Artículo 1:
¿Quedan recuperadas las virtudes por la penitencia?
lat
Objeciones por las que parece que no quedan recuperadas las virtudes
por la penitencia.
1. No podrían ser recuperadas por la penitencia las virtudes
perdidas, a no ser que la penitencia causara las virtudes. Pero la
penitencia, con ser una virtud, no puede ser la causa de todas las
virtudes, teniendo en cuenta sobre todo que algunas virtudes son
anteriores a la penitencia, como se ha dicho ya (
q.85 a.6). Luego con
la penitencia no se recuperan las virtudes.
2. La penitencia consiste en ciertos actos del penitente.
Pero las virtudes infusas no son causadas por nuestros actos. Dice, en
efecto, San Agustín en su libro De Lib. Arb.
que Dios causa las virtudes en nosotros sin nosotros. Luego
parece que por la penitencia no se recuperan las virtudes.
3. El que posee una virtud realiza los actos virtuosos sin
dificultad y con deleite. Por lo que el Filósofo dice en I Ethic. que no es justo quien no se alegra de su
acto de justicia. Pero muchos penitentes encuentran dificultad
todavía en la realización de los actos de virtud. Luego por la
penitencia no se recuperan las virtudes.
Contra esto: en el texto de Lc 15,22 el padre mandó que el hijo
arrepentido fuera vestido con la mejor túnica, que según San
Ambrosio es el vestido de la sabiduría, que
acompaña a todas las virtudes, según las palabras de Sab 8,7: Ella
enseña la sobriedad y la justicia, la prudencia y la fortaleza, que
son bienes más útiles para el hombre que la vida. Luego por la
penitencia se recuperan todas las virtudes.
Respondo: Con la penitencia, como se ha expuesto
ya (
q.86 a.1.6), se perdonan los pecados. Ahora bien, el perdón de los
pecados no se puede tener más que por la infusión de la gracia. Luego
con la penitencia al hombre se le infunde la gracia. Ahora bien, de la
gracia fluyen todas las virtudes infusas, como de la esencia del alma
fluyen todas las potencias, según se dijo en la
Segunda Parte
(
1-2 q.110 a.4). Luego con la penitencia se recuperan todas las
virtudes.
A las objeciones:
1. La penitencia, como se ha
afirmado ya (c.), recupera las virtudes por ser causa de la gracia.
Ahora bien, es causa de la gracia en cuanto que es sacramento, porque,
en cuanto que es virtud, es más bien efecto de la
gracia. Luego de aquí se sigue no que la penitencia en cuanto virtud
es la causa de todas las demás virtudes, sino que el hábito de la
penitencia, juntamente con el hábito de las demás virtudes, es causado
en el sacramento.
2. En el sacramento de la
penitencia los actos humanos constituyen la materia. Pero la virtud
formal de este sacramento depende del poder de las llaves. Y, por eso,
el poder de las llaves es la causa eficiente de la gracia y de las
virtudes, aunque instrumentalmente. Pero el primer acto del penitente,
la contrición, es como la última disposición para conseguir la gracia.
Los siguientes actos de la penitencia proceden ya de la gracia y de
las virtudes.
3. Como hemos visto ya (
q.86 a.5),
algunas veces, después del primer acto de la penitencia, que es la
contrición, permanecen algunas reliquias de los pecados, es decir,
disposiciones causadas por los primeros actos pecaminosos, que
ocasionan al penitente algunas dificultades para realizar el acto
virtuoso. Pero, en lo que depende de la inclinación de la caridad y de
las virtudes, el penitente realiza las obras virtuosas deleitablemente
y sin dificultad. De modo semejante ocurre que el hombre virtuoso
puede experimentar accidentalmente dificultades en la ejecución del
acto de virtud a causa del sueño o por otra indisposición
corporal.
Artículo 2:
¿Resurge el hombre después de la penitencia con el mismo grado de
virtud?
lat
Objeciones por las que parece que después de la penitencia resurge el
hombre con el mismo grado de virtud.
