El hambre y la sed, que tan vivamente siente a veces el hombre, expresan simbólicamente la necesidad que tiene de Dios; el hombre que los experimenta se ve invitado a volverse hacia Dios, único que puede apagar su deseo; se le invita también a interesarse por los que sufren hambre y sed, para así ser el instrumento de Dios, que quiere colmarlos.
1. Hambre y sed, prueba de la fe.
a. En el desierto hizo Dios experimentar a su pueblo el hambre y la sed para probarlo y para conocer en la tentación el fondo de su corazón Dt 8,1ss. Israel debía aprender que en su existencia dependía totalmente de Yahveh, único que le da el alimento y la bebida. Pero, más lejos y más profundamente que estas necesidades físicas, debe descubrir Israel una necesidad todavía más vital, la necesidad de Dios. El maná que viene del cielo evoca precisamente lo que sale de la boca de Dios mismo, su palabra, la ley, en la que el pueblo debe hallar la vida Dt 30,15ss 32,46s. Pero el pueblo no comprende v sólo piensa en las carnes de Egipto: «¡Oh, qué recuerdo!» Num 11,4s, y Dios, en lugar de la prueba saludable del hambre, se ve reducido a hartar a Israel de carne «hasta que le salga por las narices» 11,20 Sal 78,26,31.
b. Israel, instalado en la tierra y saciado de sus bienes, olvidando la lección del desierto, los atribuye a sus propios méritos y se gloría delante de Yahveh Dt 32,10-15 Os 13,4-8. Es preciso que Dios vuelva a conducir a su pueblo al desierto Os 2,5 para que muriendo de sed, llorando su trigo perdido y sus viñas devastadas 2,11.14, despierte el corazón de Israel 2,16 y sienta el hambre y la sed esenciales, los «de oir la palabra de Yahveh» Am 8,11.
c. Los profetas y los sabios recogen estas lecciones. La necesidad y el deseo de los bienes que reserva Dios a los que le aman, se expresa constantemente en las imágenes de la comida, del pan, del agua, del vino. Se tiene hambre del festín que Yahveh prepara sobre su montaña para todos los pueblos Is 25,6, se tiene sed de la sabiduría que refrigera Prov 5,15 9,5, del vino embriagador que es el amor Cant 1,4 4.10, se corre a recibir de Dios, «sin pagar», la bebida de los sedientos y el alimento que sacia Is 55,1ss. Pero de lo que se tiene sed es del agua más pura, del único vino, cuya embriaguez es la vida, de Dios Sal 42,2; y Dios mismo está pronto a colmar este deseo: «Ensancha tu boca y yo la llenaré» Sal 81,11.
2. Hambre y sed, llamamiento a la caridad.
La prueba del hambre y de la sed debe ser algo excepcional. Los pobres, que no desaparecerán del país Dt 15,11, son vivas llamadas para los que están en contacto con ellos. Uno de los deberes primordiales del israelita es, por tanto, el de dar pan y agua a su hermano, a su compatriota Ex 23,11, a quienquiera que lo necesite Tob 4,16s, e incluso a su enemigo Prov 25,21; eso es practicar la justicia Ez 18,5.16 y hacer el propio ayuno agradable a Dios Is 58,7.10. Al final intervendrá Yahveh mismo en favor de los hambrientos para convidarlos al festín que colmará su hambre y su sed Is 25,6 65,13.
1. Jesucristo, Mesías de los pobres Lc 1,53, proclama la hartura de los que tienen hambre y sed 6,21. Inaugura su misión tomando sobre sí la condición del hambriento y del sediento. Puesto a prueba, como Israel en el desierto, afirma y demuestra que la necesidad esencial del hombre es la de la palabra de Dios, la voluntad del Padre Mt 4,4, de la que hace su alimento y de la que vive Jn 4,32ss. En la cruz, habiendo «bebido el cáliz que le había dado el Padre» Jn 18,11, su sed decrucificado es inseparable del deseo que tiene de «cumplir toda la Escritura» Jn 19,28, de acabar la obra de su Padre, aunque también de «aparecer delante de su rostro» Sal 42,3.
2. Jesús apaga y suscita hambre y sed.
Jesús, como Dios en otro tiempo en el desierto, alivia el hambre del pueblo que le sigue Mc 8,1ss y se preocupa también por suscitar el deseo de la palabra de Dios, del verdadero pan, que es él mismo Jn 6, el deseo del agua viva, que es su Espíritu Jn 7,37ss. Suscita esta sed en la samaritana Jn 4,1-14, como también invita a Marta a desear su palabra, única necesaria Lc 10,39-42.
3. El cristiano y los hambrientos.
Para los discípulos de Jesús, el deber de alimentar a los hambrientos es más exigente que nunca. La sed torturadora en la gehena aguarda al que no hizo caso del pobre que yacía a su puerta Lc 16,19-24; la recompensa es para el que haya dado un vaso de agua a uno de los discípulos de Jesús Mt 10,42. Acerca de esto tendrá lugar el juicio, porque dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, es apagar a través de sus hermanos el hambre y la sed de Jesús Mt 25,35-42. De esta caridad con que aplacamos los sufrimientos de los otros, debemos tener siempre sed; la fuente está abierta, gratuita, a las almas de deseos, sedientas de Dios y de la visión de su rostro, sedientas de la verdadera vida Is 55,1ss Ap 21,6 22,17.