Artículo 1:
¿Es pecado especial el cisma?
lat
Objeciones por las que parece que el cisma no es pecado
especial:
1. El cisma, como dice el papa Pelagio, suena a desgarro. Ahora bien, todo pecado, a tenor de lo que
afirma el profeta, produce desgarro: Vuestros pecados han zanjado
división entre vosotros y vuestro Dios (Is 59,2). El cisma, pues,
no es pecado especial.
2. Se considera cismáticos a quienes no obedecen a la
Iglesia. Pues bien, en todos sus pecados desobedece el hombre a los
preceptos de la Iglesia, ya que, según San Ambrosio, el pecado es
la desobediencia a los mandamientos del cielo. Luego todo pecado es cisma.
3. La herejía sustrae igualmente al hombre de la unidad de
la fe. Si, pues, el cisma implica división, no parece que se distinga
del pecado de infidelidad como pecado especial.
Contra esto: está el hecho de que San Agustín, en el tratado Contra
Faust., distingue entre cisma y herejía diciendo que se da el
cisma cuando uno opina lo mismo y adora con el mismo rito que los
demás, y sólo se complace en la separación de la congregación; la
herejía, empero, opina cosas diferentes de las que cree la Iglesia
católica. El cisma, pues, no es pecado
general.
Respondo: Según expone San Isidoro en el
libro
Etymol., la palabra cisma
se ha tomado
de la escisión de pareceres. Pues bien, la escisión se opone a la
unidad, y por eso se llama pecado de cisma el que directa y
esencialmente se opone a la unidad. En efecto, así
como en el orden natural no constituye especie lo que es accidental,
así tampoco en el orden moral, en el que lo intencional es esencial,
mientras que lo que cae fuera de la intención es, por así decirlo,
accidental. Por eso el pecado de cisma es propiamente pecado
especial, por el hecho de que intenta separar de la unidad realizada
por la caridad. Esta no solamente une a las
personas entre sí por el vínculo especial del amor espiritual, sino
que une a toda la Iglesia en la unidad del Espíritu. Por tanto, se
considerará como cismáticos en sentido estricto a quienes espontánea e
intencionadamente se apartan de la unidad de la Iglesia, que es la
unidad principal. En efecto, la unión particular de unos con otros
está ordenada a la unidad de la Iglesia, del mismo modo que la
organización de los miembros en el cuerpo natural está ordenada a la
unidad de todo el cuerpo.
Por otra parte, la unidad de la Iglesia radica en dos cosas, es
decir, en la conexión o comunicación de los miembros de la Iglesia
entre sí y en la ordenación de todos ellos a una misma cabeza, a tenor
de lo que escribe el Apóstol: Vanamente hinchado por su mente
carnal, sin mantenerse unido a la Cabeza, de la cual todo el Cuerpo,
por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión para
realizar su crecimiento en Dios (Col 2,18-19). Pues bien, esa
Cabeza es Cristo mismo, cuyas veces desempeña en la Iglesia el Sumo
Pontífice. Por eso se llama cismáticos a quienes rehusan someterse al
Romano Pontífice y a los que se niegan a comulgar con los miembros de
la Iglesia a él sometidos.
A las objeciones:
1. La división entre el hombre y
Dios por el pecado no es intentada por el pecador, sino que más bien
se produce fuera de su intención, por su desordenada conversión hacia
el bien perecedero. De ahí que no sea en rigor cisma.
2. El cisma consiste esencialmente
en no obedecer a los preceptos en un espíritu de rebelión. Y digo con
rebelión, subrayando con ello tanto el desprecio pertinaz hacia los
preceptos de la Iglesia como la negativa a someterse a su juicio, y
esto no lo hace el pecador. Por eso no todo pecado es
cisma.
3. La diferencia entre la herejía
y el cisma hay que considerarla en función de aquello a lo que cada
una se opone esencial y directamente. La herejía, en efecto, se opone
directamente a la fe; el cisma, en cambio, se opone a la unidad
eclesiástica de la caridad. De ahí que, siendo la fe y la caridad
virtudes diferentes, aunque quien carece de fe carece de caridad, el
cisma y la herejía son también pecados distintos, aunque todo hereje
es también cismático, pero no al contrario. Así lo dice San Jerónimo
en
Epist. ad Gal.:
Entre el cisma y la
herejía creo que hay esta diferencia: la herejía cree dogmas
alterados, mientras que el cisma separa de la Iglesia.
