Las Moradas Santa Teresa de Jesús
En que dice un efecto de la oración que está dicha en el
capítulo pasado. Y en qué se entenderá que es verdadera
y no engaño. Trata de otra merced que hace el Señor
al alma para emplearla en sus alabanzas.
1. De estas mercedes tan grandes queda el alma tan deseosa de gozar del todo
al que se las hace, que vive con harto tormento, aunque sabroso; unas ansias
grandísimas de morirse, y así, con lágrimas muy ordinarias
pide a Dios la saque de este destierro.
Todo la cansa cuanto ve en él;
en viéndose a solas tiene algún alivio, y luego acude esta
pena, y en estando sin ella, no se hace. En fin, no acaba esta mariposica
de hallar asiento que dure; antes, como anda el alma tan tierna del amor,
cualquier ocasión que sea para encender más ese fuego la hace
volar; y así en esta morada son muy continuos los arrobamientos, sin
haber remedio de excusarlos, aunque sea en público, y luego las
persecuciones y murmuraciones, que aunque ella quiera estar sin temores no
la dejan, porque son muchas las personas que se los ponen, en especial los
confesores.
2. Y aunque en lo interior del alma parece tiene gran seguridad por una parte,
en especial cuando está a solas con Dios, por otra anda muy afligida;
porque teme si la ha de engañar el demonio de manera que ofenda a
quien tanto ama, que de las murmuraciones tiene poca pena, si no es cuando
el mismo confesor la aprieta, como si ella pudiese más.
No hace sino
pedir a todos oraciones y suplicar a Su Majestad la lleve por otro camino,
porque le dicen que lo haga, porque éste es muy peligroso; mas como
ella ha hallado por él tan gran aprovechamiento, que no puede dejar
de ver que le lleva, como lee y oye y sabe por los mandamientos de Dios el
que va al cielo
[1], no lo acaba de desear, aunque quiere, sino dejarse en
sus manos.
Y aun este no lo poder desear le da pena, por parecerle que no
obedece al confesor; que en obedecer y no ofender a nuestro Señor
le parece que está todo su remedio para no ser engañada; y
así no haría un pecado venial de advertencia porque la hiciesen
pedazos, a su parecer; y aflígese en gran manera de ver que no se
puede excusar de hacer muchos sin entenderse.
3. Da Dios a estas almas un deseo tan grandísimo de no le descontentar
en cosa ninguna, por poquito que sea, ni hacer una imperfección, si
pudiese, que por solo esto, aunque no fuese por más, querría
huir de las gentes y ha gran envidia a los que viven y han vivido en los
desiertos.
Por otra parte, se querría meter en mitad del mundo, por
ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios; y si
es mujer, se aflige del atamiento que le hace su natural porque no puede
hacer esto, y ha gran envidia a los que tienen libertad para dar voces,
publicando quién es este gran Dios de las Caballerías
[2].
4. ¡Oh pobre mariposilla, atada con tantas cadenas, que no te dejan
volar lo que querrías! Habedla lástima, mi Dios; ordenad ya
de manera que ella pueda cumplir en algo sus deseos para vuestra honra y
gloria.
No os acordéis de lo poco que lo merece y de su bajo natural.
Poderoso sois Vos, Señor, para que la gran mar se retire y el gran
Jordán, y dejen pasar los hijos de Israel
[3].
No la hayáis
lástima, que, con vuestra fortaleza ayudada, puede pasar muchos trabajos;
ella está determinada a ello y los desea padecer. Alargad, Señor,
vuestro poderoso brazo, no se le pase la vida en cosas tan bajas
[4].
Parézcase vuestra grandeza en cosa tan femenil y baja, para que,
entendiendo el mundo que no es nada de ella, os alaben a Vos, cuéstele
lo que le costare, que eso quiere, y dar mil vidas porque un alma os alabe
un poquito más a su causa, si tantas tuviera; y las da por muy bien
empleadas y entiende con toda verdad que no merece padecer por Vos un muy
pequeño trabajo, cuánto más morir
[5].
5. No sé a qué propósito he dicho esto, hermanas, ni
para qué, que no me he entendido. Entendamos que son estos los efectos
que quedan de estas suspensiones o éxtasis, sin duda ninguna; porque
no son deseos que se pasan sino que están en un ser, y cuando se ofrece
algo en que mostrarlo se ve que no era fingido.