1. Dice el Apóstol en Rom 8,28: Para los que aman a Dios, todas
las cosas cooperan al bien, y la Glosa agustiniana añade que esto es tan cierto que si alguno de ellos se desvía y se sale del camino, Dios hará que esto redunde en su propio bien. Pero esto no sucedería si el hombre resurgiera con un grado menor de virtud.
2. Dice San Ambrosio que la penitencia es
una cosa excelente que revoca perfectamente todos los defectos.
Pero esto no sucedería si las virtudes no se recuperasen en el mismo
grado que antes. Luego con la penitencia se recupera la virtud en el
mismo grado.
3. A propósito de las palabras de Gen 1,5:
Y atardeció
y amaneció el día primero, comenta la
Glosa: La
luz vespertina es aquella en la que uno cae, la matutina es aquella en
la que uno resurge. Ahora bien, la luz matutina es mayor que la
vespertina. Luego uno resurge con mayor gracia o caridad que antes
tenía. Lo cual parece estar de acuerdo con lo que el Apóstol dice en
Rom 5,20:
Donde abundó el delito sobreabundó la
gracia.
En cambio la caridad progresiva o perfecta es mayor que la caridad
incipiente. Pero a veces sucede que uno cae de la caridad progresiva y
resurge en una caridad incipiente. Luego siempre se levanta el hombre
con un menor grado de virtud.
Respondo: El movimiento del libre albedrío que
se da en la justificación del pecador es, como se acaba de exponer
(
a.1), la última disposición para la gracia. Por lo que la infusión de
la gracia es simultánea con el movimiento del libre albedrío, como se
dijo en la
Segunda Parte (
1-2 q.113 a.8), en cuyo movimiento
está comprendido el acto de la penitencia, como se ha afirmado ya
(
q.86 a.6 ad 1). Ahora bien, es claro que las formas susceptibles de
una mayor o menor intensidad aumentan y disminuyen según la diversa
disposición del sujeto, como se dijo en la
Segunda Parte (
1-2 q.52 a.1.2). Por lo que, según que el movimiento del libre albedrío en
la penitencia sea más o menos intenso, el penitente recibirá más o
menos gracia.
Pero acontece que la intensidad del movimiento del penitente a veces
es proporcionada a una mayor gracia que aquella de la que cayó por el
pecado, otras es igual y otras menor. Y, por eso, el penitente algunas
veces resurge con mayor gracia de la que antes tenía, otras con igual
y otras con menor. Y lo mismo se diga de las virtudes que acompañan a
la gracia.
A las objeciones:
1. No para todos los que aman a
Dios coopera al bien el hecho de caer del amor de Dios por el pecado
—lo cual es claro en el caso de los que caen y nunca
se levantan, o se levantan para caer de nuevo—, sino para aquellos
que, según el plan divino, son llamados santos (Rom 8,28), o sea,
para los predestinados, quienes se levantan todas las veces que caen.
La caída, pues, redunda en su propio bien no porque se levanten
siempre con mayor gracia, sino porque se levantan con una gracia más
estable: no por parte de la misma gracia, porque ésta es tanto más
estable cuanto mayor es, sino por parte del hombre, quien permanece
con mayor seguridad en la gracia cuanto más precavido y humilde es.
Por lo que la misma Glosa añade que la caída les aprovecha porque se tornan más humildes y más prudentes.
2. La penitencia, de suyo, tiene
la virtud de reparar perfectamente todos los defectos, y aun de
promover a un estado superior. Pero esto, a veces, lo impide el mismo
hombre, que se mueve cansinamente hacia Dios y hacia el aborrecimiento
del pecado. Como también en el bautismo algunos adultos reciben mayor
o menor gracia por ser la disposición diversa en unos y en
otros.
3. Esa comparación de una y otra
gracia con la luz matutina y vespertina se hace por una semejanza en
el orden de sucesión, porque después de la luz vespertina vienen las
tinieblas de la noche, y después de la luz matutina sigue la luz del
día, pero no se hace por una mayor o menor semejanza en la
intensidad.
