vive por la fe (Rom 1,17). Por
lo tanto, del mismo modo que, cuando desaparece la vida corporal,
todos los miembros y partes del hombre pierden su disposición debida,
así también, cuando desaparece la vida de justicia, que se da por la
fe, aparece el desorden en todos los miembros. Aparece primero en la
boca, por la cual se manifiesta el corazón; segundo, en los ojos;
tercero, en los órganos del movimiento, y, por último, en la voluntad,
que tiende al mal. De aquí se sigue que el apóstata siembra discordias
intentando alejar a otros de la fe, como se alejó él
mismo.
3. Las especies de una cualidad o
de una forma no adquieren su diversidad de las realidades que son el
principio o el término del movimiento; más bien sucede a la inversa:
las especies se definen por los términos formales del movimiento.
Ahora bien, la apostasía se refiere a la infidelidad
como término final hacia el que se encamina el movimiento de quien se
aleja de la fe. Por eso la apostasía no implica
una especie bien determinada de infidelidad, sino una circunstancia
agravante, según el testimonio de San Pedro: Más le hubiera valido
no haber conocido el camino de la justicia que, una vez conocido,
volverse atrás (2 Pe 2,21).
Artículo 2:
Por la apostasía, ¿pierde el príncipe el dominio sobre sus súbditos,
de tal manera que no estén obligados a obedecerle?
lat
Objeciones por las que parece que por la apostasía de la fe no pierde
el príncipe el dominio sobre sus súbditos hasta el extremo de que
éstos no queden obligados a obedecerle:
1. Dice San Ambrosio que el emperador Juliano,
aunque era apóstata, tuvo, sin embargo, bajo su mando a soldados
cristianos, los cuales, cuando les arengaba diciendo «saltad al campo
en defensa de la república», le obedecían. Por la
apostasía, pues, del príncipe no quedan los súbditos libres de su
dominio.
2. El apóstata de la fe es un infiel. Pues bien, hubo santos
varones que sirvieron fielmente a sus señores infieles, como José a
Faraón, Daniel a Nabucodonosor y Mardoqueo a Asuero. Luego la
apostasía de la fe no es razón para que los súbditos abandonen la
obediencia al príncipe.
3. Lo mismo que aleja de Dios la apostasía, aleja
cualquier pecado. Por lo tanto, si por la apostasía perdiera el
príncipe el derecho de imperar sobre sus súbditos, por idéntico motivo
la perdería por otros pecados, cosa evidentemente falsa. Por lo tanto,
la apostasía de la fe no es razón para negar obediencia a los
príncipes.
Contra esto: está la autoridad de Gregorio VII, que dice: Nos,
siguiendo los estatutos de nuestros santos predecesores, con nuestra
autoridad apostólica, absolvemos del juramento a aquellos que están
sometidos a excomunión por fidelidad o juramento, y les prohibimos por
todos los medios que les guarden fidelidad hasta que vengan a debida
satisfacción. Ahora bien, los apóstatas de la fe
son excomulgados como los herejes, a tenor de la decretal Ad
abolendam. Por tanto, no se ha de obedecer a los
príncipes que apostatan de la fe.
Respondo: Según hemos expuesto (q.10 a.10), la
infidelidad no se opone de suyo al dominio, dado que éste está
introducido por derecho de gentes y un derecho humano; la distinción,
en cambio, entre fieles e infieles es de derecho divino, que no
rescinde el derecho humano. Sin embargo, quien incurre en pecado de
infidelidad puede perder por sentencia el derecho de dominio, como
ocurre a veces por otras culpas. Mas no incumbe a la Iglesia castigar
la infidelidad en quienes nunca recibieron la fe, a tenor del
testimonio del Apóstol: ¿Por qué voy a juzgar yo a los de
fuera? (1 Cor 5,12); puede, no obstante, castigarla judicialmente
en quienes la recibieron. Y es conveniente que sean castigados a no
ejercer la soberanía sobre sus súbditos, pues, de lo contrario, podría
redundar en una gran corrupción de la fe, ya que, como hemos dicho
(a.1 ad 2), el hombre apóstata maquina el mal en su corazón
depravado y siembra discordias, tratando de arrancar a los hombres
de la fe. Por eso, tan pronto como se ha dictado judicialmente
sentencia de excomunión por apostasía en la fe, quedan sus súbditos
libres de su dominio y del juramento de fidelidad con que le estaban
sometidos.
A las objeciones:
1. En aquel tiempo,
la Iglesia, en su novedad, no tenía potestad para
reprimir a los príncipes terrenos. Por eso
toleró que los fieles obedecieran a Juliano el Apóstata en cosas que
no eran contrarias a la fe, para evitar un peligro mayor en
ella.
2. La objeción se refiere a los
infieles que nunca han profesado la fe, como queda
dicho.
3. La apostasía de la fe, como
hemos expuesto, aparta totalmente al hombre de Dios, cosa que no
acontece con ningún otro pecado.