Artículo 1:
¿Es la muerte la pena del pecado de los primeros padres?
lat
Objeciones por las que parece que la muerte no es la pena del pecado
de los primeros padres.
1. Lo que es natural al hombre no puede decirse que sea pena de
pecado, ya que éste no perfecciona la naturaleza, sino que la vicia.
Ahora bien: la muerte es natural al hombre, puesto que su cuerpo se
compone de elementos contrarios y, además, mortal es uno de
los términos con que se define al hombre. Luego la muerte no es pena
del pecado de los primeros padres.
2. La muerte, como otros defectos, se da tanto en el hombre
como en los demás animales, según se dice en Ecl 3,19: Una misma
es la muerte del hombre y de los animales, y una misma la
condición. Ahora bien: la muerte en los animales no es pena de
pecado. Por tanto, tampoco lo es en los hombres.
3. El pecado de los primeros padres fue el de unas
personas concretas. Sin embargo, la muerte acompaña a toda la
naturaleza humana. Luego no parece que sea castigo por el pecado de
los primeros padres.
4. Y además: todos, por igual, proceden de los primeros padres. Luego
si la muerte fuera pena de su primer pecado, se seguiría que todos los
hombres deberían padecer la muerte en iguales circunstancias, lo cual
es claramente falso, ya que unos mueren antes que otros y unos con más
dolor que otros. Por tanto, la muerte no es la pena del primer
pecado.
5. El mal de pena procede de Dios, como ya vimos (
q.19 a.1 ad 3;
1 q.48 a.6;
q.49 a.1). Pero la muerte no parece venir de
Dios, pues se dice en Sab 1,13 que Dios
no hizo la muerte.
Luego ésta no es pena al primer pecado.
6. Más incluso: parece que las penas no son meritorias, ya que el
mérito pertenece al género de bondad, mientras que la pena es mala.
Ahora bien: la muerte es a veces meritoria, como aparece claramente en
la muerte de los mártires. Por consiguiente, parece que la muerte no
es una pena.
7. Más todavía: parece que la pena es aflictiva. Pero parece que la
muerte no puede serlo, porque, cuando llega, el hombre no la siente, y
cuando no llega, no se puede sentir. Luego no es pena de
pecado.
8. Si la muerte fuera pena de pecado, hubiera tenido
lugar inmediatamente después de éste. Pero eso no es cierto, porque
los primeros padres vivieron mucho tiempo después del pecado, como se
dice en Gén 4,25; 5,4-5. Por tanto, no parece que la muerte sea pena
de pecado.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Rom 5,12: Por un hombre
entró el pecado en este mundo y, con el pecado, la
muerte.
Respondo: Si alguien, por su culpa, se ve
privado de algún favor que se le ha hecho, la carencia de ese
beneficio es una pena a su culpa. Ahora bien: como dijimos en la
Primera Parte (
q.95 a.1;
q.97 a.1), al hombre, en su estado primitivo,
se le concedió, por parte de Dios, el privilegio según
el cual, mientras su mente estuviera sujeta a Dios, las potencias
inferiores de su alma estarían sujetas a su mente racional y el cuerpo
al alma. Pero, una vez que la mente humana, por el pecado, se apartó
de la sujeción a Dios, la consecuencia fue que ni las fuerzas
inferiores se sometieron totalmente a la razón, de lo cual se derivó
una rebelión carnal tan grande del apetito contra la razón, ni tampoco
el cuerpo quedó totalmente sujeto al alma, de donde se derivan la
muerte y otros defectos corporales. En efecto, la vida y la integridad
del cuerpo consiste en que esté sujeto al alma, como lo perfectible a
la perfección. De ahí que, por el contrario, la muerte, la enfermedad
y todos los otros defectos del cuerpo estén relacionados con la falta
de sujeción del cuerpo al alma. Por eso es claro que, así como la
rebelión del apetito carnal es un castigo al pecado de los primeros
padres, también lo son la muerte y todos los males
corporales.
