La sombra, como la noche o la nube, simboliza una doble experiencia, según que afirme la ausencia o suponga la presencia de la luz. El hombre quiere la plena luz y también busca la sombra; Dios es luz y fuego abrasador, pero también sombra refrigerante, y ha decidido habitar en la nube oscura. La Biblia juega con esta ambivalencia de significado.
1. La sombra que huye.
El hombre, criatura que se sabe abocada a desaparecer, reconoce su destino en la elevación o en la presencia fugaz de la sombra: «el día declina. las sombras de la tarde se alargan» Jer 6,4; así la vida humana, cuyos grados se suman inexorablemente en el cuadrante del tiempo 2Re 20,9ss. «Una sombra que huye sin detenerse», eso es el hombre Job 14,2 8,9; sus días declinan en la noche como la sombra Sal 102,12 144,4, pasar a la muerte sin esperanza 1Par 29,15 Sab 5,9. A lo largo de una vida de vanidad Ecl 6,12, camina como una sombra Sal 39,7; pero en este desarrollo irreversible, experimentando su propia variabilidad, conserva la fe en el «Padre de las luces, en el que no hay variación ni sombras de cambio» Sab 1,17.
2. La tiniebla y la sombra de la muerte.
Los Setenta, recurriendo a una etimología discutible, pero con profundo sentido de la realidad, tradujeron ordinariamente la palabra hebrea que significa «sombra profunda» por «sombra de la muerte»; los evangelistas les dieron razón Is 9,1 Mt 4,16 Lc 1,79. En efecto, la sombra no es sencillamente un fenómeno que cambia y huye; es un vacío, una nada, esa oscuridad tenebrosa por la que suspira Job en su infortunio Job 3,1-6. El seol sin esperanza, país de la muerte, es reino de tinieblas y de sombra 10,21, en la que toda claridad no es sino noche. Ya en esta vida la prueba priva al hombre de la luz de los vivos: «sobre mis párpados hay sombra» 16,16.
3. El dueño de la sombra.
Ante la sombra amenazadora de la muerte no queda más recurso que Dios. Él, que cambia en sombra espesa la luz ficticia que se promete el pecador Jer 13,16 Sal 44,20, puede también «conducir a la luz la sombra oscura» Job 12,22, «sacar de las sombras y de las tinieblas a los que eran cautivos de ellas» Sal 107,10.14. Así el salmista, lleno de confianza, exclama: «Aunque haya de pasar por un valle tenebroso, no temo mal alguno, porque tú estás conmigo» Sal 23,4. Esta esperanza se hizo realidad desde que se cumplió en Cristo la profecía de Isaías: «Sobre los habitantes de las sombras de la muerte ha brillado una luz» Mt 4,16 Is 9,1.
Así como la nube era tiniebla amenazadora para los unos y luz y protección para los otros, así también la sombra terrible puede ser protectora; a través de la protección que proporciona descubre el hombre una presencia.
1. Sombras terrenales protectoras.
En la vida cotidiana, sobre todo en Oriente, se aprecia la sombra, pues preserva del ardor del sol. Las criaturas todas piden sombra: al loto, el altivo Behemot Job 40,22, a los árboles, aves, bestias y personas Ez 31,6. Por eso el árbol que da sombra simboliza el poder protector; como Daniel lo explica a Nabucadonosor: «el árbol eres tú ¡oh rey!» Dan 4,17ss. Igualmente, la seguridad está garantizada a la sombra del rey Jue 9,15; el príncipe justo es «como la sombra de una roca sobre una tierra sedienta» Is 32,2. Pero tal sombra, ambigua, puede decepcionar: tanto la del ricino desecado sobre la cabeza de Jonás Jon 4,5ss, como la del rey de Israel Lam 4,20; cuánto más la de Egipto Is 30,2, o la de los «cedros del Líbano» que pueden ser arrancados en un instante y precipitados en la fosa con todos los que confían en su sombra mentirosa Ez 31 Dan 4.
2. La sombra de Dios.
En lugar de una frágil protección, sólo Dios da una sombra segura. Hay que abandonar las umbrías placenteras de los árboles sagrados Os 4,13 y hallar en Yahveh nuestra sombra en todo tiempo Sal 121,5 Is 25,4s. El sueño del fiel consiste en «morar a la sombra de Ñaddai» Sal 91,1, de estar, como verdadero siervo, a la sombra de su mano poderosa Is 49,2 51,16 o de sus alas Sal 17,8 57,2 63,8.
Tras estas metáforas se descubren algunos recuerdos del Éxodo. Los Setenta lo sintieron y así tradujeron el verbo sakan (cubrir, morar, reposar) por skiadsein, episkiadsein (cubrir uno con su sombra, poner al abrigo). Entonces la nube cubría con su sombra la tienda de Dios Ex 40,35, determinando así la duración de los campamentos Num 9,18.22; cubría también con su sombra a los israelitas 10,34 protegiéndolos maravillosamente, como dice el libro de la Sabiduría Sab 19,7. Esta protección se renovará en los últimos tiempos. Sobre Sión purificada reposará la gloria de Yahveh, como «un dosel y una tienda, para hacer sombra durante el día contra el calor, y servir de refugio y abrigo contra la lluvia y la tormenta» Is 4,5s. Y mientras Israel camine bajo esta gloria divina, «los bosques le harán sombra» Par 5,7ss 1,12.
En la circunstancia de la consagración del templo, la nube invadió el santo de los santos, y Salomón exclamó: «Yahveh ha decidido halaitar en la nube oscura» 1Re 8,12. A la idea de protección se añade aquí la de presencia íntima de Dios; en este sentido Jerusalén, como la esposa del Cantar, puede «sentarse a su sombra deseada» Cant 2,3. En María se hizo el sueño realidad cuando le hizo sombra el poder de Dios Lc 1,35 y ella concibió a aquel sobre el que reposaría la nube en la transfiguración 9,34 p.
3. La sombra de Israel.
El pueblo elegido se convierte a su vez en fuente de protección divina. En otro tiempo la viña de Israel, por encima de los otros reinos, cubría con su sombra las montañas Sal 80,11. Israel, derrocado por un juicio divino, volverá a ser finalmente un árbol verdegueante en el que vendrán a anidar las aves Ez 17,23 Dan 4,9, figura visible del reino de Dios, abierto a todas las naciones Mt 13,32 p. Asimismo, cuando Pedro cura a los enfermos con su sombra Act 5,15, revela la presencia salvífica de Dios en su Iglesia.