Artículo 1:
Algún cuerpo, ¿es o no es activo?
lat
Objeciones por las que parece que ningún cuerpo es
activo:
1. Dice Agustín: Entre los seres hay algunos que
son pasivos y no activos, como son los cuerpos; alguno que es activo y
no pasivo, como es Dios; y otros que son activos y pasivos, como son
las sustancias espirituales.
2. Más aún. Todo agente, con excepción únicamente del primero,
necesita para su acción un sujeto que la reciba. Pero
la sustancia corporal no tiene otra sustancia inferior que pueda
recibir su acción, porque ocupa ella el lugar ínfimo en la escala de
los seres. Por lo tanto, la sustancia corporal no es
activa.
3. Toda la sustancia corporal está coartada por la
cantidad. Pero la cantidad impide a la sustancia el movimiento y la
acción, al circunscribirla y estar sumergida en ella, como la
nubosidad incapacita al aire para la percepción de la luz. Señal de
esto es que cuanto más se aumenta la cantidad del cuerpo, tanto más se
hace éste grave y pesado para ser movido. Por lo tanto,
ninguna sustancia corporal es activa.
4. Todo agente es operativo en el grado en que se aproxima
al primer principio activo. Pero los cuerpos, en los cuales se
encuentra la máxima composición, son los seres más
alejados del primer principio activo, que es del todo simple. Por lo
tanto, ningún cuerpo es agente.
5. Si algún cuerpo es activo, contribuirá en su obrar a
producir una forma sustancial o accidental. Pero no puede producir una
forma sustancial, porque en los cuerpos no hay más principios de
acción que las cualidades activas, que son accidentes, y los
accidentes no pueden ser causa de una forma sustancial, ya que la
causa debe ser siempre superior al efecto. Y tampoco puede producir
una forma accidental, porque el accidente no se extiende más allá
de su sujeto, como dice Agustín en IX De Trin. Por lo tanto, ningún cuerpo es activo.
Contra esto: está el hecho de que Dionisio en c.15 De Cael. Hier., entre otras propiedades que atribuye al fuego,
dice de él que ante las materias recibidas manifiesta su propia
magnitud activa y potente.
Respondo: Sensiblemente se nos manifiesta que
algunos cuerpos son activos. Ha habido, sin embargo, tres clases de
errores sobre la actividad de los cuerpos. Hubo quienes negaron en
absoluto tal actividad, y ésta fue la opinión de Avicebrón en el libro
Fontis Vitae, donde, con las razones expuestas en las objeciones, intenta probar que ningún cuerpo obra activamente, sino que todas las acciones que parecen de los cuerpos, pertenecen a cierta virtud espiritual que los penetra a todos. De modo que, según él, no calienta el fuego, sino una virtud espiritual que le invade. Esta opinión parece proceder de otra de Platón. Platón sostuvo que todas las formas existentes en la materia corporal son participadas y están determinadas y contraídas a tal materia, en tanto que las formas separadas, son absolutas y como universales. Por lo cual afirmaba Platón que las formas separadas son la causa de las formas existentes en la materia. Avicebrón afirmaba que, al estar la forma existente en la materia corporal determinada a esta materia individualizada por la cantidad, que es principio de individuación, se impide y se aleja a la forma corpórea para que no pueda extender su acción a otra materia. Y así, sólo la forma espiritual e inmaterial, que no está coartada por la cantidad, puede difundirse a otro sujeto por medio de su acción.
Pero de esta argumentación no se deduce que la forma corporal no sea
agente, sino que no es agente universal. Porque en el grado en que se
participa algo, en ese mismo grado se participa también necesariamente
lo que es esencialmente inherente a lo participado, como se participa
de la visibilidad cuando se participa de la luz. Ahora bien, obrar,
que no es más que hacer algo en acto, es esencialmente
inherente al acto en cuanto tal, y de ahí que todo agente haga algo
semejante a lo que él es. Así, pues, en cuanto algo es una forma no
determinada por la materia sujeta a la cantidad, le compete ser agente
indeterminado y universal, pero si es forma restringida a determinada
materia, le corresponde ser agente contraído y particular. De ahí que,
si se diese la forma de fuego separada, como afirmaron los platónicos,
sería de algún modo la causa de toda combustión; pero la forma
concreta de fuego existente en determinada materia corporal es sólo
causa de la combustión particular que procede de tal cuerpo concreto a
tal cuerpo concreto. Por esto mismo tal acción se verifica por
contacto de los dos cuerpos.