Y las palabras del Apóstol se refieren a la gracia que supera toda la
abundancia de los pecados humanos. Pero no en todos los casos es
cierto que cuanto más abundantemente pecó uno, tanta mayor abundancia
de gracia recibió, hablando de la graduación de la gracia habitual.
Hay, sin embargo, una gracia sobreabundante en lo que se refiere al
concepto mismo de gracia, porque es más gratuito el beneficio de la
remisión para quien es más pecador. Aunque, a veces, también sucede
que grandes pecadores tienen un gran dolor de sus pecados, por lo que
consiguen un hábito más abundante de gracia y de virtudes, como
sucedió con María Magdalena (Lc 7,47).
A la objeción del «En cambio» hay que decir que en un mismo
hombre es mayor la gracia progresiva que la incipiente, pero en
diversos sujetos esto no es necesariamente así, porque uno puede
comenzar con una gracia mayor que la que otro tenía en un estado más
avanzado, como dice San Gregorio en II Dialog.: Conozcan todos los presentes y todos los que vendrán a qué grado de
perfección comenzó el joven Benito la gracia de la conversión.
Artículo 3:
¿Restituye la penitencia al hombre en su precedente
dignidad?
lat
Objeciones por las que parece que la penitencia no restituye al
hombre en su precedente dignidad.
1. Comentando las palabras de Am 5,1-2: Cayó la virgen de
Israel, dice la Glosa: No niega que se
levante, sino que pueda levantarse virgen, porque, una vez que la
oveja se descarría, aunque sea traída en los hombros del pastor, no
tendrá tanta gloría como la que nunca se extravió. Luego con la
penitencia no recupera el hombre la precedente dignidad.
2. Dice San Jerónimo: Los que no cuidan la
dignidad de la vida divina, que se contenten con salvar su alma,
porque retornar al estado primitivo es cosa difícil. Y el papa
Inocencio afirma que los cánones de Nicea excluyen a
los penitentes aun de los grados más ínfimos de los clérigos.
Luego con la penitencia no recupera el hombre la precedente
dignidad.
3. Antes del pecado puede uno ascender a un grado
superior. Pero esto no se le concede al penitente después del pecado,
porque se dice en Ez 44,10.13: Los levitas que se apartaron de mí,
nunca más se acercarán para ejercer las funciones del sacerdocio.
De ahí las disposiciones del Concilio de Lérida,
recogidas en Decretis dist.L, donde se dice: Los que están al servicio del altar santo, si cayeren de improviso en
la lamentable debilidad de la carne y, por la misericordia de Dios, se
arrepintieren, repóngaseles en el puesto que ocupaban, pero no sean
promovidos a puestos superiores. Luego la penitencia no restituye
al hombre en la precedente dignidad.
Contra esto: en el mismo lugar dice San Gregorio
escribiendo a Secundino: Después de una digna
satisfacción creemos que el hombre puede ser repuesto en su
dignidad. Y en el Concilio deAgde se lee: Los clérigos contumaces deben ser corregidos por los obispos en la
medida que lo permita el grado de su dignidad, de tal manera que,
después de haber sido corregidos por la penitencia, reciban su grado y
su dignidad.
Respondo: El hombre pierde por el pecado dos
tipos de dignidad. Una, principal, por la que
era contado entre los
hijos de Dios (Sab 5,5) por la gracia. Una dignidad que recupera
por la penitencia. Esto queda ilustrado en Lc 15,22 en la parábola del
hijo pródigo, a quien después de su arrepentimiento el padre mandó que
se le restituyeran
la mejor túnica, el anillo y las sandalias.
La otra es secundaria, o sea, la inocencia, de la que se gloriaba el
hijo mayor, en el mismo pasaje (v.29), diciendo:
En tantos años
como vengo sirviéndote nunca quebranté un mandato tuyo. Esta
dignidad el penitente ya no la puede recuperar. Sin embargo, recupera
alguna vez algo mejor. Porque, como dice San Gregorio en su Homilía
De centum ovibus,
los que meditan su
alejamiento de Dios compensan los daños anteriores con las ganancias
posteriores. Hay más alegría por ellos en el cielo, porque también el
jefe ama más en la batalla al soldado que, después de haber huido,
ataca fuertemente al enemigo, que a quien nunca dio la espalda, pero
nunca atacó con valentía.
