Viene a continuación el tema de la ciencia inspirada o infusa del
alma de Cristo. Y sobre ello se plantean seis preguntas:
Artículo 1:
¿Conoció Cristo todas las cosas mediante la ciencia inspirada o
infusa?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no conoció todas las cosas
mediante esta ciencia.
1. Esta ciencia le fue infundida a Cristo para perfección de su
entendimiento posible. Pero el entendimiento posible del alma humana
no parece que esté en potencia absolutamente para todo, sino sólo para
aquellas cosas respecto de las que puede ser actualizado por el
entendimiento agente, que es su propio principio activo; mas estas
cosas pueden ser conocidas por la razón natural. Luego, mediante esta
ciencia, no conoció Cristo los objetos que rebasan la razón
natural.
2. Las imágenes guardan con el entendimiento humano la misma
relación que los colores con la vista, como se dice en el III De
Anima. Ahora bien, la perfección de la potencia
visual no requiere conocer todo lo que carece enteramente de color.
Luego tampoco la perfección del entendimiento humano exige conocer
todas las cosas que no pueden expresarse por medio de imágenes, como
sucede con las sustancias separadas. Así pues, por haberle sido
concedida a Cristo la ciencia infusa para perfección de su
entendimiento, parece que no conoció, mediante la misma, las
sustancias separadas.
3. Para la perfección del entendimiento no se requiere
conocer los singulares. Parece, por tanto, que Cristo no conoció los
singulares por medio de la ciencia infusa.
Contra esto: está lo que se lee en Is 11,2-3: Estará colmado del
espíritu de sabiduría y de entendimiento, de ciencia y de consejo;
bajo estos dones queda incluido todo lo que es objeto de conocimiento.
A la sabiduría pertenece, en efecto, el conocimiento de todo lo
divino; al entendimiento le compete el conocimiento de todo lo
inmaterial; a la ciencia le incumbe el conocimiento de todas las
conclusiones; al consejo le atañe el conocimiento de todas las cosas
prácticas. Luego parece que Cristo conoció todas las cosas mediante la
ciencia que le fue infundida por el Espíritu Santo.
Respondo: Como se explicó anteriormente (q.9 a.1), fue conveniente, para que el alma de Cristo fuese perfecta en
todo, que toda su potencialidad se convirtiese en acto. Y ha de
tenerse en cuenta que en el alma humana, como en cualquier criatura,
se distingue una doble potencia pasiva: una, por relación al agente
natural; otra, respecto del primer agente, que puede elevar a
cualquier criatura a un acto superior, cosa que no es capaz de hacer
el agente natural. Esta última suele llamarse, en la criatura, potencia obediencial. Ambas potencias fueron actualizadas en el
alma de Cristo mediante esta ciencia infundida desde lo alto. Y por
eso, mediante ella, el alma de Cristo conoció, en primer lugar, todo
lo que el hombre puede conocer por medio de la fuerza de la luz del
entendimiento agente, como lo son todos los objetos de las
ciencias humanas. En segundo lugar, Cristo conoció,
mediante tal ciencia, todo lo que conocen los hombres por medio de la
revelación divina: bien pertenezca eso al don de sabiduría, bien al
don de profecía o a cualquier don del Espíritu Santo. El alma de
Cristo conoció todas estas cosas más y mejor que todos los demás. Sin
embargo, no conoció la esencia de Dios por medio de esta ciencia, sino
sólo mediante la primera, de la que antes hemos hablado
(q.10).
A las objeciones:
1. La dificultad planteada se basa
en la acción natural del alma intelectiva, es a saber, en la que se
establece por relación con el agente natural, que es el entendimiento
agente.
2. El alma humana, en esta vida,
no puede conocer las sustancias separadas, cuando, en cierto modo,
está ligada al cuerpo, de manera que no puede entender sin la
colaboración de las imágenes. Pero, después de la vida terrena, el
alma separada podrá conocer, de algún modo, por sí misma las
sustancias separadas, como queda dicho en la Primera Parte
(q.89 a.2). Y esto resulta claro especialmente respecto de las almas
de los bienaventurados. Ahora bien, Cristo, antes de la pasión, no fue
sólo viador, sino también comprehensor. Por lo que su alma podía
conocer las sustancias separadas, al modo que las conoce el alma
separada.
