Artículo 1:
¿Es la operación la causa propia de la delectación?
lat
Objeciones por las que parece que la operación no es causa propia y
primera de la delectación.
1. En efecto, como dice el Filósofo en I
Rhetoric.,
deleitarse consiste en que el sentido padezca algo, pues para la delectación se requiere el conocimiento, como se ha dicho (
q.31 a.1). Pero los objetos de las operaciones son cognoscibles antes que las mismas operaciones. Luego la operación no es la causa propia de la delectación.
2. La delectación consiste especialmente en el fin
alcanzado, pues esto es lo que principalmente se desea. Pero no
siempre la operación es el fin, sino que algunas veces lo es la obra
misma ejecutada. Luego la operación no es la causa propia y directa de
la delectación.
3. El ocio y descanso indican la cesación de la operación. Ahora
bien, ellos son deleitables, como dice I Rhetoric. Luego la operación no es la causa propia de la delectación.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en VII y
X Ethic., que la delectación es la operación
connatural no impedida.
Respondo: Como se ha indicado anteriormente
(
q.31 a.1), para la delectación se requieren dos cosas: La consecución
del bien conveniente y el conocimiento de esta consecución. Ahora
bien, ambas cosas consisten en una operación, porque el conocimiento
actual es una operación; asimismo, conseguimos el bien conveniente por
alguna operación. Incluso la misma operación propia es un bien
conveniente. Por lo tanto, es necesario que toda delectación siga a
alguna operación.
A las objeciones:
1. Los objetos de las operaciones
no son deleitables sino en cuanto se nos unen, bien
por el conocimiento solamente, como cuando nos deleitamos en la
consideración u observación de algunas cosas; o bien de cualquier otro
modo juntamente con el conocimiento, como cuando alguien se deleita en
conocer que posee un bien cualquiera, como riquezas u honor o algo
semejante, los cuales, ciertamente, no serían deleitables si no se
aprehendiesen como poseídos. Pues, como dice el Filósofo en II Polit., gran delectación hay en juzgar algo como
propio, la cual procede del amor natural de uno a sí mismo. Ahora
bien, poseer tales cosas no es nada más que usarlas o poder usarlas. Y
esto tiene lugar mediante una operación. Por lo tanto, es evidente que
toda delectación se reduce a una operación como a su
causa.
2. Aun en aquellos casos en los
que las operaciones no son fines, sino que lo son las mismas cosas
realizadas, éstas son deleitables en cuanto son poseídas o realizadas.
Lo cual se refiere a algún uso u operación.
3. Las operaciones son deleitables
en cuanto son proporcionadas y connaturales al operante. Ahora bien,
siendo finita la potencia humana, la operación le es proporcionada
según una cierta medida. De ahí que, si excede esa medida, ya no le
será proporcionada ni deleitable, sino más bien penosa y tediosa. Y en
este sentido, el ocio, el juego y otras cosas que se refieren al
descanso, son deleitables en cuanto quitan la tristeza que resulta del
trabajo.
Artículo 2:
¿Es el movimiento causa de la delectación?
lat
Objeciones por las que parece que el movimiento no es causa de la
delectación.
1. Porque, como se ha dicho anteriormente (
q.31 a.1), el bien
conseguido y presente es causa de la delectación. Por eso dice el
Filósofo en VII
Ethic. que la delectación no se
compara a la generación, sino a la operación de una cosa ya existente.
Ahora bien, lo que se mueve hacia algo, aún no lo posee, pero se halla
en cierto modo en vía de generación respecto de ello, en cuanto que
generación y corrupción están unidas a todo movimiento, como dice VIII
Physic. Luego el movimiento no es causa de la
delectación.
2. El movimiento ocasiona especialmente la fatiga y el
cansancio en las obras. Pero las operaciones, por lo mismo que son
laboriosas y fatigosas, no son deleitables, sino más bien aflictivas.
Luego el movimiento no es causa de la delectación.
3. El movimiento implica cierta innovación, que se opone a
la costumbre. Pero las cosas acostumbradas nos son deleitables,
como dice el Filósofo en I Rhetoric. Luego el
movimiento no es causa de la delectación.