Además, un hombre pierde por el pecado la dignidad eclesiástica
haciéndose indigno de ejercer los ministerios anejos a esta dignidad.
Pues bien, está prohibido recuperar esta dignidad en los casos
siguientes: L° Cuando no hacen penitencia. Por eso San Isidoro en su
obra Ad Marianum Episcopum, que se encuentra en
el mismo lugar: cap.28 «Domino», escribe: Los cánones
prescriben restablecer en sus antiguos grados jerárquicos a quienes
han satisfecho por la penitencia o han hecho una digna confesión de
sus pecados. Y, por el contrario, los que no quieren enmendarse del
vicio de la corrupción, no reciben ni el grado de honor ni la gracia
de la comunión. 2.° Cuando son negligentes en hacer penitencia.
Por lo que en el mismo lugar, cap.29: «Si quis diaconus», se
dice: Cuando en los clérigos penitentes no aparece ni la compunción
humilde ni la asiduidad en la oración, ni se les ve entregados al
ayuno o a la lectura espiritual, podemos prever con cuánta negligencia
vivirían si se les volviese a su antigua dignidad. 3.° Cuando se
comete un pecado que lleva adjunta una irregularidad. En el mismo
lugar, c.28, se dice lo siguiente, tomado del Concilio del papa
Martín: Quien se casare con una viuda o con la
abandonada por otro no sea admitido al estado clerical. Y si se
introdujo furtivamente, sea depuesto. Y hágase lo mismo con quien,
después del bautismo, haya cometido, mandado o aconsejado un
homicidio, o haya tenido que defenderse de él. En este caso la
exclusión no se debe al pecado, sino a la irregularidad. 4.° Cuando
hay escándalo. Por lo que en el mismo lugar, cap.34: «De his
vero», dice Rábano Mauro: Los que públicamente han sido
sorprendidos en perjurio, fornicación u otros crímenes, sean
degradados según las normas de los sagrados cánones, porque es un
escándalo para el pueblo de Dios tener por pastores a tales personas.
Pero a los que confiesan al sacerdote estos pecados, cometidos
ocultamente, si se purifican de ellos mediante ayunos, limosnas,
vigilias y santas oraciones, se les puede prometer, conservando el
grado jerárquico, la esperanza del perdón por la misericordia de
Dios. Y esto es lo que se lee también en el cap. 17: «De
qualitate ordinand.»: Si los crímenes no hubieran sido probados por
sentencia judicial y no fueran notarías, fuera del caso de homicidio,
después de la penitencia, no pueden ser impedidos del ejercido de las
órdenes ni de recibirlas.
A las objeciones:
1. Vale el mismo argumento para la
cuestión de recuperar la virginidad y recuperar la inocencia, lo cual
tiene una importancia secundaria con respecto a Dios.
2. San Jerónimo en esas palabras
no afirma que sea imposible, sino difícil que el hombre recupere su
primitivo grado de dignidad después del pecado, porque esto solamente
se concede a quien hace una penitencia perfecta, como se ha dicho
(c.).
A las prescripciones de los cánones que parecen prohibir esta
rehabilitación, responde San Agustín escribiendo a Bonifacio: La
disposición eclesiástica de prohibir el estado clerical, de retornar a
él o de permanecer en él después de haber expiado un crimen por la
penitencia, no se debe a una desconfianza en el perdón, sino al rigor
de la disciplina. De otro modo se pondría en discusión
el poder de las llaves concedido a la Iglesia con aquellas palabras:
«Todo lo que desatareis en la tierra será desatado en el cielo». Y
después añade: Porque también el santo rey David hizo penitencia de
sus delitos, y, sin embargo, permaneció en su dignidad. Y San Pedro,
después de haber derramado amarguísimas lágrimas y de haberse
arrepentido de haber negado al Señor, permaneció como apóstol. Con
todo, no debe ser calificada de inútil la disciplina de los antiguos,
quienes, sin quitar nada a la salud, añadieron algo a la humildad, ya
que conocían por experiencia —según creo las fingidas penitencias
de algunos con las que buscaban honores.
