Artículo 1:
¿Pertenece la incontinencia al alma o al cuerpo?
lat
Objeciones por las que la incontinencia no pertenece al alma, sino al
cuerpo.
1. La diversidad de sexos no es parte del alma, sino del cuerpo.
Ahora bien: dicha diversidad da lugar a diversidad de concupiscencia,
ya que, según el Filósofo en VII Ethic., nunca
se dice que las mujeres sean continentes o incontinentes. Luego la
incontinencia no es algo del alma, sino del cuerpo.
2. Lo que es propio del alma no está sometido a las
consecuencias de la complexión corporal. Pero la incontinencia está
sometida a ellas, ya que, según testimonio del Filósofo en VII Ethic., los más agudos (es decir, los
coléricos) y los melancólicos son incontinentes. Luego la
incontinencia pertenece al cuerpo.
3. La victoria se atribuye al vencedor más que al vencido.
Ahora bien: es incontinente el que se deja vencer por la carne que
lucha contra el espíritu. Luego la incontinencia pertenece a la
carne más propiamente que al alma.
Contra esto: está el hecho de que el hombre se distingue de los
animales, ante todo, por su alma. Pero el hombre también se distingue
por razón de la continencia o incontinencia, mientras que nunca
decimos que los animales sean continentes o incontinentes, como
asegura el Filósofo en VII Ethic.. Por tanto, la
incontinencia reside más bien en el alma.
Respondo: Todo efecto se reduce a su causa
principal antes que a la mera ocasión por la que se produjo. Ahora
bien: lo corpóreo sólo es una mera ocasión para la incontinencia, pues
la disposición corporal puede dar origen a pasiones vehementes en el
apetito sensitivo, que es una facultad que tiene un órgano corpóreo.
Pero estas pasiones, por muy fuertes que sean, no son causa suficiente
para la incontinencia, sino mera ocasión para ella, dado que, haciendo
uso de la razón, el hombre puede siempre resistir a las pasiones. Pero
si éstas son tan fuertes que impiden totalmente el uso de la razón,
como en el caso de los que caen en la locura por la vehemencia de la
pasión, no habrá razón de continencia ni de incontinencia, porque no
queda a salvo, en ese caso, el juicio de la razón, a la cual el
continente obedece y el incontinente no. Por tanto, la causa esencial
de la incontinencia es el alma, la cual no resiste a la pasión. Esto
puede suceder de dos modos, según afirma el Filósofo en VII Ethic.. En primer lugar, cuando el alma cede a la
pasión antes de escuchar el juicio de la razón, en cuyo caso origina
una incontinencia desenfrenada. En segundo lugar, cuando el
hombre no persevera en el consejo dado, porque la debilidad con que se
fijó en él la razón es grande; de ahí que esta incontinencia reciba el
nombre de debilidad. Queda demostrado, por tanto, que la
incontinencia pertenece principalmente al alma.
A las objeciones:
1. El alma humana es la forma del
cuerpo y tiene varias facultades, cuyos actos sirven para el
desarrollo de las operaciones del alma que tienen lugar sin recurrir a
instrumentos corporales, es decir, a los actos de la
inteligencia y de la voluntad, en cuanto que el entendimiento recibe
de los sentidos y la voluntad es empujada por la pasión del apetito
sensitivo. Bajo esta consideración, dado que la mujer tiene una
complexión corporal débil, se adhiere también con poca firmeza, aunque
a veces suceda lo contrario, conforme a Prov 31,10: ¿Quién
encontrará a la mujer fuerte? Y como lo que es pequeño se
tiene por nada, por eso el Filósofo habla de las mujeres como de
seres que no poseen firmeza en sus juicios, aunque suceda lo contrario
en algunas mujeres. De ahí que diga que las mujeres no son continentes porque no conducen como si tuvieran una razón
sólida, sino que son conducidas, como seres que fácilmente se
dejan llevar por las pasiones.