Sin embargo, la opinión de Avicebrón iba más lejos que la de Platón,
pues Platón ponía únicamente formas sustanciales separadas y reducía los accidentes a ciertos principios materiales, que son lo grande y la pequeño, los cuales creía que eran los primeros contrarios, como otros creían que eran lo raro y lo denso. Pero tanto Platón como Avicena, que le siguió en parte, suponían que los agentes corporales obran disponiendo, por medio de sus formas accidentales, la materia para la forma sustancial, si bien la última disposición, que la verifica al entrar la forma sustancial, procede de un principio inmaterial. Y ésta es la segunda opinión sobre el obrar de los cuerpos, de la cual se ha hablado antes al tratar de la Creación (q.45 a.8; q.65 a.4).
La tercera opinión es la de Demócrito, según el cual la acción se
realiza por emanación de átomos del cuerpo agente, y la pasión se
verifica por la recepción de estos mismos átomos en los poros del
cuerpo paciente. Opinión que rechaza Aristóteles, en I De
Generat., porque de ella se seguirían dos cosas
falsas a todas luces, a saber, que el cuerpo no sería todo él pasivo y
que la cantidad del cuerpo agente se disminuiría al
obrar.
Por lo tanto, hay que decir: Un cuerpo obra sobre otro en cuanto el
que obra está en acto y aquel sobre el que obra está en
potencia.
A las objeciones:
1. Las palabras de Agustín hay que
entenderlas de toda la naturaleza corporal en conjunto, que no tiene
bajo sí ninguna otra naturaleza inferior sobre la cual obre, como obra
la naturaleza espiritual en la corporal y la naturaleza increada en la
creada. Sin embargo, un cuerpo está bajo otro en cuanto uno está en
potencia para recibir lo que otro tiene en acto.
2. Y con esto mismo se responde.
Nótese, sin embargo, que hay que tener presente que, al argumentar
Avicebrón de este modo: Hay algo que es motor
inmóvil, a saber, el primer hacedor de las cosas; luego hay también,
por oposición, algo que es solamente movido y pasivo, se le ha de
conceder. Pero esto es la materia prima, que es pura potencia, como
Dios es acto puro. El cuerpo, en cambio, se compone de potencia y
acto. Por eso es agente y paciente.
3. La cantidad no impide
totalmente a la forma corporal el obrar, como acabamos de decir, sino que le impide ser agente universal, en cuanto se
individualiza la forma al existir en una materia sujeta a cantidad. El
indicio que se trae de la pesadez de los cuerpos no hace al caso. En
primer lugar, porque el aumento de cantidad no es causa de gravedad,
como se demuestra en IV De caelo et mundo. En
segundo lugar, porque es falso que la pesadez retarde más el
movimiento; antes, cuanto más grave es un cuerpo, tanto más se mueve
con movimiento propio. Por último, porque la acción no se realiza por
movimiento local, sino porque algo se reduce de la potencia al
acto.
4. No es el cuerpo lo que está más
distante de Dios, pues participa algo de la semejanza del ser divino
en virtud de la forma que tiene. Lo que dista más de Dios es la
materia prima, que de ningún modo es agente, por ser pura potencia
pasiva.
5. El cuerpo contribuye con su
acción a la forma accidental y a la forma sustancial.
El porqué de esto radica en que las cualidades activas, como el calor,
aunque sean accidentes, obran, sin embargo, en virtud de la forma
sustancial, como instrumentos suyos. Por eso pueden contribuir a
originar la forma sustancial, como contribuye también el calor
natural, en cuanto es instrumento del alma, a que el alimento se
convierta en carne. En la producción de accidentes obran las
cualidades activas por su propia virtud. Tampoco va contra la
naturaleza del accidente el que éste transcienda su propio sujeto en
el obrar, sino el que le transcienda en el ser, a menos que alguno se
imagine que al obrar un mismo accidente numéricamente pasa del agente
al paciente, tal como suponía Demócrito que la acción se verificaba
por la descarga de los átomos.
Artículo 2:
En la materia corporal, ¿hay o no hay algunas razones
seminales?
lat
Objeciones por las que parece que en la materia corporal no hay
algunas razones seminales:
1. El concepto de razón implica cierta condición espiritual.
Pero en la materia corporal no hay nada espiritualmente, sino
materialmente, siguiendo el modo de ser de aquello en que está. Por lo
tanto, en la materia corporal no hay razones seminales.
