Corresponde a continuación considerar el pecado de blasfemia, que se
opone a la confesión de fe. En primer lugar, de la
blasfemia en general; después, de la blasfemia tomada como pecado
contra el Espíritu Santo (q.14).
Acerca de la primera se plantean cuatro problemas:
Artículo 1:
¿Se opone la blasfemia a la confesión de fe?
lat
Objeciones por las que parece que la blasfemia no se opone a la
confesión de fe:
1. Blasfemar es proferir palabras de ultraje u otros insultos en
injuria al Creador. Ahora bien, esto corresponde más bien al odio a
Dios que a la infidelidad. Luego la blasfemia no se opone a la
confesión de fe.
2. Sobre el texto de Efesios 4,31: Alejad de vosotros la
blasfemia, añade la Glosa: La cual se comete contra Dios y
contra los santos. Pues bien, la confesión de fe
parece que no recae más que sobre las cosas que se refieren a Dios,
objeto de la fe. En consecuencia, la blasfemia no siempre se opone a
la confesión de fe.
3. Hay quien sostiene que se dan tres tipos de
blasfemia: la que atribuye a Dios lo que no le
pertenece; la que le niega lo que le es propio; la que atribuye a la
criatura lo que es propio de Dios. Parece, pues, que la blasfemia se
da no solamente contra Dios, sino también contra las criaturas. La fe,
en cambio, solamente tiene por objeto a Dios. Luego la blasfemia no se
opone a la confesión de fe.
Contra esto: está el testimonio del Apóstol: Antes fui un blasfemo y
un perseguidor insolente (1 Tim 1,13), y añade después: obré
por ignorancia en mi infidelidad. De esto, pues,
se deduce que la blasfemia pertenece a la infidelidad.
Respondo: El concepto de blasfemia parece implicar cierta negación de alguna bondad excelente, y sobre todo de la divina. Pero Dios, como afirma Dionisio en De div. nom., es la esencia misma de la bondad, y por eso, lo que compete a Dios pertenece a su bondad; lo que no le compete, en cambio, queda lejos de la razón perfecta de bondad, que constituye su esencia. Por lo tanto, todo el que o niega algo que compete a Dios o afirma de él lo que no le pertenece, deroga la bondad divina. Y esto puede ocurrir de dos maneras: o por la sola estimación del entendimiento, o unida con detestación del afecto, del mismo modo que, a la inversa, la fe en Dios se perfecciona con su amor. Por lo tanto, la derogación de la bondad divina se da, o solamente en el entendimiento, o también en el afecto. Si pues se da únicamente en el corazón, se llama blasfemia del corazón. Pero si se manifiesta al exterior por el lenguaje, es la blasfemia verbal. En este segundo sentido se opone la blasfemia a la confesión de fe.
A las objeciones:
1. Quien habla contra Dios con
intención de inferirle un insulto, deroga la bondad divina no sólo en
la verdad del entendimiento, sino también según la perversidad de la
voluntad, que detesta e impide, en cuanto puede, el honor divino. Esta
es la blasfemia consumada.
2. Del mismo modo que es ensalzado
Dios en sus santos en cuanto que se ensalzan las obras que hace en
ellos, así la blasfemia contra los santos redunda, como consecuencia,
en Dios.
3. En esas tres formas (de
blasfemia), hablando con rigor, no cabe distinguir tres especies
diversas de pecado de blasfemia. Efectivamente, atribuir a Dios lo que
no le corresponde o negarle lo que le pertenece, no difieren más que
en cuanto afirmación o negación. Mas esa diversidad no diferencia en
realidad la especie del hábito, pues una misma ciencia da a conocer la
falsedad de las afirmaciones y de las negaciones, y la misma
ignorancia yerra de los dos modos, ya que, como enseña el Filósofo, la negación se prueba con la afirmación. Mas en
cuanto al hecho de atribuir a Dios lo que es propio de las criaturas,
parece incidir en el hecho de atribuirle lo que no le corresponde. En
efecto, lo propio de Dios es el mismo Dios, y, por lo mismo, atribuir
lo propio de Dios a una criatura es afirmar que Dios mismo es igual a
la criatura.
Artículo 2:
¿Es siempre mortal el pecado de blasfemia?
lat
Objeciones por las que parece que la blasfemia no es siempre pecado
mortal:
1. Sobre el texto del Apóstol ahora deponed también... (Col
3,8) comenta la Glosa: Prohibe lo menor después de lo mayor. Pues bien, entre los pecados menores enumera
también la blasfemia. Luego la blasfemia se clasifica entre los
pecados menores, cuales son los veniales.
