Artículo 1:
Los ángeles, desde el momento de su creación, ¿fueron o no fueron
bienaventurados?
lat
Objeciones por las que parece que los ángeles, desde el momento de su
creación, fueron bienaventurados:
1. En el libro De ecclesiasticis dogmatibus, se
dice: Los ángeles que perseveraron en la bienaventuranza en que
fueron creados no tienen por naturaleza el bien que poseen. Por lo
tanto, los ángeles fueron creados en estado de bienaventuranza.
2. La naturaleza angélica es más digna que la criatura
corporal. Pero la criatura corporal salió formada y perfecta desde el
momento de su creación, y en ella el estado informe no precedió a la
formación con anterioridad temporal, sino sólo natural, como dice
Agustín en I Super Gen. ad litt. Por lo tanto,
tampoco creó Dios la naturaleza angélica informe e incompleta. Pero su
formación y perfección consiste en la bienaventuranza, por la que
disfruta de Dios. Por lo tanto, fue creada bienaventurada.
3. Según Agustín, en Super Gen. ad litt., las cosas que se lee haber sido hechas con la obra
de los seis días, fueron hechas simultáneamente; así, es necesario que
aquellos seis días hayan existido inmediatamente desde el principio de
la creación de los seres. Pero, siguiendo su comentario, en aquellos seis días la mañana fue el conocimiento por el
que los ángeles conocieron la Palabra y las cosas en la Palabra. Por
lo tanto, conocieron la Palabra y las cosas en la Palabra
inmediatamente desde el primer momento de la creación. Pero los
ángeles son bienaventurados precisamente porque ven en la Palabra. Por
lo tanto, inmediatamente desde el primer momento de su
creación fueron bienaventurados.
Contra esto: al concepto de bienaventuranza pertenece la estabilidad y
la confirmación en el bien. Pero los ángeles no fueron confirmados en
el bien inmediatamente después de haber sido creados, como lo
demuestra la caída de algunos. Por lo tanto, no fueron bienaventurados
en el instante de su creación.
Respondo:: Con el nombre
bienaventuranza se entiende la perfección última de la naturaleza
racional o intelectual; y de aquí viene que se desea naturalmente,
porque todo ser desea naturalmente su última perfección. Pero la
naturaleza racional o intelectual tiene dos perfecciones últimas.
1)
Una, la que puede alcanzar con sus solas fuerzas naturales,
y que, de algún modo, puede llamarse bienaventuranza o felicidad. Por
eso dice Aristóteles que el acto más perfecto de la
contemplación humana por el que se puede contemplar en esta vida el
inteligible supremo, Dios, constituye la suprema felicidad del hombre.
Pero por encima de esta felicidad hay 2)
otra que esperamos
para más adelante, por la que
veremos a Dios tal cual es (1 Jn
3,2). Esta, como quedó demostrado (
q.12 a.4), supera la capacidad de
cualquier entendimiento creado.
Así, pues, hay que decir: Respecto a la primera bienaventuranza que
el ángel pudo tener con sus fuerzas naturales, fue creado
bienaventurado. Porque el ángel no adquiere esta perfección por
proceso discursivo, como es el caso del hombre, sino que, por la
dignidad de su naturaleza, la posee inmediatamente, como ya dijimos
(q.58 a.3). Pero la última bienaventuranza, que excede sus fuerzas
naturales, no la obtuvieron desde el primer momento de su creación,
porque esta bienaventuranza no pertenece a alguna naturaleza, sino que
es el fin de la naturaleza. Por eso, no debieron tenerla
inmediatamente desde el principio.
A las objeciones:
1. En aquel texto, la
bienaventuranza es tomada en el sentido de la perfección natural que
tuvo el ángel en el estado de inocencia.
2. La criatura corporal no pudo
tener inmediatamente, desde el principio de su creación, la perfección
que adquiere con sus actos. Por eso Agustín piensa que
la germinación de las plantas no se produjo inmediatamente al
principio de la obra de los seis días, en los que a la tierra no se le
dio más que la capacidad germinativa. Por algo parecido, la criatura
angélica desde el principio de su creación tuvo la perfección de su
naturaleza, pero no la que debe adquirir actuando.
3. El ángel tiene un doble
conocimiento de la Palabra: el natural y el glorioso. Con el natural
conoce la Palabra por su imagen reflejada en su propia naturaleza. Con
el glorioso conoce la Palabra por la esencia de la Palabra. Conoce las
cosas en la Palabra por uno y otro conocimiento; pero, por el natural,
con conocimiento imperfecto; y, en cambio, por el glorioso, con
conocimiento perfecto. Por lo tanto, el ángel tuvo conocimiento de las
cosas en la Palabra desde el principio de su creación, pero el segundo
no lo tuvo hasta que fue hecho bienaventurado por su conversión al
bien. Este es, propiamente, el llamado conocimiento
matutino.
