Entonces se acercó a El la madre de los hijos del Zebedeo con sus hijos, adorándole y pidiéndole alguna cosa. El le dijo: "¿Qué quieres?" Ella le dijo: "Di que estos mis dos hijos se sienten en tu reino, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda". Y respondiendo Jesús, dijo: "No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber?" Dícenle: "Podemos". Díjoles: "En verdad beberéis mi cáliz: mas el estar sentados a mi derecha o a mi izquierda, no me pertenece a Mí el darlo a vosotros, sino a los que está preparado por mi Padre". (vv. 20-23)
San Jerónimo
Como había dicho el Señor que "El resucitaría al tercero día", creyó una mujer que el Señor reinaría después de resucitado y con la curiosidad propia de su sexo, desea, sin acordarse de lo que había de realizarse después, lo que ella ve como presente. Por eso dice: "Entonces se acercó a El", etc.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 35
Esta mujer es Salomé, la madre de los hijos del Zebedeo; así es llamada por otro evangelista y su nombre significa pacífica y realmente lo era, porque fue madre de los hijos de la paz. Lo que realza más a esta mujer es que no solamente sus hijos abandonaron a su padre, sino que ella misma dejó a su esposo y siguió a Cristo. Su marido podía vivir sin ella, pero ella no podía salvarse sin Cristo. También se puede decir que Zebedeo había muerto en el tiempo que media entre la vocación de los apóstoles y la pasión del Señor. Ella, a pesar de su sexo débil y de una edad en que ya no tenía fuerzas, seguía a Cristo, porque la fe no envejece, ni la religión se fatiga. Su naturaleza la hizo atrevida para pedir y por eso dice: "Adorándole y pidiéndole alguna cosa"; es decir, que ella pide con el respeto debido que se le dé lo que pide. Sigue: "El la dijo: ¿Qué quieres?" Pregunta el Señor, no porque ignore lo que ella quiere, sino a fin de convencerla, exponiendo ella su petición, de la imposibilidad de su demanda. Por eso se añade: "Ella dijo: Di que estos mis dos hijos se sienten", etc.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,64
Marcos pone en boca de los hijos del Zebedeo lo que San Mateo presenta como cosa dicha por la madre, no habiendo hecho ésta más que trasmitir los deseos de sus hijos al Señor. De aquí resulta que San Marcos, para abreviar, puso en boca de los hijos las palabras de la madre ( Mc 10).
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 65,2
Ellos se veían más honrados que otros y habían oído aquellas palabras: "Os sentaréis sobre doce tronos". Por eso exigían el trono más elevado y creían que eran superiores en dignidad para con Cristo a los otros. Sin embargo, temían la preferencia de Pedro; por esta razón dice otro evangelista que ellos imaginaban, cuando estaban cerca de Jerusalén, que ya estaban a las puertas del Reino de Dios, es decir, que el Reino era una cosa sensible. De esto debemos concluir que ellos no pedían ninguna cosa espiritual ni se elevaban hasta la contemplación de un reino superior.
Orígenes, homilia 12 in Matthaeum
Así como en los reinos del mundo se tienen por más honrados los que se sientan junto al rey, no es de admirar que una mujer, en su natural sencillez e inexperiencia, creyera que estaba en el deber de hacer esa petición al Señor. Hasta los mismos hermanos, por su imperfección, no tenían ideas más elevadas sobre el Reino de Cristo y abrigaban los mismos sentimientos con respecto a los que se sentarán con Jesús.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 35
O de otra manera, no aplaudimos la petición de esta mujer; pero sí decimos que no deseaba para sus hijos los bienes terrenales, sino los celestiales. Porque no eran sus sentimientos como el de las demás madres, que aman los cuerpos de sus hijos y desprecian sus almas, desean que sean apreciados en este mundo y no se cuidan de lo que puedan sufrir en el otro, dando a entender con este proceder que son madres de cuerpos y no de almas. Y yo creo que estos mismos hermanos, cuando oyeron al Señor hablar sobre su pasión y resurrección, comenzaron a decir en su interior, puesto que eran fieles. Ved cómo el Rey del cielo baja a los reinos de los infiernos para destruir el reino de la muerte. Pero después de terminada su victoria, ¿qué le queda por hacer si no el recibir la gloria de su Reino?
Orígenes, homilia 12 in Matthaeum
Después de haber destruido Cristo el pecado que reinaba en nuestros cuerpos mortales y todo el poder de los espíritus infernales, recibe en medio de los hombres la corona de su Reino, que para El equivale a sentarse en el trono de su gloria. Porque el obrar El con todo su poder a derecha y a izquierda, no es otra cosa que destruir todo el mal que ante El se presenta y es indudable que entre los que se aproximan a Cristo, aquellos que más sobresalen son los que están a su derecha y los que menos a su izquierda. La derecha de Cristo, ved si lo podéis comprender, es toda criatura invisible y la izquierda la visible y corporal. Entre los que se aproximan a Cristo hay algunos que se colocan a su derecha, como son las cosas inteligibles y otros a su izquierda, como son las sensibles.