3. Esas normas se refieren a los
penitentes públicos, quienes, posteriormente, no pueden ser promovidos
a una dignidad mayor. Porque también San Pedro fue constituido pastor
de las ovejas de Cristo después de la negación, como consta en Jn
21,15ss. Lo cual es comentado por San Juan Crisóstomo
diciendo que Pedro, después de la negación y de la penitencia,
manifiesta tener más confianza con Cristo. El, efectivamente, no se
había atrevido a preguntarle en la última cena, sino que encargó a
Juan que le preguntara. Pero después se le otorga la presidencia sobre
los demás hermanos, y no sólo no manda a otro a preguntar lo que es de
su incumbencia, sino que incluso pregunta al Maestro en nombre de
Juan.
Artículo 4:
¿Pueden quedar amortiguadas las obras de las virtudes hechas con
caridad?
lat
Objeciones por las que parece que las obras de las virtudes hechas
con caridad no pueden quedar amortiguadas.
1. Lo que no existe no puede cambiar. Pero la amortiguación es un
cierto tránsito de la vida a la muerte. Luego, puesto que las obras de
las virtudes, después de realizadas, ya no existen, parece que ya no
pueden quedar amortiguadas.
2. Por las obras virtuosas, realizadas con caridad, el
hombre merece la vida eterna. Ahora bien, quitar el premio al que se
lo merece es una injusticia, que no se da en Dios. Luego es imposible
que las obras de virtud, realizadas con caridad, queden amortiguadas
por el pecado posterior.
3. Lo que es más fuerte no puede ser destruido por lo que
es más débil. Pero las obras de caridad son más fuertes que todos los
pecados, porque, como se dice en Prov 10,12: La caridad cubre todos
los pecados. Luego parece que las obras realizadas con caridad no
pueden ser amortiguadas por el pecado subsiguiente.
Contra esto: se dice en Ez 18,24: Si el justo se aparta de su
justicia, no le será tenida en cuenta su buena conducta
anterior.
Respondo: Un ser vivo pierde con la muerte las
funciones de la vida. De ahí que se diga metafóricamente que una cosa
es amortiguada cuando se le impide producir su propio efecto y su
propia función. Ahora bien, el efecto de las obras virtuosas, hechas
con caridad, es el de conducir a la vida eterna, un efecto que es
impedido por el pecado mortal subsiguiente, que quita la gracia. Y en
este sentido se dice que las obras hechas con caridad quedan
amortiguadas por el pecado mortal posterior.
A las objeciones:
1. Como las obras pecaminosas pasan
en cuanto a su acto, y permanecen en su reato, así las obras
realizadas con caridad, después de que pasan en cuanto a su acto,
permanecen por el mérito en la aceptación de Dios. Y son amortiguadas
en la medida en que son impedidas por el hombre de conseguir el premio
que se merecen.
2. Puede sustraerse el premio a
quien lo merece, sin cometer injusticia, cuando quien lo ha merecido
se hace indigno de él por el pecado posterior. Porque el hombre
pierde, a veces, justamente por la culpa incluso lo que había
merecido.
3. Las obras realizadas con
caridad anteriormente no son amortiguadas por el poder de las obras
pecaminosas, sino por la libertad de la voluntad, que puede inclinarse
del bien al mal.
Artículo 5:
¿Reviven por la penitencia las obras que fueron amortiguadas por el
pecado posterior?
lat
Objeciones por las que parece que las obras que fueron amortiguadas
por el pecado posterior no reviven con la penitencia.
1. De la misma manera que por la penitencia subsiguiente se perdonan
los pecados pasados, así también por el pecado posterior quedan
amortiguadas las obras realizadas anteriormente con la caridad. Ahora
bien, los pecados perdonados por la penitencia no renacen, como se ha
dicho ya (
q.88 a.1). Luego parece que tampoco reviven por la caridad
las obras que fueron amortiguadas.
