Léon Bloy
Fragmento de "La salvación por los judíos"

¡Silencio!

Una voz de abajo.

Voz de destierro, infinitamente lejana, extenuada, casi muerta, que parece dilatarse al subir de las profundidades:

— La Primera Persona es aquella que habla.

— La Segunda Persona es aquella a quien se habla.

— La Tercera Persona es aquella de quien se habla.

Esa Tercer Persona soy Yo, Israel, prevalens Deo, hijo de Isaac, hijo de Abraham, engendrador y bendecidor de los Doce Léones instalados en las gradas del templo de marfil, para vigilancia del gran Rey y perpetuo recelo de las naciones.

Yo soy el Ausente de todas partes, el Extranjero en todos los países, el Disipador de la Sustancia; y mis tabernáculos están plantados en colinas tan lúgubres que hasta los reptiles de los sepulcros han fijado leyes para que los senderos de mi desierto sean borrados.

Ningún velo es comparable a mi Velo, y nadie me conoce, porque nadie, excepto el Hijo de María, ha podido adivinar el enigma infinitamente oscuro de mi condenación.

Ya en los tiempos en que parecía fuerte y glorioso, en los antiguos tiempos repletos de prodigios que precedieron al Gólgota, mis propios hijos no me reconocían y frecuentemente se negaban a recibirme, pues mi yugo es áspero y mi carga muy pesada.

Me habitué de tal manera a asumir el Arrepentimiento espantoso de Jehová, "pesaroso de haber creado los hombres y los animales" (Gen, XI, 7), y ya se ve que lo sobrellevo de la misma manera que Jesús cargó con los pecados del mundo.

He ahí por qué tengo sobre mí el polvo de tantos siglos.

Hablaré sin embargo, con autoridad de Patriarca inamisible, investido cien veces con la elocución del Todopoderoso.

No amo demasiado a los hijos de mis hijos Judá y Benjamín. Bien se ve que son la posteridad de aquellos dos engendrados por mí y a quienes en tiempos remotos comparé con animales feroces. (Gen, XLIX, 9)

Pero ellos han sufrido su castigo, y yo no rehusé ser el esposo y titular de su tremenda reprobación.

Puesto que despojé pérfidamente a mi hermano Esaú, justo era que asumiese hasta mi última descendencia la complicidad de una perfidia que prepararía la Salvación del género humano, despojándome a mí mismo de la dominación sobre todos los Imperios.

Cierto es que esos hijos miserables ignoraban que cumplían así la traslación de las imágenes y las profecías y que con su crimen sin nombre ni medida se inauguraba el reino sangriento de la Segunda Persona, sucesora de la Primera, que los había sacado del doloroso Egipto.

Es preciso que llegue ahora la Tercera Persona, cuya estampa llevo en mi rostro y cuyo advenimiento hará que se desgarren los velos de todos los templos de los hombres y todos los rebaños se confundan en la Unidad luminosa.

Pero esto no sucederá antes de verse la "abominación de la desolación en el Lugar Santo" (Dan IX 27,XI 31 ;Mt XXIV 15; Mc. XIII 14 ) ; es decir, antes de que los cristianos, tan constantes reprobadores de mis hijos infieles, hayan consumado a su vez, con mayor encarnizamiento, las atrocidades de que los acusan.

Escuchad, oh cristianos, las palabras de Israel, confidente del Espíritu de Dios.

El que es no sabe sino repetirse a sí mismo, y el Señor tiene siempre necesidad de sufrir...

Cuando el Prometido llamado Consolador venga a tomar posesión de su herencia, será preciso que Cristo os haya abandonado, puesto que declara que este Paráclito no podrá venir si él no parte antes (Jn, XVI, 7)

Y efectivamente, parecerá que os abandona un día, como su Padre abandonó Jerusalén, y a él mismo; y seréis entregados tan rigurosamente como los judíos al "oprobio sempiterno y la eterna ignominia, cuya memoria nunca se borrará" (Jer, XXIII, 39)

¿No veis que somos, desde ahora, los invitados a un mismo festín de lujuria y que estamos juntos bajo el látigo del exactor?

¿Es que no han comprendido vuestros doctores, con el tiempo que llevan instruyendoos, que las dos hermanas prostituidas de las que habla Ezequiel han sobrevivido a Jerusalén y Samaria y que se llaman hoy Sinagoga e Iglesia?