A las objeciones:
1. Es natural lo que está causado
por los principios de la naturaleza. Y los principios naturales
esenciales son la forma y la materia. La forma del hombre es el alma
racional, la cual es esencialmente inmortal. Por tanto, la muerte no
es natural al hombre por razón de su forma. En cuanto a la materia del
hombre, es su cuerpo, que está compuesto de elementos contrarios entre
sí, de lo cual se sigue el que sea naturalmente corruptible. Bajo este
aspecto, la muerte es natural al hombre. Pero esta condición del
cuerpo del hombre se sigue necesariamente de la materia, ya que era
necesario que el cuerpo humano fuera un órgano del tacto y, por
consiguiente, medio entre los elementos táctiles, lo cual no era
posible a no ser que el cuerpo se compusiera de elementos opuestos,
como dice claramente el Filósofo en II De Anima. No es, en cambio, condición para que el cuerpo se adapte al alma,
porque, si fuera posible, dado que la forma era incorruptible, sería
más conveniente que fuera también materia. Del mismo modo, hace falta
que la sierra sea de hierro, por razón de su forma y acción, para que
su dureza la haga apta para cortar. Pero el que sea oxidable se sigue
necesariamente de esa materia, y no depende de la elección del agente:
si el fabricante pudiera, haría la sierra de una materia inoxidable.
De modo semejante, Dios, creador de los hombres, es omnipotente, y por
su benevolencia anuló en el hombre, en el estado primitivo, la
necesidad de morir, que era consecuencia de esa materia. Este
privilegio, sin embargo, fue suprimido como consecuencia del pecado de
los primeros padres. Así, pues, la muerte es natural por el estado de
la materia y es un castigo por la pérdida del favor divino que
preservaba de la muerte.
2. La semejanza entre el hombre y
los demás animales se considera en cuanto a la condición de la
materia, es decir, en cuanto que el cuerpo está compuesto de elementos
opuestos, no por la forma, puesto que el alma humana es inmortal,
mientras que no lo es la de los animales.
3. Los primeros padres fueron
designados por Dios no sólo como personas particulares, sino como
principios de toda la naturaleza humana, que debía transmitirse a sus
descendientes con el privilegio divino de exención de la muerte. Por
eso, a causa de su pecado, toda la naturaleza humana pasó a los
descendientes sin ese privilegio y sujeta a la muerte.
4. Un defecto puede ser
consecuencia del pecado de dos modos. En primer lugar, como pena
señalada por el juez, en cuyo caso tal defecto ha de ser igual en
todos aquellos en quienes el pecado es el mismo. Hay otro defecto que
se sigue accidentalmente de la pena al mismo, como
el que alguien, que se ha quedado ciego por su culpa, se caiga en el
camino. Tal defecto no es proporcionado a la culpa ni es tenido en
cuenta por el juez, porque no puede juzgar sobre acontecimientos
casuales.
Así, pues, la pena impuesta por el primer pecado, proporcional a él,
fue el retirar el favor divino por el cual se conservaban la rectitud
y la integridad de la naturaleza humana. Y defectos que acompañaron a
la desaparición de ese privilegio son la muerte y otras penalidades de
la vida presente. Por ello no es necesario que estas penas sean
iguales en aquellos a los que incluye por igual el primer
pecado.
Pero, puesto que Dios conoce los acontecimientos futuros, por
voluntad de la divina Providencia las penalidades se dan de diversos
modos en las distintas personas: no por méritos anteriores a esta
vida, como dijo Orígenes, pues esto va contra lo que se
dice en Rom 9,11, sin haber hecho todavía nada bueno ni malo,
y va también contra lo que dijimos en la Primera Parte (q.90 a.4; q.118 a.3), que el alma fue creada antes que el cuerpo, sino como
castigo a los padres posteriores, en cuanto que el hijo es algo del
padre, por lo cual los padres son frecuentemente castigados en sus
hijos, o también para la salvación de aquel que está sujeto a tales
penalidades, es decir, para que se aparte del pecado o para que no se
ensoberbezca de las virtudes y sea coronado por la
paciencia.
5. Podemos considerar la muerte
bajo un doble aspecto. Primeramente, en cuanto que es un mal de la
naturaleza humana. En este sentido no proviene de Dios, sino que es un
defecto procedente de la culpa del hombre. En segundo lugar, podemos
considerarla en cuanto que tiene algo de bueno, es decir, en cuanto
que es una pena justa. En este sentido, sí procede de Dios. Por eso
dice San Agustín, en sus Retract., que Dios no
es autor de la muerte sino en cuanto que ésta es un
castigo.