Contra esto: está lo que dice San Agustín en VIII Confess. 9:
¿Qué es esto, Señor, Dios mío, que siendo tú gozo eterno de ti
mismo y gozando siempre de ti algunas criaturas que se hallan junto a
ti, goce esta otra parte de criaturas con alternativas de retrocesos y
adelantos, de ofensas y reconciliaciones? De lo cual se infiere
que los hombres gozan y se deleitan con ciertas alternativas. Y, por
lo tanto, el movimiento parece ser causa de delectación.
Respondo: Para la delectación se requieren tres
cosas, a saber: dos cuya unión es deleitable, y una tercera que es el
conocimiento de esta unión. Y con respecto a las tres, el movimiento
se hace deleitable, como dice el Filósofo en VII
Ethic. y en I
Rhetoric. En
efecto, por lo que toca a nosotros que nos deleitamos, la mutación nos
resulta deleitable porque nuestra naturaleza es mudable, y por esta
razón, lo que ahora nos conviene no nos será conveniente después, como
calentarse al fuego es conveniente al hombre en invierno, pero no en
el estío. Por parte del bien que deleita y que se nos
une, porque la acción continuada de un agente aumenta el efecto; así,
cuanto más tiempo está uno arrimado al fuego, más se calienta y se
seca. Ahora bien, la disposición natural consiste en una cierta
medida. Y por eso, cuando la presencia continuada del objeto
deleitable sobrepasa la medida de la disposición natural, su remoción
resulta deleitable. Por parte del mismo conocimiento, porque el hombre
desea el conocimiento total y perfecto de algo. Así, pues, cuando
algunas cosas no pueden ser aprehendidas de modo completo y
simultáneo, deleita en ellas el cambio, de manera que pase una y la
suceda otra, y así se llegue a conocer el todo. Por eso dice San
Agustín en IV
Confess.:
No quieres que las
sílabas se paren, sino que vuelen, para que vengan las otras y así
oigas el conjunto. Así acontece siempre con todas las cosas que
componen un todo y cuyas partes todas que lo forman no existen al
mismo tiempo, las cuales más deleitan todas juntas que no cada una de
ellas, de ser posible sentirlas todas.
Luego si hay alguna cosa cuya naturaleza sea inmutable y no pueda
darse exceso respecto de su natural disposición por la continuación
del objeto deleitable, y pueda ella contemplar al mismo tiempo todo su
objeto deleitable, no habrá para la misma cambio deleitable. Y cuanto
más se acercan a esto algunas delectaciones, tanto más pueden
prolongarse.
A las objeciones:
1. Lo que se mueve, aunque aún no
posea perfectamente aquello hacia lo que se mueve, comienza, sin
embargo, a poseer ya algo de ello, y bajo este aspecto, el mismo
movimiento posee algo de delectación. Pero no alcanza la perfección de
la delectación, porque las delectaciones más perfectas se hallan en
las cosas inmóviles. El movimiento también resulta deleitable, en
cuanto por él se hace conveniente algo que antes no lo era, o deja de
serlo, como se ha dicho anteriormente (en la sol.).
2. El movimiento produce molestia
y cansancio en cuanto sobrepasa la disposición natural. Y en este
sentido el movimiento no es deleitable sino en cuanto hace desaparecer
lo que es contrario a la disposición natural.
3. Lo acostumbrado se hace
deleitable en cuanto llega a ser natural, pues la costumbre es como
una segunda naturaleza. Ahora bien, el movimiento es deleitable, no
ciertamente porque se aparta de la costumbre, sino más bien porque
impide la corrupción de la disposición natural, que podría provenir de
la continuidad de alguna operación. Y así por la misma causa de
connaturalidad la costumbre y el movimiento resultan
deleitables.
Artículo 3:
¿Son la esperanza y la memoria causas de la delectación?
lat
Objeciones por las que parece que la memoria y la esperanza no son
causas de la delectación.
1. En efecto, la delectación se origina de un bien presente, como
dice el Damasceno. Pero la memoria y la esperanza
miran a un bien ausente, pues la memoria es de cosas pasadas y la
esperanza de cosas futuras. Luego la memoria y la esperanza no son
causa de la delectación.