Artículo 2:
¿Necesitaran o no necesitaron de la gracia para volverse a
Dios?
lat
Objeciones por las que parece que no necesitaron de la gracia para
volverse a Dios:
1. Para lo que se puede hacer naturalmente, no es necesaria la
gracia. Pero el ángel naturalmente puede volverse a Dios, porque, como
dijimos (
q.60 a.5), ama a Dios con amor natural. Por lo tanto, no
necesita la gracia para volver a Dios.
2. Sólo para lo que es difícil se precisa ayuda. Pero
volverse a Dios no es difícil para el ángel, puesto que nada hay en él
que se oponga a tal conversión. Por lo tanto, no necesita la ayuda de
la gracia para volverse a Dios.
3. Volverse a Dios es prepararse para la gracia. Por eso
en Zac 1,3 se dice: Volveos a mí y yo me volveré a vosotros.
Pero nosotros no tenemos necesidad de la gracia para prepararnos para
la gracia, porque esto sería iniciar un proceso indefinido. Por lo
tanto, el ángel no necesita la gracia para volverse a
Dios.
Contra esto: el ángel llegó a la bienaventuranza por su conversión a
Dios. Así, pues, si para convertirse a Dios no hubiera necesitado la
gracia, habría que concluir que no necesitaba la gracia para alcanzar
la vida eterna. Esto se opone a aquello del Apóstol cuando dice en Rom
6,23: La gracia de Dios es la vida eterna.
Respondo:: Los ángeles
necesitaron la gracia para convertirse a Dios en cuanto al objeto de
la bienaventuranza. Como dijimos anteriormente (
q.60 a.2), el
movimiento natural de la voluntad es el principio de todo lo que
queremos. Pero la tendencia natural de la voluntad tiene por objeto lo
conveniente según su naturaleza. Por lo tanto, si algo supera la
naturaleza, la voluntad no puede tender hacia ello a no ser ayudada
por algún principio sobrenatural. Ejemplo: Comprobamos que el fuego
tiene una tendencia natural a calentar y producir fuego. Pero producir
carne es algo que supera su capacidad natural. Por eso no tiene
ninguna tendencia a hacerlo, a no ser en cuanto instrumento movido por
el alma nutritiva.
Ya quedó demostrado (q.12 a.4), al hablar del conocimiento de Dios,
que ver a Dios por esencia, y en esto consiste la última
bienaventuranza de la criatura racional, supera la naturaleza de todo
entendimiento creado. Por eso, la criatura racional no puede tener
ordenado su movimiento de la voluntad a esta bienaventuranza, a no ser
en cuanto que es movida por un agente sobrenatural. Esto es,
precisamente, lo que llamamos ayuda de la gracia. Por lo tanto, hay
que decir: El ángel no puede volverse a aquella bienaventuranza por su
voluntad a no ser ayudada por la gracia.
A las objeciones:
1. El ángel ama naturalmente a Dios
en cuanto que es principio del ser natural. Aquí estamos hablando de
la conversión a Dios en cuanto que da la bienaventuranza por la visión
de su esencia.
2. Difícil es lo que excede a la
potencia. Pero esto puede ocurrir de dos maneras. 1) Una,
porque la exceda según su orden natural. En este caso lo que se puede
conseguir con alguna ayuda se llama simplemente difícil. Y si no se puede conseguir de ningún modo, se llama imposible. Ejemplo: Es imposible que el hombre vuele. 2) La
otra, porque le exceda, no en cuanto a su orden natural, sino por
algún impedimento que haya en ella. Ejemplo: El hecho de elevarse no
se opone al orden natural de la potencia motriz del alma, que, en
cuanto tal, puede moverse en todas direcciones, pero se encuentra
impedida por el peso del cuerpo. Por eso es difícil para el
hombre volar. Por lo tanto, volverse a la última bienaventuranza es difícil para el hombre, porque excede su naturaleza. También,
porque el hombre alberga obstáculos que provienen de la debilidad del
cuerpo y de la carcoma del pecado. En cambio, para el ángel sólo es difícil porque es sobrenatural.
3. Todo movimiento de la voluntad
hacia Dios puede llamarse conversión. Hay tres tipos de
conversión. 1) La primera, por el amor perfecto. Esta es la que
tiene la criatura que disfruta de Dios. Para ello se requiere la
gracia consumada. 2) La segunda, la que merece la
bienaventuranza. Para ésta se requiere la gracia habitual, que es el
principio del merecimiento. 3) La tercera es aquella por la que
alguien se prepara para obtener la gracia. Para ésta no se precisa la
gracia habitual, sino una acción de Dios volviendo al alma hacia sí,
según aquellas palabras de Thren. 5,21: Conviértenos a ti,
Señor, y nos convertiremos. Por lo tanto, no hay proceso
indefinido.