2. Se dice que son amortiguadas las obras por analogía con
los animales que mueren, como se acaba de ver (
a.4). Pero el animal
muerto no puede volver a la vida. Luego tampoco las obras amortiguadas
pueden de nuevo revivir por la penitencia.
3. Las obras realizadas con caridad merecen la gloria
según la medida de gracia o de caridad. Ahora bien, a veces el hombre
resurge de la penitencia con menor gracia o caridad. Luego la gloria
no corresponde a los méritos de las primeras obras. Y de esta manera
parece que las obras amortiguadas por el pecado posterior no
reviven.
Contra esto: comentando el texto de Jl 2,25: Os restituiré los años
comidos por la langosta, dice la Glosa: No permitiré que perezca la abundancia que perdisteis en la
perturbación de vuestro ánimo. Pero esa abundancia es el mérito de
las buenas obras, perdido por el pecado. Luego por la penitencia
reviven las obras meritorias anteriormente hechas.
Respondo: Algunos afirmaron que
las obras meritorias amortiguadas por el pecado posterior no reviven
con la penitencia subsiguiente, partiendo del hecho de que estas obras
no permanecen para que puedan revivir de nuevo.
Pero esto no puede impedir su revivificación. Porque estas obras
tienen el poder de conducir a la vida eterna —en lo cual consiste su
vida-no sólo mientras tienen una existencia actual, sino también
después que dejan de existir, en cuanto que permanecen en la
aceptación divina. Y ahí permanecen, de suyo, después de ser
amortiguadas por el pecado, porque estas obras, una vez realizadas,
serán siempre aceptadas por Dios, y los santos se alegrarán de ellas,
según las palabras del Ap 3,11: Guarda lo que tienes para que otro
no te quite tu corona. El que ellas no sean eficaces para conducir
a la vida eterna, proviene del pecado posterior, por el que uno se
hace indigno de la vida eterna. Pero este impedimento desaparece por
la penitencia, ya que con ella se perdonan los pecados. Sigúese, por
tanto, que las obras anteriormente amortiguadas recuperan, por la
penitencia, la eficacia de conducir a la vida eterna a quien las hizo,
y esto es lo que significa revivir. Luego queda patente que las obras
amortiguadas reviven por la penitencia.
A las objeciones:
1. Las obras del pecado quedan
abolidas directamente por la penitencia, de tal manera que de ellas,
por la misericordia de Dios, no queda ni la mancha ni el reato. Pero
las obras hechas con caridad no son destruidas por Dios, en cuya
aceptación permanecen. Es el hombre quien puede poner impedimento a su
eficacia. Y, por eso, eliminado el impedimento que puede venir por
parte del hombre, Dios cumple por su parte aquello que las obras
merecían.
2. Las obras realizadas con
caridad no son amortiguadas en sí mismas, como se ha expuesto (c.),
sino sólo por razón del impedimento que pone el hombre. Los animales,
sin embargo, sí mueren en sí mismos al quedar privados del principio
de la vida. Por tanto, la comparación no vale.
3. El que por la penitencia se
levanta con un grado menor de caridad, conseguirá el premio esencial
correspondiente al grado de gracia en que se encuentra. Disfrutará,
sin embargo, de una alegría mayor por las obras realizadas en la
primera caridad que por las obras realizadas en la segunda, lo cual
pertenece al premio accidental.
Artículo 6:
¿Son vivificadas por la penitencia ulterior también las obras
muertas?
lat
Objeciones por las que parece que también las obras muertas, o sea,
las que no se hicieron en estado de caridad, son vivificadas por la
penitencia.
1. Es más difícil que vuelva a la vida lo que ha muerto —cosa que
nunca acaece naturalmente-que vivificar lo que nunca tuvo vida, porque
de seres no vivos según la naturaleza se engendran algunos seres
vivos. Pero las obras amortiguadas son vivificadas por la penitencia,
como se ha dicho (
a.5). Luego con mayor motivo son vivificadas las
obras muertas.