2. A la fuerza de las pasiones se
debe el que algunos las sigan inmediatamente, antes de que la razón
forme su juicio. Y el ímpetu de la pasión puede tener origen en la
velocidad, caso de los coléricos, o en la vehemencia, como sucede en
los melancólicos, los cuales se enardecen exageradamente en virtud de
su complexión natural. De igual modo, puede suceder que uno no
persevere en la decisión tomada porque su adhesión es demasiado débil
dada su frágil complexión, como vemos en las mujeres (ad 1). Esto
sucede también en los flemáticos, por la misma razón que en las
mujeres. Pero todo esto tiene lugar porque la complexión del cuerpo es
una mera ocasión, no causa suficiente de la incontinencia, como
dijimos antes (In corp.).
3. La concupiscencia de la carne
supera al espíritu, en el incontinente, no necesariamente, sino por
negligencia del espíritu, que no resiste firmemente.
Artículo 2:
¿Es pecado la incontinencia?
lat
Objeciones por las que parece que la incontinencia no es
pecado.
1. Como dice San Agustín en De Lib. Arbit.,
nadie peca en aquello que no puede evitar. Ahora bien: nadie puede
evitar por sí mismo la incontinencia, de acuerdo con lo que leemos en
Sab 8,21: Sé que no puedo ser continente si Dios no me lo
concede. Luego la incontinencia no es pecado.
2. Parece que todo pecado se basa en el juicio de la mente.
Pero en el incontinente se mata ese juicio. Luego la incontinencia no
es pecado.
3. Nadie peca por amar ardientemente a Dios. Pero algunos
se vuelven incontinentes por la vehemencia de su amor a Dios, ya que,
según dice Dionisio en IV De Div. Nom., Pablo
afirmó: vivo yo, mas no yo, llevado de la incontinencia del amor
divino. Por tanto, la incontinencia no es pecado.
Contra esto: está el texto de 2 Tim 3,3: Calumniadores,
incontinentes, inhumanos, donde la incontinencia aparece con otros
pecados. Luego ella misma es pecado.
Respondo: Podemos entender de tres modos la
palabra incontinencia. En primer lugar, de un modo propio y absoluto.
En ese caso, la concupiscencia se ocupa de los deleites del tacto al
igual que la templanza, como dijimos antes (
q.155 a.2), al hablar de
la incontinencia. En este caso, la incontinencia es pecado por dos
motivos. Primero, porque el incontinente se aparta de lo que es
conforme a la razón. En segundo lugar, porque se sumerge en torpes
deleites. De ahí que diga el Filósofo, en VII
Ethic., que
la incontinencia es vituperable no sólo como pecado, lo cual se debe a que se aparta de la razón,
sino por la malicia, en cuanto que sigue a las malas concupiscencias.
Podemos entender la incontinencia, en segundo lugar, de un modo
propio, en cuanto que el hombre se aparta de aquello que es conforme a
la razón, pero no de un modo absoluto, como se da, por ejemplo, cuando
el hombre se aparta del orden de la razón en el deseo del honor,
riquezas y otras cosas afines que parecen buenas en sí
mismas, de las cuales la incontinencia no se ocupa de un modo
absoluto, sino relativo, como ya dijimos al hablar de ella (q.155 a.2 ad 3). En este caso, la incontinencia es pecado no porque se sumerja
en graves concupiscencias, sino por no atenerse al debido orden de la
razón, aun cuando se trate de cosas apetecibles por sí
mismas.
En tercer lugar, se dice que la incontinencia tiene por materia algo,
no en un sentido propio, sino por semejanza, como sucede con el deseo
de cosas de las que no se puede hacer mal uso, como el deseo de las
virtudes. Sobre éstas puede decirse que uno es incontinente por
semejanza, porque, al igual que el incontinente se deja arrastrar por
el mal deseo, así puede dejarse uno llevar por el deseo bueno conforme
a la razón. Esta incontinencia no es pecado, sino que pertenece al
estado de perfección de la virtud.