2. Todo pecado mortal se opone a algún precepto del
decálogo. Ahora bien, la blasfemia no parece que se oponga a ninguno
de esos preceptos. Por tanto, la blasfemia no es pecado
mortal.
3. No son mortales los pecados que se cometen sin
deliberación; y así, los primeros movimientos no son pecados mortales,
porque, como ya hemos demostrado (1-2 q.74 a.3 ad 3; a.10), preceden a
la deliberación de la razón. Ahora bien, la blasfemia se produce a
veces sin deliberación. En consecuencia, la blasfemia no siempre es
pecado mortal.
Contra esto: está el testimonio del Levítico: Quien blasfemare el
nombre de Yahveh, será muerto (Lev 24,16). Ahora
bien, la pena de muerte no se aplica sino por pecado mortal. En
consecuencia, la blasfemia es pecado mortal.
Respondo: Según hemos expuesto (1-2 q.72 a.5),
por el pecado mortal se aparta el hombre del primer principio de la
vida espiritual, que es la caridad de Dios. De ahí que lo que es
contrario a la caridad es en su género pecado mortal. La blasfemia,
por su género, se opone a la caridad divina, ya que, como hemos dicho
(a.1), deroga la bondad divina, objeto de la caridad. En consecuencia,
la blasfemia es, por su género, pecado mortal.
A las objeciones:
1. Esa Glosa no debe interpretarse
en el sentido de que sean pecados menores todos los que se añaden a
continuación, sino que, como antes había expuesto los mayores,
consigna después algunos menores, y entre ellos incluye algunos de los
mayores.
2. Por el hecho de oponerse a la
confesión de fe, según hemos dicho (a.1), la prohibición de la
blasfemia se reduce a la prohibición de la infidelidad sobrentendida
en estas palabras: Yo soy el Señor tu Dios, etc. (Ex 20,2). O
también se prohibe en estas otras palabras: No tomarás en falso el
nombre de Yahveh, tu Dios (Ex 20,7). Efectivamente, toma más en
vano el nombre de Dios el que afirma algo falso de El que quien
confirma algo falso con su nombre.
3. La blasfemia puede tener lugar
de improviso y sin deliberación, de dos modos. El primero, no dándose
cuenta de que es blasfemia lo que profiere. Y esto puede ocurrir
cuando alguien, de repente, llevado de la pasión, prorrumpe en
palabras imaginadas cuyo alcance no considera. En ese caso es pecado
venial, y, en realidad, propiamente hablando, no tiene carácter de
blasfemia. El segundo, cuando se advierte que es blasfemia
considerando el significado de las palabras. En este caso no hay
excusa de pecado mortal, como tampoco la tiene quien, en un arrebato
de ira, mata a quien está sentado a su lado.
Artículo 3:
¿Es la blasfemia el mayor pecado?
lat
Objeciones por las que parece que el de blasfemia no es el mayor
pecado:
1. Según San Agustín en Enchir., mal es lo que daña. Pues bien, causa mayor daño el pecado de
homicidio, que destruye la vida de un hombre, que la blasfemia, que no
puede causar perjuicio a Dios. Es por lo mismo más grave el pecado de
homicidio que el de blasfemia.
2. Quien perjura pone a Dios por testigo de una falsedad, y
con ello parece decir que en Dios hay falsedad. Ahora bien, quien
blasfema no llega al extremo de afirmar que Dios sea falso. Por
consiguiente, el perjurio es más grave que el pecado de
blasfemia.
3. Sobre las palabras del salmo no levantéis en algo
vuestras frentes (Sal 74,4-5), comenta la Glosa: El vicio mayor
es el de la excusa de pecado. No es, pues, la
blasfemia el mayor pecado.
Contra esto: está el comentario de la Glosa al texto de Isaías al pueblo terrible (Is 18,2), que dice: Todo pecado, comparado
con la blasfemia, es leve.
Respondo: Como ya hemos expuesto (a.1), la
blasfemia se opone a la confesión de fe; por eso conlleva la gravedad
de la infidelidad. Y el pecado se agrava si sobreviene la repulsa de
la voluntad, y todavía más si prorrumpe en palabras; de la misma
manera que la alabanza de la fe se acrecienta por el amor y la
confesión. Por eso, siendo la infidelidad el máximo pecado en su
género, como hemos dicho (q.10 a.3), tambien lo es
la blasfemia, que pertenece a su género y lo agrava.