Artículo 3:
¿Fueron o no fueron creados en gracia?
lat
Objeciones por las que parece que no fueron creados en
gracia:
1. Dice Agustín en II Super Gen. ad litt. que la
naturaleza angélica primero fue creada en estado informe y llamada
cielo. Después, fue formada y llamada luz. Pero esta
formación fue obra de la gracia. Por lo tanto, los ángeles no fueron
creados en gracia.
2. La gracia hace que la criatura racional tienda a Dios.
Así, pues, si el ángel hubiera sido creado en gracia, ninguno se
habría apartado de Dios.
3. La gracia ocupa el lugar medio entre la naturaleza y
la gloria. Pero los ángeles no fueron bienaventurados en su creación.
Por lo tanto, parece que tampoco fueron creados en gracia, sino que
primeramente lo fueron en su naturaleza pura; después consiguieron la
gracia; por último, la gloria.
Contra esto: está lo que dice Agustín en XII De Civ. Dei: ¿Quién hizo la buena voluntad de los ángeles sino
aquel que los creó con la voluntad que tienen, esto es, con el casto
amor con que se adhieren a El, dándoles la naturaleza e infundiéndoles
al mismo tiempo la gracia?
Respondo: Aun cuando en esta materia que
estamos tratando hay diversidad de opiniones, pues según
algunos los ángeles fueron creados en estado de
naturaleza pura; según otros, en estado de gracia, lo
que parece más probable y lo que está más en armonía con la doctrina
de los Santos es que fueron creados en estado de gracia
santificante. Vemos que todo lo que en el transcurso
del tiempo fue producido por obra de la providencia divina con la
intervención de la criatura, obrando bajo la acción de Dios, en la
primera producción de las cosas fue hecho según ciertas razones
seminales, como dice Agustín en Super Gen. ad litt. Esto fue lo que sucedió con los árboles, los animales, etc. Pero es evidente que la gracia santificante es, con respecto a la bienaventuranza, lo que la razón seminal con respecto a su efecto natural. Por eso, en 1 Jn 3,9, la gracia es llamada simiente de Dios. Así, pues, de acuerdo con la opinión de Agustín se admite que, así como en la primera producción de la criatura corporal inmediatamente se depositaron en ella las razones seminales de todos los efectos naturales, así también los ángeles fueron creados en gracia desde el primer momento.
A las objeciones:
1. El estado informe del ángel
puede entenderse o bien comparándolo con la formación de la gloria, y
en este caso precedió temporalmente a la formación, o con la formación
de la gracia, y entonces no hubo prioridad temporal, sino, sólo de
naturaleza. Esto mismo lo admite Agustín para la
formación del mundo corporal.
2. Toda forma inclina a su sujeto
conforme al modo de su naturaleza. Pero el modo de la naturaleza
intelectual es que tienda libremente a lo que quiere. Por lo tanto, la
inclinación de la gracia no impone necesidad alguna, sino que, quien
la posee, puede no usarla y pecar.
3. Aun cuando la gracia ocupa un
lugar medio entre la naturaleza y la gloria, en la naturaleza creada
la gloria no debió coexistir con la naturaleza en el orden temporal,
porque es el fin de la acción de la misma naturaleza apoyada por la
gracia. La gracia, en cambio, no es el fin de la operación que no
procede de ella, sino que es el principio de obrar bien. Por lo tanto,
fue conveniente que se infundiera al dar la naturaleza.
Artículo 4:
Los ángeles bienaventurados, ¿merecieron o no merecieron su
bienaventuranza?
lat
Objeciones por las que parece que los ángeles bienaventurados no
merecieron su bienaventuranza:
1. El mérito proviene de la dificultad del acto meritorio. Pero los
ángeles no experimentaron dificultad alguna para obrar bien. Por lo
tanto, sus acciones no fueron meritorias.
2. Lo que es natural no se merece. Pero en el ángel es
natural que vuelva a Dios. Por lo tanto, por ello no mereció la
bienaventuranza.
3. Si el ángel bienaventurado mereció su
bienaventuranza, o la mereció antes de tenerla, o después. Pero no
pudo ser antes porque, antes, según una extendida opinión, no tuvo la
gracia, sin la cual no hay mérito alguno. Y tampoco la tuvo después,
porque, de ser así, todavía continuaría mereciendo, lo cual parece
falso, ya que, de darse tal hipótesis, el ángel inferior podría, por
sus merecimientos, alcanzar el grado del ángel superior, y, así, no
serían estables las diferencias entre los grados de gracia. Esto es
inadmisible. Por lo tanto, el ángel bienaventurado no mereció su
bienaventuranza.