A las objeciones:
1. El hombre puede evitar el
pecado y hacer el bien, pero no sin el auxilio divino, tal como leemos
en Jn 15,5: Sin mí no podéis hacer nada. Pero de que el hombre
necesite el auxilio divino para ser continente no se excluye que la
incontinencia sea pecado, pues leemos en III Ethic.: Lo que podemos hacer con la ayuda de los amigos, podemos hacerlo, en cierta medida, nosotros mismos.
2. En el incontinente queda superado
el juicio de la razón no por necesidad, lo cual haría que no existiera
razón de pecado, sino por negligencia del hombre, que no se propone
resistir a la pasión por medio del juicio de la razón que
posee.
3. La objeción considera la
incontinencia por semejanza, no en sentido propio.
Artículo 3:
¿Es más grave el pecado del incontinente que el del
intemperado?
lat
Objeciones por las que parece que el pecado del incontinente es más
grave que el del intemperado.
1. Parece que se peca tanto más gravemente cuanto se obra más en
contra de la conciencia, conforme a lo que se dice en Lc 12,47-48: El siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no la hace, será
castigado con mayor severidad. Ahora bien: parece que el
incontinente obra en contra de la conciencia en mayor medida que el
intemperado, ya que, como se dice en VII Ethic., el incontinente, a pesar de saber que es malo lo que desea, no deja
de hacerlo, llevado por la pasión, mientras que el intemperado juzga
que lo que desea es bueno. Luego el incontinente peca más gravemente
que el intemperado.
2. Cuanto más grave es un pecado, más incurable parece. De
ahí que los pecados contra el Espíritu Santo, que son los más graves,
se dice que son imperdonables. Pero el pecado de incontinencia parece
ser más incurable que el de intemperancia. En efecto, el pecado de uno
se cura mediante la admonición y la corrección, las cuales parece que
no dicen nada al incontinente, que sabe que obra mal pero no deja de
hacerlo, mientras que el intemperado cree que está obrando bien, y así
la admonición podría servirle de algún provecho. Luego parece que el
incontinente peca más gravemente que el intemperado.
3. Cuanto más grave es la pasión por la que se peca, más
grave es el pecado. Pero el incontinente peca por una pasión mayor que
el intemperado, porque obra bajo deseos vehementes, los cuales
no siempre acompañan al intemperado. Luego el
incontinente peca más gravemente que el intemperado.
Contra esto: está el hecho de que la impenitencia agrava todo pecado. De
ahí que San Agustín, en su obra De Verb. Dom.,
diga que la impenitencia es un pecado contra el Espíritu Santo. Pero
tal como dice el Filósofo en VII Ethic., el intemperado no se arrepiente, pues sigue aferrado a lo que ha
elegido, mientras que el incontinente se arrepiente de todo. Luego
el pecado del intemperado es más grave que el del incontinente.
Respondo: El pecado, según San
Agustín, reside principalmente en la voluntad, puesto
que la voluntad es la facultad por la que se vive bien y
mal. Por eso hay pecado más grave donde hay mayor
inclinación de la voluntad hacia el pecado. Ahora bien: en el
intemperado la voluntad se inclina hacia el pecado por elección
propia, que procede del hábito adquirido por la costumbre. En cambio,
en el incontinente la voluntad se inclina al pecado bajo el influjo de
una pasión. Y como ésta pasa pronto, mientras que el hábito es una
cualidad difícilmente removible, síguese que el incontinente se
arrepiente en seguida, una vez. pasada la pasión. No sucede esto al
intemperado. Más aún: se alegra de haber pecado, porque el acto de
pecar se le ha hecho connatural debido al hábito adquirido. Por eso se
dice de ellos en Prov 2,14: Se alegran cuando obran mal y se
regocijan en los actos más viles. Queda claro, pues, que el
intemperado es mucho peor que el incontinente, como también lo admite
el Filósofo en VII Ethic..