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 35
¿Cómo aquel que se entregó a sí mismo a los hombres, no hará partícipes de su Reino a los hombres? Es reprensible la negligencia en pedir cuando no hay duda de la misericordia del que da. Si pedimos al Maestro, probablemente moveremos los corazones de los demás hermanos. Porque, aunque no los pueda vencer el placer carnal, puesto que ya están como regenerados por el espíritu, pueden, sin embargo, conmoverse dado que aún tienen sentimientos carnales. Luego pongamos en nuestro lugar a nuestra madre, para que en su nombre pida por nosotros. Porque si ella es reprensible, fácilmente será perdonada. Su mismo sexo la excusa de todo error y si ella no fuere importuna, alcanzará con más facilidad cuanto pida para sus hijos. Porque el Señor, que ha llenado el corazón maternal de cariño para con sus hijos, escuchará con más facilidad los sentimientos de la madre. Entonces el Señor, que conoce las cosas que están ocultas, no contesta a las palabras de la madre sino a la intención de los hijos que inspiraron esa súplica. El deseo de ellos era efectivamente bueno, pero su petición inconsiderada. De ahí es que, aunque no debían obtener nada, sin embargo no merecían ser reprendidos por su sencilla petición nacida del amor que tenían al Señor. Por esto el Señor solamente les reprende su ignorancia: "Y respondiendo Jesús, dijo: No sabéis lo que pedís".
San Jerónimo
No es extraño que el Señor reprenda su ignorancia, habiendo dicho de Pedro ( Lc 9,33): "No sabía lo que decía".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 35
Porque el Señor permite con frecuencia que los discípulos digan o piensen algunas cosas inconvenientes con el objeto de tener en ello una ocasión para enseñarles alguna regla de piedad, comprendiendo que en su presencia no podía traer ningún mal resultado el error que ellos cometían y que la doctrina que con este motivo les exponía edificaba, no sólo para el presente, sino también para el porvenir.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 65,2
El Señor les responde de esa manera, o bien para manifestarles que lo que pedían no era un bien espiritual, o bien para hacerles ver que si ellos hubieran comprendido lo que pedían, jamás se hubieran atrevido a hacer una petición cuya realización excede a las más elevadas virtudes.
San Hilario, in Matthaeum, 20
Tampoco saben lo que piden porque no podía ser objeto de duda alguna la gloria de los apóstoles. Y las palabras que preceden indican de un modo terminante que serán ellos los jueces del mundo ( Hch 19).
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 35
O también: "No sabéis lo que pedís", que equivale a decir: Yo os he llamado desde el lado izquierdo a mi derecha y vosotros, por elección vuestra, queréis volver a pasar a la izquierda y quizás la mujer fuera la causa de esta elección. El diablo puso en juego sus acostumbradas armas: la mujer; y así como por una mujer despojó a Adán, así también quiso separar a los discípulos por sugestión de una madre. Pero desde que la salvación del mundo vino de una mujer, ya no podía perder a los santos por una mujer. O también dice: "No sabéis lo que pedís". Porque no solamente debemos pensar en la gloria que podemos conseguir sino también en el modo de evitar las consecuencias del pecado. Porque en las batallas del mundo difícilmente vence el que no piensa más que en el botín de la victoria. Por eso debieron ellos haber hecho esta petición: "Danos el auxilio de tu gracia para que triunfemos de todo mal".
Rábano
No sabían lo que pedían aquellos que pretendían del Señor el trono de una gloria que aún no merecían. Se complacen ante la perspectiva de la cumbre del honor pero les falta ejercitarse antes en el camino del trabajo. Por eso añade: "Podéis beber el cáliz".
San Jerónimo
Por cáliz se entiende en la Escritura Santa la pasión, como en el Salmo: "Tomaré el cáliz de la salud" ( Sal 115,13) y a continuación dice lo que es este cáliz: "La muerte de los santos es preciosa en la presencia del Señor" ( Sal 115,14).
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 35
El Señor sabía que los discípulos podían imitar su pasión pero les hace esa pregunta con el objeto de que sepamos que nadie puede reinar con Cristo si no lo imita en la pasión pues una cosa preciosa no se adquiere a bajo precio. Entendemos por pasión del Señor, no solamente la persecución de los gentiles, sino también todo lo que tengamos que sufrir en nuestras luchas con el pecado.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 65,2
Dice, pues: "Podéis beber", etc., como si dijera: Vosotros me habláis de honor y de coronas y yo os hablo de combates y esfuerzos, porque éste no es aún el tiempo de las recompensas. La pregunta del Señor atrae a sus discípulos, porque no les dijo: Podéis derramar vuestra sangre, sino, "¿Podéis beber el cáliz que Yo he de beber?"
