“Liberación - Libertad”

«Hermanos, habéis sido llamados a la libertad» Gal 5,13: éste es uno de los aspectos esenciales del evangelio de la salvación; Jesús vino a «anunciar a los cautivos la liberación, a devolver la libertad a los oprimidos» Lc 4,18. Su intervención es eficaz para todos: paganos de otro tiempo, que se sentían regidos por la fatalidad, y judíos que se negaban a confesarse esclavos Jn 8,33, pero también masas humanas de hoy día, que aspiran confusamente a una liberación total. Cierto, hay libertad y libertad. La Biblia no da definición; hace algo mejor: traza un camino. Muestra cómo Dios se cuidó de liberar a su pueblo (I), y cómo la fe en Cristo hace posible la auténtica libertad (II).

1. La salida de Egipto.

Un acontecimiento fundamental marcó los orígenes del pueblo elegido, su liberación por Dios de la servidumbre de Egipto Ex 1-15. El AT emplea a este propósito sobre todo dos verbos característicos, el primero de los cuales (gá'al: Ex 6,6 Sal 74,2 77,16) es un término de derecho familiar, mientras que el segundo (pádáh: Dt 7,8 9,26 Sal 78,42) pertenece originariamente al derecho comercial («liberar contra equivalente»). Pero los dos verbos son prácticamente sinónimos cuando tienen por sujeto a Dios, y en la inmensa mayoría de los casos la LXX los tradujo de la misma manera (por lytrusthai, con frecuencia traducido en latín por redímere). La etimología del verbo griego (lytron, «rescate») no debe inducir a error acerca de su significado: el conjunto de los textos bíblicos muestra que la primera redención fue una liberación victoriosa, y que Yahveh no pagó rescate alguno a los opresores de Israel.

2. Dios, el «góel» de Israel.

Cuando las infidelidades del pueblo de Dios dieron por resultado la ruina de Jerusalén y el exilio, la liberación de los judíos deportados a Babilonia fue una segunda redención, cuya buena nueva constituye el mensaje principal de Is 40-55, Yahveh, el Santo de Israel, es su «libertador», su góél Is 43,14 44,6.24 47,4 Jer 50,34.

En el antiguo derecho hebreo, el gó-él es el pariente próximo, a quien incumbe el deber de defender a los suyos, ya se trate de mantener el patrimonio familiar Lev 25,23ss, de liberar a un «hermano» caído en esclavitud Lev 25,26-49, de proteger a una viuda Rut 4,5 o de vengar a un pariente asesinado Num 35,19ss. El empleo del título de gó-él en Is 40-55 sugiere la persistencia de un vínculo de parentesco entre Yahveh e Israel: por razón de la alianza contraída en tiempos del primer Éxodo (ya Ex 4,22), la nación escogida es, a pesar de sus faltas, la esposa de Yahveh Is 50,1. Es manifiesto el paralelismo entre las dos liberaciones Is 10,25ss 40,3; la segunda es gratuita no menos que la primera Is 45,13 52,3, y la misericordia de Dios aparece en ella todavía más, puesto que el exilio era el castigo de los pecados del pueblo.

3. La espera de la liberación definitiva.

Otras pruebas debían todavía caer sobre el pueblo elegido, el cual, en sus tribulaciones, no cesará de invocar el auxilio de Dios Sal 25,21 44,27 y de acordarse de la primera redención, prenda asegurada y figura de todas las demás: «No descuides esta porción que te pertenece, que para ti rescataste de la tierra de Egipto» (oración de Mardoqueo en Est 4,17 g LXX; 1Mac 4,8-11). Los últimos siglos que preceden a la venida del Mesías están marcados por la espera de la «liberación definitiva» (traducción del Targum en Is 45,17 Heb 9,12), y las oraciones más oficiales del judaísmo piden al gó'él de Israel que acelere el día.