2. Dice Agustín en III De Trin. que
los demonios hacen ciertas obras utilizando, mediante movimientos
ocultos, algunas semillas que ellos conocen en los elementos. Pero las
cosas que se utilizan mediante movimiento local, son cuerpos, no
razones. Por lo tanto, es incorrecto decir que en la materia corporal
haya razones seminales.
3. Lo seminal es principio activo. Pero no hay principio
alguno activo en la materia corporal, a la cual no compete obrar, como
dijimos (
a.1 ad 2). Por lo tanto, no hay razones seminales en la
materia corporal.
4. Se dice que en la materia corporal hay ciertas razones causales que parecen ser suficientes para
la producción de las cosas. Pero las razones seminales son distintas
de las causales, porque en los milagros se prescinde de las seminales,
pero no de las causales. Por lo tanto, es incorrecto decir que en la
materia corporal haya razones seminales.
Contra esto: está lo que dice Agustín en III De Trin.: De todas las cosas que nacen corporal y visiblemente, hay ciertos gérmenes ocultos en los elementos corpóreos de este mundo.
Respondo: Las denominaciones suelen tomarse de
lo más perfecto, según dice Aristóteles en II
De
Anima. Ahora bien, lo más perfecto de toda la
naturaleza corpórea son los cuerpos vivientes. De ahí que hasta el
mismo nombre de
naturaleza vemos que se ha trasladado de los
seres vivientes a todas las cosas naturales. Porque este nombre de
naturaleza, como dice el Filósofo en V
Metaphys., fue impuesto primeramente para significar la
generación de los vivientes, a la cual llamamos
nacimiento.
Pero, porque los seres vivientes son engendrados de un principio
unido, como del árbol se engendra fruto y de la madre el feto, que
está a ella ligado, se extendió este nombre de naturaleza a todo
principio de movimiento que está en el mismo ser que es movido. Es
evidente que el principio activo y pasivo de la generación de los
seres vivientes son las sustancias germinales de las cuales son
engendrados. De todo lo cual se deduce que Agustín
llama con propiedad
razones seminales a todas las virtudes
activas y pasivas que son principio de las generaciones y movimientos
naturales.
Pero estas virtudes activas y pasivas pueden considerarse en diverso
orden. Porque, en primer lugar, como escribe el mismo Agustín en VI De super Gen. ad litt., están principal y
originalmente en la misma Palabra de Dios en forma de razones ideales.
Después están también, como en sus causas universales, en los
elementos materiales del mundo, donde fueron simultáneamente
producidas al principio. Están de un tercer modo, como en sus causas
particulares, en las cosas que se producen de las causas universales
en la sucesión de los tiempos. Ejemplo: En tal planta o tal animal. Y,
por último, de un cuarto modo, están en las sustancias germinales o
semillas que se producen de los animales y de las plantas, cuyas
semillas, a su vez, se relacionan con otros efectos particulares, como
las primordiales causas universales se relacionan con los primeros
efectos producidos.
A las objeciones:
1. Estas virtudes activas y pasivas
de las cosas naturales, aunque no les cuadra la denominación de
razones en cuanto están en la materia corporal, pueden, no obstante,
denominarse tales por relación a su origen, esto es, en cuanto
provienen de razones ideales.
2. Tales virtudes activas y
pasivas están en determinadas partes corporales que, al ser utilizadas
mediante un movimiento local para producir ciertos efectos, se dice
que los demonios las utilizan como semillas.
3. La sustancia seminal del sexo
masculino hace de principio activo en la generación del animal, pero
puede también llamarse sustancia seminal el elemento aportado por la
hembra en la generación, que hace de principio pasivo, y, de este
modo, en el nombre de sustancia seminal están comprendidas las fuerzas
activas y pasivas.