2. Una misma cosa no es causa de contrarios. Pero la
esperanza es causa de aflicción, pues dice Prov 13,12: La esperanza
que se dilata, aflige al alma. Luego la esperanza no es causa de
delectación.
3. Como la esperanza conviene con la delectación en que
ambas son acerca del bien, así también la concupiscencia y el amor.
Luego no debe asignarse la esperanza como causa de delectación con
preferencia a la concupiscencia o al amor.
Contra esto: está lo que dice Rom 12,12: Alegraos en la
esperanza, y el Sal 76,4: Me acordé de Dios y me
deleité.
Respondo: La delectación es causada por la
presencia del bien conveniente, en cuanto es sentida o
se percibe de cualquier otra manera. Ahora bien, una
cosa nos está presente de dos modos: uno por el conocimiento, en
cuanto la cosa conocida está por su semejanza en el que conoce; otro,
según la realidad, en cuanto una cosa está realmente unida a la otra
en acto o en potencia, por cualquier modo de unión. Y como es mayor la
unión según la cosa misma que según su semejanza, que es la unión del
conocimiento, y asimismo es mayor la unión de una cosa en acto que en
potencia, por eso la máxima delectación es la que se produce por el
sentido, que requiere la presencia de la cosa sensible. El segundo
grado corresponde a la esperanza, en la cual no sólo se da la unión
del objeto deleitable por el conocimiento, sino también por la
facultad o posibilidad de alcanzar el bien deleitable. Y el tercer
grado pertenece a la delectación de la memoria, que tiene solamente la
unión del conocimiento.
A las objeciones:
1. La esperanza y la memoria son de
cosas que, absolutamente hablando, están ausentes, las cuales, no
obstante, están bajo cierto, aspecto presentes, esto es, o por la sola
aprehensión, o bien por la aprehensión y el poder, en la estimación al
menos, de conseguirlas.
2. Nada impide que una misma cosa
sea bajo diversos aspectos causa de contrarios. Así, pues, la
esperanza, en cuanto implica el aprecio presente de un bien futuro,
produce delectación, pero, en cuanto carece de su presencia, causa
aflicción.
3. También el amor y la
concupiscencia causan delectación. En efecto, todo lo amado se hace
deleitable al amante, porque el amor es una cierta unión o
connaturalidad del amante con lo amado. De igual manera también todo
lo deseado es deleitable al que lo desea, ya que la concupiscencia es
principalmente apetito de delectación. Pero, sin embargo, la
esperanza, en cuanto implica una certeza de la presencia real del bien
que deleita, que no incluyen ni el amor ni la concupiscencia, se
considera más causa de delectación que éstas. E igualmente más que la
memoria, que es de lo pasado.
Artículo 4:
¿Es la tristeza causa de la delectación?
lat
Objeciones por las que parece que la tristeza no es causa de
delectación.
1. En efecto, un contrario no es causa de su contrario. Pero la
tristeza es contraria a la delectación. Luego no es su
causa.
2. Los contrarios tienen efectos contrarios. Pero las cosas
deleitables recordadas son causa de delectación. Luego las cosas
tristes recordadas son causa de dolor y no de delectación.
3. La tristeza es a la delectación lo que el odio al amor.
Pero el odio no es causa del amor, sino más bien al contrario, como se
ha dicho anteriormente (
q.29 a.2). Luego la tristeza no es causa de
delectación.
Contra esto: está lo que dice Sal 41,4: Mis lágrimas me han servido
de pan día y noche. Ahora bien, por pan se entiende el sustento de
la delectación. Luego las lágrimas que se originan de la tristeza
pueden ser deleitables.
