Y cuando los diez oyeron esto, se indignaron contra los dos hermanos; mas Jesús los llamó a sí, y dijo: "Sabéis que los príncipes de las gentes avasallan a sus pueblos, y que los que son mayores ejercen potestad sobre ellos. No será así entre vosotros; mas entre vosotros, todo el que quiera ser mayor, sea vuestro criado: y el que entre vosotros quiera ser primero, sea vuestro siervo. Así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en redención por muchos". (vv. 24-28)
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 65,3
Mientras que Cristo no hizo más que formular su sentencia, no se entristecieron los otros discípulos; pero cuando los reprendió, entonces se llenaron de dolor. Por eso sigue: "Y cuando los diez oyeron", etc.
San Jerónimo
No era la indignación de los diez apóstoles contra la atrevida exigencia de la madre, sino que iba directamente contra los hijos, que desconociendo su capacidad, ardían en deseos ambiciosos.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 65,3
Comprendieron los otros discípulos el alcance de la petición de los dos hermanos cuando los reprendió el Señor; pero cuando los vieron honrados de una manera tan especial por el Señor en la transfiguración, aunque lo sintieron en su interior, no se atrevieron a manifestar su resentimiento por respeto al Maestro.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 35
Tan carnal fue la petición de los dos hermanos, como la indignación de los diez apóstoles. Porque si es vituperable el querer elevarse sobre los demás, no menos glorioso es el sufrir a otro sobre sí.
San Jerónimo
Mas el humilde y dulce Maestro ni arguye a los dos hermanos por su ambición, ni reprende a los otros discípulos por su indignación y envidia. Por eso sigue: "Mas Jesús los llamó a sí", etc.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 65,4
Como el Señor los vio tristes, les consulta llamándolos y hablándoles de cosas que se habían de realizar pronto. Porque estando los dos separados de la compañía de los diez, estaban más próximos al Señor y le hablaban en particular; sin embargo, no los consuela el Señor como antes, poniéndoles a su vista el ejemplo de los niños, sino proponiéndoles otro contrario; así les dice: "¿Sabéis que los príncipes de las gentes avasallan a sus pueblos", etc.
Orígenes,
homilia 12 in Matthaeum
Es decir, no se contentan con gobernar a sus súbditos, sino que se proponen dominarlos empleando la violencia. Pero no será así entre vosotros, que sois míos, porque así como las cosas materiales pueden ser cohibidas por la coacción y no las espirituales porque dependen de la voluntad, así también la soberanía de los príncipes debe ejercerse con amor y no con amenazas corporales.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 65,4
Manifiesta el Señor en este pasaje que es propio de los gentiles el ambicionar los primeros puestos y con esta comparación de los gentiles convierte las encendidas almas de sus discípulos.
Pseudo-Crisóstomo,
opus imperfectum in Matthaeum, hom. 35
Es efectivamente laudable el desear trabajar, porque esto es natural en nosotros y nuestra mayor recompensa; pero el ambicionar los honores del poder es una vanidad porque la adquisición de esos honores depende de los altos juicios de Dios y aun cuando los tengamos, no por eso merecemos ni tenemos derecho a la corona de justicia. Porque no será honrado por Dios el apóstol por ser apóstol sino porque cumplió bien los deberes que impone el apostolado. Tampoco el apóstol fue condecorado con el honor de apóstol por sus méritos anteriores, sino que por las inclinaciones y la disposición de su alma fue juzgado apto para el apostolado. Los primeros puestos buscan siempre al que no los quiere y huyen del que los desea. Debemos, por consiguiente, desear, no los puestos más elevados, sino la vida mejor. De ahí es que, deseando el Señor matar la ambición de los dos hermanos y la indignación de los otros apóstoles, les propone la diferencia que existe entre los príncipes del mundo y los príncipes de la Iglesia, haciéndoles ver que el principado en Cristo ni debe ser apetecido por el que no lo tiene, ni debe ser envidiado cuando lo tiene otro. Los príncipes del mundo se dedican a dominar a sus inferiores, a reducirlos a la servidumbre, a servirse de ellos hasta perder sus vidas cuando así lo creen conveniente los príncipes para su propia utilidad o gloria. Los príncipes de la Iglesia, en cambio, están destinados a servir a sus inferiores, a darles cuanto recibieron de Cristo, a despreciar sus propios intereses, a cuidar por los de sus inferiores y a no rehusar la muerte cuando está de por medio la salvación de los inferiores. Es, pues, injusto y de ninguna utilidad el desear la primacía de la Iglesia. Porque ningún hombre cuerdo quiere someterse a semejante tarea y al peligro en que está de perderse por tener que dar cuenta de toda la Iglesia, a no ser que no tema los juicios de Dios, abuse del poder eclesiástico y lo convierta en poder temporal.
San Jerónimo
Finalmente, el mismo Señor se propuso a sí mismo como ejemplo diciendo: "Así como el Hijo del hombre no vino a ser servido, etc.", a fin de que sus discípulos quedaran avergonzados con el ejemplo de sus actos.
Orígenes,
homilia 12 in Matthaeum
Porque si bien lo sirvieron Marta y los ángeles, sin embargo, El no vino para ser servido sino para servir; y llegó en el servicio hasta el punto de que se puede decir de El: "Y para dar su vida en redención por muchos". Como sólo El estaba libre en medio de los muertos y era más fuerte que el poder de la muerte (
Sal 87), ofreciendo su alma a la muerte libró de la muerte a todos los que han querido seguirle. Deben, pues, los príncipes de la Iglesia imitar a Cristo, que era tan accesible, que hablaba con las mujeres, imponía sus manos a los niños, lavaba los pies a sus discípulos, con el único objeto de que ellos hicieran lo mismo con sus hermanos. Pero somos nosotros de tal condición, que porque no comprendemos, o porque despreciamos el precepto de Cristo, tratamos de parecer más soberbios que los poderes del mundo y queremos, como los reyes del mundo, tropas que vayan delante de nosotros y nos manifestamos terribles y de acceso difícil, sobre todo para con los pobres, a quienes ni tratamos con afabilidad, ni les permitimos la tengan ellos con nosotros.
San Juan Crisóstomo,
homiliae in Matthaeum, hom. 65,4
Por más que os humillen, jamás llegaréis a descender al punto a que descendió vuestro Señor.