4. De las palabras de Agustín al
hablar de estas razones seminales, suficientemente se deduce que las
mismas razones seminales son también razones causales, como el semen
mismo es cierta causa. Dice en III De Trin.
que, al igual que las madres llevan la prole en su seno, así el
mundo está cargado de causas germinales. Pero, aunque las razones
ideales pueden llamarse causales, no pueden, propiamente, llamarse
germinales, por no ser el semen principio separado. Por eso los
milagros no se hacen prescindiendo de las razones ideales, como
tampoco se prescinde en ellos de las potencias pasivas que se dan en
la criatura para que pueda hacerse en ella todo lo que Dios ordene. En
cambio, sí se ha de entender que se hagan los milagros
independientemente de las virtudes activas naturales y de las
potencias pasivas que a ellas se ordenan, al decirse que los milagros
se realizan prescindiendo de las razones seminales.
Artículo 3:
Los cuerpos celestes, ¿son o no son causa de lo que ocurre en los
cuerpos de aquí abajo?
lat
Objeciones por las que parece que los cuerpos celestes no son causa
de lo que ocurre en los cuerpos de aquí
abajo:
1. Dice el Damasceno: Pero nosotros decimos que
ellos, es decir, los cuerpos celestes, no son causa de cosa
alguna de las que acontecen ni de la corrupción de las cosas que se
disuelven; son, más bien, signos de las lluvias y de los cambios
atmosféricos.
2. Más aún. Para hacer algo, es suficiente con el agente y la
materia. Pero en estos cuerpos inferiores hay materia pasiva y también
hay agentes contrarios, como lo cálido y lo frío, y otros semejantes.
Por lo tanto, no es necesario recurrir a la causalidad de los cuerpos
celestes para explicar lo que aquí abajo acontece.
3. El agente produce un efecto semejante a sí. Pero
vemos que todas las cosas que se hacen aquí en el mundo inferior, se
hacen por efecto del calor y del enfriamiento, por humedecerse y
secarse los cuerpos y por otras visicitudes análogas. Esto no se da en
los cuerpos celestes. Por lo tanto, los cuerpos celestes no son la
causa de los acontecimientos del mundo inferior.
4. Como dice Agustín en V De Civ. Dei, nada hay más corpóreo que el sexo de los cuerpos. Pero éste no es causado por los cuerpos celestes, de lo cual parece ser indicio cierto el hecho de que, de dos gemelos nacidos bajo una misma constelación, el uno es varón y el otro hembra. Por lo tanto, los cuerpos celestes no son causa de las cosas corporales que se hacen en la tierra.
Contra esto: está lo que dice Agustín en III De Trin.: Los cuerpos foscos e inferiores son regidos con cierto orden por los más sutiles y potentes. Y Dionisio en c.4 De Div. Nom. afirma que la luz del sol contribuye a la generación de los cuerpos sensibles, y los mueve hacia la vida, los nutre y los aumenta y perfecciona.
Respondo: Como toda multitud procede de la
unidad, y, por otra parte, lo que es invariable
permanece siempre de un mismo modo, mientras que lo que se cambia es
multiforme, hay que tener presente que en la naturaleza entera todo el
movimiento procede de lo inmóvil. Así, vemos que, cuando algunas cosas
son menos variables, tanto más son causa de las que son más variables.
Ahora bien, los más inmóviles entre los cuerpos son los celestes, que
no tienen más movimiento que el local. Por lo tanto, los movimientos
de estos cuerpos inferiores, que son variados y multiformes, deben
atribuirse al movimiento de los cuerpos celestes como a su
causa.
A las objeciones:
1. Lo que dice el Damasceno se ha
de entender en el sentido de que los cuerpos celestes no son la
primera causa de las generaciones y corrupciones que acontecen en el
mundo inferior, como decían los que opinaban que los cuerpos celestes
eran dioses.
2. En estos cuerpos inferiores no
hay más principios activos que las cualidades activas de los
elementos, que son lo cálido, lo frío, y similares. Y si fuera verdad
que las formas sustanciales de los cuerpos inferiores no se
diferencian más que por estos accidentes, cuyos principios son, según
los antiguos naturalistas, lo
gaseoso y lo
denso, no sería necesario suponer otro principio activo sobre
estos cuerpos inferiores, sino que se bastarían ellos mismos para
obrar. Pero, al que atentamente lo considerare, le parecerá claro que
tales accidentes no son más que disposiciones materiales para las
formas sustanciales de los cuerpos naturales; y la materia no se basta
a sí misma para obrar. Por lo tanto, sobre estas disposiciones es
preciso suponer algún principio activo.