Sin duda más de un judío aguardaba sobre todo del Señor la liberación del yugo impuesto por las naciones a la tierra santa, y quizás era así como los peregrinos de Emaús se representaban el quehacer del «que liberaría a Israel» Lc 24,21. Pero esto no excluye que la élite espiritual Lc 2,38 pudiera cargar esta esperanza con un contenido religioso más auténtico, como el que se expresaba ya al final del Sal 130,8: «El Señor liberará a Israel de todas sus culpas.» En efecto, la verdadera liberación implicaba la purificación del resto llamado a participar de la santidad de su Dios Is 1,27 44,22 59,20.

4. Prolongaciones personales y sociales.

En el plano personal la liberación operada por Dios en favor de su pueblo se prolonga en cierto modo en la vida de cada fiel 2Sa 4,9: «Por la vida de Yahveh que me libró de toda aflicción», y éste es un tema frecuente en la oración de los Salmos. A veces el salmista se expresa en términos generales, sin precisar a qué peligro está o ha estado expuesto Sal 19,15 26,11; otras veces dice tener que habérselas con adversarios que atentan contra su vida Sal 55,19 69,19, o bien su oración es la de un enfermo grave que moriría sin la intervención de Dios Sal 103,3s. Pero ya están echados los fundamentos para una esperanza más profundamente religiosa Sal 31,6 49,16.

En el plano social la misma legislación bíblica está marcada con el recuerdo de la primera liberación de Israel, sobre todo en la corriente deuteronomista: al esclavo hebreo se le debía dar libertad el séptimo año para honrar lo que Yahveh había hecho por los suyos Dt 15,12-15 Jer 34,8-22. Por lo demás, no siempre se respetaba la ley; así, aun después del retorno del exilio, Nehemías tendrá que alzarse contra las exacciones de alguros de sus compatriotas que no vacilaban en reducir a esclavitud a sus hermanos «rescatados» Neh 5,1-8. Y sin embargo, «dejar en libertad a los oprimidos, romper todos los yugos» es una de las formas del «ayuno que agrada a Yahveh» Is 58,6.

1. Cristo, nuestro libertador.

La liberación de Israel era sólo prefiguración de la redención cristiana. Cristo es, en efecto, quien instaura el régimen de la libertad perfecta y definitiva para todos, judíos y paganos, los que se adhieren a él en la fe y en la caridad.

Pablo y Juan son los principales heraldos de la libertad cristiana. El primero la proclama sobre todo en la epístola a los Gálatas «Para que fuéramos libres nos liberó Cristo... Hermanos, habéis sido llamados a la libertad» Gal 5,1.13 4,26.31 1Cor 7,22 2Cor 3,17. Juan, por su parte, insiste en el principio de la verdadera libertad, la fe que acoge la palabra de Jesús: «La verdad os hará libres;.. si el Hijo os librare, seréis verdaderamente libres» Jn 8,32.36.

2. Naturaleza de la libertad cristiana.

La libertad cristiana, aunque tiene repercusiones en el plano social, de lo cual da un testimonio espléndido la epístola a Filemón, se sitúa por encima de él. Accesible tanto a los esclavos como a los hombres libres, no presupone un cambio de condición 1Cor 7,21. En el mundo grecorromano, en el que la libertad civil constituía el fundamento mismo de la dignidad, este hecho sonaba a paradoja; pero así se manifestaba el valor mucho más radical de la emancipación ofrecida por Cristo. Esta emancipación no se confunde tampoco con el ideal de los sabios, los estoicos y otros, que con la reflexión y el esfuerzo moral trataban de adquirir el perfecto dominio de sí mismos y de establecerse en una inviolable tranquilidad interior. La liberación del cristiano, lejos de ser fruto de una doctrina abstracta e intemporal, resulta de un acontecimiento histórico, la muerte victoriosa de Jesús, y de un contacto personal, la adhesión a Cristo en el bautismo.