A las objeciones:
1. La ignorancia del entendimiento
precede, a veces, a la inclinación del apetito y es causa de la misma.
Por eso, cuanto mayor es la ignorancia, tanto más disminuye el pecado,
o incluso exime de él cuando hace que el acto sea totalmente
involuntario. Otras veces la ignorancia de la razón es posterior a la
inclinación del apetito, en cuyo caso, cuanto mayor es la ignorancia
más grave es el pecado, porque es señal de que es mayor la inclinación
del apetito. Ahora bien: tanto la ignorancia del incontinente como la
del intemperado son producto de la inclinación del apetito hacia algún
objeto, sea mediante la pasión, en el incontinente, o mediante el
hábito en el intemperado. Pero esto produce en el intemperado una
ignorancia mayor que en el incontinente bajo dos aspectos. En primer
lugar, en cuanto a la duración, ya que en el incontinente permanece
dicha ignorancia sólo mientras dura la pasión, del mismo modo que el
acceso de fiebres tercianas permanece mientras persiste la conmoción
de los humores. La ignorancia del intemperado, en cambio, es más
duradera, porque permanece el hábito, lo cual hace que se asemeje
a la tisis o a otra enfermedad permanente, como dice el Filósofo
en VII Ethic.. La ignorancia del intemperado es
mayor, también, bajo otro aspecto, a saber: en cuanto al objeto que
ignora. En efecto, la ignorancia del incontinente se refiere a un
objeto particular de libre elección, en cuanto que debe elegir un
objeto determinado y en un momento concreto; el intemperado, en
cambio, posee ignorancia sobre el fin mismo, en cuanto que juzga que
es bueno seguir las pasiones sin moderación alguna. Por eso dice el
Filósofo, en VII Ethic., que el
incontinente es mejor que el intemperado, porque en él se salva el
principio más excelente, es decir, la estimación recta del
fin.
2. Para curar al incontinente no
basta el conocimiento, sino que se requiere el auxilio interior de la
gracia que mitigue la concupiscencia, y se añade también el remedio de
la admonición y la corrección, con las cuales puede empezar a resistir
a las concupiscencias, y con ello se debilita el deseo, como ya
dijimos antes (
q.142 a.2). El intemperado puede curarse también así,
pero su curación es más difícil por dos motivos. El primero es por
parte de la razón, que está corrompida en el juicio sobre el fin
último, que es como el principio de las demostraciones, y es más
difícil hacer llegar a la verdad al que está equivocado en los
principios, al igual que, en el orden operativo, al que está
equivocado sobre el fin. El segundo es por parte de la inclinación del
apetito, la cual en el intemperado es producto de un hábito difícil de
eliminar, mientras que en el incontinente procede de
una pasión, que puede reprimirse más fácilmente.
3. La sensualidad de la voluntad,
que aumenta la gravedad del pecado, es, en el intemperado, mayor que
en el incontinente, como ya hemos dicho (In corp.). Pero la
sensualidad de la concupiscencia del apetito es, a veces, mayor en el
incontinente, porque éste sólo peca si es movido por una
concupiscencia; pero el intemperado peca incluso bajo una
concupiscencia leve, incluso a veces la prepara. Por eso dice el
Filósofo, en Ethic., que reprobamos más al
intemperante porque busca el deleite sin desearlo, o
pacíficamente, es decir, sin sentir ningún estimulo fuerte. ¿Qué haría si estuviera bajo los efectos de una concupiscencia
juvenil?
Artículo 4:
¿Es el incontinente en materia de ira peor que el incontinente en
materia de concupiscencia?
lat
Objeciones por las que parece que el incontinente en materia de ira
es peor que el incontinente en materia de concupiscencia.