Los platónicos suponían para esto las especies
separadas, por cuya participación adquirían los cuerpos inferiores sus
formas sustanciales. Pero esto no es suficiente. Porque las especies
separadas existirían siempre de un mismo modo, dado
que se las supone inmóviles. De ésta se seguiría que no habría
variación alguna respecto de la generación y la corrupción. Esto es
evidentemente falso.
De ahí que, según el Filósofo en II De Gen.,
se ha de suponer algún principio activo variable que, por su presencia
y ausencia, cause la variedad en la generación y corrupción de los
cuerpos inferiores. Este principio son los cuerpos celestes. De lo
cual resulta que todo lo que en estos cuerpos inferiores engendra y
determina a la especie obra como instrumento de los cuerpos celestes,
conforme a lo que se dice en II Physic.: El
hombre es engendrado por el hombre y por el sol a la vez.
3. Los cuerpos celestes no se
asemejan a los cuerpos inferiores por alguna semejanza específica,
sino en cuanto que por su virtud universal contienen en sí todo lo que
en los inferiores se produce por la generación. En este mismo sentido
decimos también que todas las cosas se asemejan a Dios.
4. Las acciones de los cuerpos
celestes se reciben en los inferiores de manera muy distinta, según la
diversa disposición de la materia. A veces, sucede que la materia de
la concepción humana no está toda ella dispuesta para el sexo
masculino, resultando de aquí que, de una parte de esa materia se
forma un ser del sexo masculino, y de otra se forma otro del sexo
femenino. A esto mismo recurre Agustín para rechazar la adivinación
que se quiere hacer por los astros, puesto que los efectos de éstos en
las cosas corpóreas varían también según la diversa disposición de la
materia.
Artículo 4:
Los cuerpos celestes, ¿son o no son causa de los actos
humanos?
lat
Objeciones por las que parece que los cuerpos celestes son causa de
los actos humanos:
1. Los cuerpos celestes, al ser movidos por las sustancias
espirituales, como se dijo (
q.110 a.3), obran en virtud de éstas como
instrumentos suyos. Pero tales sustancias son superiores a nuestras
almas. Por lo tanto, parece que puedan impresionar nuestras almas y,
mediante esto, causar los actos humanos.
2. Todo lo multiforme se deriva de algún principio uniforme.
Pero los actos humanos son variados y multiformes. Por lo tanto,
parece que deben reducirse a los movimientos uniformes de los cuerpos
celestes como a sus principios.
3. Los astrólogos predicen a veces cosas verdaderas
sobre las guerras y otros acontecimientos humanos que proceden del
entendimiento y la voluntad. Esto no podrían hacerlo si los cuerpos
celestes no fueran causa de los actos humanos. Por lo tanto, los
cuerpos celestes son causa de los actos humanos.
Contra esto: está lo que dice el Damasceno: Los
cuerpos celestes de ningún modo son causa de los actos
humanos.
Respondo: Los cuerpos celestes obran en los
cuerpos terrestres directamente y por sí mismos, como se dijo (
a.3).
Pero en las potencias del alma, que son los actos de los órganos
corpóreos, obran directa, pero accidentalmente, porque los actos de
tales potencias necesariamente se impiden, al menos por los
impedimentos de sus órganos. Ejemplo: Con los ojos turbios, no se ve
bien. Así, pues, si el entendimiento y la voluntad fuesen facultades
dependientes de órganos corpóreos, como pensaron algunos, que
decían que el entendimiento no se diferenciaba de los
sentidos, se seguiría necesariamente que los cuerpos celestes podrían
ser causa de la elección y de los actos humanos. De esto se seguiría,
a su vez, que el hombre pudiese ser impulsado a sus operaciones por el
instinto natural, lo mismo que los demás animales, en los que no hay
potencias del alma no dependientes de órganos corpóreos. Porque lo que
se realiza en estos seres inferiores por influjo de los cuerpos
celestes, se hace naturalmente, y, por lo tanto, se seguiría también
que el hombre no tendría libre albedrío, sino que tendría acciones
determinadas, como las tienen los demás seres naturales. Todo lo cual
es evidentemente falso y contrario a lo que vemos de continuo en la
vida humana.