Respondo: La tristeza puede considerarse de dos
maneras: una, en cuanto existe en acto; otra, en cuanto está en la
memoria. Y de una y otra manera la tristeza puede ser causa de
delectación. En efecto, la tristeza existente en acto es causa de
delectación, en cuanto que trae a la memoria la cosa amada, de cuya
ausencia uno se entristece, y, sin embargo, con la sola aprehensión de
ella se deleita. Pero el recuerdo de la tristeza se convierte en causa
de delectación por razón de la evasión subsiguiente, pues el carecer
de un mal se considera como un bien. De ahí que por el hecho de que un
hombre conoce haberse liberado de algunas cosas tristes y dolorosas,
se acrecienta en él la materia del gozo, conforme a lo cual dice San
Agustín en XXII De civ. Dei que muchas veces
recordamos alegres las cosas tristes, y sanos los dolores sin dolor, y
entonces estamos más alegres y contentos. Y en VIII Confess.: Cuanto mayor ha sido el peligro en el
combate, tanto mayor es el gozo en el triunfo.
A las objeciones:
1. A veces un
contrario es accidentalmente causa de su contrario, como lo frío a
veces calienta, según dice VIII Physic. Y de
igual modo, la tristeza es accidentalmente causa de delectación, en
cuanto por ella se realiza la aprehensión de algo deleitable.
2. Las cosas tristes recordadas
causan delectación no en cuanto tristes y contrarias a las
deleitables, sino en cuanto el hombre se ve libre de ellas. Y de modo
semejante, el recuerdo de las cosas deleitables, por el hecho de que
se han perdido, puede causar tristeza.
3. El odio también puede ser
accidentalmente causa del amor, esto es, a la manera como algunos se
aman, por cuanto convienen en el odio de una misma
cosa.
Artículo 5:
¿Nos son causa de delectación las acciones de otros?
lat
Objeciones por las que parece que las acciones de otros no son para
nosotros causa de delectación.
1. En efecto, la causa de la delectación es el bien propio unido.
Pero las operaciones de los otros no nos están unidas. Luego no son
para nosotros causas de delectación.
2. La operación es el bien propio del que obra. Si, pues,
las operaciones de otros son para nosotros causa de delectación, por
igual razón todos sus otros bienes serán para nosotros causa de
delectación, lo cual es evidentemente falso.
3. La operación es deleitable en cuanto procede de un
hábito que nos es innato. Por eso dice II Ethic.
que es necesario considerar como señal de que se ha contraído un
hábito el deleite que se produce en la operación.
Contra esto: está lo que dice la.segunda carta canónica de Jn 4: Mucho me he alegrado al saber que tus hijos caminan en la
verdad.
Respondo: Como ya se ha expuesto (
a.1;
q.31 a.1), se requieren dos cosas para la delectación, a saber: la
consecución del bien propio y el conocimiento del bien propio
conseguido. Luego la operación de otro puede ser causa de delectación
de tres modos. Uno, en cuanto que por la operación de otro conseguimos
algún bien, y de esta manera las operaciones de aquellos que nos hacen
algún bien nos son deleitables, porque recibir bien de otro es
deleitable. Otro, por el hecho de que las operaciones de otros nos
hacen conocer o apreciar el bien propio. Y por esta razón los hombres
se deleitan en ser alabados u honrados por otros, porque de este modo
se persuaden de que en ellos mismos hay algún bien. Y como esta
estimación se origina con más firmeza por el testimonio de los buenos
y de los sabios, por eso los hombres se deleitan más en los honores y
alabanzas de éstos. Y como el adulador aparenta alabar, por esto a
algunos les son también deleitables las adulaciones. Y como el amor es
de algún bien y la admiración de algo grande, por eso es deleitable
ser amados y admirados por otros, en cuanto el hombre recibe así el
aprecio de su propia bondad y grandeza, en las que uno se deleita. Un
tercer modo, en cuanto las mismas acciones de otros, si son buenas, se
estiman como un bien propio por la fuerza del amor, que hace estimar
al amigo como idéntico a sí mismo. Y a causa del odio, que hace juzgar
contrario a sí el bien de otro, nos resulta deleitable la acción mala
de un enemigo. Por eso dice 1 Cor 13,6 que la caridad
no se alegra
de la iniquidad, mas se complace en la verdad.
A las objeciones:
1. La operación de otro puede
estarme unida o por el efecto, como en el primer modo; o por el
conocimiento, como en el segundo modo; o bien por la afección, como en
el tercer modo.