3. El conocimiento de los
singulares no pertenece a la perfección de la inteligencia en el orden
especulativo; sí, en cambio, por lo que se refiere al conocimiento
práctico, que no se realiza sin el conocimiento de los singulares,
sobre los que recae su operación, como se dice en el libro VI Ethic.. Por lo que, como dice Cicerón en su Rhetorica, la prudencia requiere la memoria del pasado, el
conocimiento del presente y la cautela para lo futuro. En
consecuencia, por haber tenido Cristo la plenitud de la prudencia,
conforme al don de consejo, se sigue que conoció todos los singulares
pasados, presentes y futuros.
Artículo 2:
¿Pudo el alma de Cristo entender mediante la ciencia inspirada o
infusa sin recurrir a las representaciones imaginarias?
lat
Objeciones por las que parece que el alma de Cristo no pudo entender
mediante esta ciencia sin servirse de las representaciones
imaginarias.
1. Las imágenes guardan con el entendimiento la misma relación que
los colores con la vista, como se dice en el libro III De
Anima. Pero la potencia visual de Cristo no pudo
ejercitarse más que mediante los colores. Luego tampoco su
entendimiento pudo entender cosa alguna sin servirse de las
imágenes.
2. El alma de Cristo es de la misma naturaleza que las
nuestras; de otra manera, no pertenecería a nuestra especie, en contra
de lo que dice el Apóstol en Flp 2,7: Se hizo semejante a los
hombres. Pero nuestra alma es incapaz de entender sin recurrir a
las imágenes. Luego lo mismo acontece en el alma de
Cristo.
3. El hombre ha recibido los sentidos para que sirvan a la
inteligencia. Si, pues, Cristo pudo entender sin el concurso de las
imágenes, que se reciben a través de los sentidos, se seguiría que
éstos le fueron dados a Cristo inútilmente, cosa que no es admisible.
Luego parece que el alma de Cristo no pudo entender sin servirse de
las imágenes.
Contra esto: está que el alma de Cristo conoció ciertas realidades que
no pueden ser conocidas por medio de imágenes, como es el caso de las
sustancias separadas (a.1 ad 2). Por consiguiente, pudo entender sin
la ayuda de las imágenes.
Respondo: Cristo, antes de su pasión, fue a la
vez viador y bienaventurado, como luego explicaremos con más detención
(q.15 a.10). Y tuvo las condiciones de viador especialmente por parte
del cuerpo, en cuanto que éste podía padecer; en
cambio, las condiciones de bienaventurado las poseyó sobre todo por
parte de su alma intelectiva. Pero es condición del alma
bienaventurada no estar sometida al cuerpo de ningún modo, ni depender
de él, sino dominarlo enteramente; por eso, después de la
resurrección, la gloria del alma redundará en el cuerpo. El alma del
hombre viador necesita del auxilio de las imágenes por estar ligada al
cuerpo y, en cierto modo, sujeta y dependiente de él. Por tanto, las
almas bienaventuradas, lo mismo antes que después de la resurrección,
pueden entender sin el recurso a las imágenes. Y esto mismo es lo que
hay que decir del alma de Cristo, que tuvo plenamente la facultad del
bienaventurado.
A las objeciones:
1. La analogía establecida por el
Filósofo no ha de entenderse de modo absoluto. Es claro que el fin de
la potencia visiva es conocer los colores, mientras que el de la
potencia intelectiva no es conocer las imágenes, sino las ideas que,
durante la vida terrena, obtiene a partir de las imágenes y en las
propias imágenes. Hay, pues, analogía en cuanto al objeto respectivo
de cada potencia, pero no en cuanto al objeto en que se consuma lo
específico de cada potencia. Y nada impide que un ser tienda a su
propio fin de diversas maneras, según los distintos estados; pero el
fin propio de un ser siempre es único. Y, por tanto, aunque la vista
no conozca nada sin el color, la inteligencia, en cambio, en un
determinado estado, puede conocer sin la imagen, pero no sin las
ideas.
2. Aunque el alma de Cristo fuera
de la misma naturaleza que las nuestras, tuvo, sin embargo, un estado
que nuestras almas no poseen de hecho, sino sólo en esperanza, es a
saber, el estado de bienaventuranza.
