En este artículo, deliberadamente breve, no se pretende decir ni «todo lo que hizo Jesús», cuya relación no cabría en el mundo entero Jn 21,25, como ni siquiera todo lo que representan su persona y su obra para la fe y el pensamiento del NT. Sólo se procurará destacar, en la relación de esta obra y en la expresión de esta fe, todo lo que sugiere y significa, entre nombres divinos, el empleo del nombre de Jesús.
Este nombre significa por lo pronto lo que designa normalmente el nombre en el lenguaje humano y en particular en el pensamiento bíblico: el ser mismo en su singularidad, en su individualidad concreta y personal: él y no otro, él y todo lo que es, este Jesús, como lo nombran varios textos Act 1,11 2,36 5,30 9,17. Este demostrativo, expresado o no, traduce casi siempre la afirmación cristiana fundamental, la continuidad entre el personaje aparecido en la carne y el ser divino confesadopor la fe: «A este Jesús al que vosotros habéis crucificado, Dios lo ha hecho Señor y Cristo» 2,36; «Éste que os ha sido sustraído, este mismo Jesús vendrá... de la misma manera» 1,11; «A este Jesús que un momento fue rebajado por debajo de los ángeles, lo vemos coronado de gloria eterna» Heb 2,9. La revelación que convirtió a Saulo en el camino de Damasco, es del mismo tipo: «Yo soy Jesús, al que tú persigues» Act 9,5 22,8 26,15; no sólo descubre al perseguidor, que la presencia del Señor es inseparable de los suyos, sino que le hace reconocer la identidad entre el ser celestial que se le impone con su omnipotencia y el blasfemo galileo, al que él perseguía con todo su odio. No importa que no haya «conocido a Cristo según la carne» 2Cor 5,16, pues para siempre ha sido «aprehendido por Cristo Jesús» Flp 3,12 y sacrifica todas sus ventajas para entrar en «el conocimiento de Cristo Jesús [su] Señor» 3,8. El Cristo grandioso que llena el universo con la plenitud divina Col 1,15-20 es «el Cristo tal como lo habéis recibido, el Señor Jesús» 2,6.
Jesús, ser de carne, «nacido de mujer, nacido sujeto a la ley» Gal 4,4, apareció en el mundo en una fecha dada, «mientras Quirino era gobernador de Siria» Lc 2,2, en una familia humana, la de «José, de la casa de David» 1,27, establecida «en una ciudad de Galilea, llamada Nazaret» 1,26. El nombre que, como todo niño judío, recibe en la circuncisión Lc 1,31 2,21 Mt 1,21.25 no es excepcional en Israel Eclo 51,30. Pero Dios, que en este niño se ha hecho Emmanuel, «Dios con nosotros» Mt 1,23, cumple en él la promesa hecha al primer Jesús, Josué, de estar con él y de revelarse «Yahveh salvador» Dt 31,7s. Sin embargo, su origen parece tan común que para designarlo no se añade normalmente a su nombre, como en el caso de una familia conocida, el nombre de su padre y de sus antepasados Eclo 51,30, sino sencillamente el de Nazaret, su patria. Las genealogías de Mt y de Lc subrayarán más tarde la ascendencia regia de Jesús; las primeras proclamaciones de la fe insisten más bien en la forma corriente de designarlo y en el recuerdo dejado por el paso de «Jesús nazareno» Jn 19,19 Act 2,22 4,10 7,14 22,8.
Jesús es el nombre empleado ordinariamente por los evangelios para designar a Cristo y relatar su actividad. Parece, sin embargo, que generalmente se le llamaba «rabbi», maestro Mc 4,38 5,35 10,17, y después de su muerte y de su entrada en la gloria se evoca al «señor». Pero los evangelios, fuera de ciertas excepciones determinadas Mt 21,3 y sobre todo los trozos puramente «lucanos»: Lc 7,13 10,1 etc., hablan siempre sencillamente de Jesús. No es en modo alguno un esfuerzo artificial para restablecer un lenguaje anterior a la fe, del tiempo en que Jesús no había todavía acabado de revelarse y en que la mayoría no veían en él más que a un hombre. Sin el menor artificio siguen los evangelistas el movimiento mismo de la fe, que consiste siempre en aplicar a «este Jesús», al personaje concreto, los títulos salvadores y divinos, los de Señor Act 1,21 2,36 9,17, de Cristo 2,36 9,22 18,28, de salvador 5,31 13,23, de Hijo de Dios 9,20 13,33, de siervo de Dios 4,27.30. Los evangelios, hablando siempre de Jesús, están exactamente en la línea de lo que quieren ser: el evangelio, el anuncio de la buena nueva de Jesús 8,35, de Cristo Jesús 5,42 8,12, del Señor Jesús 11,20 15,35. El evangelio de Juan, el más solícito en subrayar constantemente la cualidad divina de Cristo, en mostrar en cada uno de sus gestos la gloria del Hijo único Jn 1,14, la soberanía confiada al Hijo del hombre 1,51 3,14, no pierde ninguna ocasión de pronunciar el nombre de Jesús, repitiéndolo incluso cuando parece superfluo, en los diálogos más sencillos Jn 4,6.21 11,32-41. A través de la voluntad de «confesar a Jesucristo venido en la carne» Jn 4,2, esta atención revela la certeza, cada vez que recurre este nombre, de tocar y de revelar la riqueza del «Verbo de vida» 1,1.
IV. EL NOMBRE POR ENCIMA DE TODO NOMBRE
Si la fe cristiana no puede desasirse de Jesús y de todo lo que este nombre implica en cuanto a rebajamiento y a humanidad concreta, es porque este nombre ha venido a ser «el nombre por encima de todo nombre», el nombre ante el cual «toda rodilla se dobla, en el cielo, en la tierra y en los infiernos» Flp 2,9ss. El nombre de Jesús ha venido a ser el nombre propio del Señor; cuando Israel invocaba el nombre del Señor para hallar en él la salvación Jl 3,5, pronunciaba el nombre que Dios mismo se había dado, Yahveh, el que está siempre con su pueblo para liberarlo Ex 3,14s. Este nombre evocaba una personalidad extraordinariamente acentuada y vigorosa, a la que era inútil tratar de forzar o de halagar. El nombre de Jesús evoca la misma omnipotencia divina, la misma vitalidad invulnerable, pero bajo rasgos que nos son familiares y en los que fácilmente nos orientamos, pues se trata de alguien que para siempre se nos ha dado y nos pertenece.
La única salvación de la humanidad Act 4,12, la única riqueza de la Iglesia 3,6, el único poder de que dispone es Jesús: «Jesucristo te cura» 9,34. Toda la misión de la Iglesia está en «hablar en nombre de Jesús» 5,40. Así Pablo, en las sinagogas de Damasco a raíz de su conversión, «predica a Jesús» 9,20; en el ágora de Atenas «anuncia a Jesús y la resurrección» 17,18, y en Corinto, «a Jesucristo, y a Jesucristo crucificado» 1Cor 2,2. Toda la existencia cristiana consiste en «consagrar la vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo» Act 15,26, y el gozo supremo consiste en ser «juzgado digno de sufrir ultrajes» 5,41 y en «morir por el nombre del Señor Jesús» 21,13.