Hay que admitir, sin embargo, que las influencias de los cuerpos
celestes pueden llegar, indirecta y accidentalmente, hasta el
entendimiento y la voluntad, esto es, en la medida en que tanto el
entendimiento como la voluntad se suministran en alguna manera de las
facultades inferiores que dependen de órganos corpóreos. Pero hay en
esto una diferencia grande entre ambas potencias. Porque el
entendimiento recibe necesariamente lo que le suministran las
facultades aprensivas inferiores, y así, perturbadas la imaginación, o
la estimativa, o la memoria, por necesidad se resiente también de ello
la acción del entendimiento. Pero, en cambio, la voluntad no sigue
necesariamente la inclinación del apetito inferior, pues, aunque no
dejen las pasiones irascibles y concupiscibles de tener cierta fuerza
para inclinarla, queda, sin embargo, en su poder, el seguirlas o
rechazarlas. A esto se debe que la acción de los cuerpos celestes, por
la cual pueden ser alteradas las potencias inferiores, sea menos
efectiva respecto de la voluntad, causa inmediata de los actos
humanos, que respecto del entendimiento.
El suponer, pues, que los cuerpos celestes son causa de los actos
humanos, es algo propio de los que dicen que el entendimiento no se
distingue de los sentidos. Así, algunos decían de ellos que tal era
la voluntad de los hombres según día a día se la modelaba el padre de
los hombres y de los dioses
35 bis
. Pero, como es absolutamente cierto que el entendimiento y la
voluntad no son facultades dependientes de los órganos corpóreos, no
es posible que los cuerpos celestes sean causa de los actos
humanos.
A las objeciones:
1. Las sustancias espirituales que
mueven los cuerpos celestes, obran en las cosas corporales por medio
de dichos cuerpos. Pero en el entendimiento humano obran directamente,
iluminándole. Sin embargo, no pueden cambiar la voluntad, según
dijimos (
q.111 a.2).
2. Como la multiformidad de
movimientos corporales se reduce como a su causa a la uniformidad de
los movimientos celestes, así la multiformidad de actos que proceden
del entendimiento y la voluntad se reduce a su correspondiente
principio uniforme, que es el entendimiento y la voluntad
divina.
3. Son muchos los hombres que
siguen las pasiones, que son movimientos del apetito sensitivo, en las
cuales pueden influir los cuerpos celestes. En cambio, no son pocos
los sabios que las resisten. Esta es la razón por la que los
astrólogos pueden predecir la mayoría de las veces cosas verdaderas. Y
más si dicen generalidades. No sucede así si hablan pormenorizando,
porque siempre queda la posibilidad de que cualquier hombre resista a
las pasiones por su libre albedrío. Hay que tener presente que los
mismos astrólogos afirman que el hombre sabio domina
a lo astros al dominar sus pasiones.
Artículo 5:
Los cuerpos celestes, ¿pueden o no pueden influir en los mismos
demonios?
lat
Objeciones por las que parece que los cuerpos celestes pueden influir
en los mismos demonios:
1. En ciertas fases crecientes de la luna, los demonios vejan a
algunos hombres, llamados por esto lunáticos, como aparece en Mt 4,24
y 17,14. Pero no harian esto si no estuviesen bajo el influjo de los
cuerpos celestes. Por lo tanto, los demonios están bajo el influjo de
los cuerpos celestes.
2. Los nigromantes observan ciertas constelaciones para
invocar a los demonios. Pero no serían invocados por medio de los
cuerpos celestes sin estar sometidos a éstos. Por lo tanto, los
demonios están sometidos al influjo de los cuerpos
celestes.
3. Los cuerpos celestes son de mayor eficacia que los
inferiores. Pero los demonios son alejados mediante ciertos cuerpos
inferiores: hierbas, piedras y animales. Y mediante ciertos sonidos:
voces, figuras y simulacros, como dice Porfirio, citado por Agustín en
X
De Civ. Dei.
Por lo tanto, con mayor razón estarán los demonios sujetos a la
acción de los cuerpos celestes.
Contra esto: los demonios son superiores en naturaleza a los cuerpos
celestes. Pero el agente exige superioridad sobre el paciente, como
dice Agustín en XII Super Gen. ad litt. Por lo
tanto, los demonios no están sujetos a la acción de los cuerpos
celestes.