Su eficacia se traduce en un terreno triple: respecto al pecado, a la muerte, a la ley.

a. El pecado es el verdadero déspota, de cuyo yugo nos arranca Jesucristo. En Rom 1-3 describe Pablo el rigor de la tiranía universal que ejercía el pecado en el mundo; pero lo hace para poner tanto más de relieve la sobreabundancia de la gracia Rom 5,15.20 8,2. El bautismo, asociándonos al misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo, puso fin a nuestra servidumbre Rom 6,6. Con esta liberación se realiza lo esencial de la espera del AT, tal como la comprendía la élite de Israel Lc 1,68-75. Citando Pablo a Is 59,20, según los LXX, destaca bien el carácter espiritual de esta liberación: «De Sión vendrá el libertador, que quitará las impiedades de en medio de Jacob» Rom 11,26. Y el Apóstol revela en otro lugar a los paganos el «misterio» de su pleno acceso a los privilegios del pueblo elegido; las maravillas de la primera liberación se han renovado para todos nosotros: «Dios nos ha sustraído al imperio de las tinieblas y nos ha transferido al reino de su Hijo muy amado, en quien tenemos la redención, la remisión de los pecados» Col 1,13s.

b. La muerte. La muerte, compañera del pecado Gen 2,17 Sab 2,23s Rom 5,12, es también vencida; ha perdido su veneno 1Cor 15,56. Los cristianos no están ya esclavizados por su temor Heb 2,14s. Desde luego, la liberación en este punto no será perfecta sino en la resurrección gloriosa 1Cor 15,26.54s y nosotros estamos todavía «en espera de la redención de nuestro cuerpo» Rom 8,c3. Pero ya en cierto modo se han inaugurado los últimos tiempos y nosotros «hemos pasado de la muerte a la vida» 1Jn 3,14 Jn 5,24 en la medida en que vivimos en la fe y en la caridad.

c. La ley. Por lo mismo nosotros «no estamos ya bajo la ley, sino bajo la gracia» Rom 6,15. Por sorprendente, o trivial, que pueda parecer esta afirmación de Pablo, no conviene minimizarla, so pena de desnaturalizar el Evangelio de salvación anunciado por el Apóstol. Puesto que hemos muerto en forma mística con Cristo, estamos ya desligados de la ley Rom 7,1-6, y no podemos buscar el principio de nuestra salvación en el cumplimiento de una ley exterior Gal 3,2.13 4,3ss. Estamos bajo un régimen nuevo, al que Pablo, es cierto, da a veces el nombre de «ley», pero «es la ley del Espíritu que da la vida» Rom 8,2, una ley que el mismo Espíritu Santo cumple en nosotros; ahora bien, «donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» 2Cor 3,17 Gal 5,16.22s.

3. El ejercicio de la libertad cristiana.

El cristiano liberado se ve lleno de una confianza intrépida, de un orgullo, al que el NT llama parresia. Esta palabra típicamente griega (literalmente: libertad para decir todo) designa sin duda una actitud característica del cristiano y todavía más del apóstol: delante de Dios, un comportamiento de hijo Ef 3,12 Heb 3,6 4,16 1Jn 2,28 3,21, pues en el bautismo se recibe un «espíritu de hijo adoptivo» y no un «espíritu de esclavo» Rom 8,14-17 y, por otra parte, ante los hombres una seguridad para anunciar el mensaje Act 2,29 4,13.

La libertad no es licencia o libertinaje. «Hermanos, habéis sido llamados a la libertad; pero que esta libertad no se convierta en pretexto para la carne» Gal 5,13. Desde los principios debieron los apóstoles denunciar ciertas falsificaciones de la libertad cristiana 1Pe 2,16 2Pe 2,19, y el peligro parece haber sido particularmente grave en la comunidad de Corinto. Los gnósticosde esta ciudad habían quizás adoptado como divisa una fórmula paulina, «todo me está permitido», pero falseaban su sentido, y Pablo se ve obligado a poner las cosas en su punto: el cristiano no puede olvidar que pertenece al Señor y que está destinado á la resurrección 1Cor 6,12ss.

