Nos toca ahora tratar de la gracia gratis dada que consiste en la
elocución, de la cual se dice en 1 Cor 12,8: A uno le es dada por
el Espíritu la palabra de sabiduría, a otro la palabra de
ciencia.
Sobre esto se plantean dos problemas:
Artículo 1:
¿Consiste en la elocución alguna gracia gratis dada?
lat
Objeciones por las que parece que ninguna gracia gratis dada consiste
en la elocución.
1. La gracia se concede para realizar algo que está por encima de la
naturaleza. Pero la razón natural inventó el arte de la retórica, con
la cual puede uno hablar de modo que enseñe, deleite y mueva,
como dice San Agustín en IV De Doct. Christ.. Esto pertenece a la gracia de la elocución, la cual, por tanto, no
parece ser ninguna gracia gratis dada.
2. Toda gracia pertenece al reino de Dios. Pero el Apóstol
dice en 1 Cor 4,20: Que no está en palabras el reino de Dios, sino
en realidades. Luego ninguna gracia gratis dada consiste en el
discurso.
3. Ninguna gracia se concede por méritos, ya que, si
por obras, ya no es gracia, como se dice en Rom 11,6. Pero el
discurso se concede por los méritos, ya que San Gregorio, al exponer el salmo 118,43: No apartes de mi boca las palabras de
verdad, escribe: El Dios omnipotente concede la palabra de
verdad a los que obran y se la quita a los que no obran. Por
tanto, parece que el don del discurso no es una gracia gratis
dada.
4. Y además: del mismo modo que es necesario que el hombre, mediante
el discurso, pronuncie lo que toca al don de sabiduría o de ciencia,
también ha de pronunciar lo referente a la virtud de la fe. Luego si
consideramos la palabra de ciencia y la palabra de
sabiduría como gracias gratis dadas, debemos también considerar
como gracia gratis dada, por el mismo motivo, la palabra de la
fe.
Contra esto: está lo que se dice en Eclo 6,5: La lengua graciosa
abundará en el hombre bueno.
Respondo: Las gracias gratis dadas se conceden
para utilidad de los demás, como dijimos antes (1-2 q.111 a.1.4). En
cambio, el conocimiento que uno recibe de Dios sólo puede hacerse útil
a los demás mediante el discurso. Y dado que el Espíritu Santo no
falta en aquello que pueda ser útil a la Iglesia, también asiste a los
miembros de ésta en lo que se refiere al discurso, no sólo para que
alguien hable de tal modo que pueda ser comprendido por muchos, lo
cual pertenece al don de lenguas, sino para que lo haga con eficacia,
lo cual pertenece al don de elocución. Y esto bajo tres
aspectos. En primer lugar, para instruir el entendimiento, lo cual se
realiza cuando uno habla para enseñar. En segundo lugar, para
mover el afecto en orden a que oiga con gusto la palabra de Dios, lo
cual tiene lugar cuando uno habla para deleitar a los oyentes
y no debe hacerse para utilidad propia, sino buscando el atraer a los
hombres a que oigan la palabra de Dios. En tercer lugar, buscando el
que se amen las cosas significadas en las palabras y se cumplan, lo
cual tiene lugar cuando uno habla para emocionar a los oyentes.
Para lograr esto, el Espíritu Santo utiliza como instrumento la lengua
humana, mientras que El mismo completa interiormente la obra. De ahí
que San Gregorio diga en la Homilía de Pentecostés: Si el Espíritu Santo no llena los
corazones de los oyentes, la voz de los maestros suena en vano en los
oídos corporales.
A las objeciones:
1. Así como Dios puede actuar, a
veces, milagrosamente, de un modo más excelente que la misma
naturaleza, así también el Espíritu Santo realiza de un modo más
perfecto, por medio del don de discurso, aquello que el arte puede
realizar menos perfectamente.
2. El Apóstol, en el pasaje
aducido, habla del discurso en cuanto que se basa en la elocuencia
humana, sin recurrir a la acción del Espíritu Santo. Por eso había
dicho antes (v.19): Conoceré, no las palabras de los que se
hinchan, sino su eficacia. Y de sí mismo había dicho antes, en
2,4: Mi palabra y mi predicación no fue en persuasivos discursos
de humana sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu.