"Por haber seguido el camino de tu hermana, por eso pondré su cáliz en tu mano.
Así dice Yahve, el Señor: Beberás el cáliz de tu hermana, cáliz hondo y ancho; y serás objeto de burla y escarnio.
Serás llena de embriaguez y dolor; pues copa de horror y espanto es la copa de tu hermana mayor, guardiana infiel, que se ha manchado con las inmundicias de las naciones.
Lo beberás hasta las heces, y morderás sus pedazos, y te desgarrarás los pechos...
Y una y otra seréis entregadas al tumulto y al saqueo, apedreadas por la multitud y pasadas al filo de sus espadas... "
(Jer, XXIII, 31)

Se habrá apartado, pues, de vosotros a un tiro de piedra (Lc, XXII, 41) ese Redentor impotente para despertaros, y vuestras almas estarán desiertas de él, como los tabernáculos en sus altares en el mortificado día del Viernes doloroso.

En ese abandono de Aquel que es vuestra fuerza y vuestra esperanza, el universo humeante de espanto contemplará lo irrevelable; el tormento del Espíritu Santo perseguido por los miembros de Jesucristo.

Y la Pasión recomenzará, ya no en medio de un pueblo huraño y odioso, sino en la encrucijada y en el ombligo de todas las naciones, y los prudentes sabrán que Dios no ha cerrado sus fuentes, y que el Evangelio de sangre que creían el fin de las revelaciones era, a su vez, como un Antiguo Testamento destinado a anunciar al Paráclito de Fuego.

Este inaudito Visitante, esperado por mí durante cuatro mil años, no tendrá amigos y su miseria hará que los mendigos parezcan emperadores.

Será el mismo estiércol donde el indigente idumeo frotaba sus úlceras (Gen, XXXVI, 34); inclinándose sobre él se podrá ver el fondo del Sufrimiento y de la Abyección.

Cuando se acerque, el sol se oscurecerá y la luna se llenará de sangre; los ríos soberbios retrocederán huyendo como caballos desbocados: los muros de los palacios y de las cárceles sudarán de angustia.

Los cadáveres en descomposición comprarán poderosos perfumes a navegantes temerarios para cubrirse y preservarse de su pestilencia, y para escapar a su contacto los envenenadores de pobres y los infanticidas pedirán a las montañas que caigan sobre ellos.

Tras haber exterminado la piedad, el asco matará la ira, y ese Proscripto entre los proscriptos será silenciosamente condenado por jueces de irreprochable dulzura.

Jesús no obtuvo de los judíos más que odio - ¡y qué odio!. Los cristianos obsequiarán al Paráclito con lo que está más allá del odio.

Tan idéntico es el Enemigo a ese Lucifer, que fue llamado el Príncipe de las Tinieblas, que es casi imposible - aún en pleno éxtasis beatífico - distinguirlos...

Que aquel que pueda comprender, comprenda.

La Madre de Cristo ha sido llamada Esposa de ese Desconocido, de quien la Iglesia tiene miedo, y seguramente por esta razón la Virgen prudentísima es invocada con los títulos de Estrella de la mañana y Bajel espiritual.

Será necesario, sin embargo, para operar el "desencadenamiento" del Abismo, que esta Iglesia de los Confesores y los Mártires, arrodillada a los pies de María, renueve contra el Espíritu Creador -con pacífica ferocidad- el desencadenamiento de la Sinagoga.

Pero el corazón de los hombres se secaría ante el pensamiento de ese ardiente solsticio del verano del mundo, en que la Esencia misma del Fuego rugirá en las Siete hogueras del Amor victorioso y en que la sórdida higuera, regada tanto tiempo con inmundicias (Lc., XIII, 6), se verá al fin obligada a dar el único Fruto de delicia y consuelo, capaz de detener los vómitos de Dios.

Nada impedirá entonces que el Crucificado descienda, puesto que la Cruz de su oprobio es precisamente la imagen y semejanza infinita del Liberador vagabundo a quien llamó diecinueve siglos. Y seguramente también se comprenderá entonces que yo mismo, de los pies a la cabeza, soy esa Cruz ...

Porque la Salvación del mundo está clavada en mí, Israel, y es de Mí de donde debe "descender".