¿Por qué digo
estar en un ser? Algunas veces se siente el alma cobarde, y en las
cosas más bajas, y atemorizada y con tan poco ánimo que no
le parece posible tenerle para cosa: entiendo yo que la deja el Señor
entonces en su natural para mucho mayor bien suyo; porque ve entonces que,
si para algo le ha tenido, ha sido de Su Majestad, con una claridad que la
deja aniquilada a sí y con mayor conocimiento de la misericordia de
Dios y de su grandeza, que en cosa tan baja la ha querido mostrar. Mas, lo
más ordinario, está como antes hemos dicho
[6].
6. Una cosa advertid, hermanas, en estos grandes deseos de ver a nuestro
Señor: que aprietan algunas veces tanto que es menester no ayudar
a ellos, sino divertiros, si podéis digo; porque en otros que diré
adelante
[7], en ninguna manera se puede, como veréis.
En estos primeros,
alguna vez sí podrán, porque hay razón entera para
conformarse con la voluntad de Dios, y decir lo que decía San
Martín;
[8] y podráse volver la consideración si mucho
aprietan; porque como es, al parecer, deseo que ya parece de personas muy
aprovechadas, ya podría el demonio moverle, porque pensásemos
que lo estamos, que siempre es bien andar con temor.
Mas tengo para mí
que no podrá poner la quietud y paz que esta pena da en el alma, sino
que será moviendo con él alguna pasión, como se tiene
cuando por cosas del siglo tenemos alguna pena.
Mas a quien no tuviere
experiencia de lo uno y de lo otro, no lo entenderá, y pensando es
una gran cosa, ayudará cuanto pudiere, y haríale mucho daño
a la salud: porque es continua esta pena, o al menos muy ordinaria.
7. También advertid que suele causar la complexión flaca cosas
de estas penas, en especial si es en unas personas tiernas que por cada cosita
lloran; mil veces las hará entender que lloran por Dios, que no sea
así. Y aun puede acaecer ser cuando viene una multitud de lágrimas,
digo, por un tiempo que a cada palabrita que oiga o piense de Dios no se
puede resistir de ellas) haberse allegado algún humor al corazón,
que ayuda más que el amor que se tiene a Dios, que no parece han de
acabar de llorar; y como ya tienen entendido que las lágrimas son
buenas, no se van a la mano ni querrían hacer otra cosa, y ayudan
cuanto pueden a ellas.
Pretende el demonio aquí que se enflaquezcan
de manera, que después ni puedan tener oración ni guardar su
Regla.
8. Paréceme que os estoy mirando cómo decís que qué
habéis de hacer, si en todo pongo peligro, pues en una cosa tan buena
como las lágrimas, me parece puede haber engaño; que yo soy
la engañada; y ya puede ser, mas creed que no hablo sin haber visto
que le puede haber en algunas personas, aunque no en mí; porque no
soy nada tierna, antes tengo un corazón tan recio, que algunas veces
me da pena; aunque cuando el fuego de adentro es grande, por recio que sea
el corazón, destila como hace una alquitara; y bien entenderéis
cuándo vienen las lágrimas de aquí, que son más
confortadoras y pacifican, que no alborotadoras, y pocas veces hacen mal.
El bien es en este engaño cuando lo fuere que será
daño del cuerpo digo, si hay humildad y no del alma; y cuando no le
hay, no será malo tener esta sospecha
[9].
9. No pensemos que está todo hecho en llorando mucho, sino que echemos
mano del obrar mucho y de las virtudes, que son las que nos han de hacer
al caso, y las lágrimas vénganse cuando Dios las enviare, no
haciendo nosotras diligencias para traerlas.
Estas dejarán esta tierra
seca regada, y son gran ayuda para dar fruto; mientras menos caso
hiciéremos de ellas, más, porque es agua que cae del cielo;
la que sacamos cansándonos en cavar para sacarla, no tiene que ver
con ésta, que muchas veces cavaremos y quedaremos molidas, y no hallaremos
ni un charco de agua, cuánto más pozo manantial.