Contra esto: en Apoc 21,17 se dice: La medida del ángel, en la
Jerusalén celestial, es la medida del hombre. Pero el hombre no
puede alcanzar la bienaventuranza si no es por el mérito. Por lo
tanto, tampoco el ángel.
Respondo: Sólo en Dios es natural la
bienaventuranza perfecta, porque en El ser y ser bienaventurado son lo mismo. En la criatura, ser bienaventurada no es la naturaleza, sino el último fin. Cada ser consigue su último fin por la acción. La acción que conduce al fin, o bien lo produce, cuando no excede la capacidad del que actúa para conseguirlo, como la medicación produce la salud; o bien lo merece, cuando el fin excede la capacidad del que actúa para conseguirlo, y, por lo tanto, lo espera como dado por otro. Pero la última bienaventuranza supera tanto la naturaleza angélica como la humana, según dijimos anteriormente (a.1 q.12 a.4). Por lo tanto, hay que concluir que tanto el ángel como el hombre merecen su bienaventuranza.
Ahora bien, si el ángel fue creado en gracia, sin la cual no hay
mérito alguno, nada impide que se admita que mereció su
bienaventuranza. Lo mismo puede decir todo el que admita que el ángel
poseyó la gracia antes que la gloria.
Pero si no poseyó la gracia antes de ser bienaventurado, hay que
decir que consiguió la bienaventuranza sin méritos, que es como
nosotros alcanzamos la gracia. Sin embargo, esto se opone al concepto
de bienaventuranza, que tiene razón de fin y es el premio a la
virtud, como también dice el Filósofo en I Ethic
O también puede decirse, como sostuvieron algunos, que los ángeles
merecieron la bienaventuranza por el ejercicio de los ministerios
divinos a los que se dedicaron después de ser bienaventurados. Pero
esto se opone al concepto de mérito, ya que el mérito tiene razón de
medio que lleva al fin; y nadie que está en el fin se mueve para
lograrlo, pues ya lo tiene.
O, también, habría que decir que el mismo acto de conversión a Dios,
como procedente del libre albedrío, es meritorio; y, en cuanto alcanza
el fin, es goce beatífico. Pero tampoco esto parece admisible, porque
el libre albedrío no es causa suficiente del mérito. Por eso, el acto
no puede ser meritorio en cuanto que procede del libre albedrío, sino
en cuanto que está informado por la gracia. Y no puede estar
informado, a la vez, por la gracia imperfecta, que es el principio del
merecer, y por la perfecta, que es el principio del gozar. Así, no
parece posible que, simultáneamente, goce y merezca su
gozo.
Por lo tanto, es mucho mejor decir que el ángel, antes de ser
bienaventurado, poseyó la gracia por la que mereció la
bienaventuranza.
A las objeciones:
1. La dificultad para obrar bien,
en los ángeles no radica en ninguna contrariedad o impedimento
natural, sino que algunas acciones superan su capacidad
natural.
2. El ángel no mereció la
bienaventuranza por su conversión natural a Dios, sino por el
movimiento del amor, que procede de la gracia.
3. En lo dicho está incluida la
respuesta.
Artículo 5:
¿Alcanzaron o no alcanzaron la bienaventuranza inmediatamente después
de merecerla?
lat
Objeciones por las que parece que inmediatamente después de un acto
meritorio no recibieron la bienaventuranza:
1. Obrar bien es más difícil para el hombre que para el ángel. Pero
el hombre no recibe el premio nada más hacer un acto meritorio. Por lo
tanto, tampoco el ángel.
2. Desde el momento de su creación, el ángel pudo haber
realizado un acto meritorio inmediatamente, ya que hasta los cuerpos
naturales empiezan a moverse en el mismo instante de su creación; y si
su movimiento pudiera ser instantáneo, como el del entendimiento y el
de la voluntad, tendrían movimiento desde el primer instante de su
generación. Así, pues, si el ángel mereció la bienaventuranza con un
solo movimiento de su voluntad, la mereció en el
mismo instante de su creación. Por lo tanto, su bienaventuranza no se
retrasó, sino que el ángel fue bienaventurado desde el primer
momento.
3. Entre las cosas lejanas entre sí, es necesario que
haya otras muchas intermedias. Pero el estado de bienaventuranza de
los ángeles dista mucho de su estado de naturaleza. Entre ambos
estados, el medio es el mérito. Así, pues, fue necesario que llegase a
la bienaventuranza pasando por muchos medios.