3. Como ya notamos antes (In
corp.), la gracia del discurso se concede a uno para la utilidad
de los otros. Por eso a veces es sustraída por culpa del oyente, y
otras veces por culpa del mismo que habla. Pero las buenas obras de
unos y otros no merecen directamente esta gracia, sino que únicamente
apartan los impedimentos de la misma, porque incluso la gracia
santificante se quita por la culpa y, sin embargo, no se merece por
las buenas obras, las cuales, no obstante, apartan aquello que puede
impedir la gracia.
4. Como ya observamos (In
corp.), la gracia del discurso se ordena a los demás. Ahora bien:
el que uno comunique su fe a otros se realiza mediante el discurso de
la ciencia o sabiduría. Por eso dice San Agustín, en XII De
Trin., que saber cómo la fe ayuda a los
piadosos y se defiende contra los impíos parece que es lo que el
Apóstol llama ciencia. Por eso no fue preciso que pusiera la
palabra fe, sino que le bastó la palabra ciencia y
sabiduría.
Artículo 2:
¿Pertenece también a las mujeres la gracia de la palabra de sabiduría
y de ciencia?
lat
Objeciones por las que parece que la gracia de la palabra de
sabiduría y de ciencia pertenece también a las mujeres.
1. Es propio de esta gracia también el enseñar, como dijimos antes
(a.1). Ahora bien: el enseñar compete a la mujer, puesto que, en Prov
4,3-4, podemos leer: Era yo unigénito delante de mi madre, que me
enseñaba. Luego esta gracia es propia de las mujeres.
2. La gracia de profecía es más excelente que la del
discurso, así como es mejor la contemplación de la verdad que su
anuncio. Pero a las mujeres se les concede la profecía, tal como se
dice, en Jud 4,4, de Débora; en 4 Re 22,14, de Holda, profetisa,
mujer de Selum, y,en Act 21,9, de las cuatro hijas de Felipe.
También dice el Apóstol, en 1 Cor 11,5: Toda mujer que ora o
profetiza... Parece, pues, que, con mucha mayor razón, es propio
de las mujeres la gracia de la palabra.
3. Leemos en 1 Pe 4,10: Cada uno administre en provecho
mutuo la gracia que ha recibido. Pero algunas mujeres reciben la
gracia de la ciencia y de la sabiduría y no pueden comunicarla sino
con el don de la palabra. Luego el don de la palabra es propio de la
mujer.
Contra esto: están las palabras del Apóstol en 1 Cor 14,34: Las
mujeres callen en la Iglesia, y en 1 Tim 2,12: No permito que
la mujer enseñe. Pero esto es parte esencial del don de la
palabra. Por consiguiente, éste no compete a las mujeres.
Respondo: Puede hacerse uso de la palabra de
dos modos. Primero, de un modo privado, hablando familiarmente para
uno o para pocos. De este modo pueden las mujeres hacer uso de la
palabra. En segundo lugar, hablando en público a toda la Iglesia. Y
esto no compete a las mujeres. En primer lugar, y sobre todo, por la
condición del sexo femenino, que ha de estar sujeto al masculino, como
se dice en Gén 3,16. Ahora bien: el enseñar o aconsejar públicamente
en la Iglesia no es propio de los súbditos, sino de los prelados. No
obstante, los súbditos varones pueden desempeñar esta función si son
comisionados para ella, ya que no están bajo otro por razón de su sexo
natural, sino por alguna otra circunstancia accidental. En segundo
lugar, para evitar que el ánimo de los hombres sea movido hacia la
liviandad, puesto que se dice en Eclo 9,11: Su conversación es
como fuego que quema. En tercer lugar, porque generalmente las
mujeres no alcanzan la perfección de la sabiduría de
tal modo que pueda encomendárseles convenientemente la enseñanza
pública.
A las objeciones:
1. El texto aducido habla de la
enseñanza en privado, impartida por la madre a sus
hijos.
2. Lo esencial en la gracia de la
profecía es la iluminación de la mente por Dios, y bajo este aspecto
no hay diferencia de sexo, según se dice en Col 3,10: Y vestíos
del nuevo hombre, que sin cesar se renueva para lograr el perfecto
conocimiento según la imagen de su creador: allí no hay varón ni
hembra. Pero el don de la palabra se refiere a la instrucción de
los hombres, entre los cuales se da la diferencia de sexo. Luego no
hay paridad en la argumentación.
3. Algunos administran de
diversas maneras las gracias recibidas de Dios, conforme a la distinta
condición de ellos mismos. Por eso las mujeres, si poseen el don de
sabiduría o de ciencia, pueden administrarlo para ejercer una
instrucción privada, no pública.