6. Como afirma San Agustín en XIII De Civ. Dei, del mismo modo que los injustos hacen
mal uso no sólo de las cosas malas, sino también de las buenas, así
los justos hacen buen uso no sólo de las buenas, sino también de las
malas. De aquí que los malos hagan mal uso de la ley, aunque ésta es
una cosa buena, y los buenos mueran bien, aunque la muerte es un
mal. Por tanto, la muerte es meritoria para los justos porque
mueren bien.
7. Puede considerarse la muerte
bajo un doble aspecto. En primer lugar, como privación de la vida.
Tomada así, no se puede sentir, puesto que es privación de los
sentidos y de la vida. Por ello no es pena de sentido, sino de
daño.
En segundo lugar puede considerarse la muerte en cuanto que designa
la corrupción que termina en la privación ya dicha. Y de la
corrupción, al igual que de la generación, podemos hablar en un doble
sentido. Primeramente, como término de alteración, y así, en el mismo
instante en que el hombre es privado de la vida, decimos que viene la
muerte. También, en este sentido, es la muerte pena de sentido. En
segundo lugar, puede considerarse la corrupción como equivalente a la
alteración que la precede, del mismo modo que hablamos de generación
cuando ésta ya se aproxima. En este sentido, la muerte puede ser
aflictiva.
8. Como afirma San Agustín en su
obra Super Gen. ad litt., aunque los
primeros padres vivieron, empezaron a morir el mismo día en que
recibieron la ley de la muerte, con la que envejecieron.
Artículo 2:
¿Están bien determinadas en la Sagrada Escritura las penas de los
primeros padres?
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Objeciones por las que parece que no están bien señaladas en la
Sagrada Escritura las penas particulares de los primeros
padres.
1. No debe señalarse como pena de pecado algo que existiría también
sin él. Pero el dolor al dar a luz parece que se daría
igualmente sin el pecado, puesto que la disposición del sexo femenino
requiere que la prole no pueda nacer sin el dolor de la madre. Del
mismo modo, la sujeción de la mujer al marido se sigue de la
perfección del sexo viril y la imperfección del sexo femenino. En
cuanto al nacimiento de espinas y abrojos, es
algo natural a la tierra, que también se hubiera dado sin el pecado.
Por tanto, estos inconvenientes no son castigo al primer
pecado.
2. No parece que sea castigo de uno lo que pertenece a su
dignidad. Ahora bien: la multiplicación de la maternidad es
algo inherente a la dignidad de la mujer. Luego no debe considerarse
como castigo contra la mujer.
3. La pena del pecado de los primeros padres se deriva a
todos, como dijimos de la muerte (
a.1 ad 3). Pero no se multiplica
la maternidad de todas las mujeres ni todos los hombres
comen
con el sudor de su frente. Luego no parece que estas cosas sean
castigo al primer pecado.
4. El lugar del paraíso había sido hecho para el hombre. Pero
en el orden natural no debe haber nada sin finalidad. Luego no parece
que fuera un castigo adecuado el ser echado del paraíso.
5. Se dice que el lugar del paraíso terrenal era
inaccesible. Luego fue inútil poner otros obstáculos
para impedir que el hombre volviera a él: querubines, espadas de
fuego... (Gén 3,24).
6. Más incluso: el hombre sintió la necesidad de morir inmediatamente
después de pecar, siendo imposible su restauración ni siquiera por el
árbol de la vida. Por ello parece inútil el prohibirles el uso del
mismo, como aparece en Gén 3,22: Cuidado, no vaya a comer del
árbol de la vida y viva eternamente.
7.. Más todavía: insultar a un pobre parece poco acorde con la
misericordia y la clemencia, que se atribuye a Dios de un modo
especial en la Escritura, según aparece en el salmo 144,9: Su
misericordia supera a todas sus obras. Luego parece inapropiado
decir que Dios insultó a los primeros padres, ya reducidos a la
miseria por el pecado, cuando dice (Gén 3,22): Mirad a Adán como
uno de nosotros, conocedor del bien y del mal.
8. El vestido y el alimento son necesarios al hombre,
según aparece en 1 Tim 6,8: En teniendo con qué alimentarnos y con
qué cubrirnos, estemos con esto contentos. Luego, al igual que se
dio alimento a los primeros padres antes del pecado, debió dárseles
también ropa. Por tanto, no parece correcto el hecho de que, después
del pecado, Dios les fabricó túnicas de pieles (Gén
3,21).