Contra esto: el alma humana y el ángel están ordenados por igual a la
bienaventuranza. Por eso a los santos se les promete la igualdad con
los ángeles. Pero si el alma separada del cuerpo ha merecido la
bienaventuranza, la consigue directamente, a no ser que se interponga
algo. Por lo tanto, y por lo mismo, también el ángel. Pero el ángel
inmediatamente después del primer acto de amor mereció la
bienaventuranza. Por lo tanto, como en él no hay ningún impedimento,
alcanzó la bienaventuranza al momento y por un solo acto
meritorio.
Respondo: Después que el ángel realizó el
primer acto de amor por el que mereció la bienaventuranza,
inmediatamente fue bienaventurado. El porqué de esto
radica en que la gracia perfecciona la naturaleza según el modo de ser
de cada naturaleza, ya que toda perfección es recibida por lo
perfectible según su modo de ser. Pero, como quedó demostrado (
q.58 a.3), lo propio de la naturaleza angélica es que no adquiere su
perfección natural por un proceso discursivo, sino que la alcanza
inmediatamente por naturaleza. Por lo tanto, lo mismo que el ángel,
por su naturaleza, está ordenado a la perfección natural, así también,
por el mérito, está orientado a la gloria. Por eso, inmediatamente
después de merecerla, la tuvo. Pero no solamente el ángel, sino
también el hombre puede merecer la bienaventuranza con un solo acto,
porque la merece por cada acto informado por la caridad. Por lo tanto,
hay que concluir que inmediatamente después de un acto informado por
la caridad, el ángel fue bienaventurado.
A las objeciones:
1. Por su naturaleza, el hombre, al
igual que el ángel, no es capaz de conseguir la última perfección
inmediatamente. Por eso, para merecer la bienaventuranza le ha sido
dado un camino más largo que al ángel.
2. El ángel está por encima del
tiempo de lo corporal. Por eso, en el ángel los diversos instantes son
tomados como sucesión de actos. Pero el acto de merecer la
bienaventuranza no pudo ser en ellos simultáneo con el de ser
bienaventurados, consistente en el disfrute, ya que uno es acto de la
gracia imperfecta, y el otro, de la gracia consumada. Por lo tanto,
hay que concluir: Es necesario admitir diversos instantes. En uno
merecieron la bienaventuranza; en otro, fueron bienaventurados.
3. Lo propio de la naturaleza del
ángel es que adquiere inmediatamente la perfección a la que está
ordenado. Por eso no necesita más que un solo acto
meritorio, que puede llamarse medio, ya que por él el ángel se está
ordenando a la bienaventuranza.
Artículo 6:
Los ángeles, ¿recibieron o no recibieron la gracia y la gloria según
su capacidad natural?
lat
Objeciones por las que parece que los ángeles no recibieron la gracia
y la gloria según su capacidad natural:
1. La gracia depende de la mera voluntad de Dios. Por lo tanto, la
cantidad de gracia depende de la voluntad de Dios y no de la cantidad
de dotes naturales.
2. Más cerca de la gracia parece estar el acto del hombre
que su naturaleza, ya que el acto humano es preparatorio para la
gracia. Pero la gracia no proviene de las obras, como se dice
en Rom 11,6. Por lo tanto, con mucho menor motivo la cantidad de la
gracia en los ángeles se deberá a la cantidad de sus dotes
naturales.
3. El hombre y el ángel están igualmente ordenados a la
bienaventuranza y a la gracia. Pero el hombre no recibe más gracia por
tener mejores dotes naturales. Por lo tanto, tampoco el
ángel.
Contra esto: está lo que dice el Maestro en II Sent.
d.3: Los ángeles, que fueron creados con naturaleza
más sutil y entendimiento más perspicaz, fueron también dotados con
mayores dones de gracia.
Respondo: Es razonable suponer que los ángeles
recibieron los dones de la gracia y la perfección de la
bienaventuranza conforme al grado de su perfección natural. Para esto
hay un doble motivo. 1)
Primero, por parte del mismo Dios, el
cual, según el orden de su sabiduría, estableció distintos grados en
la naturaleza angélica. Ahora bien, así como la naturaleza del ángel
fue hecha por Dios para que alcanzara la gracia y la bienaventuranza,
así también los grados de esta naturaleza parecen haber sido ordenados
a diversos grados de gracia y de gloria. Ejemplo: Un cantero pulimenta
piedras para levantar una casa. Si talla algunas con mayor arte y
esmero, parece que éstas son las destinadas a la parte más apropiada
de la casa. Así, pues, parece que Dios a los ángeles que hizo de
naturaleza más perfecta los destinó para recibir mayores dones de
gracia y más intensa bienaventuranza.