Respondo: Acerca de los demonios
ha habido tres opiniones. La primera es la de los peripatéticos, que
negaban en absoluto su existencia y decían que las cosas atribuidas a
ellos, según las artes nigrománticas, eran hechas por virtud de los
cuerpos celestes. Así lo refiere Agustín en X
De Civ. Dei,
según el cual afirmó Porfirio que
se fabrican en la tierra por los
hombres potestades idóneas para producir varios efectos de los
astros. Esta suposición es evidentemente falsa, porque por
experiencia se sabe que los demonios hacen muchas cosas para las
cuales es insuficiente en absoluto la virtud de los cuerpos celestes.
Ejemplo: Que los posesos hablen lenguas desconocidas, que reciten
versos y citas de autoridades que nunca conocieron, que los
nigromantes hagan hablar y moverse a las estatuas, y otras cosas
parecidas.
Esto indujo a los platónicos a afirmar que los demonios eran
animales de cuerpo aéreo y de ánimo pasivo, según lo atribuye
Agustín en VIII De Civ. Dei a Apuleyo. Y ésta es
la segunda opinión, según la cual se podría decir que los demonios
vienen a estar sujetos a los cuerpos celestes, del mismo modo que se
ha dicho que lo están los hombres (a.4). También esta opinión es
falsa, como se deduce de lo dicho (q.51 a.1), pues los demonios son
sustancias espirituales no unidas a cuerpo alguno. De todo lo cual
resulta que los demonios no están sujetos a la acción de los cuerpos
celestes, ni por sí mismos ni accidentalmente, ni directa ni
indirectamente.
A las objeciones:
1. Los demonios vejen a los
hombres particularmente en ciertas fases crecientes de la luna, se
debe a dos cosas. Hacen ellos esto, en primer lugar, para que, debido
a ello,
se difame a una criatura de Dios, como es la luna,
según dicen Jerónimo y el Crisóstomo.
En segundo lugar, porque, como los demonios no pueden obrar sino por
medio de las fuerzas naturales, según dijimos (
q.114 a.4 ad 2), estudian en sus obras las aptitudes de los cuerpos para los
efectos que intentan. Es evidente que
el cerebro es la más húmeda
de todas las partes del cuerpo, según dice Aristóteles; por eso está más sujeto a la acción de la luna, que, en cuanto tal, tiene la propiedad de alterar los humores. Por otra parte, en el cerebro es donde se consuma la fuerza animal. De todo esto proviene el que los demonios perturben la fantasía del hombre en determinadas fases crecientes de la luna cuando ven que el cerebro está dispuesto para ello.
2. Invocados los demonios bajo el
signo de ciertas constelaciones, responden a tal invocación por dos
razones: Primero, para inducir a error a los hombres,
haciéndoles creer que hay en los astros alguna divinidad. Segundo, porque advierten que bajo esas constelaciones la materia
corporal está mejor dispuesta para los efectos por lo que se les
invoca.
3. Según Agustín en XI De Civ.
Dei, los demonios son atraídos por varios géneros de
piedras, hierbas, maderas, animales, versos, ritos, no como los
animales lo son por la comida, sino como lo es el espíritu por los
signos, es decir, en cuanto tales cosas se les ofrecen como signo
de honor divino, que ellos tanto ambicionan.
Artículo 6:
Los cuerpos celestes, ¿imponen o no imponen necesidad en aquellos que
les están sometidos?
lat
Objeciones por las que parece que los cuerpos celestes imponen
necesidad en aquellos que les están sometidos:
1. Puesta la causa suficiente, se sigue por necesidad el efecto. Pero
los cuerpos celestes son causa suficiente de sus efectos. Así, pues,
formando los cuerpos celestes con sus movimientos y disposiciones un
conjunto de ser necesario, parece que sus efectos se han de seguir
necesariamente.
2. El efecto del agente se sigue necesariamente en la
materia cuando la virtud de agente es tanta que puede someter a sí
toda la materia. Pero la materia toda de los cuerpos inferiores está
sometida a la virtud de los cuerpos celestes, como a ser más elevado.
Por lo tanto, el efecto de los cuerpos celestes se recibe
necesariamente en la materia corporal.
3. Si el efecto de los cuerpos celestes no se realiza
necesariamente, es porque lo impide alguna cosa. Pero cualquier causa
corpórea capaz de impedir el efecto del cuerpo celeste, necesariamente
ha de reducirse a algún principio celeste, supuesto que los cuerpos
celestes son la causa de todos los acontecimientos de los cuerpos
terrestres. Por lo tanto, siendo también necesario tal principio
celeste, se sigue que necesariamente sea impedido el efecto del otro
cuerpo celeste. Así, todo lo que acontece, acontece por
necesidad.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en el libro De somn. et
vigil.: No es imposible que no se verifiquen muchas de
aquellas señales celestes, como de aguas y vientos, que se dan en los
cuerpos. Así, pues, no todos los efectos de los cuerpos celestes
acontecen necesariamente.