9. La pena que se impone a uno por el pecado ha de ser mayor
que la ventaja que ha obtenido del pecado; de lo contrario, nadie se
arredraría ante el pecado. Pero los primeros padres, por el pecado,
consiguieron que se abrieran sus ojos, como se dice en Gén
3,7, un bien superior a todos los males que les fueron impuestos.
Luego no están bien determinadas las penas que siguieron al pecado de
los primeros padres.
Contra esto: está el hecho de que tales penas fueron impuestas por Dios,
el cual hace todas las cosas bien en número, peso y medida,
como se dice en Sab 11,21.
Respondo: Como ya quedó expuesto antes (
a.1),
los primeros padres, por el pecado, quedaron privados del favor divino
por el que se conservaba en ellos la integridad de la naturaleza
humana, y que, una vez retirado, dio lugar a que la naturaleza humana
quedara sujeta a diversos efectos penales. En primer lugar, la
privación de todo lo inherente al primitivo estado de integridad, es
decir, del paraíso terrenal, lo cual se indica en Gén 3,23:
Dios
los echó del paraíso del placer. Y puesto que no podría volver por
sí mismo a aquel estado de inocencia primitiva, le opuso los
impedimentos adecuados para que no volviera a las cosas que
acompañaban a dicho estado. Por parte del alimento,
para que no
comieran del árbol de la vida; por parte del lugar,
puso Dios
delante del paraíso un querubín con una espada de fuego.
En segundo lugar, fueron castigados también con el hecho de
aplicarles todas las características propias de la naturaleza privada
de tan gran don divino, relativas tanto al cuerpo como al alma. En
cuanto al cuerpo, al cual pertenece la diferencia de sexo, se le
impuso un castigo a la mujer y otro al varón. A la mujer se le impuso
la pena en dos aspectos que la unen al varón: generación de los hijos
y los cuidados de la vida doméstica. En la generación de los hijos fue
castigada de un doble modo. En primer lugar, en cuanto a las fatigas
que tiene que soportar llevando la prole concebida (Gén 3,16): Multiplicaré tus amarguras y concepciones, y en cuanto al dolor
que sufre al dar a luz: darás a luz con dolor. En la vida
doméstica fue castigada mediante la sujeción al marido: estarás
sometida al varón. Y del mismo modo que es propio de la mujer el
someterse al marido en lo que se refiere a la vida doméstica, también
el varón tiene que procurar lo necesario para la vida.
En esto es castigado de tres modos. Primeramente, con la esterilidad
de la tierra, al decírsele (Gén 3,17): Maldita sea la tierra en la
que trabajas. En segundo lugar, mediante la intensidad del
trabajo, sin el cual no saca fruto de la tierra (Gén 3,17): Comerás de tu trabajo todos los días de tu vida. Y en tercer
lugar, en los obstáculos que encontrarán los que cultiven la tierra
(Gén 3,18): Te dará espinas y abrojos.
También se señala su castigo por parte del alma. Primero con la
confusión procedente de la rebelión de la carne contra el espíritu.
Por eso dice (Gén 3,19): Se abrieron los ojos de ambos y vieron
que estaban desnudos. En segundo lugar, con el remordimiento de la
propia culpa (Gén 3,21): He aquí a Adán como uno de nosotros.
Y en tercer lugar con la aprehensión de la muerte futura: Eres
polvo y volverás al polvo. A lo cual se añade: Dios les hizo
unas túnicas de piel, como signo de su mortalidad.
A las objeciones:
1. En el estado de inocencia el
parto hubiera tenido lugar sin dolor, pues dice San Agustín en XIV
De Civ: Dei:
Al acercarse los días de dar a luz
no aparecería el dolor, sino que, movidas por el feto, las visceras
maternales se dilatarían, así como habían llegado a la concepción no
por fuerza de la pasión, sino por un acuerdo voluntario.
En cuanto a la sujeción de la mujer al marido, ha de entenderse que
le fue impuesta como pena, no en cuanto al gobierno, porque también
sin pecado el varón hubiera sido cabeza de la mujer, sino en
cuanto que ésta tiene que obedecer al varón en contra de su
voluntad.