2) Segundo, por parte del ángel. El ángel no está compuesto de
diversas naturalezas, de forma que la tendencia de una retarde la
tendencia de la otra, como ocurre en el hombre, en el cual el
movimiento de la parte intelectiva retarda o impide la tendencia de la
parte sensitiva. Así, pues, cuando nada hay que retarde o impida, la
naturaleza se mueve con todo el ímpetu de su capacidad. Por eso, es
razonable admitir que los ángeles de naturaleza más perfecta se
volvieron a Dios con mayor intensidad y eficacia. Esto ocurre también
en los hombres, a los cuales se les da mayor gracia y gloria cuanto
más intensa sea su conversión a Dios. Por lo tanto, parece que los
ángeles que poseyeron mejores dotes naturales recibieron más gracia y
más gloria.
A las objeciones:
1. Si la gracia depende de la mera
voluntad de Dios, de ella depende también la naturaleza del ángel. Y
si la voluntad de Dios es la que ordena la naturaleza a la gracia,
ella es también la que ordena los grados de naturaleza a los grados de
gracia.
2. Los actos de la criatura
racional provienen de ella, y, en cambio, la naturaleza proviene
directamente de Dios. Por lo tanto parece, más bien, que la gracia se
da con arreglo a los grados de naturaleza que no como consecuencia de
las obras.
3. La diversidad de dotes
naturales no es la misma en los ángeles, que difieren en especie, que
en los hombres, que difieren sólo en número. Pues la diferencia en
especie se toma del fin, y la diferencia en número se toma de la
materia. Además, en el hombre hay algo que puede impedir o retardar el
movimiento de la naturaleza intelectual, y en el ángel no lo hay. Por
lo tanto, no hay paridad entre ellos.
Artículo 7:
Una vez conseguida la gloria, ¿permaneció o no permaneció en ellos su
amor y conocimiento natural?
lat
Objeciones por las que parece que, una vez conseguida la
bienaventuranza, no permanece en ellos su amor y conocimiento
natural:
1. Se dice en 1 Cor 13,10: Cuando llegue lo perfecto, desaparecerá
lo imperfecto. Pero el conocimiento y el amor natural, comparados
con el beatífico, son imperfectos. Por lo tanto, con la llegada de la
bienaventuranza cesan el conocimiento y el amor natural.
2. Allí donde una sola cosa es suficiente, cualquier otra es
banal. Pero en los ángeles bienaventurados es suficiente el
conocimiento y el amor de la gloria. Por lo tanto, sería banal que en
ellos permanecieran el conocimiento y el amor natural.
3. Una misma potencia no ejecuta simultáneamente dos
actos, como tampoco una línea termina por el mismo lado en dos puntos.
Pero los ángeles bienaventurados están siempre en el acto del
conocimiento y del amor beatíficos. La bienaventuranza no consiste en
un hábito, sino en un acto, como se dice en I Ethic. Por lo tanto, en los ángeles nunca puede haber conocimiento y amor natural.
Contra esto: mientras dura una naturaleza, su acción permanece. Pero la
bienaventuranza no destruye la naturaleza, ya que es su perfección.
Por lo tanto, no destruye el conocimiento ni el amor
natural.
Respondo: En los ángeles bienaventurados
permanecen el conocimiento y el amor natural. La razón es porque las
operaciones guardan entre sí la misma relación que sus principios
operativos. Es evidente que la naturaleza guarda con la
bienaventuranza el mismo orden que lo primero con lo segundo, ya que
la bienaventuranza se añade a la naturaleza. Pero en lo segundo debe
mantenerse lo primero. Por lo tanto, es necesario que en la
bienaventuranza permanezca la naturaleza. Igualmente, en el acto de la
bienaventuranza ha de permanecer el acto de la naturaleza.
A las objeciones:
1. Cuando llega una perfección,
queda anulada la imperfección que se le opone. Pero la imperfección de
la naturaleza no se opone a la perfección de la bienaventuranza, sino
que es su fundamento. Lo mismo que la imperfección de la potencia es
el fundamento de la perfección de la forma. Por eso, la forma no
destruye la potencia, sino la privación, que es lo opuesto a la forma.
Así, pues, la imperfección del conocimiento natural no se opone a la
perfección del conocimiento de la gloria, puesto que algo puede ser
conocido por distintos medios, como pueden ser conocerlo a la vez por
lo probable y lo demostrativo. Por lo tanto, a la vez el ángel puede
conocer a Dios por la esencia divina, y en esto consiste el
conocimiento de la gloria; y por la propia esencia, y en esto consiste
su conocimiento natural.
2. Lo que constituye la
bienaventuranza es suficiente en cuanto tal. Pero para existir
presupone lo que pertenece a la naturaleza, ya que ninguna
bienaventuranza, excepto la increada, en cuanto tal es
subsistente.
