1. A ejemplo de Dios y de su santidad.
Si «entre los dioses no hay ninguno como Yahveh» y si «nada semeja a sus obras» Sal 86,8, ¿cómo podría el hombre imitar a Dios? Sin embargo, creado a imagen de Dios mismo Gen 1,27, asemejándosele en su ser, debe imitarle en su acción. Se le asemejará en primer lugar gracias al culto, pues según la creencia común uno viene a ser semejante al que adora: vanidad con los ídolos Sal 115,8 2Re 17,15 Jer 2,5, santo con Yahveh, cuyo culto debe copiar un modelo celeste Ex 25,40 26,30. Debe luego asemejársele, sobre todo, en su existencia misma: «Sed santos porque yo, Yahveh, soy santo» Lev 19,2. El pueblo elegido debe, pues, seguir a Yahveh Dt 13,5, es decir, caminar por el camino del amor y de la fidelidad que traza Dios en persona Sal 25,9s 26,3 Ex 34,6, en una justicia llena de amor, cuyo modelo halla en Dios Dt 15,12-15 Jer 9,23 Miq 6,8, y hasta en la observancia del reposo sabático, del que dio ejemplo el Creador Ex 20,11. Pero, fuera de algunos justos propuestos a la imitación de los judíos Eclo 44-50, ¿se puede decir que Israel fuera fiel a las prescripciones de la ley y al llamamiento de los profetas? El ejemplo estaba a su alcance, muy cerca de él Dt 30,14, pero era preciso que su corazón fuera cambiado interiormente para convertirse en el de un hijo que imita a su Padre.
2. A ejemplo de Cristo y de su caridad.
Jesús no se contentó con repetir el mandamiento: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» Mt 5,48, sino que vino al mundo para dar una fisonomía al modelo divino. Siendo «la imagen del Dios invisible» Col 1,15, al que sólo él conoce Mt 11,27, «el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino lo que ve hacer al Padre» Jn 5,19, «dice lo que ha visto en su Padre» 8,38, realiza las obras que el Padre le dio hacer 5,36. Ver al Hijo es ver al Padre 14,9. Así ahora ya imitar al Padre es imitar al Hijo. No ya que se trate sencillamente de copiar un modelo celestial, del que, por lo demás, sólo se puede reproducir una sombra Heb 8,5, sino que hay que responder a la predestinación divina: «ser conformes con la imagen del Hijo» Rom 8,29. El discípulo participa en los gestos mismos de Jesús y en el amor que los anima; en efecto, el ejemplo mayor que nos dejó fue el del amor que va hasta el sacrificio total Jn 13,15.34; por otra parte, la imitación sólo está a nuestro alcance si el maestro nos da su Espíritu; así viene a ser posible seguir sus huellas en su pasión Jn 13,36 1Pe 2,21 e incluso realizar las obras hechas por Jesús e incluso mayores Jn 14,12.
3. El ejemplo cristiano.
Las obras del discípulo son a su vez ejemplos para todos Mt 5,14ss. De ello no debiera dimanar la menor vanagloria, pues, a diferencia de la actitud farisaica Mt 6,1-18 23,5 Jn 12,43, el creyente, a ejemplo de Jesús que no busca la gloria del Padre Jn 8,49s, piensa únicamente en manifestar el amor mismo del Padre que él ha recibido por el Hijo Jn 17,26. Entonces se realiza la paradoja que a menudo repite Pablo: «Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo» 1Cor 11,1. Es lo que hicieron los tesalonicenses, que a su vez resultaron «modelo para los creyentes de Macedonia y de Acaya» 1Tes 1,7. Si Pablo pudo ser su modelo e irradiar así por medio de ellos, fue sin duda porque se «hizo semejante a ellos» Gal 4,12, «todo a todos» 1Cor 9,19-22, pero sobre todo porque su vida es conforme con la pasión de Cristo Flp 3,17s. Imitar al Apóstol es, pues, imitar a Cristo y por él al Padre. En fin, es revelar lo que un día seremos cuando, en la manifestación final, «seremos semejantes a Dios» por razón de nuestra condición de hijos de Dios 1Jn 3,2.