2. Ese argumento es procedente en
cuanto al tercer modo, mas no en cuanto a los dos primeros.
3. Las operaciones de otros,
aunque no proceden de los hábitos que hay en mí, causan
en mí algo deleitable, o me hacen apreciar o conocer
mi propio hábito, o proceden del hábito de aquel que es uno conmigo
por el amor.
Artículo 6:
¿Es causa de delectación hacer bien a otros?
lat
Objeciones por las que parece que hacer bien a otro no es causa de
delectación.
1. En efecto, la delectación proviene de la consecución del bien
propio, como se ha dicho (
a.1;
q.31 a.1). Pero hacer bien no pertenece
a la consecución del bien propio, sino a su erogación. Luego más
parece ser causa de tristeza que de delectación.
2. El Filósofo dice en IV Ethic.
que la avaricia es más connatural a los hombres que la
prodigalidad. Pero es propio de la prodigalidad hacer bien a
otros, y de la avaricia desistir de hacerlo. Luego, siendo la
operación connatural deleitable a cada uno, como dice
VII y X Ethic., parece que hacer
bien a otros no es causa de delectación.
3. Los efectos contrarios proceden de causas contrarias.
Pero algunas cosas que consisten en hacer mal son naturalmente
deleitables para el hombre, como el vencer, refutar o increpar a
otros, y aun el castigar, en cuanto a los airados, como dice el
Filósofo en I Rhetoric. Luego hacer bien más es
causa de tristeza que de delectación.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en II Polit., que dar con largueza y socorrer a los amigos o extraños es muy deleitable.
Respondo: El hecho mismo de hacer bien a otro
puede ser causa de delectación de tres modos. Primero, por relación al
efecto, que es el bien producido en otro. Y, bajo este aspecto, en
cuanto consideramos el bien de otro como nuestro bien a causa de la
unión del amor, nos deleitamos en el bien que hacemos a otros,
especialmente a los amigos, como en nuestro propio bien. Segundo, por
relación al fin, como cuando uno, por hacer bien a otro, espera
conseguir algún bien para sí mismo, ya de Dios, ya del hombre, pues la
esperanza es causa de delectación. Tercero, por relación al principio.
Y así el hecho de hacer bien a otro, puede ser deleitable por relación
a un triple principio. Uno de los cuales es la facultad de hacer bien,
y de este modo hacer bien a otro resulta deleitable, en cuanto por
ello llega el hombre a imaginarse que existe en él bien abundante, del
que puede hacer partícipes a otros. Y por eso los hombres se deleitan
en sus hijos y en sus propias obras, como a los que comunican su
propio bien. Otro principio es la inclinación habitual por la que se
hace connatural a uno el hacer beneficios. De ahí que los hombres
generosos sientan placer en dar a otros. El tercer principio es el
motivo, como cuando uno es movido por otro a quien ama a hacer bien a
alguien, pues todo lo que hacemos o padecemos por el amigo es
deleitable, porque el amor es la causa principal de la
delectación.
A las objeciones:
1. La erogación, en cuanto es
indicativa del propio bien, es deleitable. Pero en cuanto priva de él,
puede contristar, como cuando es inmoderada.
2. La prodigalidad implica una
erogación inmoderada, que repugna a la naturaleza. Y por eso se dice
que la prodigalidad es contraria a la naturaleza.
3. El vencer, refutar y castigar
no son deleitables en cuanto son para mal de otro, sino en cuanto
pertenecen al bien propio, que el hombre ama más que odia el mal de
otro. El vencer, en efecto, es naturalmente deleitable, por cuanto
produce en el hombre la estima de la propia excelencia. Y por eso
todos los juegos en los que hay competición y es posible la victoria,
son los más deleitables; y en general, todas las competiciones en que
hay esperanza de triunfo. Refutar e increpar pueden
ser causa de delectación de dos modos. Primero, en cuanto dan al
hombre la persuasión de su propia sabiduría y excelencia; pues
increpar y corregir es propio de los sabios y de los superiores.