3. En una misma potencia no puede
haber dos operaciones simultáneas a no ser que una esté ordenada a la
otra. Pero el conocimiento y el amor natural están ordenados al
conocimiento y al amor de la gloria. Por eso, nada impide que
simultáneamente haya en el ángel conocimiento y amor natural junto con
el conocimiento y el amor de la gloria.
Artículo 8:
Un ángel bienaventurado, ¿puede o no puede pecar?
lat
Objeciones por las que parece que un ángel bienaventurado puede
pecar:
1. Como dijimos (
a.7), la bienaventuranza no destruye la naturaleza.
Pero es esencial a la naturaleza creada el poder
fallar. Por lo tanto, el ángel bienaventurado puede
pecar.
2. Las facultades racionales están ordenadas a cosas opuestas, como
dice el Filósofo. Pero la voluntad del ángel no deja
de ser racional. Por lo tanto está relacionada con el bien y con el
mal.
3. Propio del libre albedrío es poder elegir entre el
bien y el mal. Pero en los ángeles bienaventurados la libertad de
albedrío no disminuye. Por lo tanto, pueden pecar.
Contra esto: está lo que dice Agustín en XI Super Gen. ad litt.: En
los ángeles se encuentra la naturaleza que no puede pecar. Por lo
tanto, los ángeles santos no pueden pecar.
Respondo: Los ángeles bienaventurados no pueden
pecar. El porqué de esto radica en que su
bienaventuranza consiste en que ven a Dios por esencia. La esencia de
Dios es la esencia de la bondad. Por lo tanto, el ángel que ve a Dios,
con respecto a Dios se comporta como se comporta con respecto a la
razón común de bien quien no ve a Dios. Pero es imposible que alguien
quiera o haga algo sin su mirada puesta en el bien; como también es
imposible que quiera apartarse del bien en cuanto tal. Por lo tanto,
el ángel bienaventurado no puede obrar ni querer si no es mirando a
Dios. Queriendo y actuando así, no puede pecar. Por lo tanto, el ángel
no puede pecar.
A las objeciones:
1. El bien creado, considerado en
sí mismo, puede fallar. Pero por su unión perfecta con el bien
increado, como es la unión con la bienaventuranza, y por lo dicho, no puede pecar.
2. Las facultades racionales se
relacionan a cosas opuestas cuando se trata de cosas a las que no
están ordenadas por naturaleza. Pero si se trata de algo a lo que
están ordenadas por naturaleza, no se relacionan a cosas opuestas.
Así, el entendimiento no puede dejar de asentir a los principios que
por naturaleza conoce, ni tampoco puede la voluntad dejar de adherirse
al bien en cuanto bien, porque por naturaleza está ordenada al bien
como a su objeto. Por lo tanto, la voluntad del ángel se relaciona a
cosas opuestas en cuanto a hacer o no hacer muchas. Pero en lo que se
refiere a Dios, al comprobar que es la misma esencia de la bondad, no
oscila entre cosas opuestas, sino que, eligiendo una o su contraria,
se dirige a todas. Ahí no hay pecado.
3. El libre albedrío se relaciona
con la elección de medios para el fin, como el entendimiento con las
conclusiones. Es evidente que el entendimiento tiene la capacidad de
llegar a diversas conclusiones ateniéndose a principios conocidos. En
cambio, cuando se encamina a las conclusiones prescindiendo de los
principios, manifiesta ser defectuosa. Por lo tanto, que el libre
albedrío pueda elegir entre cosas diversas, conservando siempre su
ordenación al fin, es algo que pertenece a la perfección de la
libertad. En cambio, elegir algo apartándose de su ordenación al fin,
y en esto consiste el pecado, es un defecto de libertad. Por todo lo
cual, el ángel, que no puede pecar, tiene más libertad que nosotros,
que sí podemos pecar.
Artículo 9:
Los ángeles bienaventurados, ¿pueden o no pueden progresar en la
bienaventuranza?
lat
Objeciones por las que parece que los ángeles bienaventurados pueden
progresar en la bienaventuranza:
1. La caridad es principio de merecimiento. Pero en los ángeles hay
caridad perfecta. Por lo tanto, los ángeles bienaventurados pueden merecer. Pero al crecer el mérito, crece también el
premio de la bienaventuranza. Por lo tanto, los ángeles
bienaventurados pueden crecer en la bienaventuranza.
2. Agustín, en el libro De Doct. Christ., dice: Dios se sirve de nosotros para nuestra utilidad y para su bondad. Asimismo se sirve de los ángeles a los que emplea en los ministerios espirituales, ya que son espíritus administradores, enviados para su servicio en favor de los que han de heredar la salvación, como se dice en Heb 1,14. Pero no sacarían ningún provecho si por ello no merecieran crecer en la bienaventuranza. Por lo tanto, hay que concluir que los ángeles bienaventurados pueden merecer y progresar en la bienaventuranza.