4. El primado de la caridad.

«Todo está permitido, pero no todo edifica», precisa todavía el Apóstol 1Cor 10,23; es preciso renunciar a algunos de nuestros derechos si lo exige el bien de un hermano 1Cor 8-10 Rom 14. Esto no es, propiamente hablando, un límite impuesto a la libertad, sino una manera superior de ejercerla. Los cristianos, emancipados de su antigua esclavitud para el servicio de Dios Rom 6, se pondrán «por la caridad al servicio unos de otros» Gal 5,13, como les inclina a ello el Espíritu Santo Gal 5,16-26. Pablo, haciéndose servidor, y en cierto sentido esclavo de sus hermanos 1Cor 9,19, no cesaba de ser libre, pero era imitador de Cristo 1Cor 11,1, el Hijo que se hizo servidor.

Nota complementaria: EL LIBRE ALBEDRÍO

Ciertos textos bíblicos podrían dar la sensación de desconocer en el hombre la existencia de una real libertad de elección, dado lo mucho que los autores sagrados insisten en la soberanía de la voluntad de Dios Is 6,9s Rom 8,28ss 9,10-21 11,33-36. Pero aquí conviene tener en cuenta la tendencia que tiene el pensamiento semítico a enfocar directamente la causalidad divina, sin mencionar las causas segundas, que no por ello se niegan (Ex 4,21 7,13s, a propósito del endurecimiento del Faraón); por otra parte, conviene distinguir entre lo que Dios permite y lo que quiere con una voluntad formal (así a propósito de los «vasos de ira prontos para la perdición» y los «vasos de misericordia que ha preparado de antemano para la gloria»: Rom 9,22s). De la afirmación fundamental de «la libertad de elección divina» Rom 9,11, hay que guardarse bien de colegir el carácter ilusorio de la libertad del hombre.

De hecho, toda la tradición bíblica considera al hombre capaz de ejercitar su libre albedrío: constantemente hace llamamiento a su poder de elección y al mismo tiempo subraya su responsabilidad, ya desde el relato del primer pecado Gen 2-3 4,7. Al hombre toca elegir entre la bendición y la maldición, entre la vida y la muerte Dt 11,26ss 30,15-20, convertirse, y esto hasta el término de su existencia Ez 18,21-28 Rom 11,22s 1Cor 9,27. A cada uno le corresponde entrar por el buen camino que conduce a la vida y perseverar en él Mt 7,13s. El Eclesiástico rechaza explícitamente las excusas del fatalista: «No digas: 'El Señor es quien me ha hecho pecar', pues no hace lo que detesta... Si quieres, guardarás los mandamientos: en tu mano está permanecer fiel» Eclo 15,11.15 Sant 1,13ss. Si Pablo describe en términos sombríos la impotencia radical del hombre para escapar por sí mismo a la tiranía del pecado Rom 7,14-23, pone también en gran relieve el don de la gracia victoriosa Rom 8; ahora bien, la gracia, de una manera o de otra, es ofrecida a todos Rom 2,12-16; no se puede tachar a Dios de injusto Rom 3,5-8 9,19s.

Los autores sagrados no hicieron desaparecer la aparente antinomia entre la soberanía divina y la libertad humana, pero dijeron bastante al afirmar que la gracia de Dios y la libre obediencia del hombre son ambas necesarias para la salvación. Pablo lo tiene por cierto en su propia vida Act 22,6-10 1Cor 15,10 como enla de todo cristiano Flp 2,12s. El misterio subsiste a nuestros ojos, pero Dios conoce el secreto de inclinar nuestro corazón sin violentarlo y de atraernos a sí sin forzarnos Sal 119,36 Ez 36,26s Os 2,16s Jn 6,44.

hjg.com.ar - Última actualización: 14-junio-2009
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