Segundo, en cuanto que, increpando y reprendiendo uno, hace bien a
otro, lo cual es deleitable, como queda dicho (en la sol.). Al airado
le es deleitable castigar, por cuanto se figura que quita la aparente
humillación que parece deberse a un previo agravio; pues cuando uno es
ofendido por otro, parece ser rebajado por él, y por eso desea
librarse de esta humillación devolviendo el daño. Y así aparece claro
que hacer bien puede ser de suyo deleitable, mientras que hacer mal a
otro no es deleitable sino en cuanto parece interesar al bien
propio.
Artículo 7:
¿Es la semejanza causa de delectación?
lat
Objeciones por las que parece que la semejanza no es causa de
delectación.
1. En efecto, regir y presidir implican cierta desemejanza. Pero
regir y presidir es naturalmente deleitable, como dice I Rhetoric. Luego la desemejanza, más bien que la
semejanza, es causa de la delectación.
2. Nada hay más desemejante a la delectación que la
tristeza. Pero aquellos que padecen tristeza son los que buscan las
delectaciones, como dice VII Ethic. Luego la
desemejanza, más bien que la semejanza, es causa de la
delectación.
3. Aquellos que están saciados de algunas delectaciones,
no se deleitan en ellas, sino más bien les producen fastidio, como es
evidente en el que está harto de manjares. Luego la semejanza no es
causa de delectación.
Contra esto: está que la semejanza es causa del amor, como se ha dicho
anteriormente (
q.27 a.3). Ahora bien, el amor es causa de delectación.
Luego la semejanza es causa de delectación.
Respondo: La semejanza es una cierta unidad, de
donde lo que es semejante, en cuanto es uno, es deleitable, como se ha
dicho anteriormente (
q.27 a.3). Y ciertamente, si lo que es semejante
no destruye el bien propio, sino que lo aumenta, es absolutamente
deleitable, como el hombre al hombre y el joven al joven. Mas si es
destructor del bien propio, entonces accidentalmente resulta
fastidioso y aflictivo, no ciertamente en cuanto es semejante y uno,
sino en cuanto destruye lo que es más uno.
Pero el que algo semejante destruya el bien propio sucede de dos
modos. Primero, porque destruye la medida del propio bien por cierto
exceso; pues el bien, especialmente el corporal, como la salud,
consiste en una cierta medida. Y por eso el exceso en la comida o en
cualquier delectación corporal produce hastío. Segundo, por ser
directamente contrario al bien propio, como los alfareros detestan a
los otros alfareros, no en cuanto alfareros, sino en cuanto que por
ellos pierden su propia primacía o su lucro, que apetecen como bien
propio.
A las objeciones:
1. Existiendo comunicación entre el
príncipe y el súbdito, hay en este caso semejanza, mediando, no
obstante, una cierta excelencia, porque regir y presidir pertenecen a
la excelencia del bien propio, pues regir y presidir es propio de los
sabios y de los mejores. De ahí que el hombre llegue a formarse así la
idea de su propia bondad. O bien porque el hombre, por el hecho de
regir y presidir, hace bien a otros, lo cual es deleitable.
2. Aquello en que se deleita el
que está triste, si bien no es semejante a la tristeza, es, sin
embargo, semejante al hombre contristado, porque la tristeza es
contraria al bien propio del que está triste. Y por eso los que se
hallan afectados por la tristeza desean la delectación como conducente
al propio bien, en cuanto es remedio de su contrario. Y ésta es la
causa por la que las delectaciones corporales a las que son contrarias
ciertas tristezas, se desean más que las delectaciones intelectuales,
que no tienen tristeza contraria, como se dirá más
adelante (
q.35 a.5). De ahí también que todos los animales apetezcan
naturalmente la delectación, porque el animal obra siempre por los
sentidos y el movimiento. Y por este motivo también los jóvenes desean
en gran manera las delectaciones, a causa de los muchos cambios que
hay en ellos, mientras se hallan en estado de crecimiento. Asimismo,
los melancólicos desean grandemente las delectaciones a fin de
ahuyentar la tristeza, porque
su cuerpo es como corroído por un
humor maligno, según dice VII
Ethic.