A las objeciones:
1. Si se comparan entre sí los
objetos contra los que se peca con el homicidio y con la blasfemia, es
evidente que la blasfemia, por ser pecado directo contra Dios, supera
al homicidio, pecado contra el prójimo. Pero si se les compara por sus
efectos, entonces sobrepuja el homicidio, ya que perjudica más el
homicidio al hombre que la blasfemia a Dios. Pero dado que la gravedad
de la culpa está en función más de la intención de la voluntad
perversa que del efecto de la obra, como hemos demostrado (1-2 q.73 a.8), absolutamente hablando, el blasfemo, que tiene la intención de
denigrar al honor divino, peca más que el homicida. El homicidio, sin
embargo, ocupa el primer rango entre los pecados cometidos contra el
prójimo.
2. Comentando la Glosa las
palabras del Apóstol: Alejad de vosotros la blasfemia (Ef
4,31), escribe: Es peor blasfemar que perjurar. Efectivamente, quien perjura no dice ni siente algo falso contra Dios
como el que blasfema. Lo que hace es poner a Dios por testigo de una
falsedad, no como si pensara que Dios es testigo falso, sino como
quien espera que no testificará con alguna señal evidente.
3. El excusarse de pecado es una
circunstancia agravante de todo pecado, incluso de la misma blasfemia.
Por eso se dice que es el mayor pecado, porque a todos los hace
mayores.
Artículo 4:
¿Blasfeman los condenados?
lat
Objeciones por las que parece que los condenados no
blasfeman:
1. En este mundo se reprimen algunos de la blasfemia por el temor de
las penas eternas. Pues bien, los condenados están experimentando esas
penas y por eso las detestan más. En consecuencia, se reprimen mucho
más de blasfemar.
2. La blasfemia, siendo gravísimo pecado, es
extraordinariamente demeritoria. Ahora bien, en la vida futura no hay
estado de merecer ni de desmerecer. Luego tampoco queda lugar para la
blasfemia.
3. Tenemos el testimonio de la Escritura: En el lugar
en que caiga el leño, en ése quedará (Ecl 11,3). Por eso es
evidente que, después de esta vida, no acrecienta el hombre ni el
mérito ni el pecado que no tuvo en ésta. Ahora bien, serán castigados
muchos que en esta vida no fueron blasfemos. Por lo tanto, tampoco
blasfemarán en la otra.
Contra esto: está el testimonio del Apocalipsis: Los hombres fueron
abrasados con un calor abrasador. No obstante, blasfemaron del Dios
del cielo por sus dolores y por sus plagas (Ap 16,9). Y la Glosa lo comenta así: Los condenados del infierno, aunque saben
que son castigados por merecerlo, se dolerán, sin embargo, de que Dios
tenga tanto poder que les castigue con plagas.
Ahora bien, esto, en el presente estado, sería blasfemia; luego
también en el futuro.
Respondo: Como hemos expuesto (a.1 y 3), es de
esencia de la blasfemia detestar la bondad divina. Ahora bien, los
condenados conservarán la voluntad perversa apartada de la justicia de
Dios, ya que aman aquello por lo que están castigados y querrían
disfrutar de ello, si pudieran, odiando las penas que se les infligen
por sus pecados. Se duelen, sin embargo, de los pecados cometidos, no
porque los detesten, sino porque son castigados por ellos. Por lo
tanto, esa detestación de la justicia de Dios constituye en ellos la
blasfemia interior del corazón, y es creíble que, después de la
resurrección, proferirán también la blasfemia
oral, lo mismo que los santos la alabanza vocal de
Dios.
A las objeciones:
1. En el estado presente se
contienen los hombres de blasfemar por el temor de las penas que
esperan evitar. Los condenados, en cambio, tienen perdida la esperanza
de poderse evadir. Por eso, como desesperados, se lanzan a cuanto les
sugiera su voluntad perversa.
2. Tanto merecer como demerecer es
propio del estado actual. Por eso, en quienes se encuentran en el
estado de viadores, el bien es meritorio, y el mal, demeritorio. En
los bienaventurados, en cambio, el bien no es meritorio, sino algo que
corresponde al premio de la bienaventuranza. De manera semejante, en
los condenados, el mal no es demeritorio, sino que forma parte de su
condenación.
3. Quien muere en pecado mortal,
lleva consigo una voluntad en situación de detestar la justicia divina
en algún aspecto. Por ese motivo podrá agregársele la
blasfemia.