Respondo: Esta cuestión queda ya en parte
resuelta con lo dicho anteriormente, y en parte ofrece alguna
dificultad. Se ha demostrado (
a.4), efectivamente, que, aunque de la
acción de los cuerpos celestes se sigan algunas inclinaciones en la
naturaleza corporal, sin embargo, la voluntad no sigue necesariamente
tales inclinaciones. Por lo tanto, no hay inconveniente alguno en que
el efecto de los cuerpos celestes sea impedido no sólo por lo que al
hombre se refiere, sino incluso en cuanto a aquellas cosas a las
cuales se extiende la acción del hombre.
Sin embargo, en las cosas naturales no hay principio alguno del tenor
de la voluntad humana, que tenga libertad para seguir o no seguir las
impresiones de los cuerpos celestes. Parece, pues, que, al menos en
las cosas naturales, todo acontece necesariamente,
conforme al antiguo razonamiento de
aquellos que, suponiendo que cuanto existe tiene causa
y que, puesta ésta, por necesidad se ha de seguir el efecto, venían a
concluir que todo absolutamente sucede por necesidad. Opinión que
refutó Aristóteles en VI Metaphys.,
fundamentándose precisamente en las dos cosas que éstos
suponían.
En primer lugar porque no es verdadero que, puesta cualquier causa,
se siga necesariamente el efecto. Pues hay causas que no están
ordenadas a producir por necesidad sus efectos, sino a producirlos las
más de las veces, pudiendo a veces fallar en el menor número de casos.
Sin embargo, como tales causas no fallan casi nunca a no ser que lo
impida otra causa, parece que con esta respuesta no desaparece el
inconveniente señalado, dado el caso de que también el supuesto
impedimento se interpone por necesidad.
Por lo cual se responde, en segundo lugar, que todo aquello que es
esencialmente un ser, tiene causa; pero lo que sólo accidentalmente es
ser, no tiene causa, puesto que no es
propiamente ser, al no ser propiamente uno. Ejemplo: Tiene causa el
ser blanco y la tiene igualmente el ser músico, pero el
ser músico blanco no la tiene, porque tal ser no es propiamente
ser, como tampoco es propiamente uno. Ahora bien, es evidente que la
causa que impide la acción de alguna otra causa ordenada a producir su
efecto las más veces, concurre a veces con ella accidentalmente, y,
por consiguiente, tal concurso de causas no tiene causa, dado que es
accidental. Por eso, lo que se siga de tal concurso no puede reducirse
a alguna causa preexistente, de la cual se siga necesariamente.
Ejemplo: Que se produzca en la parte superior de la atmósfera algún
cuerpo terrestre ígneo y que caiga abajo, tiene por causa alguna
virtud celeste, y asimismo puede reducirse a algún principio celeste
el que haya sobre la superficie de la tierra alguna materia
combustible. Pero que al caer el fuego dé sobre esta materia y la
incendie, no tiene por causa algún cuerpo celeste, sino que sucede por
casualidad, accidentalmente. De este modo, es evidente que no todos
los efectos de los cuerpos celestes se producen necesariamente.
A las objeciones:
1. Los cuerpos celestes son causa
de los efectos terrestres por medio de causas particulares inferiores,
que las menos veces pueden fallar.
2. La virtud del cuerpo celeste no
es infinita. Requiere, por lo tanto, cierta disposición. de la materia
para producir en ella su efecto, tanto por lo que se refiere a la
distancia de lugar como respecto de otras condiciones. Por eso, como
la distancia del lugar impide el efecto del cuerpo celeste, por
ejemplo, no tiene la misma eficacia el calor del sol en Dacia que en
Etiopía, así también la densidad de la materia, o su frialdad, o
calor, o cualquier otra disposición similar puede impedir el efecto
del cuerpo celeste.
3. Aunque la causa que impide el
efecto de otra causa se reduzca a algún cuerpo celeste como a su
causa, el concurso, no obstante, de dos causas no se reduce a una
causa celeste, puesto que es accidental, como dijimos.