Sin embargo, del mismo modo que la pérdida de la caridad es camino
que lleva a la pérdida de la fe, según el testimonio del Apóstol: De las cuales —de la caridad y demás— algunos se desvían,
viniendo a dar en vaciedades (1 Tim 1,6), el cisma es también, por
su parte, camino hacia la herejía. Por eso San Jerónimo, en el mismo
lugar, añade: El cisma, en un principio y en parte, puede
entenderse como distinto de la herejía; mas no hay cisma en que no se
forje herejía, para convencerse de que ha obrado rectamente
apartándose de la Iglesia.
Artículo 2:
¿Es el cisma pecado más grave que la infidelidad?
lat
Objeciones por las que parece que el cisma es pecado más grave que la
infidelidad:
1. El pecado mayor se castiga con pena también más grave, como vemos
en la Escritura: Conforme a su delito será la
cuenta de los azotes (Dt 25,2). Ahora bien, el pecado de cisma ha
sido más castigado que el de infidelidad o el de idolatría. En efecto,
tenemos constancia de que por la idolatría algunos fueron muertos a
espada por mano humana (Ex 32,27-28), mientras que sobre el pecado de
cisma leemos: Pero si, haciendo Yahveh algo insólito, abre la
tierra su boca y se traga cuanto es suyo y bajan vivos al abismo,
conoceréis que estos hombres han blasfemado de Yahveh (Núm
16,30). Por su parte, las diez tribus que se disgregaron del reino de
David, por pecado de cisma, fueron castigadas gravísimamente, como
consta también en la Escritura (4 Re 17,20ss). El pecado de cisma,
pues, es más grave que el de infidelidad.
2. El bien de la colectividad es mayor y más divino que
el bien de uno, como demuestra el Filósofo en I Ethic. Pues bien, el cisma se opone al bien de la
multitud, porque es contrario a la unidad de la Iglesia; la
infidelidad, en cambio, atenta contra el bien particular de uno, a
saber: la fe de un solo hombre. Por tanto, parece que el cisma es
pecado más grave que el de la infidelidad.
3. Al mayor mal se opone el mayor bien, como expone el
Filósofo en VIII
Ethic. Ahora bien, el cisma se
opone a la caridad, virtud mayor que la fe, a la que se opone la
infidelidad, como queda dicho (
q.23 a.6). Luego el cisma es pecado más
grave que el de la infidelidad.
Contra esto: está el hecho de que la adición a otra cosa es mayor que
ésta, sea en el bien, sea en el mal. Ahora bien, la herejía resulta de
la adición al cisma, ya que añade un dogma perverso, según el
testimonio de San Jerónimo antes aducido. En
consecuencia, el cisma es menor pecado que el de infidelidad.
Respondo: La gravedad del pecado puede
precisarse de dos maneras: en su especie y en sus circunstancias. Y
dado que las circunstancias son particulares y pueden variar al
infinito, cuando se pregunta, en general, cuál de los pecados sea más
grave, la cuestión debe entenderse sobre la gravedad que atañe al
género de pecado. Ahora bien, el género o especie de pecado se toma
del objeto, como se ha demostrado en otro lugar (
1-2 q.72 a.2;
q.73 a.3). Por eso, el pecado que se opone a mayor bien es más grave en su
género, como el pecado contra Dios es mayor que el cometido contra el
prójimo. Pues bien, es evidente que la infidelidad es pecado contra
Dios mismo, en cuanto que es en sí mismo la verdad primera en que se
apoya la fe. El cisma, en cambio, se opone a la unidad de la
Iglesia, que es un bien participado, menor que Dios
mismo. Resulta, pues, evidente que el pecado de infidelidad, por su
naturaleza, es más grave que el de cisma. Esto no obsta para que algún
cismático peque más gravemente que el infiel, sea por el desprecio
mayor, sea por el peligro mayor que supone, sea por otras razones por
el estilo.
