Ya en el AT preparó Dios la reconciliación de los hombres con él ofreciéndoles incesantemente su perdón. Él mismo se reveló como el «Dios de ternura y de piedad» Ex 34,6, que de buena gana aplaca «el ardor de su ira» Sal 85,4 103,8-12 y habla de paz a su pueblo Sal 85,9. Aunque no utilice la palabra, Yahveh ofrece ciertamente una reconciliación a su esposa infiel Os 2,16-22, a sus hijos rebeldes Ez 18,31s. Y todos los ritos de expiación del culto mosaico, ordenados a la purificación de las más variadas faltas, tendían finalmente a la reconciliación del hombre con Dios. Sin embargo, no había llegado todavía el tiempo de la completa remisión de los pecados, y los fieles del verdadero Dios estaban en espera de algo mejor 2Mac 1,5 7,33 8,29.
La reconciliación perfecta y definitiva fue llevada a cabo por Cristo Jesús, «el mediador entre Dios y los hombres» 1Tim 2,5, la cual por lo demás no es sino un aspecto de su obra de redención. Sin embar go, se puede legítimamente enfocar el misterio de la salvación, desde este punto, de vista especial, a la luz de algunos textos de Pablo Rom 5,10s 2Cor 5,18ss Ef 2,16s Col 1,20ss: tal es el objeto propio de estas líneas.
1. La iniciativa de Dios.
Por sí mismo el hombre es incapaz de reconciliarse con el Creador al que ha ofendido con su pecado. La acción de Dios es aquí primera y decisiva, «y todo viene de Dios que nos ha reconciliado consigo por Cristo» 2Cor 5,18. Él nos amaba ya cuando éramos sus «enemigos» Rom 5,10, y entonces su Hijo «murió por nosotros» 5,8. El misterio de nuestra reconciliación empalma con el de la cruz Ef 2,16 y del «gran amor» con que hemos sido amados Ef 2,4.
2. Los efectos de la reconciliación.
Dios no tendrá ya en cuenta las faltas de los hombres 2Cor 5,19. Pero lejos de ser una simple ficción jurídica, la acción de Dios es más bien, al decir de Pablo, como «una nueva creación» 2Cor 5,17. La re conciliación implica una renovación completa para los que disfrutan de ella y coincide con la justificación Rom 5,9s, la santificación Col 1.21s. «Enemigos hasta aquí de Dios por nuestra mala conducta» Rom 1,30 8,7, podemos ahora «gloriarnos en Dios» Rom 5,11, que quiere «hacernos aparecer delante de él santos, sin mancha y sin reproche» Col 1,22; tenemos «todos, en un solo Espíritu, acceso cerca del Padre» Ef 2,18.
3. «El ministerio de la reconciliación».
Toda la obra de la salvación está ya realizada por parte de Dios, pero desde otro punto de vista se continúa actualmente hasta la parusía, y Pablo puede definir la actividad apostólica como «el ministerio de la reconciliación» 2Cor 5,18. «En embajada por Cristo» los apóstoles son mensajeros de «la palabra de la reconciliación» 5,19s. Un antiguo papiro habla incluso aquí del «evangelio de la reconciliación», y tal es ciertamente el tenor del mensaje apostólico Ef 6,15: «el Evangelio de la paz». Por tanto, los servidores del Evangelio se aplicarán en su ministerio, a ejemplo de Pablo, a ser por su parte los artífices de la paz que anuncian 2Cor 6,4-13.
4. La acogida del don de Dios.
Del hecho de ser Dios el autor primero y principal de la reconciliación, no se sigue que el hombre tenga en ella una actitud meramente pasiva: debe acoger el don de Dios. La acción divina no ejerce su eficacia sino para los que están dispuestos a aceptarla por la fe. De ahí el grito apremiante de Pablo: «Os suplicamos en nombre de Cristo, dejaos reconciliar con Dios» 2Cor 5,20.
1. La creación reconciliada.
Hablando Pablo de la reconciliación del mundo 2Cor 5,19 Rom 11,15 se fijaba sobre todo hasta ahora en los hombres pecadores. En las cartas de la cautividad, en Col y en Ef se amplía el horizonte del Apóstol. La reconciliación parece designar la salvación colectiva del universo. Los seres, perfectamente reconciliados con Dios, son reconciliados entre sí Col 1,20.
Finalmente, el mismo mundo material aparece solidario con el hombre, en su resurgir como lo fue en su caída Rom 8,19-22. Se ha acabado incluso con la actitud hostil que podían adoptar frente a nosotros los poderes angélicos bajo el régimen ya caduco de la ley Col 2,15.
2. La reconciliación de los judíos y de los paganos.
Pablo corona su enseñanza en Ef 2,11-22. La acción de Cristo «nuestra paz» 2,14 se pone aquí en plena luz, y sobre todo los maravillosos beneficios que procura a los paganos de ayer: ahora son integrados en el pueblo elegido con el mismo título que los judíos, ha terminado la era de la separación y del odio, todos los hombres no forman ya sino un solo cuerpo en Cristo 2,16, un solo templo santo 2,21.
Poco importan al Apóstol de las gentes los sufrimientos gloriosos que le acarrea el anuncio de este misterio Ef 3,1-13.
Pablo fue el teólogo inspirado y el ministro infatigable de la reconciliación, pero Cristo fue por su sacrificio el artífice de la misma «en su cuerpo de carne» Col 1,22; también fue Cristo el primero que subrayó sus exigencias profundas: el pecador reconciliado con Dios no puede tributarle un culto agradable si no va primero a reconciliarse él mismo con su hermano Mt 5,23s.