3. Los bienes corporales consisten
en una cierta medida, y por eso el sobreexceso de tales cosas destruye
el propio bien. Y por esta razón resulta fastidioso y contristante, en
cuanto es contrario al bien propio del hombre.
Artículo 8:
¿Es la admiración causa de delectación?
lat
Objeciones por las que parece que la admiración no es causa de
delectación.
1. En efecto, admirarse es propio del que ignora la naturaleza, como
dice el Damasceno. Pero la ignorancia no es
deleitable, sino más bien la ciencia. Luego la admiración no es causa
de delectación.
2. La admiración es el principio de la sabiduría, como la
vía para investigar la verdad, según se dice en el principio de los Metaphys. Pero es más deleitable contemplar
lo ya conocido que investigar lo ignorado, como dice el Filósofo
en X Ethic., puesto que esto supone dificultad
y obstáculo, mientras que aquello, no. Ahora bien, la delectación
proviene de una operación no impedida, como dice VII Ethic. Luego la admiración no es causa de
delectación, sino que más bien la impide.
3. Cada uno se deleita en lo acostumbrado, por lo que las
operaciones de los hábitos adquiridos por la costumbre son
deleitables. Pero lo acostumbrado no causa admiración, como dice San
Agustín Super Ioan. Luego la admiración es
contraria a la causa de la delectación.
Contra esto: está lo que dice el Filósofo en I Rhetoric., que la admiración es causa de delectación.
Respondo: Alcanzar las cosas que se desean es
deleitable, como se ha dicho anteriormente (
q.23 a.4;
q.31 a.1 ad 2).
Y por eso, cuanto más aumenta el deseo de la cosa amada, tanto más
aumenta la delectación cuando se consigue. Y aun en el aumento mismo
del deseo se produce también aumento de delectación, por cuanto hay
también esperanza de la cosa amada, según se ha dicho anteriormente
(
a.3 ad 3) que el mismo deseo es deleitable por la esperanza. Ahora
bien, la admiración es cierto deseo de saber, que en el hombre tiene
lugar porque ve el efecto e ignora la causa, o bien porque la causa de
tal efecto excede su conocimiento o su facultad. Por consiguiente, la
admiración es causa de delectación, en cuanto va acompañada de la
esperanza de conseguir el conocimiento de lo que se desea saber. Y por
esta razón todas las cosas maravillosas son deleitables, como las
cosas raras, y todas las representaciones de las cosas, aun de
aquellas que en sí mismas no son deleitables; pues el alma goza en la
comparación de una cosa con otra, porque comparar una cosa con otra es
un acto propio y connatural de la razón, como dice el Filósofo en
su
Poética. Y por este mismo motivo,
librarse de grandes peligros es más deleitable, porque es
admirable, como dice I
Rhetoric.
A las objeciones:
1. La admiración no es deleitable
en cuanto implica ignorancia, sino en cuanto incluye el deseo de
conocer la causa y en cuanto el que se admira aprende
algo de nuevo, es decir, que es tal como no pensaba.
2. La delectación importa dos
cosas, a saber: la quietud en el bien y la percepción de esta quietud.
Respecto de la primera, como es más perfecto contemplar la verdad
conocida que investigar la desconocida, la contemplación de las cosas
sabidas es, propiamente hablando, más deleitable que la investigación
de las cosas desconocidas. Sin embargo, respecto de la segunda, sucede
que la investigación es algunas veces más deleitable accidentalmente,
en cuanto que procede de un deseo mayor suscitado por el conocimiento
de la propia ignorancia. De ahí que el hombre se deleite especialmente
en las cosas que descubre o aprende por primera vez.
3. Es deleitable hacer las cosas
acostumbradas, por cuanto son cuasi connaturales. Y, sin embargo, las
cosas raras pueden ser deleitables, o por razón del conocimiento,
porque se desea conocerlas por lo que tienen de admirables, o bien por
razón de la operación, porque la mente es más inclinada por el
deseo a actuar más intensamente sobre cosas nuevas, como dice X
Ethic., pues la operación más perfecta causa
más perfecta delectación.