A las objeciones:
1. Era ya evidente para el pueblo
hebreo, por la ley recibida, que había un solo Dios y que no había que
adorar a otros dioses, y esto les había sido confirmado con muchas
señales. No era, pues, necesario que quienes pecaban contra esa fe por
idolatría fueran castigados con inusitada pena, sino con la corriente.
Sin embargo, no tenía tan claro que Moisés debería ser siempre su
caudillo. Era, por lo mismo, necesario que quienes se rebelaban contra
su principado fueran castigados de manera extraordinaria e
inusitada.
También se puede responder que el pecado de cisma a veces era
castigado con mayor severidad en aquel pueblo porque era propenso a
las sediciones y al cisma. De ello da testimonio el 1 Esd 4,19
diciendo: Ya de antiguo esa ciudad se rebeló contra los reyes, y en
ella se fraguaron sediciones y revueltas. Y a veces se inflige
pena mayor por el pecado cometido con mayor
frecuencia, como ya hemos demostrado (1-2 q.105 a.2 ad 9), dado que
hay penas medicinales cuyo objetivo es apartar a los hombres del
pecado. Por eso, donde hay mayor inclinación al pecado, se debe
aplicar pena más severa. Y las diez tribus fueron castigadas no sólo
por el pecado de cisma, sino también por el de sedición, como allí
mismo se constata (4 Re 17,21; cf. 3 Re 12,28).
2. El bien de la colectividad es
mayor que el de un particular de la misma, y también menor que el bien
exterior al que se ordena la multitud, al igual que el bien del
ejército es menor que el del general. De la misma forma, el bien de la
unidad eclesiástica, a la que se opone el cisma, es menor que el de la
verdad divina, al que se opone la infidelidad.
3. La caridad tiene dos objetos:
el principal, que es la bondad divina, y otro secundario, es decir, el
del prójimo. Pero el cisma y los demás pecados cometidos contra el
prójimo se oponen a la caridad en cuanto al bien secundario, menor que
el objeto de la fe, es decir, Dios mismo. De ahí que estos pecados
sean menores que la infidelidad. No es, en cambio, menor el odio de
Dios, opuesto a la caridad en cuanto a su objeto principal. Sin
embargo, entre los pecados contra el prójimo, el mayor parece que es
el cisma, por ser el pecado que va contra el bien espiritual de la
colectividad.
Artículo 3:
¿Tienen alguna potestad los cismáticos?
lat
Objeciones por las que parece que los cismáticos tienen alguna
potestad:
1. San Agustín, en el libro Contra Donat,, escribe: Lo
mismo que a su vuelta a la Iglesia los que estaban bautizados antes de
abandonarla no se rebautizaban, así los que vuelven a ella y estaban
ordenados no se vuelven a ordenar. Ahora bien, el
orden es potestad. Luego los cismáticos conservan cierta potestad
porque retienen el orden.
2. Según escribe también San Agustín en el libro De unic.
bapt.: El separado puede conferir sacramentos,
como los puede recibir. Pues bien, la potestad de conferir
sacramentos es potestad máxima. Por tanto, los cismáticos separados de
la Iglesia tienen potestad espiritual.
3. El papa Urbano escribe que a los en algún tiempo
consagrados por los obispos según el rito católico, pero separados de
la Iglesia romana por el cisma, al volver a la unidad de la Iglesia,
debemos recibirlos con misericordia conservando sus propias órdenes,
con tal de que su vida y ciencia les recomiende. Pero no sucedería esto si no quedara poder espiritual en los
cismáticos. Estos, pues, tienen poder espiritual.
Contra esto: está el testimonio de la autoridad de San Cipriano
manifestado en una carta, recogida en el Decreto y expresado en
estos términos: Quien no observa ni la caridad del espíritu ni la
unión de la paz, y se separa del vínculo de la Iglesia y del colegio
de los sacerdotes y del obispo, no puede tener ni potestad ni
honor.
