1. El antiguo diluvio.
El recuerdo de una inundación catastrófica, que se remonta a un pasado muy lejano, fue conservado y agrandado por leyendas sumero-babilónicas de fechas diversas. A la luz de la fe monoteísta, la tradición bíblica hizo una selección de los materiales de esta herencia popular y los cargó de enseñanza moral y religiosa. Lo que se atribuía al capricho de los dioses celosos, aparece ya como obra justa del Dios único; la idea de desastre cede el puesto a la de depuración con miras a una salvación, representada por el arca liberadora; más allá de las fuerzas irresponsables resalta un juicio divino que hiere al pecador y hace del justo la simiente de una humanidad nueva. La aventura de Noé cesa así de ser un episodio accidental; resume y simboliza toda la historia de Israel y la historia misma de la humanidad.
Sólo a Noé se llama justo Gen 7,1, pero, como Adán, representa a todos los suyos y los salva juntos con él Gen 7,1.7.13. Con esta elección gratuita se reserva Dios un pequeño resto, los que salen indemnes, que serán el tronco de un pueblo nuevo. Si el corazón del hombre que ha sido salvado es todavía proclive al pecado, Dios, no obstante, se declara desde ahora paciente: su misericordia se opone al castigo puramente vindicativo y abre la vía a la conversión Gen 8,15-22. El juicio por las aguas aboca así a una alianza que asegura la fidelidad de Dios a la humanidad entera al mismo tiempo que a la familia de Noé Gen 9,1-17.
2. Figura del futuro.
La teología profética reconoció en el diluvio, como en la liberación por las aguas del mar Rojo en el momento del éxodo, el tipo mismo de los juicios salvíficos de Dios. La vuelta del exilio, del resto, que será la simiente de un pueblo nuevo, aparece no sólo como un nuevo éxodo, sino como la reiteración de la obra de Noé al salir del arca: «En un amor eterno me apiadé de ti, dice Yahveh, tu redentor. Será como al tiempo de Noé, en que juré que nunca más las aguas de Noé sumergerían a la tierra» Is 54,7ss. Los sabios evocan la idea de un juicio saludable: «Noé fue hallado enteramente justo y en el tiempo de la cólera fue retoño. Por él se conservó un resto en la tierra cuando ocurrió el diluvio; alianzas eternas hizo Dios con él» Eclo 44,17s Sab 10,4s 14,6. Las imágenes mesiánicas del retoño y del resto hacen ya a Noé figura de Jesucristo, que será un día el principio de una nueva creación.
3. El diluvio de los tiempos nuevos.
Para anunciar el juicio escatológico evoca Jesús el diluvio Mt 24,37ss. Por lo demás, este juicio se anticipa ya acá en la tierra. En efecto, Cristo, como un nuevo Noé, penetró en las grandes aguas de la muerte y salió de ellas vencedor con una multitud de gentes salidas indemnes. Los que se sumergen en el agua del bautismo, salen de ella salvos y configurados con Cristo resucitado 1Pe 3,18-21. Si, pues, el diluvio prefigura el bautismo, el arca liberadora puede aparecer a los ojos de los padres como la figura de la Iglesia que flota sobre las aguas de un mundo pecador y que recoge a todos los que «quieren salvarse de esta generación perversa» Act 2,40.
Sin embargo, todavía no ha venido el juicio final que amenaza a los impíos. Como en los días del diluvio, esta dilación manifiesta la paciente misericordia de Dios; el juicio escatológico está suspendido en espera de que la comunidad mesiánica realice su plenitud 2Pe 2,5.9 3,8s. El autor de la segunda epístola de Pedro distingue, a través de las imágenes apocalípticas de su tiempo, tres etapas en la historia de la salvación: el mundo antiguo que fue juzgado por el agua, el mundo presente que perecerá por el fuego y el mundo futuro con sus nuevos cielos y su nueva tierra 2Pe 3,5ss.11ss. La antigua alianza con Noé se realizará así plenamente en un orden nuevo, en el que la obra creadora de Dios logre hacer vivir en armonía al hombre y al universo purificados.