3. Aunque el alma de Cristo
pudiera entender sin servirse de las imágenes, también podía entender
acudiendo a ellas. Y, por eso, no poseyó en vano los sentidos; máxime
cuando éstos no son concedidos al hombre sólo para el conocimiento
intelectual, sino también para las necesidades de la vida
animal.
Artículo 3:
¿Poseyó el alma de Cristo la ciencia inspirada o infusa de modo
discursivo?
lat
Objeciones por las que parece que el alma de Cristo no tuvo esta
ciencia de modo discursivo.
1. Dice el Damasceno en el libro III: No ponemos en
Cristo ni el consejo ni la elección. Pero ambas cosas se le
retiran a Cristo porque implican comparación o discurso. Luego parece
que en Cristo no existió ciencia comparativa o discursiva.
2. El hombre precisa de la comparación y del discurso
racional para averiguar lo que desconoce. Ahora bien, el alma de
Cristo lo conoció todo, como antes se ha dicho (a.1). Luego no hubo en
él ciencia discursiva o comparativa.
3. La ciencia de Cristo fue al estilo de la de los
bienaventurados, que se asemejan a los ángeles, como se escribe en Mt
22,30. Pero en los ángeles no se da ciencia discursiva o comparativa,
como lo prueba Dionisio en el capítulo 7 De Div. Nom.. Luego tampoco se dio en el alma de
Cristo.
Contra esto: está que Cristo poseyó un alma racional, como queda dicho
antes (q.5 a.4). Y la operación propia del alma racional es comparar y
discurrir de una cosa a otra. Luego en Cristo existió ciencia
discursiva o comparativa.
Respondo: Una ciencia puede ser discursiva o
comparativa de dos modos: uno, en cuanto a la adquisición de la misma,
como sucede en nosotros, que llegamos al conocimiento de una cosa
partiendo de otra, por ejemplo los efectos mediante las causas, o
viceversa. Y, en este sentido, la ciencia del alma de Cristo no fue
discursiva o comparativa, porque esta ciencia de la que hablamos ahora
le fue divinamente infundida, no adquirida por investigación.
Otro, por empleo de tal ciencia, como a veces sucede con los que de las causas deducen los efectos, no para aprender algo nuevo, sino para usar a sabiendas la ciencia que ya poseían. Y, bajo este aspecto, la ciencia del alma de Cristo podía ser comparativa o discursiva, pues podía deducir una cosa de otra, a su gusto. Así procedió el Señor cuando, según Mt 17,24-25, preguntó a Pedro: ¿A quién cobran tributos los reyes de la tierra, a sus hijos o a los extraños? Y, al responder Pedro que a los extraños, concluyó: Luego los hijos están exentos.
A las objeciones:
1. De Cristo queda excluido el
consejo que implica duda y, por consiguiente, la elección que incluye
un consejo de esta naturaleza. En cambio, no se excluye de Cristo el
ejercicio del consejo.
2. Esta dificultad está planteada
acerca del discurso y de la comparación en cuanto medios para adquirir
la ciencia.
3. Los bienaventurados se
asemejan a los ángeles en cuanto a los dones de gracia; pero subsiste
entre los mismos la diferencia de naturaleza. Y de ahí que el uso de
la comparación y el discurso sea connatural a las almas de los
bienaventurados, pero no a los ángeles.
Artículo 4:
La ciencia inspirada o infusa de Cristo, ¿fue inferior a la de los
ángeles?
lat
Objeciones por las que parece que en Cristo esta ciencia fue inferior
a la de los ángeles.
1. La perfección guarda proporción con el sujeto a perfeccionar. Pero
el alma humana, en el orden natural, es inferior a la naturaleza
angélica. En consecuencia, como la ciencia de que venimos hablando fue
infundida en el alma de Cristo para su propia perfección, parece que
fue inferior a la ciencia que perfecciona a la naturaleza
angélica.
2. La ciencia del alma de Cristo fue, en cierto modo,
comparativa y discursiva, cosa que no cabe decir de la ciencia de los
ángeles. Luego la ciencia del alma de Cristo fue inferior a la ciencia
de los ángeles.