También la tierra hubiera dado espinas y abrojos si el hombre no
hubiera pecado; pero como alimento para los animales y no como castigo
para el hombre, porque del nacimiento de ellos no se hubiera originado
ningún trabajo ni dolor para el hombre que la trabajara, como dice San
Agustín en Super Gen. ad litt.. Alcuino dice que, antes del pecado, la tierra no daba
espinas y abrojos. Pero es más aceptable la opinión de San
Agustín.
2. La multiplicación de los hijos
se toma como castigo para la mujer, no en cuanto a la misma
procreación de los hijos, que hubiera existido también sin el pecado,
sino por el cúmulo de aflicciones que se siguen, para la mujer, del
hecho de llevar al feto concebido. Por eso se añade: Multiplicaré
tus amarguras e hijos.
3. Esas penas se dan, en alguna
medida, en todos, puesto que toda mujer que concibe debe padecer
aflicciones y dar a luz con dolor, excepto la Bienaventurada Virgen,
que
concibió sin corrupción y parió sin dolor, dado que su
concepción no siguió las leyes de la naturaleza derivada de los
primeros padres. Y si alguna no concibe y pare, padece el defecto de
la esterilidad, que es más aflictivo que las penas
anteriores.
Es necesario, de igual modo, que todo el que trabaja la tierra coma
el pan con el sudor de su frente. Y los que no se dedican al cultivo
de la tierra, se ocupan en otros trabajos, puesto que el hombre
nace para trabajar, según se dice en Job 5,7, y así comen el pan
elaborado con el sudor de la frente de otros.
4. El lugar del paraíso terrenal,
aunque no sirva al hombre para hacer uso de él, le sirve de enseñanza,
al saber que fue privado de tal lugar por el pecado, y mediante las
cosas que hay en él aprende lo que puede haber en el paraíso
celestial, cuya entrada es preparada al hombre por
Cristo.
5. Sin prejuzgar de los misterios
de carácter espiritual, parece que ese lugar era inaccesible sobre
todo por el ardor del sol en los lugares intermedios, dada la cercanía
de éste. Ello se simboliza por la espada de fuego, que es giratoria para producir tal intensidad de calor. Y puesto que el
movimiento de las criaturas está regido por los ángeles, como dice San
Agustín en III De Trin., se añade a dicha
espada un querubín, que vigilara el camino hacia
el árbol de la vida. Por eso dice San Agustín en
XI Super Gen. ad litt.: Hay que creer que
esto se hizo por medio de las potestades celestes también en el
paraíso visible, para que ejercieran una guardia permanente en orden a
defender el paraíso con espadas de fuego.
6. Aunque el hombre hubiera comido
del árbol de la vida después del pecado, no habría recuperado la
inmortalidad; pero podría haber prolongado más su vida con aquel
alimento. Por eso, en la expresión viva eternamente hay que
entender eterno como duradero. Pero no convenía al
hombre estar más tiempo en la miseria de esta vida.
7. Como afirma San Agustín en XI Super Gen. ad litt., las palabras de Dios
significan no tanto un insulto contra los primeros padres como un
toque de alerta contra nuestra soberbia, para que nos demos cuenta de
que Adán no sólo no consiguió lo que buscaba, sino que perdió lo que
poseía.
8. El vestido es necesario al
hombre para la vida presente por dos motivos. Primeramente, para
defenderse de los agentes externos, como son el calor y el frío. En
segundo lugar, para cubrir la torpeza de los miembros en los que se
manifiesta principalmente la rebelión de la carne contra el espíritu.
Estos dos elementos no existían en el estado primitivo. En él, el
cuerpo humano no podría sufrir lesión de ningún agente externo, como
dijimos en la Primera Parte (
q.97 a.2), ni tampoco había en el cuerpo
humano ninguna torpeza corporal que le produjera rubor. Por eso se
dice en Gén 2,25:
Estaban desnudos Adán y su mujer y no sentían
pudor.
En cuanto a la necesidad de alimento, es de otra naturaleza, porque
éste es necesario para conservar el calor natural y para favorecer el
aumento del cuerpo.
9. Como dice San Agustín en XI Super Gen. ad litt., no parece creíble que los
primeros padres fueran creados con los ojos cerrados, sobre
todo teniendo en cuenta que de la mujer se dice que vio el árbol,
que parecía bello y bueno para comer. Por eso se abrieron los ojos de
ambos para intuir y pensar sobre algo que no habían advertido
antes, es decir, para sentir la mutua concupiscencia, que antes no
habían experimentado.