Ahora corresponde tratar del vicio de la impavidez. Planteamos dos
problemas:
Artículo 1:
¿La impavidez es pecado?
lat
Objeciones por las que parece que la impavidez no es
pecado.
1. Lo que se pone como laudable en el varón justo no es pecado. Pero
entre las alabanzas del justo leemos en Prov 28,1: El justo va sin
temor, como cachorro de león. Por tanto, ser impávido no es
pecado.
2. Según el Filósofo en III Ethic., la
muerte es lo más terrible. Pero ni siquiera hemos de temer la
muerte, por lo que se nos dice en Mt 10,28: No temáis a los que
matan al cuerpo, ni nada que puedan hacernos los hombres, conforme
al dicho de Is 51,12: ¿Por qué temes tú a un hombre mortal? Por
tanto, ser impávido no es pecado.
3. Como se ha visto (q.125 a.2), el temor nace del amor.
Pero no amar nada en el mundo es propio de la virtud perfecta, ya que,
según San Agustín en XIV De Civ. Dei, el amor de
Dios hasta el desprecio de uno mismo nos hace ciudadanos de la ciudad
celestial. Por tanto, no temer nada humano no parece que sea
pecado.
Contra esto: está lo que se dice en Lc 18,2 del juez inicuo, que ni
temía a Dios ni respetaba a los hombres.
Respondo: Puesto que el temor nace del amor,
lo que se diga de uno hay que decirlo del otro. Se trata aquí del
temor de los males temporales, que proviene del amor a tales bienes.
Pero es innato y natural en cada hombre amar la propia vida y lo que a
ella se ordena, pero de un modo debido, es decir, no amándolo como
fin, sino como medio de que nos servimos para el fin último. De ahí
que el apartarse de su debido amor va contra la inclinación natural,
y, por consiguiente, es pecado. Pero nunca está uno libre de semejante
amor, porque lo natural no puede perderse totalmente. Por eso dice el
Apóstol (Ef 5,29) que nadie aborrece jamás su propia carne.
Por eso incluso los que se suicidan lo hacen por amor a su carne, a la
cual quieren librar de las angustias de esta vida. Por tanto, puede
suceder que se teman la muerte y otros males temporales menos de lo
debido porque se los ama menos de lo debido. En cambio, el no temerlos
en absoluto no puede provenir de una falta total de amor, sino de
pensar que no pueden sobrevenir los males opuestos a los bienes que
ama. Esto ocurre unas veces por la soberbia de ánimo, que presume de
sí y desprecia a los demás, según leemos en Job 41,24-25: Hecho
para no tener miedo, todo lo ve desde arriba. Otras veces sucede
por defecto de razón, como dice el Filósofo en III Ethic. de los celtas, que, debido a su necedad, no
tienen miedo a nada. Por tanto, es evidente que el ser impávido es
pecado, ya tenga su origen en la falta de amor, ya en la soberbia del
espíritu, o en la necedad, aunque ésta excusa de pecado sí es
invencible.
A las objeciones:
1. El justo es recomendado porque
el temor no lo aparta del bien, no por falta de temor. Pues dice Eclo
1,28: El que está sin temor no puede justificarse.
2. La muerte, o todo lo que puede
infligir a un hombre, no debe temerse hasta el punto de apartarnos de
la justicia. Pero debe temerse en cuanto puede significar un obstáculo
para las obras virtuosas, bien sea para provecho propio o de los
demás. Por eso leemos en Prov 14,16: El sabio teme y se aparta del
mal.
3. Los bienes temporales deben
despreciarse si nos impiden el amor y el temor de Dios. Por esta misma
razón, tampoco deben ser temidos; de ahí que se diga en Eclo 34,16:
Al que teme al Señor, nada le asusta. Con todo, no deben
despreciarse los bienes temporales, en cuanto nos
sirven de instrumento para obrar según el amor y temor de
Dios.
Artículo 2:
¿El ser impávido se opone a la fortaleza?
lat
Objeciones por las que parece que el ser impávido no se opone a la
fortaleza.
1. Juzgamos de los hábitos por sus actos. Pero ningún acto de
fortaleza se ve impedido porque uno sea impávido, ya que, si quitamos
el temor, se resiste con más valor y se ataca con mayor audacia. Por
tanto, el ser impávido no se opone a la fortaleza.
2. El ser impávido es vicioso o por falta del amor debido
(a.1), o por soberbia, o por necedad. Ahora bien: la falta del
amor debido se opone a la caridad; la soberbia, a la humildad, y la
necedad, a la prudencia o a la sabiduría. Por tanto, el vicio de la
impavidez no se opone a la fortaleza.
3. Los vicios se oponen a la virtud como los extremos al
medio. Pero el medio por una parte sólo tiene un extremo. Y como a la
fortaleza por una parte se le opone el temor y por otra la audacia,
parece que la impavidez no se opone a ella.
Contra esto: está el que el Filósofo, en II Ethic., opone la impavidez a la fortaleza.
Respondo: Como hemos dicho anteriormente
(q.123 a.3), la fortaleza se ocupa de los temores y audacias. Ahora
bien: toda virtud moral impone el modo racional a su propia materia.
Por tanto, es propio de la fortaleza imponer un temor moderado según
la razón, o sea, que el hombre tema lo que conviene y cuando conviene,
y así en las demás virtudes. Pero este modo racional puede corromperse
tanto por exceso como por defecto. De ahí que, así como la timidez se
opone a la fortaleza por exceso de temor, en cuanto el hombre teme lo
que no conviene o más de lo que conviene, así también la impavidez se
opone a ella por defecto de temor, en cuanto no se teme lo que
conviene temer.
A las objeciones:
1. El acto de la fortaleza es
resistir y hacer frente al temor no de cualquier modo, sino conforme a
la razón, lo cual no hace el impávido.
2. La impavidez en sí misma
corrompe el medio de la fortaleza. Y por eso se le opone directamente.
Pero en sus causas nada impide que se oponga a otras
virtudes.
3. El vicio de la audacia se
opone a la fortaleza por exceso de audacia, y la impavidez por defecto
de temor. La fortaleza, en cambio, impone el justo medio en una y
otra. Por tanto, no hay inconveniente en que tenga diversos extremos
según aspectos diversos.