La dispersión de los hombres en la tierra aparece desde los primeros capítulos del Génesis como un hecho ambiguo. Consecuencia de la bendición divina por la que el hombre debe multiplicarse y llenar la tierra Gen 9,1 1,28, se realiza en la unidad; castigo del pecado, viene a ser el signo de la división entre los hombres Gen 11,7s. Esta doble perspectiva vuelve a hallarse luego en la salud.
1. Dispersión del pueblo-nación.
Dios se ha escogido un pueblo, al que ha dado una tierra. Pero Israel, infiel a Dios, es dispersado 2Re 17,7-23, vuelve al exilio como en otro tiempo en Egipto Dt 28,64-68. Esta dispersión tiene por fin la purificación Ez 22,15; una vez realizada ésta, tendrá lugar la reunión Ez 36,24. De aquí a entonces sigue siendo un hecho doloroso que atormenta a las almas piadosas Sal 44: ¡Venga el tiempo en que reúna Dios a todos los miembros de su pueblo Eclo 36,10!
No obstante, Dios saca de este mal un bien mayor: Israel dispersado da a conocer la verdadera fe a los extranjeros Tob 13,3-6; ya en el exilio comienza el proselitismo Is 56,3; en la época griega el autor de la Sabiduría desea ser oído por los paganos, pues tal es según él la vocación de Israel Sab 18,4. En esta nueva perspectiva tiende Israel a deshacerse de su estatuto de nación para adoptar la forma de iglesia; ya no es la raza, sino la fe la que le garantiza la unidad viva, cuyo signo son las peregrinaciones a Jerusalén Act 2,5-11.
2. Dispersión del pueblo-iglesia.
Con Cristo el pueblo de Dios desborda el marco nacional judío y viene a ser propiamente iglesia. En pentecostés, mediante el don de lenguas y de la caridad, garantiza el Espíritu la comunión de las naciones; en adelante, al Dios que une a los hombres no se le adora ya aquí o allá, sino «en espíritu y en verdad» Jn 4,24. Así, los fieles no temen ya la persecución que los disperse lejos de Jerusalén Act 8,1 11,19 y van a hacer irradiar su fe, según la orden del resucitado de reunir a todas las naciones en una sola fe, con un solo bautismo Mt 28,19s.
La diáspora judía es sustituida, pues, por otra diáspora querida por Dios para la conversión del mundo. A ella dirige Santiago su epístola Sant 1,1; es la que Pedro descubre entre los paganos convertidos, que forman con los judíos fieles el nuevo pueblo de Dios 1Pe 1,1 con el fin de reducir a la unidad a la humanidad dispersa Act 2,1-11. En efecto, para los cristianos la unidad de la fe triunfa sin cesar de la dispersión. Los hijos de Dios son reunidos por el sacrificio de Cristo Jn 11,52: en dondequiera que en adelante se hallen, Cristo «elevado sobre la tierra» los atrae a todos a sí Jn 12,32, dándoles el Espíritu de caridad que los une en su propio Cuerpo 1Cor 12.