3. Quien sin ocupar el lugar supremo no puede progresar,
denota imperfección. Pero los ángeles no ocupan el lugar supremo. Por
lo tanto, si no pueden subir más alto, parece que en ellos hay defecto
e imperfección. Esto no es admisible.
Contra esto: está el hecho de que merecer y progresar es algo propio del
estado de la vida terrena. Pero los ángeles no están en dicho estado,
sino en el de la vida eterna. Por lo tanto, los ángeles
bienaventurados no pueden merecer ni progresar en la
bienaventuranza.
Respondo: En todo movimiento, la intención del
que mueve está orientada a algo determinado, intentando llevar hasta
ahí al móvil, ya que la intención está puesta en el fin. Pero como la
criatura racional con sus solas fuerzas no puede alcanzar la propia
bienaventuranza, que consiste en la visión de Dios, como dijimos (a.1 q.12 a.4), es evidente que necesita ser dirigida por Dios a la
bienaventuranza. Por lo tanto, es necesario que exista algo
determinado a lo que se oriente como a su fin último cualquier
criatura racional.
Tratándose de la vida divina, este algo determinado no puede ser el
mismo objeto visto, porque la suprema verdad es vista en diversos
grados por todos los bienaventurados. Por el contrario, si se atiende
al modo de visión, encontramos que la intención de quien dirige al
fin, establece el fin de distintas maneras. No es posible que, por el
hecho de que la criatura racional sea elevada a ver la suma esencia,
sea elevada también al sumo modo de verla, que es la comprehensión;
pues, por todo lo dicho (q.12 a.7; q.14 a.3), este modo sólo le
corresponde a Dios. Pero como para comprehender a Dios se precisa una
eficacia infinita, la capacidad de visión de la criatura es finita.
Entre lo finito y lo infinito hay infinitos grados. Por lo tanto, hay
que concluir que los modos de ver a Dios también son infinitos. Unos
más claros, otros menos. Como la bienaventuranza consiste en la misma
visión de Dios, el grado de la bienaventuranza consiste en un
determinado modo de visión.
Así, pues, cada una de las criaturas racionales de tal manera es
llevada por Dios a la bienaventuranza, que también es llevada por
predestinación divina a un determinado grado de bienaventuranza. Por
eso, conseguido aquel grado, no puede pasar a otro más
elevado.
A las objeciones:
1. Merecer le corresponde a quien
se mueve hacia el fin. Pero la criatura racional no solamente se mueve
a su fin recibiendo estímulos, sino también actuando. Por eso, cuando
el fin es asequible a sus fuerzas, la acción sirve para adquirirlo.
Así, el hombre adquiere la ciencia reflexionando; y, si no está a su
alcance, sino que lo espera de otro, la acción será meritoria del fin.
A quien ya ha alcanzado el último fin no le corresponde moverse, sino
haberse movido. Por lo tanto, a la caridad imperfecta, la de esta
vida, le corresponde merecer, y, en cambio, a la perfecta no le
corresponde merecer, sino, más bien disfrutar el premio. Con esto
sucede lo mismo que con los hábitos adquiridos. La operación que
precede al hábito sirve para adquirirlo; la que procede del hábito ya
adquirido es una operación perfecta acompañada de gozo. También el
acto de caridad perfecta no tiene razón de mérito, sino que, más bien,
pertenece a la perfección del premio.
2. Algo es útil de dos maneras. O
como lo es el medio para conseguir el fin, y así es útil el mérito
para alcanzar la bienaventuranza; o como la parte es
útil al todo, como las paredes a la casa. Así es como los ministerios
de los ángeles bienaventurados son útiles para ellos, es decir, en
cuanto son una parte de la bienaventuranza; ya que difundir entre
otros la perfección alcanzada es algo propio del perfecto en cuanto
perfecto.
3. Aun cuando el ángel
bienaventurado no ocupa el lugar absolutamente supremo de la
bienaventuranza, no obstante sí ocupa el supremo que le corresponde
según la predestinación divina.
Sin embargo, el gozo de los ángeles puede aumentar por la suerte de
los que salvan por intervención de su ministerio, según aquello de Lc
15,10: Hay alegría en los ángeles del Señor por un pecador que hace
penitencia. Pero dicho gozo pertenece al premio accidental, que
puede aumentar hasta el día del juicio. Por eso algunos
dijeron que, en cuanto al premio accidental, el ángel puede merecer.
No obstante, lo más acertado es decir que ningún bienaventurado en
modo alguno puede merecer, a no ser que sea terreno y
eterno, como le sucedió a Cristo, el único que fue
terreno y eterno a un tiempo. Pues el gozo que experimentan, más que
merecerlo, lo adquieren en virtud de su bienaventuranza.