3. Una ciencia es más noble cuanto más inmaterial sea.
Ahora bien, la ciencia de los ángeles es más inmaterial que la ciencia
del alma de Cristo, porque el alma de Cristo actualiza su cuerpo y se
sirve de las imágenes, lo que no acontece en los ángeles. Luego la
ciencia de los ángeles es superior a la ciencia del alma de
Cristo.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Heb 2,9: Vemos al que
Dios hizo poco menos que los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y de
honor por haber padecido la muerte. De donde se deduce que Cristo
es inferior a los ángeles sólo por haber padecido la muerte. Luego no
en cuanto a la ciencia.
Respondo: La ciencia infusa del alma de Cristo
puede considerarse bajo dos aspectos: uno, atendiendo a lo que tuvo
por parte de la causa que la produce; otro, fijándonos en lo que tuvo
por parte del sujeto que la recibe. Del primer modo, la ciencia infusa
del alma de Cristo fue superior a la ciencia de los ángeles, lo mismo
por el número de objetos conocidos que por la certeza de la propia
ciencia; porque la luz espiritual infundida en el alma de Cristo es
muy superior a la luz correspondiente a la naturaleza angélica. Vista
del segundo modo, la ciencia infusa del alma de Cristo es inferior a
la ciencia de los ángeles, es a saber, por el modo de conocer que es
el natural del alma humana, esto es, mediante el recurso a las
imágenes, la comparación y el discurso.
A las objeciones: Quedan resueltas en la
solución.
Artículo 5:
La ciencia inspirada o infusa de Cristo, ¿fue una ciencia
habitual?
lat
Objeciones por las que parece que Cristo no tuvo ciencia
habitual.
1. Ya se ha dicho (a.1; q.9 a.1) que al alma de Cristo le corresponde
la máxima perfección. Pero la perfección de la ciencia en acto es
mayor que la preexistente como hábito. Luego parece que fue
conveniente que lo conociese todo en acto. En consecuencia, no tuvo
ciencia habitual.
2. Por ordenarse el hábito al acto, da la impresión de que
una ciencia habitual que no se convierte nunca en acto es inútil. Y
como Cristo lo conoció todo, según queda dicho (a.1), no hubiera
podido contemplar todas las cosas en acto de haberlas conocido una en
pos de otra, puesto que no es posible recorrer un número infinito de
cosas. Luego, en él, una ciencia habitual hubiera sido inútil, lo que
no es admisible. Por tanto tuvo ciencia actual, y no habitual, de
cuanto conoció.
3. La ciencia habitual es una perfección del que la tiene.
Y la perfección es más noble que el sujeto perfeccionado por ella. Por
tanto, en caso de haber existido en el alma de Cristo algún hábito
científico creado, se seguiría que una cosa creada sería superior al
alma de Cristo. Luego en el alma de Cristo no existió ciencia
habitual.
Contra esto: está que la ciencia de Cristo, de la que venimos hablando,
fue unívoca con nuestra ciencia, así como su alma es de la misma
especie que la nuestra. Pero nuestra ciencia es un hábito. Luego
también fue habitual la ciencia de Cristo.
Respondo: Como acabamos de explicar (a.4), el
modo de esta ciencia infusa en el alma de Cristo se conformó con el
sujeto que la recibía, puesto que lo recibido se acomoda al modo de
ser del sujeto que lo recibe. Pero es algo connatural al alma humana
que unas veces entienda en acto y otras en potencia. Y el medio entre
la pura potencia y el acto completo es el hábito. El medio y los
extremos pertenecen al mismo género. Y así es claro que el modo
connatural del alma humana es recibir la ciencia a manera de hábito.
Por tanto, es preciso decir que la ciencia infusa del alma de Cristo
fue habitual, y podía servirse de ella cuando le apetecía.
A las objeciones:
1. El alma de Cristo tuvo un doble
conocimiento, y ambos perfectísimos. Uno, superior a la condición de
la naturaleza humana, con el que contemplaba la esencia divina, y en
ella todas las cosas. Este fue un conocimiento perfectísimo en
absoluto; mas no fue habitual, sino actual respecto de todo lo que
conoció de esta manera. El otro fue un conocimiento proporcionado a la
condición de la naturaleza humana, en cuanto que conoció las cosas
mediante especies que le fueron divinamente infundidas; de tal
conocimiento hablamos ahora. Y éste no fue absolutamente perfecto,
sino que fue perfectísimo en el orden del conocimiento humano. De ahí
que no fuera necesario el que estuviese siempre en
acto.