Respondo: La potestad espiritual es doble: la
sacramental y la de jurisdicción. La potestad sacramental es la
conferida por la consagración. Pues bien, todas las consagraciones de
la Iglesia son permanentes en tanto dure la consagración, como es
evidente en las cosas inanimadas; así, el altar consagrado no se
consagra de nuevo si no se destruye. Por tanto, dicha potestad
permanece esencialmente en el hombre, que la recibió por consagración,
mientras viva, aunque incurra en cisma o en herejía. Esto es evidente,
dado que no es consagrado de nuevo al regresar a la Iglesia. Mas dado
que la potestad inferior no debe actualizarse más que por la moción de
un poder superior, como es también evidente en las cosas naturales,
resulta de ello que ese hombre pierde el uso de su potestad, de suerte
que no le sea permitido servirse de ella. Mas en el caso de que se
sirvan de ella, surte efecto en el plano de los sacramentos, ya que en
ellos el hombre no actúa sino como instrumento de
Dios, y por eso los efectos sacramentales no quedan impedidos por
cualquier culpa que tenga quien lo administre. La potestad, en cambio,
de jurisdicción es la conferida por simple intimación humana. Esta
potestad no se adquiere de manera inamovible, y por eso no
permanece ni en el cismático ni en el hereje. De aquí
que no pueden ni absolver, ni excomulgar, ni conceder indulgencias o
cosas por el estilo, y, si lo hacen, carecen de valor.
En consecuencia, cuando se dice que estos hombres no tienen potestad
espiritual, se ha de entender del segundo tipo de potestad espiritual;
y si se trata del primero, no se entiende en cuanto a la esencia de la
misma, sino en cuanto a su legítimo uso.
A las objeciones: Se responde con lo dicho.
Artículo 4:
¿Es conveniente penar a los cismáticos con la excomunión?
lat
Objeciones por las que parece que no es conveniente penar a los
cismáticos con la excomunión:
1. La excomunión, sobre todo, aparta al hombre de la comunión de los
sacramentos. Ahora bien, en expresión de San Agustín en el libro Contra Donat., el bautismo puede ser recibido de
manos de un cismático. Por tanto, parece que la excomunión no es pena
conveniente para el cismático.
2. Compete a los fieles de Cristo reducir a los dispersos, y
por eso se dice en contra de algunos: No redujisteis lo que era
abyecto ni buscasteis lo perdido (Ez 34,4). Pues bien, los
cismáticos se reducen más fácilmente por quienes conviven con ellos.
Parece, pues, que no se les debe excomulgar.
3. Por un mismo pecado no se inflige doble pena, como
leemos en la Escritura: No juzgará Dios dos veces al mismo (Nah
1,9). Pues bien, hay quienes por el pecado de cisma son castigados con
pena temporal, a tenor de la prescripción del Decreto de
Graciano: Las leyes divinas y humanas sancionaron que los separados
de la unidad de la Iglesia y quienes perturban la paz sean frenados
por la potestad secular. Por tanto, no deben ser
castigados con excomunión.
Contra esto: está lo que se manda en la Escritura: Alejaos de las
moradas de los hombres impíos (quienes habían hecho cisma) y no
queráis tocar lo que les pertenece, no seáis envueltos en sus
pecados (Núm 16,26).
Respondo: Cada cual debe ser castigado por lo
que peca, como dice la Escritura (Sal 2,17). Ahora bien, según hemos
visto (
a.1), el cismático peca en dos cosas. La primera, por separarse
de los miembros de la Iglesia. Bajo este aspecto es conveniente que la
excomunión sea la pena del cismático. La segunda cosa en que peca es
por resistirse a someterse a la cabeza de la Iglesia. Por eso, dado
que se resiste a dejarse corregir por la potestad espiritual, es justo
que lo sea por el poder temporal.
A las objeciones:
1. No es lícito recibir el bautismo
de mano de cismático, a no ser en caso de necesidad, puesto que es
mejor salir de esta vida con la señal de Cristo recibida en el
bautismo, que sin ella, sea quien fuere el que se la dé, incluso judío
o pagano.
2. La excomunión no prohibe la
comunicación que hace que con consejos saludables vuelvan a la unidad
de la Iglesia quienes estaban separados de ella. Pero, además, la
separación misma les atrae, ya que la confusión de
encontrarse separados les induce a veces a penitencia.
3. Las penas de esta vida son
medicinales; por eso, cuando no es suficiente una para corregir al
hombre, se añade otra; al igual que los médicos recetan también
distintas medicinas cuando una no es eficaz. Por eso la Iglesia,
cuando algunos no desisten lo suficiente por la excomunión, aplica la
corrección del brazo secular. Pero si es suficiente una pena,
no se le impone otra.