1. Cuanto más difícil es resistir a una pasión, tanto más leve parece
ser la incontinencia. De ahí que diga el Filósofo en VII
Ethic.: En efecto, el que resulta vencido
por fuertes y excepcionales placeres o tristezas no es digno de
admiración, sino de perdón. Pero, como dijo Heráclito, es más
difícil luchar contra la concupiscencia que contra la
ira. Luego es más leve la incontinencia en materia
de concupiscencia que en materia de ira.
2. Si la pasión, por su vehemencia, elimina el juicio de la
razón, hace que al hombre se le exima de pecado, como sucede en el que
cae bajo el dominio de la ira a causa de la pasión. Ahora bien: queda
más parte de juicio de razón en aquel que es incontinente en materia
de ira que en el que lo es en materia de concupiscencia, ya que el
que está bajo el influjo de la ira escucha algo a la razón, mientras
que no lo hace el que está bajo la concupiscencia, según
testimonio del Filósofo en VII Ethic.. Luego
el incontinente en materia de ira es peor que el que lo es en materia
de concupiscencia.
3. Parece que un pecado es tanto más grave cuanto más
peligroso. Pero la incontinencia en materia de ira parece más
peligrosa, porque arrastra al hombre a un pecado mayor, es decir, al
homicidio, que es más grave que el adulterio, al que conduce la
incontinencia en materia de concupiscencia. Por tanto, la
incontinencia en materia de ira es más grave que la incontinencia en
materia de concupiscencia.
Contra esto: está el testimonio del Filósofo, quien dice, en VII Ethic., que es menos torpe la incontinencia en
materia de ira que en materia de concupiscencia.
Respondo: Podemos considerar el pecado de
incontinencia bajo un doble aspecto. En primer lugar, por parte de la
pasión que desborda a la razón. Bajo este aspecto, la incontinencia en
materia de concupiscencia posee un desorden mayor que el de la ira. Y
esto por cuatro motivos, que el Filósofo enumera en VII
Ethic.. En primer lugar, porque el movimiento de
la ira participa de la razón en alguna medida, en cuanto que el que
está bajo el influjo de la ira tiende a vengarse de las injurias de
que se le ha hecho objeto, lo cual viene dictado por la razón de algún
modo, pero no de un modo perfecto, ya que no busca la debida
moderación en la venganza. Pero el movimiento de concupiscencia
obedece totalmente a los sentidos y nunca a la razón. En segundo
lugar, porque el movimiento de ira está de acuerdo con la complexión
corporal, debido a la velocidad del movimiento de cólera, que acaba en
la ira. Por ello parece más lógico que el que está dispuesto a la ira
por la complexión corporal se enfade que el que está dispuesto a la
concupiscencia sienta el ímpetu de la misma. Por eso es más frecuente
encontrar iracundos dentro de ese temperamento que lujuriosos dentro
de la naturaleza concupiscente. Ahora bien: lo que procede de una
disposición natural del cuerpo se considera más digno de perdón. En
tercer lugar, porque la ira busca, por naturaleza, obrar públicamente,
mientras que la concupiscencia obra a escondidas y prefiere la
soledad. En cuarto lugar, el concupiscente se deleita
en su obrar, mientras que el airado parece que lo hace bajo el influjo
de una tristeza precedente.
Podemos considerar el pecado de incontinencia, en segundo lugar, en
cuanto al mal en el que cae el que se aparta de la razón. Bajo este
aspecto es más grave, en la mayor parte de los casos, la incontinencia
en materia de ira, porque nos lleva a cometer cosas que dañan al
prójimo.
A las objeciones:
1. Es más difícil ser constante en
la lucha contra los deleites que contra la ira, porque la
concupiscencia es más continua. Pero, en un momento dado, es más
difícil resistir a la ira a causa de su impetuosidad.
2. Se considera que la
concupiscencia es irracional no porque elimine totalmente el juicio de
la razón, sino porque nunca actúa conforme al juicio de ésta. Bajo
este aspecto es más torpe.
3. La objeción se funda en los
efectos de la incontinencia.