Por eso, hermanas,
tengo por mejor que nos pongamos delante del Señor y miremos su
misericordia y grandeza y nuestra bajeza, y dénos El lo que quisiere,
siquiera haya agua, siquiera sequedad: El sabe mejor lo que nos conviene.
Y con esto andaremos descansadas y el demonio no tendrá tanto lugar
de hacernos trampantojos.
10. Entre estas cosas penosas y sabrosas juntamente da nuestro Señor
al alma algunas veces unos júbilos y oración extraña,
que no sabe entender qué es.
Porque si os hiciere esta merced, le
alabéis mucho y sepáis que es cosa que pasa, la pongo aquí.
Es, a mi parecer, una unión grande de las potencias, sino que las
deja nuestro Señor con libertad para que gocen de este gozo, y a los
sentidos lo mismo, sin entender qué es lo que gozan y cómo
lo gozan.
Parece esto algarabía, y cierto pasa así, que es
un gozo tan excesivo del alma, que no querría gozarle a solas, sino
decirlo a todos para que la ayudasen a alabar a nuestro Señor, que
aquí va todo su movimiento. ¡Oh, qué de fiestas haría
y qué de muestras, si pudiese, para que todos entendiesen su gozo!
Parece que se ha hallado a sí, y que, como el padre del hijo
pródigo, querría convidar a todos y hacer grandes fiestas
[10],
por ver su alma en puesto que no puede dudar que está en seguridad,
al menos por entonces.
Y tengo para mí que es con razón; porque
tanto gozo interior de lo muy íntimo del alma, y con tanta paz, y
que todo su contento provoca a alabanzas de Dios, no es posible darle el
demonio.
11. Es harto, estando con este gran ímpetu de alegría, que
calle y pueda disimular, y no poco penoso. Esto debía sentir San
Francisco, cuando le toparon los ladrones, que andaba por el campo dando
voces y les dijo que era pregonero del gran Rey
[11], y otros santos que
se van a los desiertos por poder pregonar lo que San Francisco estas alabanzas
de su Dios.
Yo conocí uno llamado fray Pedro de Alcántara
que creo lo es, según fue su vida, que hacía esto
mismo, y le tenían por loco los que alguna vez le oyeron
[12].
¡Oh,
qué buena locura, hermanas, si nos la diese Dios a todas! Y
¡qué mercedes os ha hecho de teneros en parte que, aunque el
Señor os haga ésta y deis muestras de ello, antes será
para ayudaros que no para murmuración, como fuerais si estuvierais
en el mundo, que se usa tan poco este pregón, que no es mucho que
le murmuren!
12. ¡Oh desventurados tiempos y miserable vida en la que ahora vivimos,
y dichosas a las que les ha cabido tan buena suerte, que estén fuera
de el.
Algunas veces me es particular gozo, cuando estando juntas, las veo
a estas hermanas tenerle tan grande interior, que la que más puede,
más alabanzas da a nuestro Señor de verse en el monasterio;
porque se les ve muy claramente que salen aquellas alabanzas de lo interior
del alma.
Muchas veces, querría, hermanas, hicieseis esto, que una
que comienza despierta a las demás. ¿En qué mejor se puede
emplear vuestra lengua cuando estéis juntas que en alabanzas de Dios,
pues tenemos tanto por qué se las dar?
13. Plega a Su Majestad que muchas veces nos dé esta oración,
pues es tan segura y gananciosa; que adquirirla no podremos, porque es cosa
muy sobrenatural; y acaece durar un día, y anda el alma como uno que
ha bebido mucho, mas no tanto que esté enajenado de los sentidos;
o un melancólico, que del todo no ha perdido el seso, mas no sale
de una cosa que se le puso en la imaginación ni hay quien le saque
de ella.
Harto groseras comparaciones son éstas para tan preciosa causa, mas
no alcanza otras mi ingenio; porque ello es así que este gozo la tiene
tan olvidada de sí y de todas las cosas, que no advierte ni acierta
a hablar, sino en lo que procede de su gozo, que son alabanzas de Dios.
Ayudemos a esta alma, hijas mías, todas. ¿Para qué queremos
tener más seso?; ¿qué nos puede dar mayor contento? ¡Y
ayúdennos todas las criaturas, por todos los siglos de los siglos,
amén, amén, amén!
contacto: hgonzalez@gmail.com