Remigio
Esto con el objeto de unirlos más a El mediante el lazo de la pasión. Aquellos que poseían la libertad y la constancia del martirio prometen que lo beberían. Por eso sigue: "Dícenle: Podemos".
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 35
O también dicen esto, no tanto por la confianza que les inspiraba su fortaleza, sino por la ignorancia de su fragilidad; porque para ellos, que no tenían experiencia, era cosa ligera la pasión y la muerte.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 65,2
O también prometen eso por efecto de su buen deseo. Porque jamás se hubieran comprometido de ese modo si no hubieran esperado obtener lo mismo que pedían. El Señor les profetiza grandes bienes, es decir, hacerlos dignos del martirio.
Sigue: "Díjoles: En verdad beberéis mi cáliz".
Orígenes, homilia 12 in Matthaeum
No les contestó el Señor: Podéis beber mi cáliz, sino que, mirando a su futura perfección, les dijo: "En verdad beberéis mi cáliz".
San Jerónimo
Se pregunta cómo los hijos del Zebedeo (a saber, Santiago y Juan) han bebido el cáliz del martirio, siendo así que, según la Escritura, Santiago fue decapitado por Herodes ( Hch 12) y Juan murió de muerte natural; pero leemos en la historia eclesiástica que Juan fue arrojado a una caldera de aceite hirviendo y desterrado a la isla de Patmos. Por consiguiente, nada le faltó para lo esencial del martirio y para beber el cáliz de confesor; cáliz que bebieron los tres jóvenes echados al horno de fuego, aunque su perseguidor no derramó la sangre de ellos. 1
San Hilario, in Matthaeum, 20
Aplaudiendo el Señor la fe de los discípulos, les dijo que en verdad podían sufrir con El el martirio, pero el sentarse a su derecha o izquierda era cosa reservada a otros por su Padre. Por eso sigue: "Mas el estar sentados a mi derecha o a mi izquierda", etc. Y efectivamente opinamos que de tal manera está reservado a otros ese honor, que no serán extraños a él los apóstoles, los cuales juzgarán a Israel sentados en los doce tronos de los patriarcas. Y Moisés y Elías -de quienes el Señor apareció rodeado en la montaña con todo el brillo de su gloria- estarán sentados en el Reino de los Cielos, en cuanto es posible concluirlo de lo que dicen los mismos Evangelios.
San Jerónimo
Mas yo opino de otra manera. Los nombres de los que estarán sentados en el Reino de los Cielos no se dicen aquí, a fin de que la designación especial de algunos no parezca la exclusión de otros. Porque el Reino de los Cielos no está tanto a la disposición del que lo da como del que lo recibe. Para Dios no hay distinción de personas y aquel que se presentare digno del Reino de los Cielos, recibirá el reino que está preparado, no para tal persona, sino para tal conducta. De donde resulta que si vosotros os portáis de tal manera que merecéis el Reino de los Cielos (que mi Padre ha preparado a los victoriosos), vosotros lo recibiréis también. Y no dijo el Señor "no os sentaréis", a fin de no cubrir de confusión a los dos hermanos, ni tampoco "os sentaréis", para no irritar a los demás.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 65,3
O de otro modo, este primer lugar parece imposible a todos, no sólo a los hombres, sino a los ángeles, porque el apóstol San Pablo nos dice en estos términos, que tal es el principal puesto del Hijo único de Dios ( Heb 1,13.): "¿A cuál de los ángeles dijo alguna vez: "Siéntate a mi derecha?" Contesta el Señor por condescender con los que le preguntaban, mas no con el fin de designar quiénes de los presentes debían sentarse a su lado. Porque el único objeto que efectivamente se proponían los dos discípulos en su petición era el estar sentados inmediatamente después de El y delante de los demás. Pero el Señor responde: Efectivamente moriréis por causa mía pero esto no es suficiente para que obtengáis el primer puesto. Porque si se presentara algún otro con mayor virtud además del martirio, no le quitaré a él el primer puesto y os lo daré a vosotros por el amor que os tengo. Y para que viéramos que no cabía en El esa debilidad, no dijo simplemente: No es cosa mía el dar, sino no es cosa mía el darlo a vosotros, sino a aquéllos para quienes ha sido preparado, es decir, a aquellos que se pueden distinguir por sus obras.
Remigio
O de otro modo: no es cosa mía el darlo a vosotros, esto es, a los que son tan soberbios como vosotros, sino a los humildes de corazón, para quienes lo ha preparado mi Padre.
San Agustín, de Trinitate, 1,12,24-25
O también de otro modo, la respuesta del Señor: "Mas el estar sentado a mi derecha no me pertenece a Mí el darlo", fue dada según la forma de siervo de que estaba revestido. Mas lo que está preparado por el Padre, preparado está también por el mismo Hijo. Porque el Padre y el Hijo son una sola cosa.
Notas
1. Ver Dan 3.