2. Eliminada la causa, desaparece el efecto. Ahora bien, la
causa por la que las obras, de suyo buenas, hechas sin caridad, no
fueron vivas, fue la carencia de caridad y de gracia. Pero esta
carencia desaparece con la penitencia. Luego con la penitencia son
vivificadas las obras muertas.
3. Dice San Jerónimo: Cuando veas que
alguien, entre muchas obras pecaminosas, hace alguna buena, no debes
pensar que Dios es tan injusto que por las muchas obras malas se
olvide de las pocas buenas. Pero esto se ve sobre todo cuando con
la penitencia son borradas las malas obras pasadas. Luego parece que
Dios, después de la penitencia, remunera las buenas obras realizadas
en estado de pecado, que equivale a decir que son vivificadas.
Contra esto: dice el Apóstol en 1 Cor 13,3: Si repartiera mi hacienda
a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, y no tuviese caridad,
de nada me aprovecha. Ahora bien, esto no sería así si al menos
por la penitencia posterior fuesen vivificadas. Luego la penitencia no
vivifica las obras anteriormente muertas.
Respondo: Una obra puede decirse que está
muerta en dos sentidos. Uno, de modo efectivo, porque causa la muerte.
Y, en este sentido, las obras del pecado se dice que están muertas,
según aquellas palabras de Heb 9,14:
La sangre de Cristo limpiará
nuestras conciencias de las obras muertas. Así pues, las obras
muertas no son vivificadas por la penitencia, sino más bien abolidas,
según las palabras de Heb 6,1:
Sin tocar de nuevo los temas
fundamentales de la penitencia, hecha por las obras
muertas.
Otro, de modo privativo, porque carece de vida espiritual, que
proviene de la caridad, por la que el alma se une con Dios, de quien
recibe la vida, como el cuerpo la recibe del alma. Y, en este sentido,
se dice también que la fe sin caridad está muerta, según aquellas
palabras de Sant 2,20: La fe sin obras está muerta. Y, por la
misma razón, todas las obras que son de suyo buenas, si se hacen sin
caridad, se dice que son obras muertas, por no proceder del principio
vital, lo mismo que si dijéramos que el sonido de la cítara es una voz
muerta. Por tanto, la diferencia entre obras muertas y vivas viene
establecida por comparación al principio de donde proceden. Ahora
bien, las obras no pueden volver a proceder de nuevo de un principio,
porque pasan y no pueden repetirse en su identidad numérica. Luego es
imposible que las obras muertas se transformen en vivas por la
penitencia.
A las objeciones:
1. En los seres de la naturaleza,
tanto las cosas muertas como las amortiguadas carecen de principio
vital. Pero se dice que las obras son amortiguadas no por parte del
principio de donde proceden, sino por parte del impedimento
extrínseco. Mientras que se dice que son muertas por parte del
principio. Luego la comparación no vale.
2. Las obras de suyo buenas,
hechas sin caridad, se dice que son muertas por carecer de caridad y
de gracia, como de principio vital. Ahora bien, la penitencia
posterior no hace que procedan de tal principio. Luego el argumento no
vale.
3. Dios recuerda las obras buenas
que uno hace en estado de pecado no para remunerarlas en la vida
eterna —vida que se consigue solamente con las obras vivas, o sea,
realizadas en estado de caridad—, sino para remunerarlas en esta
vida. Como dice San Gregorio en su Homilía
Divite et Lábaro: Si aquel rico no hubiese hecho algún bien y no
hubiese recibido su premio en esta vida, nunca le hubiese dicho Abrahán: «Tú recibiste bienes en tu vida».
También puede significar este recuerdo una cierta mitigación en el
juicio. Por lo que dice San Agustín en su libro De
Patientia: No podemos decir al
asmático (martirizado) que hubiese sido mejor para él negar a Cristo,
y evitar los sufrimientos que le causó su confesión, de tal manera que
lo que dice el Apóstol: «Si entregara mi cuerpo a las llamas, y no
tuviera caridad, de nada me aprovecha», ha de entenderse para obtener
el reino de los cielos, y no para mitigar el suplicio del último
juicio.