2. El hábito se convierte en acto
mediante el imperio de la voluntad, pues el hábito es aquello con
lo que uno actúa cuando quiere. Y la voluntad se
mantiene indeterminada respecto de infinitas cosas. Pero tal
indeterminación no es inútil, aunque no tienda actualmente hacia todas
ellas, con tal de que se polarice en acto hacia lo que conviene en un
lugar y en un tiempo determinados. Y, por tanto, tampoco el hábito
resulta inútil, aunque no se conviertan en acto todas las cosas
abarcadas por el mismo, a condición de que se traduzca en acto lo que
es conveniente para el fin establecido por la voluntad de acuerdo con
las exigencias de los asuntos y del tiempo.
3. El bien y el ser se entienden
de dos modos. Uno, absolutamente. Y así se llama sustancia al bien y
al ser, que subsisten en su ser y en su bondad. Otro, relativamente. Y
así se llama accidente al ser, no porque él posea el ser y la bondad,
sino porque en él se apoyan el ser y el bien. De esta forma, la
ciencia habitual no es absolutamente mejor y más noble que el alma de
Cristo, sino sólo relativamente, ya que toda la bondad de la ciencia
habitual redunda en bien del sujeto.
Artículo 6:
La ciencia infusa del alma de Cristo, ¿se diversificó en distintos
hábitos?
lat
Objeciones por las que parece que en el alma de Cristo no existió más
que un único hábito científico.
1. Tanto más perfecta es una ciencia cuanto es más simple; de ahí que
los ángeles supremos conozcan mediante formas más universales, como
queda dicho en la Primera Parte (q.55 a.3). La ciencia de
Cristo fue perfectísima. Luego fue una en grado supremo, y por eso no
se diversificó en varios hábitos.
2. Nuestra fe procede de la ciencia de Cristo; por eso se
lee en Heb 12,2: Mirando al autor y consumador de la fe, Jesús.
Pero el hábito de la fe, con que creemos todo lo que hay que creer, es
único, como se explicó en la Segunda Parte (2-2 q.4 a.6). Luego
con mayor razón existió en Cristo un solo hábito científico.
3. Las ciencias se distinguen por sus diversos objetos
formales. Ahora bien, el alma de Cristo conoció todas las cosas bajo
una única formalidad, a saber, bajo la luz divinamente
infusa. Luego Cristo tuvo sólo un hábito científico.
Contra esto: está que en Zac 3,9 se dice: Sobre una piedra única,
es decir, en Cristo, hay siete ojos. Ahora bien, el ojo es
sinónimo de ciencia. Luego parece que en Cristo existieron varios
hábitos científicos.
Respondo: Como acabamos de exponer (a.4 y 5),
la ciencia infusa del alma de Cristo se acomodó al modo connatural del
alma humana. Y es connatural al alma humana recibir especies menos
universales que los ángeles, de manera que conoce las diversas
naturalezas específicas mediante distintas especies inteligibles. El
que en nosotros existan diversos hábitos científicos proviene de que
existen distintos objetos cognoscibles, en cuanto que todas las cosas
que pertenecen a un mismo género son conocidas mediante un mismo
hábito científico, como se dice en el libro I Poster.: Es una ciencia la que tiene por sujeto un solo género. Y por eso la ciencia infusa del alma de Cristo se diversificó en diversos hábitos.
A las objeciones:
1. Como antes queda consignado
(a.4), la ciencia del alma de Cristo es perfectísima y superior a la
de los ángeles, considerada por parte de Dios, que es quien la causa.
Pero es inferior a la ciencia angélica si se la mira desde el modo en
que la recibe el sujeto. Y esta modalidad es la que implica el que tal
ciencia se diversifique en muchos hábitos, como si se encarnase en
especies inteligibles más particulares.
2. Nuestra fe se apoya en la
verdad primera. Y por eso Cristo es autor de nuestra fe según su
ciencia divina, que es absolutamente una.
3. La luz divinamente infusa es
el medio común para conocer las verdades reveladas, lo mismo que la
luz del entendimiento lo es para conocer las cosas naturales. Y por
eso fue conveniente que en el alma de Cristo existiesen las especies
de cada una de las cosas, para que tuviese noticia de cada una de
ellas por un conocimiento propio. Y por este motivo fue necesario que
en el alma de Cristo hubiera distintos hábitos científicos, como queda
dicho (en la sol.).